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15. Treinta y cinco besos

—¿De verdad así vas a ir vestida? —Lucía me interrogó con su mirada tanto como con sus palabras y su tono despectivo.

Ella llevaba un vestido corto y zapatos de tacón, mientras que yo iba con una blusa casual, jeans y zapatos bajos.

—La fiesta es en su casa —respondí, caminando de largo hacia el auto sin prestarle mucha atención—. Nadie va elegante; en todo caso tú estás demasiado arreglada para la ocasión.

—¿Cómo voy a lograr que se enamore irremediablemente de ti, si no haces un esfuerzo? —Me siguió de cerca, deteniéndose únicamente para ponerle llave a la puerta del frente.

Mi contestación fue un resoplido cansado; el resultado de las dos semanas intensas de entrega de proyectos y trabajos finales del semestre.

—Si el doctorcito vino elegante y guapo, te voy a castigar con el látigo de mi desprecio el resto de la noche —amenazó mi amiga cuando estacioné a media cuadra de la casa de Astrid.

—Si el doctorcito se puso irresistible, tu desprecio será el menor de mis problemas —contesté, bajando del auto para abrir la cajuela y sacar el regalo.

Mientras caminábamos hacia la casa, pude escuchar más tumulto del acostumbrado. Incluso la música era distinta, en lugar del rock alternativo que Eduardo generalmente ponía, sonaba música para bailar. Había tanta gente, que la acera y la cochera rebosaban con pequeños grupos de personas bebiendo y platicando.

Entramos, diciendo «hola», «buenas noches» o tan solo saludando con un movimiento de nuestras cabezas, según la situación lo ameritaba.

—Ahora vuelvo —dije, cerca del oído de Lucía, cuando pusimos pie dentro de la casa.

—¿A dónde vas?

—A dejar el regalo en la habitación de Astrid; no me estoy muriendo de ganas de pasear por toda la casa con esta cajota en las manos.

Ella asintió.

Cuando regresé a la sala, Lucía estaba muy entretenida platicando con tres personas. No reconocí a ninguna.

—Hola —dijo la voz de Astrid detrás de mí.

—Feliz cumpleaños —respondí mientras le daba un abrazo.

—Esta vez vienes acompañada —Miró a Lucía.

—Estamos fusionadas por la cadera desde el asunto del hospital —confesé, sonriendo.

La banda está en el patio, como siempre —Fue su respuesta.

La noté un poco distraída, buscando entre la gente con la mirada.

—¿Todo bien?

—Estas fiestas tan concurridas no son lo mío, pero Javier insistió en que cumplir 35 es un hito que no debería pasar desapercibido —Astrid tornó los ojos—. Invitó a tanta gente, que no supo detenerse en amigos y conocidos —Negó con la cabeza, acercándose a mi oreja antes de seguir hablando—. La casa está plagada de mis exparejas.

—¿Quiénes son? Muéstrame —dije, entretenida.

Ella volvió a negar con la cabeza.

—No podría señalártelos a todos; pero puedes asumir que el cincuenta por cierto de los hombres y mujeres que no conoces, lo son.

Me llevé la mano a la boca para intentar cubrir la sonrisa burlona que se dibujó en ella. Astrid hizo una mueca y me empujó ligeramente con su brazo.

—Astrid, feliz cumpleaños —dijo Lucía, acercándose con los brazos abiertos.

—Gracias —respondió ella, correspondiendo el abrazo.

Su mirada se desvió al ver a dos mujeres platicando.

—No, no, no —dijo.

—¿Dos personas que no deberían intercambiar historias? —bromeé.

—Exacto y esto no va a acabar nada bien si no hago algo al respecto —Nos miró brevemente—. Están en su casa, diviértanse —Y entonces fue a interrumpir la conversación.

Tomé a Lucía de la mano y la conduje hacia el patio para presentarla con la banda. Mi amiga fue un éxito instantáneo, así que nos quedamos con ellos por largo rato.

