2
Paso el resto de la semana viendo mis viejos VHS de El príncipe de Bel Air mientras como dulces asiáticos. Cerca de mi casa hay una tienda de una familia tailandesa que vende todo tipo de tés, infusiones y postres. Creo que engordé un par de kilos al comer tantos palitos de pan. Se llaman Pocky, me los recomendó la hija de los dueños. Es linda y muy amable. He pensando en invitarla a salir, pero aún no supero del todo a Sherry, y si llegara a rechazarme no podría llevarla a casa de mis padres. Necesito mi libertad para seguir buscando a la mujer indicada.
Llega el fin de semana y decido que ya he tenido suficiente de Will Smith y los Pocky con almendra. Decido ir a una discoteca que no he visitado antes. Se llama Crescendolls, y según la reseña que leí en el periódico, tiene temática de extraterrestres. Una vez estoy en el lugar me siento terriblemente decepcionado: solo tiene algunas estatuas de aliens caricaturescos cerca de la barra, hay posters de astronautas en las paredes, y de vez en cuando las luces que atraviesan la pista simulan ser lásers. Esperaba una experiencia más inmersiva. Algo hace falta aquí, pero no sé qué. Hay mucha gente y el olor a sudor y perfumes varios empieza a darme náuseas. Me siento frente a la barra y pido una limonada. Me quedo ahí, dando sorbos a mi bebida mientras contemplo a los jóvenes bailar. Bueno, supongo que aún soy jóven. Cumplí veinticinco años hace dos meses, pero a veces me siento diez años mayor. No sé por qué. La música atronadora me da sueño. ¿Quién es el artista? Creo que Gloria Stefan.
La letra es muy monótona. Se repite en mi mente.
Turn it up, turn it up, turn it upside down
Turn it up, turn it up, turn it upside down
Todo me da vueltas. No he bebido ni una sola gota de alcohol, pero el aburrimiento me nubla los sentidos.
Makes me wanna move my body yeah, yeah, yeah
And when the drummer starts beating that beat
He nails that beat with the syncopated rhythm
With the rat, tat, tat, tat, tat, tat on the drums, hey
Contengo un bostezo. Una mujer se acerca desde la pista, es parecida a Sherry. No, es idéntica a Sherry. Con sus labios rojos y su vestido pequeño. Me ve con odio, como si quisiera matarme. ¿Por qué quisiera matarme? Me quedo paralizado. ¿Cómo volvió a respirar? ¿Cómo escapó de la tumba? Si estuvo viva todo este tiempo debió ser más educada, y responderme cuando le hablaba, y tomarse el latte que con tanto cariño le hice.
Se sienta a mi lado. Parpadeo varias veces. No es Sherry. Es una chica asiática. Es parecida a la tailandesa de la tienda, pero esta mujer tiene los ojos más pequeños.
—No luces muy divertido—me dice, ladeando la cabeza—. ¿Estás bien?
Tiene un acento leve, pero no sé de dónde.
—Podría estar mejor—respondo, y doy un trago a mi limonada ya tibia.
—¿Y cómo podrías estar mejor?
Me sonríe. Me gusta su sonrisa.
—Ya lo estoy. ¿Te invito un trago?
La mujer asiente y me dice que quiere lo mismo que yo. Pido una limonada al bartender.
—Me llamo Eunji—dice ella, revolviendo su bebida.
—Yo soy Hunter. ¿Vienes seguido por aquí?
—No, esta es la primera vez. No llevo mucho tiempo en la ciudad.
—¿De dónde eres?
—De Seúl. Viví un tiempo en este país cuando me vine de intercambio en la universidad. Luego me gradué, me aburrí de mi vida y aquí estoy. Mañana cumplo quince días desde que me fui de Corea.
—Diste un paso muy grande.
—Sí, y no me arrepiento. No mucho. Tengo pocos amigos aquí, pero sé que me irá mejor.
—Puedo ser uno de tus amigos, si quieres.
—No me caería mal.
Charlamos por un rato. Le hablo de mi vida tranquila, de Félix y de mi amor por Nirvana. Ella me cuenta sobre la operación de doble párpado que se hizo cuando salió de preparatoria, y su gusto por la literatura de fantasía.
—Todo empezó por un libro de Blythe Morgan—dijo—. ¿Has oído hablar de ella?
Mi corazón empieza a latir muy rápido.
