Capítulo 12
Harry sentía un intenso dolor por las gruesas sogas que lo inmovilizaban y notaba cortes en manos y cuello. Era el que mejor estaba de los tres. El fuego quemaba la piel de Bellatrix de forma superficial, pero no le importaba ni apenas le dolía: todos sus sentidos estaban centrados en vigilar a Sirius. Seguía a los pies de Voldemort, que le apuntaba distraído con su varita mientras él pugnaba por respirar. Aún así, el mago oscuro no olvidaba mantener también el conjuro de luz solar, para asegurarse de que los poderes de la vampira no regresaban.
—Juntos de nuevo, Bella... Odio dejar asuntos pendientes, sobre todo con alguien a quien yo mismo entrené. Antes de que te mate otra vez, cuéntame qué pasó después de que te matara la primera vez –inquirió con una sonrisa torcida.
—Que te lo cuente tu padre muggle, Tom —le espetó Bellatrix.
El mago oscuro gritó furioso que aquello era mentira y le arrojó un crucio. No tuvo efecto sobre la vampira, que apenas sintió un escalofrío. Viéndolo, Voldemort se calmó. No se atrevía a meterse en su mente, temiendo que poseyese la capacidad de volverlo loco o hipnotizarlo así. Volvió a las amenazas: le exigió que se lo contara o los mataría a los dos. Bellatrix se iba a negar, de sobras sabía que los iba a matar de todas formas. Entonces se dio cuenta de que vigilarla requería toda la atención de Voldemort y eso le distraía de mantener el maleficio asfixiante sobre Sirius. Así que, lentamente, se inventó una historia para ganar tiempo en espera de un milagro:
—Conocí a un vampiro en un bar de Louisiana, antes de que me mataras por la espalda como el cobarde que eres –empezó a relatar Bellatrix.
Pese a los insultos, Voldemort le prestaba toda su atención sin interrumpirla. El secreto de la inmortalidad le interesaba en grado sumo. Sirius pudo volver a respirar con normalidad; sin embargo, Nagini le vigilaba sin parpadear. Y seguía desarmado. Observó el panorama, buscando algo con lo que defenderse o, al menos, a alguien que acudiese en su auxilio, pero estaban solos. Sus aliados se habían refugiado en el castillo para poner a salvo y atender a los heridos; solo unos pocos luchaban más allá contra los mortífagos que quedaban. Nadie había reparado en ellos, todos demasiado ocupados en esquivar cadáveres y suplicar auxilio. Ni siquiera en Harry, que seguía inmovilizado custodiado por un par de hombres-lobo; había pasado de ser prioritario a algo totalmente secundario para el Señor Oscuro.
Bellatrix sentía cómo el sol afectaba poco a poco a su fuerza vital. Le costaba hablar y sentía una debilidad terrible, pero se esforzó en no mostrarlo. No iba a darle a Voldemort ese placer. Cuando terminó su relato (inventado de principio a fin), le miró desafiante.
—Entonces no merece la pena... Solo eres un cadáver y yo tengo mis propias formas de inmortalidad —se jactó el mago oscuro contemplando a Nagini—. Pero como soy generoso, te voy a conceder una hermosa muerte junto a tu amado... primo o lo que seáis.
Sirius miró a Bellatrix. Intentó despedirse, murmurar algo. Repetirle que era el amor de su vida o, al menos, pedirle perdón por ser la causa de su muerte. Pero Voldemort había vuelto a cortar su respiración y Nagini siseaba en su oído. Bellatrix le sonrió. Fue una sonrisa triste, pero también reconfortante: "No necesitas decir nada, Sirius. Sé lo que sientes, vives dentro de mí". No supo si la vampira realmente lo había pensado o era un delirio suyo, pero comprendió que era verdad. Mantuvieron la vista fija en el otro, deseando que esa fuese su última imagen del mundo. Apenas escuchaban ya las explosiones de la batalla, ni los gritos angustiosos de Harry. Solo existían ellos dos. Hasta que Voldemort volvió a hablar:
—Aunque pensándolo bien... —empezó el mago oscuro con fingida preocupación— No será tan bonito, creo que morir decapitada lentamente no puede ser agradable. Pero tus gritos serán deliciosos...
