25. Angélica, Vera y Natalia
Me tomó meses dejar atrás el amor tan profundo que sentía por Astrid; y quizás un año completo dejar de pensar en ella cuando escuchaba una canción, leía un libro o veía fragmentos de alguna película que sabía que formaba parte de su colección.
Cuando por fin me convencí de estar curada de mi mal de amores, decidí que era hora de salir a probar alguno de los cientos de sabores de helado que estaban esperándome allá afuera; pero durante los siguientes cuatro años de mi vida, las novias que tuve, me dejaron siempre por la misma razón: mi evidente discapacidad para amar.
Entonces comencé a temer que en mi intento de apagar la sección de mi corazón en la que habitaba Astrid, había entumecido, involuntariamente, mi facultad de sentir algo profundo por otras personas.
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Mi primera relación fue con Angélica, una chica que trabajaba en el área de diseño de la misma cadena hotelera que yo. Era una persona tan amena, que podía pasar horas platicando con ella sobre cosas completamente irrelevantes, y aun así sentir que había pasado una velada inolvidable.
Angélica y yo nos conocimos en una reunión de trabajo en la que estuvimos intercambiando miradas y sonrisas coquetas. Ese mismo día, solo unos minutos después de haber recibido la minuta de la reunión, en la que estábamos copiados todos los participantes, recibí un correo de ella, en el que me preguntaba algo sin importancia que pudo haberle preguntado a cualquier otra persona.
Le respondí de inmediato y aproveché para hacerle una pregunta igualmente irrelevante, con el único propósito de mantener viva la conversación. El intercambio de minucias duró un par de semanas, hasta que me animé a invitarla a tomar un café.
Unos meses más tarde, cuando los coqueteos por parte de ambas se volvieron descarados, la besé mientras bailábamos en un club y comenzamos a salir oficialmente.
Apenas cinco meses más tarde, Angélica me dijo que llegar a mi corazón era una tarea imposible; que ella estaba clavándose muy seriamente conmigo, pero podía palpar claramente la barrera que me apartaba del mundo, y se respetaba demasiado como para ir a estrellarse contra ella.
Acepté la responsabilidad que me correspondía y le aseguré que ella no era el problema; que ella merecía a una persona que pudiera amarla con esa maravillosa disponibilidad que poseía para entregarse en cuerpo y alma.
Prometimos mantener una amistad, pero esta se fue diluyendo con el paso de las semanas. Al cabo de un tiempo: buenas compañeras de trabajo, era el único término que en realidad podía describir lo que había quedado entre nosotras.
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A inicios del 2004, el encargado del desarrollo del sitio web de la cadena hotelera dejó el puesto de imprevisto y entonces tuve la oportunidad de demostrarle a mi jefe que podía encargarme de esa área. Contento con los resultados, me ofreció el puesto de manera permanente y encontró a alguien para remplazarme en el área de programación de los sistemas internos.
Como parte de mis nuevas responsabilidades, era necesario que me mantuviera en contacto constante con el área de eCommerce de la agencia de viajes encargada de crear nuestras campañas publicitarias digitales, y así fue como conocí a Vera.
Vera era una mujer altamente capacitada en temas que muy pocos comprendíamos por aquellas épocas. Era eficiente, talentosa y era tan puntual, que en más de una ocasión le dije que se podría sincronizar un reloj suizo con base en ella.
Cuando la cadena hotelera se empeñaba en hacer peticiones disparatadas de última hora, Vera lograba producir campañas de gran calidad profesional en tiempos de entrega imposibles, y yo la admiraba por eso.
En una ocasión en la que las exigencias de la campaña fueron extremadamente injustas, le prometí compensarla llevándola a cenar.
—¿Estás coqueteándome? —preguntó, en nuestra ventana de chat, agregando una carita que guiñaba un ojo.
—No lo sé, ¿eres guapa? —respondí.
—Mis exnovias dicen que sí —contestó.
Y yo sentí un cosquilleo de curiosidad.
—¿Y tú? —preguntó, al no obtener respuesta.
—Mis exnovias dicen que sí —dije, copiando su frase al pie de la letra.
—Dame tu dirección y paso por ti a las ocho —propuso.