—Es mi madre. Bueno, lo era.
Eunji no da crédito a mis palabras.
—¿En serio? ¡No puede ser!
—¡Sí, es en serio! Y puedo probarlo.
Le muestro una foto de mamá y yo en Disneyland que siempre traigo en mi cartera. Eunji entrecierra los ojos por la poca luz. Reconoce el precioso rostro que siempre aparece en las contraportadas de sus libros.
—Qué fascinante...
—Puedo llevarte a nuestra casa familiar si quieres. Ahí están todos sus manuscritos.
—¿En serio harías eso?
—¡Sí! Siempre me alegra conocer a las admiradoras de mamá.
Ella ríe.
—Esta es tu forma de ligar, ¿cierto?
—¡Claro que nooo!
Ahora los dos reímos. Me gusta nuestra química, creo que podría surgir algo especial entre nosotros.
—¿Me dejarías sacar fotos de su estudio?—pregunta.
—Claro. Es un lugar muy lindo, te va a gustar.
—¡De acuerdo, vamos!
Eunji me acompaña al estacionamiento y se sube a mi coche. Estoy muy contento. No pensé que correría con tanta suerte en un lugar tan soso como el Crescendolls. En el camino le explico que voy de vez en cuando a ese lugar y que me disculpe de antemano por el polvo.
—No te preocupes, me imagino lo difícil que fue para ti perder a tus padres de manera tan repentina. Esa casa te ha de traer muchos recuerdos.
—Sí, pero ha pasado tiempo y ahora lo sobrellevo mejor. Algún día estaré completamente bien y podré regresar a vivir ahí.
Llegamos y la llevo directo al estudio. Ella admira cada detalle: el escritorio, la colección de libros y los cuadernos. Saca su cámara desechable del bolso y toma varias fotos de los manuscritos. Se ve tan hermosa hojeando las obras de mamá.
Yo también soy una de ellas, pienso. ¿Me consideras arte?
El tiempo pasa muy rápido. Le cuento anécdotas de mi vida junto a madre, y cómo se le ocurrieron las tramas de los primeros tres volúmenes de La isla sin fin. Eunji consulta la hora en su reloj de pulsera.
—Vaya, es tardísimo.
—¿Tienes trabajo mañana?
—No. Podemos hablar un rato más si así lo deseas.
—¿Quieres ir a mi apartamento? Podríamos tomar café y comer pastel de carne.
Ella sonríe.
—Me encantaría.
Lo primero que Eunji ve cuando llegamos a casa es a Félix. Él se pega a su pierna y ronronea.
—¡Qué gatito tan lindo!—dice, inclinándose para tomarlo en brazos—. Y muy dócil.
—Lo he malcriado. Ahora es como un bebé.
Félix maúlla, ligeramente molesto.
—¿Qué?—le respondo—. Es la verdad.
Eunji suelta una carcajada. Vamos a la cocina y caliento un pastel de carne en el microondas. Mientras se cocina preparo dos tazas de latte con especias de calabaza. Mi amada aspira el aroma.
—Esta es mi época favorita del año—dice tras dar un suspiro enamorado. Me siento frente a ella y le sirvo un trozo de pastel junto a una caja de Pocky de fresa. Ella la toma y la abre con cuidado. Qué manos tan bonitas tiene.
—En Corea tenemos algo parecido a esto—dice, alzando un palito de pan—. Se llaman Pepero. Mi favorito es el de chocolate negro.
—Los he visto en la tienda donde compro los Pocky—respondo—. Los compraré para la próxima.
—Deberías, son mucho mejores que los Pocky.
Es tan sencillo hablar con ella. Podemos tocar cualquier tema de conversación y no nos aburrimos. Creo que la amo, y que ella me ama a mí. Sus profundos ojos negros me llenan de calidez, igual que los de mi madre cuando era niño. Me pregunto si Eunji también tiene un sol pequeño dentro de ella. Seguimos nuestra charla en el sillón, Félix está en su regazo. La veo mientras me habla y sé que ya es el momento. Mi pierna está junto a la suya, apenas se tocan. Presiono levemente y me inclino. Cierro los ojos, y entonces...
—Hunter, ¿qué haces?—me pregunta. Yo me aparto.
Eunji ya no me sonríe.
—Oh, nada. Yo solo...pensé que...
—No vine aquí para tener sexo contigo—me dice ella, notablemente ofendida.