Bellatrix vio con horror como Voldemort levitaba uno de sus propios cuchillos. El arma se aproximó a ella, que seguía rodeada por una serpenteante cuerda de fuego, hasta posarse sobre su cuello. Sintió la hoja de acero frío sobre su piel, en un movimiento lento, casi una caricia, que prometía que aquello sería agónico... Desde luego esa no era la muerte que habría elegido Bellatrix. Vio como Sirius chillaba desesperado y se esforzó en sonreír una última vez. Optando por acelerar los acontecimientos una vez más, Voldemort invocó una estaca de madera y la arrojó contra el corazón de la vampira.
Bellatrix sentía mucho dolor, el corte en el cuello era cada vez más profundo y el fuego entorno a su cuerpo succionaba la poca fuerza vital que le quedaba. Notaba heridas que le quemaban en la piel, le pitaban los oídos y lágrimas de sangre caían de sus ojos. Pero aún así, intentó abrirlos para averiguar por qué la estaca de madera no había logrado alcanzarla.
—Finite —susurró una voz lejana que, sin embargo, debía estar a muy pocos metros.
La luz del sol desapareció y el cuchillo que acosaba a Bellatrix cayó al suelo. Pudo entonces liberarse de la cuerda de fuego y arrojarla contra Voldemort que chilló espantado. Intentó arrastrarse hasta Sirius, pero estaba tan mareada que cada movimiento era un infierno. Ni siquiera reconoció a quien los estaba ayudando, a quien mantenía alejados a Voldemort y a los hombres-lobo. Una figura encapuchada se había aparecido pese a los hechizos antiaparición y sin que ningún contendiente pudiese frenarla.
—Ni se te ocurra tocar a mi hija —se escuchó, esta vez más claramente, una voz de mujer.
Sonaba profunda y a la vez lejana, como si viniese de otra época. Pero estaba ahí. Bellatrix alzó la vista, pero la tenía de espaldas y no podía verle la cara. Aún así, tenía claro que, fuese quien fuese, no se trataba de su difunta madre. Su sorpresa se multiplicó cuando vio como Voldemort, con los ojos desorbitados, caía al suelo ejecutando una especie de reverencia patética. Al momento el hechizo asfixiante que mantenía sobre Sirius perdió su efecto. Viendo que su humano favorito estaba bien, Bellatrix cerró los ojos y se sintió en paz al perder la consciencia. Sirius se arrastró a toda velocidad hacia ella, incorporándola y abrazándola junto a su pecho:
—¡Bella, Bella! —gritó intentando taponar la herida de su cuello— No te mueras, por favor... Quédate conmigo...
Recuperó su varita y murmuró todos los hechizos sanadores que conocía. Ninguno funcionó. Entonces lo recordó: la magia de los magos no funciona en vampiros, ni con sol ni sin él. Únicamente de forma indirecta. Por eso Voldemort había tenido que usar un cuchillo y no un avada y una cuerda ígnea en lugar de un conjuro petrificante. Empezó a llorar desesperado, sin saber qué hacer. Desgarró su propia camisa e iba a intentar vendarle las heridas, cuando la figura se giró hacia él.
—No va a morir, puede curarse a sí misma.
Sirius no la miró, apenas la escuchó... su vista seguía fija en Bellatrix. Se le ocurrió una idea de distinta naturaleza:
—Diffindo.
Tenía domino de sobra como para que el conjuro seccionador le hiciera en el brazo un corte meramente superficial, pero igualmente sangrante. De inmediato lo acercó a la boca de Bellatrix, dejando que las gotas resbalaran entre sus labios.
—Venga, Bella, por tu humano favorito... —le suplicó.
Tardó unos segundos, pero pronto la vampira empezó a succionar con suavidad. Sirius se enjuagó las lágrimas para enfocar mejor y comprobó que el corte en el cuello de Bellatrix se iba haciendo menos profundo. Del mismo modo, las quemaduras eran ya apenas visibles. Sintió un gran alivio y miró a la desconocida. Esta se bajó la capucha. Su cabello era negro azabache y largo hasta la cintura; sus ojos eran verde esmeralda y su piel blanca y delicada como la porcelana, pero a la vez con venas marcadas, como si el tiempo la hubiese atravesado. Era alta y esbelta y parecía pertenecer a una época muy lejana.
