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7


Martín sacó la cabeza del agua, desesperado por respirar. La corriente apenas le permitió hacerlo antes de comenzar a empujarlo con fuerza, dándole tirones salvajes que intentaban hundirlo una vez más. Las aguas de la montaña nacían en la cima y bajaban transformando rápidamente el caudal en una combinación de tranquilidad en la superficie, pero corrientes embravecidas en lo profundo.

Haciendo acopio de las fuerzas que le quedaban, Martín braceo hasta conseguir acercarse a la orilla, justo en una zona donde el rio estaba un poco más tranquilo. Con las extremidades temblando, se aferró a unas rocas enormes que parecían estar conteniendo el agua. Apenas recuperaba el aliento cuando escuchó unos pasos silenciosos rondándolo, desesperado se ocultó como pudo, intentando que la corriente no lo alejara de la tierra firme. Para su suerte algunas formaciones tenían estructuras curiosas y era relativamente fácil ocultarse debajo de ellas.

Asustado se deslizó, sosteniéndose de las protuberancias que se formaban en la superficie, ahí abajo tenía que mantener la cabeza levantada al cielo para poder respirar, aun así, tuvo la sensación de que la naturaleza estaba haciendo todo lo que podía para ocultarlo.

—¿Qué fue ese ruido?

No reconoció la voz, pero no estaba dispuesto a salir para comprobar quien era, ya le había quedado claro que no podía confiar ni en su familia. Expectante escuchó los pasos en las rocas, rezando porque lo dejaran solo para que pudiera salir de su escondite y buscar una escapatoria de aquel lugar infernal. Sus plegarias no fueron escuchadas, puesto que rápidamente alguien más se unió al primer hombre, ayudándole a inspeccionar los alrededores.

Después de un rato ambos comenzaron a discutir.

—No hay nadie ahí, apúrate, tenemos que encontrar al chico y encargarnos de él —El segundo hombre habló por primera vez, consiguiendo que Martin se sobresaltara.

—¿Y qué crees que estoy haciendo, pendejo? El chico podría estar por aquí —el primer hombre parecía insatisfecho, pero notó que sus pasos comenzaban a alejarse del rio.

—A menos que se haya vuelto sirena, no creo que vayamos a encontrarlo acá —sentenció el segundo hombre, Martín no reconoció sus voces, pero estaba seguro de que pertenecían a la familia de Cristian.

Asustado apretó los labios, sintiendo que se le entumían los brazos y las piernas. Estaba haciendo demasiado frio y era consiente de como los músculos comenzaban a fallarle, si no se apuraba iba a terminar desmayándose allá abajo, o peor, encontrándose con algún animal peligroso. Cuando era niño había escuchado muchas historias sobre caimanes que se escapaban de sus casas y se iban a vivir al rio, él no estaba seguro de que fueran del todo ciertas, pero no quería arriesgarse.

Aun así, esperó hasta que no se escucharon ruidos arriba antes de aventurarse a salir.

Prácticamente arrastrándose se empujó fuera del agua y escaló a duras penas las rocas para poder llegar a la orilla, estaba exhausto e iba a morirse de frío si no se ponía en movimiento, pero el cansancio no le permitió hacerlo con la rapidez que hubiese deseado.

Respirando con dificultad, y sintiendo como le temblaba todo el cuerpo, cerró los ojos un momento, preguntándose qué tan mala idea sería echar una cabezadita antes de continuar. Estaba demasiado ocupado colapsando poco a poco, cuando escuchó un clic a su derecha. Al abrir los ojos vio a dos chicos apuntándole con un arma, uno de ellos sonreía mientras que el otro permanecía con el ceño fruncido.

—Te dije que había escuchado algo —el sonriente fue el primero en hablar, el otro soltó un gruñido.

—Dispárale en la pierna —espetó—. Sería una buena idea llevárselo al jefe para que se ocupe él.

—No seas estúpido, lo que menos quiere el jefe es relacionarse con esto.

Ambos comenzaron a discutir, mientras Martín intentaba recuperar el aliento, sentía que los pulmones se le congelaban cada vez que respiraba. Un poco mareado levantó la vista, ambos eran muy parecidos, debían ser hermanos, pero no estaba seguro, fuesen primos o esposos, todos se parecían a todos en el clan.

