Pensativa, preguntó:

—Pero, ¿y su esposa?
—A mi esposa no le importo, lo sabes bien.
—Nada me gustaría más, pero no es a mi a quien ama.
—¡El amor no existe! —rugió con el desencanto de quién ha sido engañado— ¿Me vas a dejar así? ¿Es que también tengo que suplicaros? ¿Qué de malo tengo?
—Nada conde, nada. Que yo le veo todo bien y en su lugar...

Soraya ardía por dentro. Sin importarle nada se arrojó en sus brazo; sin importar que del otro lado de la puerta, escuchara su esposa.

Se quitó el velo que cubría su cabeza, dejando al descubierto una obra de arte. La Mora era hermosa de pies a cabeza. Olía a rosas y jazmines. Su larga y oscura cabellera caía grácil sobre unos senos redondos y generosos, al desnudarse por completo frente a un conde asombrado y extasiado.

Isabel regresó a llorar a su habitación. Leonor la esperaba sonriente, pero no feliz. Era aquella una sonrisa perversa y cargada de ira.

—¿Habéis visto? ¡Se ha conseguido a una! ¡Y no cualquier, sino a la mismísima Mora! ¡Ahora sabéis donde ha estado todo este tiempo y con quien! ¡Dejad de llorar! ¡¿Es que os habéis vuelto hembra de un día para otro?!
—¡ Yo lo quiero!
—¡¿Y yo?! ¡¿Dónde quedo?!
—Es cosa muy distinta. ¿Es que nunca habéis amado a un hombre?
—¡Jamás! ¿Lo amais?
—Le quiero, más no le deseo.
—¿Y mí? ¿Me amas mí?
—¿Me amas a mi?
—Desde el primer día... Responde.
—Creo que si.
—¿Creeis que si? No me es suficiente con vuestra duda, mi señora. El conde no va a dejar pasar mi ofensa. Si ha traído a esa mujer, no será solo por tranquilizar sus ganas. ¡Planea algo, puedo sentirlo! ¡De todos es sabido que la Mora es una hechicera, una hereje!
—José es un hombre bueno.
—¡Ninguno lo es! ¡Me ha golpeado! ¡Mirad como tengo aún la cara!
—¡Le habéis provocado!
—Elegid vuestro lado. No podéis permanecer en medio de los dos.