8. «Haciendo» ciencias naturales
Al día siguiente me levanté más temprano de lo que es decente, porque el pendiente de hacer algo bonito para Astrid en su cumpleaños, era más poderoso que las ganas de recuperar horas de descanso.
La noche anterior había tomado nota mental de las cosas que tenía en el refrigerador y en la alacena, así que decidí prepararle el desayuno con lo que había disponible.
Mientras buscaba cubiertos entre sus cajones, en uno de ellos encontré globos y serpentinas, mismas que tomé prestadas para adornar el comedor.
Cuando Astrid se despertó y salió de su habitación para ir al baño, me encontró sirviendo el desayuno. Cinco minutos más me hubieran venido fantásticamente para terminar de prepararlo todo, pero me encogí de hombros y sonreí:
—¡Sorpresa! —dije, sosteniendo el sartén en una mano y la espátula en la otra.
Ella vestía una pijama que consistía de blusa delgada de tirantes y unos bóxers. Tenía el cabello revuelto y los ojos muy chiquitos. Se rascó los párpados y, al entender lo que estaba sucediendo, sonrió.
—Dame dos minutos —pidió y se apresuró hacia el interior del baño.
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—¡Qué bonito está todo! —dijo, más despierta, cuando caminó hacia el comedor.
Tomó asiento y se inclinó sobre el plato para oler su desayuno.
—¡Feliz cumpleaños! —Le dije.
—Gracias —respondió, antes de comer su primer bocado.
Yo la observé en silencio por unos instantes, complacida conmigo misma al verla disfrutar su desayuno.
—No recuerdo la última vez que alguien me preparó de comer en mi cumpleaños —dijo, después de su tercer bocado—. Y yo que pensaba que no había modo de superar el regalo que me diste anoche —suspiró.
Un calor bonito colmó mi pecho.
—¿Tu mamá no te preparaba tu comida favorita en tu cumpleaños? —Entonces recordé que mi mamá no cocinaba y compuse mi frase—. Mi mamá le pide a doña Landy que me prepare alguna de mis comidas favoritas en el mío.
—Soy la hija de en medio —respondió—. Perdí la atención de mi mamá a mis cuatro años, cuando nació mi hermana menor.
El tono duro en su voz me comunicó que su historial familiar no era fácil. Eso explicaba por qué no había mencionado esa parte de su vida en ninguna de nuestras conversaciones.
—Y la poca que conservé, la terminé de perder cuando me descubrió explorándole el cuerpo a una compañera de la secundaria en lugar de estar trabajando en nuestro proyecto de Ciencias Naturales.
—Técnicamente, estabas haciendo Ciencias Naturales —dije.
Ella sonrió.
—¿Cuántos años tenías? —pregunté.
—Once, más o menos.
—Qué precoz.
Su sonrisa cambió y pude leer claramente que esa no había sido su primera experiencia. La interrogué con la mirada.
—Mi primer beso con una niña fue a los diez —concedió—. Y con un niño, un mes antes de cumplir los diez —remató.
—¿Y besaste a más niños después de haber besado a una niña?
—Hartos —intentó ocultar una sonrisa cargada de picardía—. Nunca me he limitado, Emilia ni en el amor, ni en el gusto. He tenido novios y novias por igual.
Levanté una ceja.
—Incluso, durante unos meses, mientras estudiaba la carrera, estuve en una relación con un hombre y una mujer al mismo tiempo —Encogió los hombros—, fue bonito mientras duró. Lo que quiero decir es que no le pongo etiquetas ni obstáculos al amor. Si tengo sentimientos hacia una persona, permito que fluyan y ya. Lo que te dije respecto a las limitaciones, en mi caso particular, aplica para las relaciones también.
—A mí nunca me han atraído los hombres —confesé—. Desde que tengo uso de razón me han gustado las chicas; aunque no me atreví a decirlo hasta que tuve dieciséis años, por miedo a que mis papás me dijeran que era una muy pequeña para saber lo que quería.
—Te lo pudieron haber dicho a cualquier edad —dijo—. ¿Cómo reaccionaron?
—Mejor de lo que hubiera esperado. No es como que lo hayan celebrado, pero tampoco me maltrataron. Mi papá se quedó callado, caminando en círculos por más o menos una hora mientras mi mamá me hacía preguntas —Hice una pausa, recordando—. Ninguna de sus preguntas fue ofensiva ni tampoco estaban dirigidas a poner en duda lo que les estaba compartiendo; me dio la impresión de que lo que quería era comprender lo que había en mi interior, y por ello, le estaré eternamente agradecida.