De no haber conocido a Bellatrix, hubiese sido la mujer más hermosa que Sirius había visto. Ya la había visto antes. En cuadros, libros de texto e incluso cromos de ranas de chocolate... La última vez fue en uno de los posters del club de vampiros. En su día le llamó la atención: ¿por qué en un bar de vampiros —raza que detesta a los magos y los considera inferiores— veneraban a una bruja? No era posible...
—¿Morgana? —preguntó con absoluta incredulidad.
La mujer asintió con un anticuado gesto de cabeza. Después, se giró hacia Voldemort. El Señor Tenebroso la había reconocido nada más sentir su presencia, por eso se había postrado ante ella. Era la bruja oscura más poderosa y afamada de todos los tiempos. Se creía que Merlín la asesinó hacía muchos siglos, pero al parecer no fue del todo preciso...
—Soy el origen mismo de las artes oscuras, no puedo morir. Inventaron historias sobre mí, se me relacionó con muchas familias... Porque nadie quiso aceptar la verdad, les infundía terror que fuese posible.
Su voz sonaba nublada, como en un sueño. Todos la escuchaban víctimas de un embrujo procedente del mismo corazón de la magia. Nadie hubiese sido capaz de pronunciar palabra, ni mucho menos replicar.
—Mi padre fue el origen del mito, el mismo conde Drácula, príncipe de los Cárpatos y emperador de la noche. Y mi madre... Mi madre fue la diosa de la magia, la hechicera que lo transformó en murciélago cuando osó pisar su isla. No se enamoraron, no estaba en la naturaleza de dos seres guiados por la voluptuosidad y la perversidad. Tampoco debió haber sido posible que se reprodujeran juntos, pero me tuvieron a mí. Nadie supo que Drácula y Circe tuvieron una hija antes de que él regresara a Transilvania y ella al placer de sus maquinaciones. O, más bien, nadie quiso creerlo posible.
Era como si el tiempo se hubiese detenido o, acaso, como si tuviese el poder de detenerlo.
—Pertenezco a ambas razas, poseo la magia de las brujas y los poderes de los vampiros. Llevo siglos equilibrando los actos oscuros de este mundo. Merlín intentó matarme, pero... el mal es necesario para que exista el bien.
—Mi Señora... —balbuceó Voldemort extasiado.
—Tú... Te elegí desde que fuiste concebido, tenías grandes aptitudes para ser un mago tenebroso y al principio así fue. Pero años después nació alguien mejor que tú. Y la mataste por la espalda en mi propio bosque sagrado. Pese a eso, te permití vivir. El mal debe seguir existiendo. Pero en caso de incurrir el mismo error, firmarías tu condena. Desde hace una década Bellatrix es hija mía. Así que has encontrado tu hora, Tom Sorvolo Ryddle.
Morgana alzó la mano y una luz negra surgió de ella; como una bandada de murciélagos, rodeó a Voldemort apresándolo en la oscuridad. No obstante, cuando la luz remitió, el mago parecía indemne. Sirius empalideció ante la idea de que ni la propia Morgana pudiese matarlo. Cuando la maga levantó la mano del mismo modo y, sin apuntar a Nagini, esta estalló en mil pedazos, Voldemort lo comprendió. Chilló con pavor mientras Morgana repetía el proceso con Harry. El chico se tambaleó y algo oscuro salió de su cuerpo dejándolo a él sin fuerzas, pero indemne.
—¿Acaso dudabas que pudiese destruir tu alma aun estando fragmentada en los más remotos lugares? Lo imposible no guarda relación conmigo. Pero sí contigo. Ya no te queda nada, ya no eres nada, Tom.
—¡No! ¡No, por favor!
Voldemort suplicó con un patetismo que ningún elfo doméstico hubiese igualado. Su rostro se contorsionó en una mueca llorona y descompuesta. Y así, profundamente humillado, se enfrentó a su mayor miedo: la muerte. Ardió entre llamas negras durante varios minutos en los que sus gritos fueron poesía para cuantos le escuchaban. Ese es el embrujo del mal: logra corromper el alma y hacer disfrutar hasta a los seres más puros. Nadie se avergonzó por haber gozado con aquello. Los días del Señor Oscuro habían terminado.
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