Cuando Vera pasó por mí esa noche, descubrí que, en efecto, era muy guapa. Lo que nunca imaginé era la case de torbellino que era; no sabía estarse quieta por cinco minutos, y además, le encantaba ser el centro de atención, por lo que nunca pasaba desapercibida, a donde quiera que fuera.
Vera era muy distinta a mí, y por un momento, entretuve la idea de que a lo mejor eso era precisamente lo que necesitaba en mi vida.
Por desgracia, lo único que teníamos en común eran el trabajo y nuestra pasión por las nuevas tecnologías para web; cuando agotábamos ambos temas, no teníamos gran cosa de qué hablar. A ella le aburría escucharme elaborar sobre literatura, películas y videojuegos. De igual manera, mi mente se iba a pasear por el espacio sideral cuando ella comenzaba a contarme sobre lo bien conectada que estaba, sobre los bares y clubes que más le gustaban, o sobre las borracheras impresionantes que se había puesto con sus amigos en sus épocas estudiantiles.
No tardé en descubrir que lo que más le gustaba era apantallar a la gente que la rodeaba, así que comencé a percibirla como una persona superficial con quien podría divertirme solamente por un tiempo limitado.
Siete meses más tarde, cuando me dijo que me amaba y yo no logré responder con una oración coherente, terminó conmigo. La semana siguiente, le pasó la cuenta de la cadena hotelera a un compañero suyo que era un absoluto flojonazo; un tipo que nunca cumplía con los tiempos de entrega de las campañas y quien me ocasionó múltiples dolores de cabeza.
De ella aprendí una lección muy valiosa: no volver a involucrarme con gente que pudiera complicar mi vida laboral.
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El resto del 2004 y gran parte del 2005, me entregué de lleno a mi trabajo, tomando cursos para mejorar mis habilidades y también adquiriendo conocimientos nuevos por mi cuenta.
Mi escaso tiempo libre lo dedicaba a mis papás. A veces, acompañaba a mi mamá al club de tenis; en ocasiones, los invitaba a cenar, o simplemente llegaba a su casa con una botella de vino y nos sentábamos en la terraza a platicar.
Una semana antes de que cumpliera los veinticinco años, mientras cenábamos juntos, mi mamá hizo el favor de avisarme que estaba organizando una fiesta para mí, la cual se celebraría ahí, en su casa.
—Invité a varias de nuestras amigas del club —dijo, emocionada, refiriéndose a sus amigas, con las cuales yo había terminado conviviendo por añadidura desde que frecuentaba el club para pasar tiempo con ella.
—Gracias —Fue lo único que se me ocurrió responder, porque no quería ser grosera con la mujer que además de haberme parido, me amaba incondicionalmente.
—También va a venir Natalia, ¿te acuerdas de ella?
Negué con la cabeza.
—La hija de Selma —El grado de emoción en su voz me decía que estaba convencida de que eso lo explicaba todo, pero yo me encontraba en el mismo grado de ignorancia que antes.
—La señora Cedeño —intervino mi papá, soplándome la respuesta.
La señora Cedeño era la esposa de uno de los compañeros más pedantes de mi papá, pero era una mujer muy agradable a quien me daba gusto ver en las raras ocasiones en las que asistía a los eventos de la farmacéutica.
Con Natalia, su hija, solamente había convivido en una ocasión: una década atrás, cuando cumplió los dieciséis y mis papás me habían obligado a acompañarlos a su fiesta.
«Karma», pensé, con cierta malicia: «A mí me obligaron a padecer una fiesta suya y ahora su mamá la va a arrastrar a una fiesta mía». Sonreí, encontrando un cierto placer en esa revancha.
La sonrisa sostenida de mi mamá gritaba a los cuatro vientos que había más información que no me estaba otorgando.
—¿Qué? —pregunté.
—Natalia es lesbiana y está soltera.
—Ma', por favor —rogué—, no necesito que me consigas novia. Además, Natalia es igual de soberbia que su papá; no es el tipo de persona con la que podría verme teniendo ni siquiera una amistad.
—Eso fue en la adolescencia, ahora tiene los pies bien puestos sobre la tierra y es una persona divina —aseguró—. Tú hazme caso, conócela y luego me dices si me equivoqué como casamentera.