—¿Alguien quiere tomar algo? —ofrecí, no porque estuviera siendo amable y servicial, sino porque quería un pretexto para ir a la cocina para espiar qué hacía Astrid.

Lucía y Aura pidieron vino, los demás estaban contentos con la cantidad de alcohol que tenían en sus respectivos vasos.

Entré a la cocina y tardé mucho más tiempo del justificable en servir las dos copas de vino. Mis ojos hicieron un escaneo completo de la sala y el comedor: el doctor no estaba en la fiesta.

Por otro lado, Astrid estaba enfrascada en una conversación, aparentemente muy divertida con un desconocido. «¿Será un ex?», me pregunté.

—¿Se te perdió el refrigerador? —Se burló Javier detrás de mí.

Negué con la cabeza.

—¡Ah! Eso —dijo, siguiendo la dirección de mi mirada—. Tengo razones para justificar la que, de otro modo, parecería una decisión bastante irresponsable —aseguró.

Lo miré con cierto rencor.

—No me odies, te prometo que no es lo que parece.

Me crucé de brazos, esperando. Él miró hacia un lado y luego hacia el otro; después se acercó más a mí, para poder conservar un volumen discreto en su voz.

—Mi diosa está al borde de tomar una decisión pésima y yo... —Se detuvo, suspiró, negó con la cabeza—. Emilia, contigo no tengo que andar por las ramas, así que te lo voy a decir como es: Astrid está considerando seriamente comenzar una relación con el doctor y no vamos a permitirlo porque al tipo se le puede ver a leguas lo controlador, chantajista y machista que es.

Fruncí el ceño. Tenía una plétora de preguntas, pero no estaba en mis planes interrumpir aquella confesión.

—Astrid es la única que no parece darse cuenta, sepa Dios por qué —Javier se tocó el puente de la nariz—. Y, aunque no estamos orgullosos de ello, ninguno de nosotros está dispuesto a dejarla cometer un error de ese calibre nuevamente.

—¿Y qué es esto? —Señalé hacia la sala y el comedor.

—Un recordatorio de malas decisiones previas —Se rascó la nuca haciendo una mueca—... que se me salió por completo de control. La verdad es que no pensé que tantos de ellos aceptaran venir.

Abrí la boca para decir algo, pero me quedé en blanco. No sabía ni por dónde comenzar a decirle lo mal que estaba que se metieran en las decisiones de alguien más.

—¿Y el doctor por qué no vino? —pregunté, finalmente.

—Viene cuando acabe su turno —Javier miró su reloj—. No estoy seguro de a qué hora es eso, pero Astrid dijo que llegaría tarde.

«Maravilloso», pensé: «Astrid no únicamente está rodeada de sus antiguos amores, sino que el más reciente hará acto de presencia en cualquier momento».

—Esto es una locura —dije, más para mí que para él—. Si el tipo es tan nefasto como dices, Astrid nunca consideraría tener algo serio con él. Deberías tenerle más fe.

—Yo pensaba lo mismo —dijo la voz de Aura detrás de nosotros—. Hasta que una conversación de la semana pasada me convenció de lo contrario.

Lucía estaba con ella. Ahora estábamos los cuatro metidos en la cocina. En ausencia absoluta de palabras, decidí extender una copa hacia ella y la otra hacia Lucía.

—¿Cuánta de esta gente es ex de Astrid? —preguntó Lucía.

—Doce —respondieron Aura y Javier al mismo tiempo.

—¿Doce? —repetí, sorprendida.

—Doce exparejas... Astrid sí que sabe como divertirse —En el rostro de Lucía había únicamente admiración.

—Y eso que cinco no vinieron —dijo Aura—, incluida Leticia, la más reciente.

—¿También invitaste a Leticia? —Miré a Javier con una mezcla de incredulidad y desprecio.

—Leticia era un Plan B en caso de que nadie más viniera —dijo, intentando demostrar su arrepentimiento en su tono y en el modo en que encogió los hombros—. Pero ni siquiera se dignó a responder al mensaje que dejé en su contestadora.