—Eso ya lo sé—me apuro a responder—. Es solo que...pensé que ya me amabas.
—¿Qué?
—Nuestra conexión ha sido muy fuerte desde el principio.
Ella alza una ceja. No tengo idea de qué está pasando por su cabeza.
—Acabamos de conocernos.
—Lo sé, pero eso es suficiente para mí—tomo su mano con delicadeza—. Cuando yo era niño mi madre solía decirme que encontraría a la indicada en cuanto la viera.
Ella aparta sus manos de las mías lentamente.
—Lo siento, Hunter. Creo que me has malinterpretado. Yo no estoy en búsqueda de pareja. Apenas estoy acostumbrándome a vivir aquí de nuevo. Además...un día no es suficiente.
—Lo fue para Eira y Bjarke.
—¿Eh?
—Eira y Bjarke, los protagonistas de La isla sin fin. La princesa y el brujo.
Eunji ya no luce confundida. Hay algo más en su rostro.
Miedo.
—¿Estás hablando en serio?
—¿No crees en el amor a primera vista? Yo sí. Solo te pido...te pido que me des una oportunidad. Te juro que haré todo lo posible para que seamos felices. Nuestra historia será aún mejor que la de Eira y Bjarke.
Ella pone a Félix en el reposabrazos y se levanta.
—Gracias por mostrarme el estudio de tu madre. Me hace feliz que te guste tanto su obra, pero no debes creer esas cosas del amor a primera vista como si fueran ciertas.
—Eunji...
—Tengo que irme. ¿Me prestas tu teléfono? Llamaré a un taxi.
—Ya es muy tarde. Puedes quedarte aquí, te cederé mi cama.
—No, gracias. Préstame tu teléfono, por favor.
La tomo las muñecas con un poco de fuerza. Ella se estremece.
—Suéltame—me pide.
—Quédate conmigo.
—¡No quiero!
Comienza a forcejear. Mi corazón se rompe, y siento ganas de llorar.
—Por favor...
—¡Hunter, SUÉLTAME!
Se libera de mi agarre y corre hacia la puerta, la cual no se abre. Camino hacia ella y Eunji corre a la cocina. Abre uno de los cajones, de seguro buscando algo con lo cual herirme, pero solos se encuentra con cucharas y pajillas. Yo la tomo de los brazos para someterla. Ella grita e intenta patearme. ¿Y ahora qué hago? Tengo que sostenerla, así que no puedo quitarme el cinturón.
—Yo no quería hacerte daño—le digo. Las lágrimas arden en mi rostro.
—¡Por favor, déjame ir! ¡POR FAVOR ...!
Tengo que pensar rápido. Le suelto una mano y abro con torpeza el segundo cajón. Tomo el primer cuchillo que encuentro. Eunji grita y vuelve a soltarse. Corre hacia las escaleras, pero sus tacones la traicionan y cae. La veo rodar con el corazón encogido, y antes de que pueda incorporarse me subo a horcajadas sobre ella.
—¡Hunter, NO! ¡NOOO!
La primera puñalada es en su pecho. Me sorprendo de lo fácil que entra el cuchillo. Lo saco y la sangre brota como una fuente. Eunji tiembla y el líquido carmesí escapa de su boca. Sigue moviéndose, así que vuelvo a apuñalarla. Una y otra vez. Dejo el cuchillo a un lado, jadeante. Tengo los ojos fijos en Eunji. Incluso muerta se ve muy asustada.
—Solo te pedí una oportunidad—le digo, acariciando su mejilla.
No me gusta nada de esto. Ni el cuchillo, ni la sangre ni el rechazo. El olor a hierro me causa náuseas y tardaré mucho en limpiar. Ahora el cuerpo de Eunji está demasiado roto como para dormir con él esta noche. La pasaré yo solo, o con Félix, si decide acurrucarse a mí lado.
Enterrar a Eunji será aún más triste que enterrar a Sherry porque no podremos despedirnos apropiadamente. Odio esta rutina, ¿por qué las cosas no pueden ser diferentes? No pido demasiado, solo quiero a una mujer que me ame y que nunca se aleje de mí. ¿Por qué todas huyen?
Me pongo de pie sintiéndome tan muerto como Eunji. Mi corazón es como un martillo , siento que me atravesará. La sangre sigue fluyendo en él pecho de Eunji, me recuerda a las rosas abriéndose. Hay una escena en el segundo volumen de La isla sin fin donde Bjarke hace florecer rosas en invierno. El rojo contrasta con el blanco de la nieve.