Mi papá sonrió antes de acercar su copa de vino a sus labios.
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Aunque me costó aceptarlo, mi mamá no se había equivocado. La Natalia adulta distaba mucho de la adolescente que conocí. Esta Natalia era sencilla, preocupada por el planeta y entregada a su trabajo en la conservación de especies marinas en peligro de extinción. Era una mujer fascinante a la que podía escuchar hablar por horas sin aburrirme.
Durante mi fiesta de cumpleaños —la cual fue en realidad una reunión bastante aburrida con seis señoras del club— Natalia y yo terminamos platicando en nuestro rincón de la mesa, bajo las miradas ilusionadas de nuestras respectivas madres.
Pocos días después, comenzamos a salir.
Ser novia de Natalia implicaba ser una persona físicamente activa y versada en ecoturismo para poder seguirle el paso. Algunas de nuestras primeras citas involucraron: senderismo, visitas a las grutas del área, nadar en cenotes, hacer tirolesa y pasear la laguna en kayak.
Algunas semanas más tarde, me llevó a la reserva de la Biosfera de Sian Ka'an, explicándome sobre los esfuerzos de conservación que se llevaban a cabo ahí. Me llevó a bucear en los arrecifes de Puerto Morelos: hogar de matarrayas, tortugas marinas y tiburones, contándome que era el segundo sistema de arrecifes más grande del mundo, después de la Gran Barrera de Coral en Australia. Y también visitamos Felipe Carrillo Puerto para conocer la comunidad maya que producía miel de abeja melipona.
Aprendí tanto de Natalia y su conexión con la naturaleza, que llegó el momento en el que no podía recordar cómo era mi relación con la misma antes de conocerla.
Cuando llevábamos un poco más de un año juntas, me sentía tan cómoda a su lado, que comencé a considerar que era hora de mudarnos juntas, quizás adoptar un gato o un perro, lo que ella quisiera... y fue entonces que terminó conmigo.
—Puedo sentir lo mucho que te gusta estar conmigo, Emilia —dijo—. Puedo sentir tu admiración, tu respeto y cuánto te diviertes a mi lado; sé cuánto te gusto, sé cuánto me deseas... pero no me amas.
Suspiró, se encogió de hombros, chasqueó la lengua, comunicándome que lo consideraba una verdadera lástima.
—Llevo meses repitiéndome que es cuestión de tiempo —confesó—, que algún día me amarás... pero no puedo prolongar más una relación que va a romperme el corazón tarde o temprano. Merezco más que ser el premio de consolación de alguien.
Natalia tenía razón. La quería, la deseaba, pero no la amaba; y ella merecía ser amada intensamente, profundamente, enteramente.
—Creo que lo más sano sería dejarlo hasta acá para poder quedar como amigas —remató, poniéndole punto final a nuestra relación con la misma elegancia y facilidad con la que hacía todo lo demás.
Yo acepté sus términos y me disculpé por no haber podido darle lo que necesitaba.
A diferencia de mis dos relaciones anteriores, con Natalia sí conservé una amistad bonita y sana; y apenas unos meses después de haber terminado, durante un viaje que hicimos a Tulúm, presencié el momento exacto en el que conoció a la mujer que se convertiría en el amor de su vida.
Y me alegré por ella.
Al final, no me pude esperar 3 días para dejarles éste. @The_Mora29 dejo a tu criterio si les fue mejor o peor con este capítulo, yo quiero creer que mejor, pero bien podría estar equivocada.
Para quienes no lo sepan, Vera es un personaje bastante nefastito de «Persiguiendo espejismos», no es de gran peso en esa historia, pero se me antojó traerla para recalcar que la vida lésbica de Cancún en la década de los 2000 era una burbuja demasiado pequeña en la que terminabas siendo exnovia de alguna de las exnovias de tu novia actual. Era cosa bien común y muy fea.
Natalia me cae bien y sé que en los próximos capítulos se abrirá paso en el corazón de varias de ustedes. Si les llega a conquistar, a lo mejor y me animo a hacerle su propia historia, siento que tiene mucho para dar.
Aquí les dejo unas fotitos de más o menos, cómo me imagino a cada una:
Ahora sí, nos leemos en tres días.
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