—¿Cambió su relación contigo después de que les dijeras?
—Sí, pero de la manera más sutil: me dieron más espacio, más autonomía. Si les decía que iba a salir a bailar o al cine, no me preguntaban con quién, solamente me pedían que me cuidara, que no regresara muy tarde y que les llamara si necesitaba que fueran a recogerme, sin importar en dónde estuviera.
—Siempre me han caído bien —dijo Astrid—, pero ahora me caen mejor.
—No te voy a mentir, a veces me he preguntado si eran sus ganas de no saber, de no ver... pero la mayoría del tiempo elijo pensar que me aceptan y me quieren sin condición.
—De mis conversaciones con ellos, Emilia, puedo asegurarte que están muy orgullosos de ti. Cuando hablan de ti, se les hincha el pecho —dijo, con completa convicción—. ¿Y qué pasó cuando les presentaste a tu primera novia?
—Nunca he tenido una —Bajé la mirada hacia mi plato, intentando ocultar el ligero rubor que sentía manifestarse en mis mejillas.
No estaba convencida de querer decirle las razones, pero sabía que Astrid estaba a punto de preguntármelas.
—¿Qué? ¿Por qué? —Su rostro me decía que su sorpresa era genuina.
—Porque nunca nadie me ha interesado lo suficiente para retener mi atención —dije, cuidando mis palabras para no decirle que ella era la primera y la única persona de la que me había enamorado—. No importa qué tan guapa sea, si la persona que me gusta no tiene tema de conversación, si es egocéntrica: lo cual es más común de lo que esperaba en gente de mi edad, o si no tiene planes para su futuro... pierdo el interés en la primera cita.
—¿No crees que eres demasiado exigente? —Frunció el ceño—. A tu edad deberías estar experimentando, después de todo, no estás buscando a alguien para quedarte con ella para siempre.
—Sí estoy buscando a alguien con quien quiera quedarme para siempre —respondí, antes de procesar que estaba haciéndolo en voz alta, pero ya que estaba ahí, me seguí de largo—. No quiero pasar años besando sapos y correr el riesgo de confundir una relación decente con el verdadero amor de mi vida.
—Ahí está de nuevo esa rigidez —suspiró.
Hubiera querido decirle que esa rigidez era la que me había llevado hacia ella. Que ella era la persona con la que estaba dispuesta a estar para siempre. Que quería entregarme a ella en cuerpo y alma, que ambos ya eran suyos, y solo hacía falta que decidiera reclamarlos.
Nos sostuvimos la mirada en silencio. Ella, con una expresión ligeramente condescendiente; yo, retándola a que rebatiera mi punto. Leticia era un claro ejemplo de una relación que era una completa pérdida de tiempo.
—Hay relaciones que comienzan despacio y con el paso del tiempo se convierten en grandes historias de amor —aseguró—. Si bien es cierto que sucede pocas veces, toda la gente que entra y sale de tu vida, por breve que sea su estadía, te deja algo: alguna lección, alguna clase de crecimiento personal y emocional.
No respondí. Solamente levanté una ceja.
—De mínimo te enseñan dos que tres posiciones sexuales interesantes —dijo, con tono juguetón, para relajar la atmósfera.
Me reí.
—Entonces el amor de mi vida va a tener que enseñarme todo lo que haya aprendido a lo largo de su vida —respondí, más por llevarle la contraria que cualquier otra cosa.
Astrid chasqueó la lengua. Tomó mi plato vacío, lo colocó sobre el suyo y se puso de pie para llevar ambos a la cocina. Regresó con dos platitos, cada uno con una rebanada de su pastel de cumpleaños.
No se sentó después de dejarlos sobre la mesa, sino que caminó hacia el tocadiscos para poner el vinilo que le había regalado. So What comenzó a sonar y ella regresó a la mesa meneándose al compás de la canción.
—¿Qué pasó cuando tu mamá te descubrió? —pregunté en cuanto tomó asiento.
—Me puso una regañiza que duró hasta que mi papá llegó del trabajo —Astrid tomó un bocado de su pastel—. Él me dijo que lo que había hecho estaba mal. Que yo era muy pequeña para entender mis actos, pero que no debía volver a hacer algo así. Me hizo jurarle que no volvería a pasar.
—¿Religiosos?
—No, pero son bastante conservadores.
—¿Y qué hiciste?
