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Ayuda

El conde coloca sobre la mesa una bolsa negra de terciopelo, repleta de monedas de oro.

—¿Será este "donativo" suficiente?

— Ya lo creo.

El clérigo  cogió la bolsa de la mesa y la escondió entre sus hábitos.

— ¿Y se puede saber la razón de ese encono hacia esa mujer?

— No. Solo ocupaos de ella.

Sale del recinto sin saludar a los conocidos que encontró, situación  que les pareció extraña ya que él siempre era amable y sonriente con todos. Pero esta  vez no. Su amargura aumentaba cada vez que imaginaba a
Isabel  manteniendo amoríos con esa mujer mientras el salía a sus largos viajes.

—¿Desde cuándo  Isabel? ¡¿Desde cuándo?! —Pensaba en voz alta mientras contenía el llanto y apretaba los puños.

Lo cierto era que la traición, le sabía igual de amarga con Leonor o con cualquiera.

Isabel miraba por la ventana. ¿Podría arreglarse algo? ¿Y si le pedía perdón? ¿Si se humillaba?

José Francisco bajó del caballo. No entró por la puerta principal, sino por un entrada alterna que daba al cuarto donde Soraya dormía con la puerta cerrada y atrancada con un mueble.
Por lo tanto, nadie además del caballerango lo vio llegar.

— ¿Que es esto?

— Tenía miedo. Mientras estuvo fuera, las mujeres han reñido muy fuerte. Tenía miedo de que vinieran.

— ¿Vos habéis movido sola este mueble?

— Solo lo he arrastrado.

— No temáis, estás segura conmigo.
Él retiró el mueble al escuchar un griterío en el pasillo.

— ¡No, no abra señor conde, por favor!

— ¡No dejes que me lleven!¡Isabel, te amo! ¡Por favor, no los,dejes!

— ¡Francisco!...

— ¿Qué pasa?

Preguntó el conde con una siniestra sonrisa y fingiendo sorpresa.

— ¡Ayudádla, os lo suplico! ¡Haré lo que me pidáis, pero por favor, haced algo!

Lo pensó un momento. Era la oportunidad perfecta para quedar como un heroe, pero los celos que sentía al verla suplicar por la vida de Leonor lo hicieron ver que no solo no serviría de nada, pues ella nunca lo iba a amar, sino que además no le importaba quedar como el villano.

Isabel se sujetaba con ambas manos de su ropa, desesperada.
Suave pero firme, él las tomó y la apartó.

— Veré que puedo hacer.

Va tras los guardias sin mucho animo.
Isabel  mira  la mora y se va contra ella que corre y se encierra antes de que la alcance.

Minutos después, José regresa sin ocultar su satisfacción.

— ¿Qué ha pasado?

— Se la han llevado.

— Creí que...

— ¿Que la rescataría? —Ríe— ¿Porqué lo haría? Si fuí yo quien la ha puesto donde está.

— ¡¿Por qué?!

— ¿Por qué no?

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