—Entonces no hay problema, nos encargaremos de esto rápidamente —El chico sonriente colocó el dedo sobre el gatillo mientras apuntaba a Martin a la cara. Este abrió los ojos de par en par, levantando las manos, al tiempo que comenzaba a balbucear.

—Este idiota no sabe ni hablar, el jefe tiene razón no debemos dejar que se haga cargo de la familia —el chico gruñón frunció el ceño, pareciendo aún más severo.

—Lo siento, esto no es personal —el sonriente apretó el gatillo, no había rastro de culpa en su expresión. Martín se lanzó hacia un lado por instinto, no estaba pensando nada aparte de que no quería morir.

Aterrorizado hizo un movimiento que se encontraba a medio camino entre correr y gatear, regresando al agua mientras los disparos no se detenían. Martín sintió un ardor insoportable en la pierna, estaba seguro de que le habían dado, sin embargo, en cuanto entró al rio estaba más preocupado por no ahogarse que por otra cosa.

Los disparos se transformaron en un ruido difuso que se perdió en las profundidades, sin embargo, sus instintos humanos le ganaron a su pensamiento racional y terminó por sacar la cabeza para no ahogarse. Para su sorpresa afuera también estaba todo muy callado. Una familiar niebla pareció acariciarle la cara, rodeándolo de forma casi cariñosa.

Su primera impresión era que el paisaje estaba demasiado tranquilo, no había rastro de sus atacantes en los alrededores y la oscuridad era más apremiante.

De repente una risa inundó el bosque, el sonido producía un eco similar al que ocurría cuando pegabas un grito dentro de una cueva. Martín sintió un escalofrío y se sostuvo de la piedra mientras hacía un esfuerzo por obligar a su cuerpo a moverse.

No se dio cuenta, pero los dientes comenzaron a castañearle, no sabía si por el miedo o por el frío, sin embargo, eso no le importaba, estaba más atento a la forma en que la niebla se concentró en un solo sitio, primero lentamente y luego transformándose en una silueta que le resultó bastante familiar. Su cerebro estaba atontado por el dolor, fue su subconsciente quien le preparó para lo que estaba a punto de ver: Era Jacinto, o al menos una monstruosa versión del muchacho.

Lo primero que notó, irónicamente, fueron las alas replegadas en su espalda que daban la impresión de ser una capa. Martín permaneció un rato viéndolas, tan concentrado en ellas que le tomó por sorpresa cuando Jacinto se puso en cuclillas frente a él y sus miradas se encontraron. El rostro del muchacho estaba en un estado intermedio, era un ser humano y al mismo tiempo una criatura aterradora. Sus ojos estaban completamente negros, grandes colmillos se asomaban en su boca entreabierta, tenía la piel grisácea, con rasgos salvajes, casi animales, aunque poco a poco esto fue cambiando hasta regresar a ser el Jacinto de siempre.

Por un segundo casi lo engaña, pero entonces notó las cicatrices del accidente, sobre todo aquella que atravesaba su cara de izquierda a derecha. La marca era profunda, casi dolorosa de ver, pero al mismo tiempo poseía una belleza hechizante.

Jacinto le dedicó una sonrisa de medio lado y Martín no pudo hacer nada más que dejarse encantar por aquel muchacho. No tenía idea de cómo o porqué, pero seguía teniendo el mismo efecto en él que cuando lo veía todos los domingos en la iglesia.

—Mmm —La mirada que le dirigió hizo que Martín contuviera un escalofrío. Había algo desconcertantemente normal el brillo travieso de sus pupilas—. Deberías salir de ahí si quieres evitar la hipotermia.

Luego le extendió la mano. Martín lo observó, dándose cuenta, para su sorpresa, que a pesar de que su pulso estaba disparado, no era el miedo lo que aceleraba su torrente sanguíneo.

"No es una buena idea" pensó, justo antes de aceptar la ayuda y tomarle de la mano para salir del agua. Una vez que estuvieron en pie, frente a frente, Martín se dio cuenta que Jacinto todavía usaba su traje de difunto y eso hizo que las memorias de los últimos días volvieran con más fuerza.

