Capítulo 2
La última vez que Sirius vio a su prima mayor fue cuando él se escapó de casa a los dieciséis. Oyó rumores de que Bellatrix se había unido a los mortífagos y poco después de que había muerto. Desde luego mucha vitalidad no se percibía en sus rasgos... pero aún así estaba viva. Durante un par de minutos no supo cómo reaccionar. No habían tenido mucha relación. Sí, de pequeños alguna vez les hizo de canguro, practicaba duelo con él y le enseñó cómo maldecir a su hermano pequeño... Pero cuando él entró en Hogwarts, Bellatrix —ocho años mayor— ya había terminado y perdieron el contacto. Aún así, aunque pudiese formar parte de las filas de Voldemort, la vio tan débil y asustada que no dudó.
—Ven —murmuró cogiéndola de la muñeca.
Su piel estaba fría y sus temblores resultaban contagiosos. No protestó, se dejó guiar. Sirius la llevó hasta el Caldero Chorreante donde pagó una habitación y ambos subieron. Una vez dentro, el mago se aseguró de bloquear la puerta con cuantos encantamientos se le ocurrieron. Dio gracias de que fuese un cuarto interior y no hubiese ventanas que proteger. Cuando terminó, la bruja se bajó la capucha.
Ahora que podía verla mejor, Sirius supo leer en su rostro que había llorado durante horas, que llevaba días sin comer y que parecía que se iba a derrumbar de un momento a otro. Bellatrix siempre pareció mucho más joven de lo que era, incluso ahora, nadie diría que era mayor que su primo. Sin embargo, su espectacular belleza aristocrática había tornado en una imagen gótica casi cadavérica. Con sus grandes ojos —ahora sin la electricidad que antaño lucían— volvió a mirarle y repitió:
—Mátame, Sirius. Por favor.
—¿Pero qué dices, Bellatrix? ¿Por qué dices eso? —inquirió él que no comprendía nada— ¡No pienso matarte!
—Hazlo por piedad. Estoy muerta de todas formas, me quedan pocas horas. Un avada no duele, pero si no... Pronto la magia dejará de tener efecto en mí, tienes que hacerlo ahora y...
—¡Bella! —la interrumpió él muy nervioso— ¡Me estás asustando! No entiendo a qué viene esto, decían que estabas muerta... y ahora me vienes con que...
La bruja profirió un quejido casi silencioso de desesperación. Sirius no comprendía qué pasaba, no veía cómo ayudarla y realmente empezaba a sentir miedo. Su prima siempre fue la persona más fuerte y valiente que conoció, pero en ese momento parecía muy enferma.
—Tengo que llevarte a San Mungo —decidió—. Ahí podrán...
—No, ya no pueden hacer nada. Por eso te pido que lo hagas tú —repitió ella con firmeza—. Te enseñé a usar las maldiciones imperdonables, ¿lo recuerdas? Hazlo ahora.
Claro que lo recordaba. Él acababa de cumplir ocho años y Bellatrix decidió que era el momento de que aprendiera. A él le pareció muy emocionante, hasta que vio que aquel tipo de magia oscura era muy peligrosa. Pero su prima insistió en que debía saber defenderse. Y no solo le enseñó duelo. También le compraba dulces como recompensa cuando sus padres lo castigaban por desobedecer. E incluso por las noches salían a mirar las estrellas juntos. La echó de menos cuando dejaron de verse. Pasara lo que pasara, no podía hacerle daño. Y ella se dio cuenta.
—Entonces me tengo que marchar —murmuró derrotada—. O tú también acabarás mal.
Sirius le cortó el paso. Era más alto y desde luego más fuerte. Pero no quería hacerlo por las malas. Le quitó la capa que seguía húmeda. Recuperó su propio abrigo, utilizó un hechizo para que resultara aún más cálido y se lo puso a la bruja que se arrebujó en él. Pese a eso, seguía temblando; era como si ya no pudiese sentir calor. Le miraba sin apenas verle, dejándose cuidar como una muñeca de trapo. Sirius la sentó en la cama y le desató las botas. Después se quitó su propio calzado. Abrió las sábanas y le indicó que se metiera. Bellatrix, agotada, obedeció. Se arroparon ambos bajo las mantas.