Arrebaté la copa de vino de las manos de Lucía y me la empiné. Luego se la entregué, medio vacía. Ella colocó su mano sobre mi hombro, negando con la cabeza.

—Tú la necesitas más que yo —dijo, devolviéndomela.

Y aunque pensé que se refería al shock de haber descubierto la cantidad de personas con las que Astrid había mantenido una relación sentimental, estaba a punto de enterarme de la verdadera razón detrás de sus palabras.

—¿Hora de comenzar la Fase II? —preguntó Javier mirando a Aura.

Ella asintió con un movimiento sutil de su cabeza. Javier respiró profundamente antes de lanzarse hacia la sala en busca de Astrid. Aura se acercó al centro de entretenimiento para bajarle el volumen a la música. Lucía y yo nos quedamos en donde estábamos. Lucía posó su brazo izquierdo sobre mis hombros.

Javier llegó hasta donde estaba Astrid y la condujo al centro de la sala, bajo la mirada atenta de los presentes. La gente que estaba en el patio se acercó a la puerta de la cocina para enterarse lo que estaba pasando en cuanto Javier había comenzado a decir:

—¡Señoras y señores, solicito un momento de su atención, por favor!

Astrid negó con la cabeza. Lo que sea que Javier estaba a punto de anunciar, ella lo sabía y estaba padeciéndolo con anticipación.

—Hará cosa de veinte años, mi diosa y yo hicimos un pacto —Se miraron por un instante. Después, él regresó los ojos hacia su audiencia—, en el que prometimos que ambos celebraríamos nuestro cumpleaños número 35 de una manera muy específica. Algunos de los presentes son testigos de que yo cumplí con mi parte del trato hace unos meses. Ahora le toca a Astrid.

Javier hizo una pausa dramática mientras un murmullo corría entre las voces de los invitados. Miré a Lucía, ella negó con la cabeza. La expresión en su rostro sentenciaba: «esto no te va a gustar nadita».

—Para quienes no lo saben: la meta es alcanzar treinta y cinco besos de treinta y cinco personas distintas.

Las reacciones fueron variadas: algunas personas se rieron, otras dieron negativas rotundas, otras aplaudieron o chiflaron.

—Pero este reto no es para los débiles de corazón. Si van a decidir ayudar a la cumpleañera a cumplir su meta, no pueden venir a darle un piquito inocente; tiene que ser un beso-beso —Javier enfatizó la palabra con ayuda de un ademán en el que formó un puño—; bien dado y bien recibido.

El murmullo se hizo escuchar nuevamente. Javier abrió ambas manos hacia la audiencia.

—Para que no queden dudas, les voy a dar una demostración de lo que estamos buscando esta noche.

Javier se acercó a Astrid, colocando su mano izquierda en la nuca de esta y la jaló gentilmente hacia él, acercándose hasta que sus labios se encontraron en un intercambio corto pero intenso que me hizo perder la fuerza en las rodillas.

La audiencia aplaudió y gritó.

—¡Uno! —gritó Javier, al apartarse de Astrid.

Una mujer que estaba sentada en el sofá se puso de pie, caminó hacia Astrid y le plantó un beso tan profundo y atrevido, que pensé que le arrebataría el aliento y la vida en el proceso.

—¡Dos! —gritó, la mujer después de una eternidad.



Espero que dusfruten este capítulo y el siguiente, porque de verdad que cómo me divertí escribiéndolos. Hace ya algunos añitos, una amiga argentina pidió sus 35 besos en su cumpleaños #35... en su caso no era algo planeado, sino algo que se le ocurrió en el momento, en una fiesta en la playa con fogata.

Hasta el día de hoy me sigue pareciendo una verdadera lástima no haber llegado a esa fiesta por estar ocupada con unos asuntos personales... buuuu, me la perdí.

¿Qué es lo más loco que han pedido en un cumpleaños?

Nos leemos prontito.

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