—No te asustes —Jacinto acarició su mejilla y Martin fue dolorosamente consciente de lo afiladas que eran sus garras. No había manera de que ocultara el miedo que estaba sintiendo, tampoco el calor en sus mejillas, los ojos verdes de Jacinto lo miraban con una intensidad que lo hacía sentir pequeño, probablemente estaba en mayor peligro que cuando le apuntaban con el arma en la cara, pero aún así había cierto anhelo que no podía controlar.

—J-j-j —Martín intentó decir su nombre, pero para su frustración no pudo completar las palabras que estaba buscando. Finalmente apretó los labios, avergonzado y temeroso. Jacinto se inclinó cerca de su cuello y aspiró su aroma, el gesto hizo que un escalofrió le recorriera la espalda.

—No digas nada —murmuró cerca de su oído y luego, como si aquella escena surgiera de sus más profundas fantasías, lo rodeo de la cintura, atrayéndolo hasta su cuerpo. De inmediato pudo sentir su calidez, que contrastaba con la imagen del monstruo que presenció segundos antes. Jacinto sonrió, sosteniéndolo con firmeza, mientras lo observaba de una forma absolutamente encantadora.

Martín se dio cuenta de que estaba indefenso en brazos de un hombre que podría matarlo si quisiera. No lo había visto directamente, pero sabía que era el culpable de numerosos decesos en su familia.

—No te preocupes, no tienes nada que temer, tú no —Jacinto se río y su voz se escuchó fresca, llena de confianza, como siempre había sido. Martín no dudó de su palabra, de alguna manera le costaba trabajo pensar que Jacinto pudiera mentirle—. Ellos, sin embargo... —el tono de su voz cambió y mientras decía aquellas, lo puso de cara hacia el bosque, sosteniéndolo de los hombros, presentándole la imagen de dos cuerpos inertes que colgaban de los árboles, atados con sus propias tripas.

El corazón de Martin dio un salto ante la escena. Las náuseas lo invadieron mientras que un escalofrió recorrió su cuerpo, dejándolo tembloroso y débil.

Martín se soltó del agarre de Jacinto y retrocedió. De alguna manera no fue el miedo lo que lo invadió en ese momento, sino el dolor que trajo consigo la incomprensión: ¿Porqué? Quería preguntárselo, pero sabía que no podría pronunciar aquellas palabras ni aunque lo intentara. Afortunadamente Jacinto pareció entenderlo sin que tuviera que verbalizar sus sentimientos, Martín se preguntó si estaba leyendo su mente.

—Tu familia se lo merece, todos ellos —explicó, cerrando la distancia, sosteniéndolo del rostro con ambas manos—. Sé que eres listo, lo sabes, sabes que ellos se lo merecen, sabes lo que quieren hacer conmigo... —Jacinto guardó un segundo de silencio antes de acercarse con una lentitud tortuosa y besarlo en los labios. En otro momento el contacto lo habría hecho feliz hasta el punto de las lágrimas, pero en ese instante solo desató confusión—. Y sabes lo que quieren hacerte —agregó—. Estamos en la misma posición.

Martin notó que los ojos de Jacinto brillaban en un tono dorado como el de un par de estrellas. Era tan hermoso, tan inalcanzable en apariencia, pero estaba ahí, frente a él, inclinándose para besarlo una vez más. Esta vez el contacto tuvo un efecto curioso en él, hizo que se sintiera mareado, enfermo, la realidad a su alrededor se transformó hasta llevarlo a un momento y un lugar distintos.

Pudo ver todo a través de los ojos de Jacinto y se encontró andando una tarde lluviosa rumbo a su hogar. Las calles empedradas del pueblo estaban encharcadas, él mojado de pies a cabeza, con el cabello pegándose a su rostro mientras que el agua dificultaba su visión. Era de noche y la luz pública no servía, así que estaba oscuro, sin embargo, conocía lo suficiente bien el camino como para recorrerlo sin problemas. No sentía el más mínimo peligro, no tenía idea de lo que estaba a punto de pasarle.