—Ven aquí —murmuró él atrayéndola hacia su cuerpo.
Bellatrix se acurrucó junto a él. Sirius la abrazó y le frotó la espalda con cariño. Estuvieron así durante varios minutos hasta que los temblores se redujeron. El mago sospechó que no se debía al calor, sino a que la tranquilizaba sentirle junto a ella. Cuando la notó un poco más calmada, pidió con voz suave:
—Cuéntame que sucede, Bella.
Derrotada o quizá con el deseo de que alguien la escuchase por última vez, la bruja empezó a hablar. Su voz era apenas un susurro, pero en la penumbra del cuarto, Sirius la escuchaba perfectamente.
—Todo empezó cuando... Prácticamente cuando nací. Mis padres siempre quisieron que su primogénito se uniese a Voldemort para mantener el estatus entre los Sagrados Veintiocho. Eso y que me casase con Lestrange. Me dijeron que lo haría en cuanto terminase el colegio. Yo nunca deseé ninguna de las dos cosas. No comparto los ideales de Voldemort, sobre todo lo de luchar en nombre de un ser que se hace llamar "amo" y tortura a sus seguidores...
—Muy bien —la animó Sirius notando que le costaba hablar física y psicológicamente.
—En mi último curso le confesé mis miedos a Slughorn y él me remitió a Dumbledore. Me propuso trabajar de espía para la Orden, infiltrarme en las filas de Voldemort y pasarle información. Pero yo tampoco quería eso: implicaría que Voldemort me marcase, torturase y formar parte de su séquito... Y probablemente tendría que casarme igual para mantener la imagen.
—Claro...
—Se nos ocurrió que trabajaría para la Orden sin infiltrarme, sin delatar a quién era fiel. Así, ni mis hermanas ni yo nos convertiríamos en objetivo de Voldemort...
Sirius notaba que cada vez le costaba más hablar y no quería presionarla. Simplemente la abrazaba, le acariciaba el pelo y murmuraba palabras de aquiescencia.
—Les dije a mis padres que me casaría y me uniría a la causa. Participé en un par de misiones como inicio del entrenamiento. En una de ellas, un ataque de Voldemort a un pueblo muggle, apareció el propio Dumbledore y juntos fingimos mi muerte. No hubo cadáver, pero Voldemort vio cómo me lanzaba el avada justo antes de huir. El muy cobarde pretendía ser mi maestro y me abandonó ahí... Pero no fue la maldición asesina realmente: Dumbledore pronunció las palabras, pero ejecutó mal el movimiento de varita para que no funcionara.
—Todo el mundo se lo creyó —confirmó Sirius—. Aunque en estos días hay tantos rumores de muertes... ¿Qué hiciste entonces?
—He pasado todos estos años reclutando aliados. Siempre he tenido facilidad para tratar con las criaturas mágicas y he convencido a varias de que se unan a nosotros. Y a otras, al menos, de que permanezcan neutrales y no le apoyen a él. Pero aún así no es suficiente. Tiene tantos seguidores magos y brujas... De este país y de otros que...
Se interrumpió al sufrir un violento ataque de tos. Sirius le frotó la espalda y le preguntó si quería que le consiguiera alguna poción o alimento. Ella murmuró que no serviría e intentó proseguir:
—Me quedaba una especie con la que hablar, una con la que Voldemort todavía no había contactado. Viajé a Transilvania para intentar convencer a los vampiros.
—¡Joder, Bella! Pero...
Sirius se interrumpió. Sospechó que a esas alturas la bruja ya sabría que intentar negociar con esa especie tan traicionera y sanguinaria no era buena idea.
—Localicé un bar al que suelen acudir y hablé con varios para ver quién tenía autoridad sobre ellos. Aunque los vampiros no están interesados en formar parte de una guerra entre magos y brujas (pues los consideran inferiores), me hablaron de una mujer. Una vampira muy vieja que quizá me escucharía. No me dijeron su nombre, pero aún así logré concertar una cita con ella en un bosque de los Cárpatos. La noche en que acudí al lugar en que me había citado...