Veo a la que pudo ser mi esposa. Veo el rojo de su sangre y el blanco de mi piso de mármol. Necesitaré mucho blanqueador y limpiador multiusos. Tengo que actuar rápido.
Voy por un par de sábanas a mi habitación y luego al baño para tomar la cortina de la ducha. Primero envuelvo a la mujer con la cortina y después con las sábanas. La sangre no se escurre. Empezamos bien. Para estar más seguro me dirijo a la cocina por una bolsa de basura, meto el cuerpo en ella y lo aseguro con una gruesa cinta adhesiva que suelo usar para pegar los pósters de Bjork y Nirvana en las paredes de mi habitación.
Veo el cuerpo de Eunji. Esto es deprimente. Con la bolsa de basura rodeando su cuerpo parece la víctima de un asesino serial muy perturbado, uno que abusa de mujeres antes de matarlas a puñaladas.
—Yo no soy como ellos...
Veo a Félix, quien está sobre el sillón sin inmutarse.
—Oye, ¿verdad que yo no soy como ellos?—le pregunto, aunque sé que él no tiene idea de a qué me refiero.
Sé que lo más prudente sería limpiar primero, mas no puedo con la ansiedad que me provoca tener el cadáver roto de Eunji aquí. Recojo su bolso, el cual se le cayó mientras forcejeamos. En otras circunstancias (igual de tristes, pero sin una gota de sangre en el suelo) me hubiera puesto a ver qué hay adentro, pero ahora no puedo. Tomo a Eunji en brazos y la acomodo sobre mi hombro. Quiero irme, pero entonces vuelvo a ver a Félix, y dejo a la muerta sobre el sillón.
—No quiero que hagas un desastre con la sangre ni que te ensucies—le digo al gato. Lo tomo en mis brazos como si fuera un bebé y lo saco por la ventana para después cerrarla. Veo alrededor de la cocina y la sala. Inhalo y exhalo. Voy al perchero por mi abrigo. Tomo a Eunji de la misma forma en la que tomé a Sherry, y a la chica antes de Sherry, y me voy al auto para regresar a la casa familiar. Esta vez el camino se me hace más corto. Mi mente está en blanco.
No pienso en nada al llegar, ni al cavar la tumba o enterrar a Eunji. Me arrodillo frente a la tumba, mi ropa sigue ensangrentada bajo el abrigo. Hay mucha tierra bajo mis uñas y el cabello se me pega a la cara por el sudor. El frío no me afecta. Sé que debería volver cuanto antes y limpiar la sangre, pero no lo haré. No ahora. Deseo estar en un lugar cálido con mamá. Quiero que me lea un cuento y me diga que todo estará bien. Quiero decirle que últimamente he estado comiendo unos palitos de pan japoneses que se llaman Pocky, y que me gustan mucho.
Abandono el jardín y me voy al estudio de mamá. Me siento en el suelo y me quedo ahí, recordando una época mejor. Imagino a un Hunter de dieciséis años trenzando el largo cabello oscuro de su madre. Ella habla de su proyecto en curso con una sonrisa.
—¿Qué opinas, amor? ¿Suena bien?—le pregunta.
Y entonces ese Hunter—el Hunter antes del tinte rubio, el que aún tiene su corazón intacto—responde:
—Todo lo que haces me gusta, eres genial.
Bajo la mirada. ¿En qué momento me volví tan miserable?
—Siempre fuiste genial, mamá—musito.
¿Qué hubiera sido de mí si mamá y papá siguieran conmigo? El jardín de la casa seguiría con vida, y yo continuara tratando de encontrar el propósito de mi vida. Creo que hubiera sido un músico. Un guitarrista o bajista, o tal vez un cantante. Me iría bien; mi banda sería tan buena como Nirvana, o mejor. Entonces muchas mujeres se acercarían a mí, pero, ¿sabría encontrar a la indicada? ¿Podría dedicarle el tiempo suficiente? Siento un tenue dolor de cabeza. No me gusta pensar en una vida que no existe, mas no puedo evitarlo. Me llevo las manos a la cara y sollozo igual que cuando era pequeño. Mi madre no está aquí para hacerme sentir mejor, así que lloro hasta tranquilizarme.
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