Pensaba en las ganas que tenía de darse un baño, ponerse ropa seca y tumbarse hasta la mañana siguiente. Estaba distraído, pero no lo suficiente como para asegurarse de mirar a los dos lados antes de cruzar la calle. Iba a medio camino entre una banqueta y otra, cuando escuchó el rechinido de las llantas, se giró sorprendido y alcanzó a ver el inconfundible rostro de un Valdivieso antes de recibir el impacto que lo mataría. Recordaba estar tumbado a media calle, sangrando, esperando a que alguien se detuviera a ayudarlo. El auto echó la reversa.

Curiosamente Martín no reconoció a la persona. Podría haber sido cualquiera de sus primos, todos eran muy parecidos, además la imagen no fue tan clara como para fijarse en los detalles, lo que si sabía era que se trataba de un hombre joven, su cabello casi blanco estaba iluminado por las luces del tablero, su piel clara contrastaba con la oscuridad que lo rodeaba. Como sea, escuchó un grito, su vecina salió corriendo de la casa a socorrerlo y mientras perdía el conocimiento, cayó en cuenta de dos cosas: el auto traía las luces apagadas y no llevaba placas.

La siguiente vez que abrió los ojos descansaba en una mesa de piedra y estaba aturdido, observando rostros pálidos que lo examinaban con atención. Estuvo días escuchando sus voces y poco a poco fue entendiendo lo que sucedía.

—¿Es él? ¿El de Martín?

—Tiene buen gusto tu hijo.

—Es muy joven, una lástima.

—Es un sacrificio necesario.

—Lo sé, pero no deja de ser una lástima.

—¿A ti a quien te tocó?

—A mi novio de la secundaria ¿Y a ti?

—A mi mejor amiga.

—Nada te previene de esto ¿Cierto?

—Pero debe ser así, si no ¿Cómo sabríamos si tienes lo necesario para actuar cuando sea el momento?

—Lo sé.

—¿Cómo crees que le vaya a Martín?

—Fallará.

—Pienso lo mismo.

—Ojalá, estoy harto de ver su cara por los pasillos de la mansión.

—Se le parece mucho ¿Cierto?

—¿A quién? ¿A su abuelo?

—No, a Neftalí.

—Ah... ¿La verdad? Es idéntico.

—Pobre Nella, le tocó su novio la noche de la prueba, y luego se entera de que está embarazada.

—Bueno, no habría pasado si no hubiera sido una puta.

—Tendría que haber respetado su compromiso.

—Tiene suerte de que Arturo la aceptara después de ese escándalo.

Martín tomó una bocanada de aire, alejándose rápidamente de Jacinto.





—C-c-c —Sus ojos estaban abiertos de par en par, mientras intentaba no caerse de espaldas. Tenía la sensación de que en cualquier momento le iban a fallar las piernas, las manos de Jacinto eran lo único que lo mantenía en pie.

Sus ojos comenzaron a aguarse debido al sentimiento de impotencia que le generaba el no poder digerir todo lo que le estaba pasando. Jacinto le secó las lágrimas con el pulgar de su mano derecha, había una ternura inesperada que lo tomó por sorpresa.

—Ven conmigo —dijo y sus palabras se escucharon como una caricia—. Venguémonos juntos.

Inmediatamente Martín salió de su ensoñación y retrocedió bruscamente. Recordó entonces las palabras que solía decirle su padre cuando iban de caza juntos.

—Ten cuidado con los animales salvajes, no importa que tan adorables sean, si tienen la oportunidad, te van a morder.

Jacinto estiró lo mano para sostenerlo, pero Martín se alejó otro paso, negando con la cabeza. Él no quería vengarse, no quería lastimar a nadie, sólo quería marcharse y vivir una vida tranquila, justo como la que tenía apenas un par de días atrás.

Ante la negativa un brillo de furia se reflejó en los ojos de Jacinto, era un gesto salvaje, indómito. Martin sintió el miedo colarse debajo de su piel mientras el silencio entre los dos se volvía más profundo. Parecía que cualquier movimiento en falso desencadenaría en un ataque, sin embargo, algo interrumpió su duelo de miradas: Un disparo rompió en la noche.

Falta otro capítulo para el final de esta historia y me está gustando mucho como está quedando <3

¿Qué tal les está pareciendo? ¿Les está gustando?

Supuestamente escribí esto para el OCN, pero me cuatrapee con las fechas y no subí actualización a tiempo T_T

En fin, tómenla como un regalito de mi parte; vampiros mexicanos gais <3

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