Ahí Bellatrix sufrió otro acceso de tos y volvió a invadirla un escalofrío. Sospechando que quedaba poco, Sirius intentó ayudarla:
—¿Te atacó? ¿Te hizo daño?
Bellatrix negó con la cabeza. Cuando por fin se calmó, respondió:
—Ella no, no llegue a verla. Fue Voldemort.
—¡Maldito bastardo asqueroso! —exclamó Sirius con rabia.
—Él también se dio cuenta de que si los vampiros tomaban parte por un bando (dado que son inmortales y nuestra magia no les afecta), tendría prácticamente la guerra ganada. Y eligió el mismo momento que yo para visitarlos.
Sirius sintió un escalofrío notando que aquello no iba a acabar bien.
—Ni siquiera le vi venir. Estaba adentrándome en un bosque de vampiros, tenía todos mis sentidos centrados en detectarlos a ellos. No llevaba mi varita en la mano: para que lo vieran como un gesto de buena fe y porque ya te digo que nuestra magia no les afecta, ni siquiera las imperdonables. Pero Voldemort sí llevaba la suya. Me siguió y me atacó. Me atacó por la espalda, Sirius, es un maldito cobarde.
—¿Pero qué te hizo?
—Me lanzó un avada. Y me mató.
Sirius se quedó sin habla. Notó como su corazón se detenía y como, pese a lo increíble de la situación, sus ojos se llenaban de lágrimas. Intentó balbucear que no era posible, que ella estaba ahí con él. Bellatrix dibujó una suave sonrisa y fue ella quien le abrazó y le estrechó junto a su tembloroso cuerpo. Fue como si volviese a ser el niño de seis años al que sus padres querían pegar por destrozar un viejo cuadro que le insultaba y su prima le protegía. Con mucho esfuerzo, minutos después, Sirius fue capaz de recuperar el habla.
—Pero estás aquí... Estás conmigo...
—A la noche siguiente desperté. Desperté bajo tierra con una mordedura en el cuello.
—No... —suplicó Sirius quedándose sin fuerzas.
—Sí. Es el proceso para convertirte: morderte y enterrar tu cuerpo hasta que renazcas al siguiente anochecer. Algún vampiro lo hizo conmigo, pero cuando desperté, no había nadie. Es antinatural, ¿sabes? Ningún creador puede abandonar a un vampiro neófito, está penado por sus leyes pues supone una sentencia de muerte para el nuevo vampiro o una debacle para los humanos que se encuentren a cien kilómetros a la redonda. Pero conmigo lo hicieron.
Bellatrix hablaba ya mucho más calmada, como si al decirlo en voz alta hubiese aceptado su destino. No así su primo, que no lograba recomponerse.
—¿Entonces ahora eres un...?
—No, no todavía. Estoy en un paso intermedio: ya no soy bruja, tengo mi varita pero no me funciona, no puedo usar la magia. Sin embargo, tampoco poseo los... dones de los vampiros. Aún no se me han afilado los dientes, aunque me duele mucho la boca. Para completar el ritual debo beber —mucha— sangre humana en las cuarenta y ocho horas posteriores a mi despertar. Me quedan cinco horas o moriré definitivamente. Pero no pienso hacerlo, no quiero convertirme en un ser asesino chupasangre al que el sol limita la vida. Prefiero la muerte. Yo no soy Voldemort, no soy una cobarde.
Sirius se echó a llorar abiertamente. Bellatrix le secó las lágrimas con sus pulgares casi helados y le explicó que por eso deseaba que él la matase, de lo contrario la muerte sería mucho más dolorosa. Y debía hacerlo antes de que su magia dejase de tener efecto en ella.
—Pero no todos los vampiros son malos... —intentó argumentar Sirius— Ahora hay sangre sintética con la que viven perfectamente y cremas mágicas de protección solar y... ¿Dumbledore lo sabe? Él podrá ayudarte, seguro que...