—Les dije lo que querían escuchar y aprendí que a partir de entonces tendría que ser extremadamente cuidadosa de en dónde y con quién hacía lo que se me antojase hacer.
—Muy inteligente —dije.
—No sé si inteligente sea la palabra adecuada, pero siempre me mantuve atenta a las lecciones que la vida me estaba enseñando.
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Cuando terminamos de comer nuestras respectivas rebanadas de pastel, nos acomodamos en el sofá.
—¿Qué quieres ver? —preguntó, encendiendo el televisor.
—Tu película favorita de la adolescencia —dije, bromeando, con la esperanza de atinarle a algo divertido.
—Dista mucho de ser una obra de arte —respondió, entrecerrando los ojos, como queriendo asegurarse de que en verdad quería eso.
Me encogí de hombros.
—¿Qué te hace pensar que la tengo en mi colección?
Le dirigí una mirada en la que esperaba que ella leyera: «te conozco mejor de lo que crees». Se rió, moviendo la cabeza de manera positiva. Caminó hacia su colección de cintas en VHS y tomó una de las películas. La colocó en el reproductor mientras me lanzaba la caja vacía.
—Te vas a arrepentir de lo que pediste —amenazó.
—Pide al tiempo que vuelva —Leí en voz alta—. ¿Clark Kent y la Doctora Quinn? —pregunté, horrorizada—. Ya me estoy arrepintiendo desde ahora.
—Lo que Javier no te dijo, es que el terror era mi segundo género favorito; de adolescente era una romántica sin control.
—Ni modos, yo pedí este castigo —Me persigné.
Se sentó a mi lado, sosteniendo el control remoto de la videocasetera y le dio Play.
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Cuando la película acabó, Astrid apagó la tele y me miró, buscando mi reacción.
Me tapé el rostro con las manos —No me obligues a decirte lo que pienso —rogué—. Es tu cumpleaños y no quiero arruinártelo.
—Sabía a lo que estaba arriesgándome.
Bajé las manos hasta cubrir solamente mi boca. Ella insistió.
—Es horrible, es absurda —contesté.
—No ha sobrevivido bien al paso del tiempo —dijo.
Abrí la boca, pero me obligué a callar.
—Continúa —Ella me hizo un gesto con la mano—. Con confianza.
—Su teoría de viajar en el tiempo por medio de la hipnosis no tiene sentido: no puedes transmutar masa a través de las décadas por mucho que entrenes tu mente. Si así fuera, los budistas serían expertos viajeros en el tiempo.
—Quizás lo son —respondió ella, jugando—, en secreto.
—Además, Richard llega a 1912 y se adapta al instante, no tiene problemas para navegar las costumbres de siete décadas de diferencia con la suya.
—A lo mejor leyó mucho sobre esa época —justificó ella, con el mismo tono juguetón.
—No sentí química entre los personajes y, lo que más me molesta, es que ese supuesto gran amor entre ellos, que es lo que los une a través del tiempo, surgió de un acostón... de una noche de pasión y ya.
—El amor actúa en formas misteriosas —refutó ella.
—Ese es Dios, o por lo menos, el de los católicos —La corregí.
Astrid soltó una carcajada. El teléfono comenzó a sonar. Ella miró su reloj.
—Debe ser Leticia, quedamos en que nos llamaríamos para vernos en la tarde —dijo, antes de levantar el auricular.
Me puse de pie para ir a la cocina y darle un poco de privacidad. Estaba terminando de lavar los platos cuando la escuché despedirse.
—La voy a ver a las cinco —dijo, sin muchas ganas.
—Entonces ya me voy, para que tengas tiempo de arreglarte —Le dije.
Fui a la habitación a cambiarme y a recoger la mochila en la que había cargado sus libros. Cuando regresé a la sala, ella estaba sentada en el sofá. Me acerqué para darle un beso en la mejilla y me vi tentada a intentar atinar a sus labios accidentalmente, pero no me atreví.
—No te pierdas —dije.
—Tú tampoco —respondió.
¿Cuál era tu película favorita de la adolescencia? Comienzo yo, para que no te de pena abrir el corazón XD (se valen gustos culposos, por supuesto).
La mía era «Ghost» y mantuvo su posición de primer lugar por bastantes años hasta que fueron llegando otras que la desbancaron.
Les dejo la portada de la película que vieron Astrid y Emilia; cómo me imagino el estilo de las pijamas de Astrid y el tipo de decoración, improvisada pero bonita, que Emilia logró hacerle con lo que encontró en el cajón de la cocina XD
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