—La sangre sintética no sirve para convertirse ni para alimentar a un vampiro recién creado. Y el Estatuto del Secreto prohíbe expresamente que cualquier mago o bruja ayude a otro a transformarse. Lo único que podría hacer Dumbledore sería concederme una muerte digna. Y prefiero que lo hagas tú, Sirius —respondió con dulzura—. Eres un Black, siempre fuiste mi favorito. Eras rebelde, te daba igual enfrentarte a todo el mundo por defender tus ideas... Y te has convertido en un gran mago. Estoy orgullosa de ti.
—Yo... Yo... Te quiero, Bella, siempre te quise —sollozó él.
—Lo sé, Siri, lo sé —aseguró ella intentando ahogar sus dolores físicos para reconfortarle a él—. Pero tienes que matarme o marcharte, porque en los momentos finales no tendré consciencia y te atacaré. No quiero que esa sea mi última acción en este mundo. Me vas a ayudar, ¿verdad?
El llanto se intensificó, pero al final el mago se secó las lágrimas y murmuró:
—Te ayudaré. Pero ¿podemos esperar un momento? No quiero despedirme de ti, Bella, no quiero pensar que...
—Claro —aseguró ella mientras él la abrazaba con todas sus fuerzas.
Ya no volvieron a hablar. Bellatrix apenas podía controlar su cuerpo y se había quedado sin voz. Cerró los ojos y se hizo un ovillo mientras temblaba y se le saltaban las lágrimas. Sirius la abrazó con fuerza, le acarició el rostro para tranquilizarla, le susurró palabras de ánimo. Incluso cuando la piel de la bruja era ya casi traslucida, él le aseguró que era la chica más bonita que jamás había conocido. Ella apenas lo escuchó, pero se alegró de tenerle junto a ella en sus últimos momentos. Cuando quedaban quince minutos para que se cumpliera el plazo, Bellatrix volvió a abrir los ojos y le dirigió una mirada suplicante. Sirius se separó de ella y sacó su varita. Apuntó hacia ella y murmuró con mano temblorosa:
—Avada... Avada...
El alivio que vio en el rostro de Bellatrix al oírle pronunciar la maldición asesina le dio fuerzas:
—Avada kedavra.
No las suficientes. No sucedió nada. No tenía lo necesario para usar la maldición asesina en su prima, jamás lo tendría. Al darse cuenta, ella se echó a llorar de nuevo. Cuando Sirius intentó acercarse para consolarla, ella negó con horror con la cabeza. Empezaba a perder sus facultades mentales mientras sus instintos primarios pugnaban por tomar el control. Entonces, sin saber si era lo mejor para ella y sumido en la más absoluta desesperación, Sirius tomó una decisión:
—Te he dicho que te ayudaría y lo voy a hacer.
Se bajó el cuello del jersey lo máximo posible y se acercó a ella.
—Muérdeme. Conviértete, Bella. Sé que al principio será duro, pero eres la persona más fuerte que conozco, podrás controlarlo. Mejor que eso que dejar de existir.
En los ojos de Bellatrix surgió un repentino deseo, incapaz de apartar la mirada del cuello inmaculado de su primo. Otra parte de ella se desgarraba para evitarlo. No era verdad lo que él decía: sí, podría controlarlo, pero tardaría años y a saber la de gente a la que mataría en el proceso. Muy posiblemente la primera víctima sería Sirius, pues no sería capaz de parar una vez probase su sangre. Olía tan bien... Le indicó con gestos que se marchara, pero él negó con la cabeza.
—Prefiero morir que dejarte morir a ti —respondió él—. Hazlo, Bella.
Diez segundos después, la bruja que él conoció murió por completo. Otra criatura, terroríficamente hermosa e infinitamente más peligrosa, se abalanzó sobre su cuello. Sirius ahogó un grito de dolor al sentir los colmillos desgarrar su piel, pero no se movió. Bellatrix empezó a succionar su sangre con ansia, con verdadero deseo. Al principio aguantó bien, pero al cabo de medio minuto, Sirius empezó a marearse. Cerró los ojos y todo se volvió negro.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro