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Capítulo 7

Si aún está en tu mente,
aún está en tu corazón.
-Paulo Coelho.

Después de que Nana se la pasó riñendome en todo el camino de regreso a la casa, apenas llegamos me encerré en mi habitación. No necesito más sermones.

Termino de aplicarme perfume y salgo sigilosamente del cuarto para ir a la oficina. No pienso pasar por la cocina a desayunar. No, de seguro Nana sigue molesta por lo de anoche y, definitivamente ninguno de sus reclamos hará que deje de desear a Iliana. No hasta que la tenga debajo de mí, gimiendo mi nombre y temblando en mis brazos mientras se corre por mis embestidas. ¡Demonios! Debo dejar de imaginarla desnuda, eso me tiene muy mal.

Subo al auto al mismo tiempo que Nana se asoma en la puerta principal y niega con la cabeza. Sabe que estoy huyendo de ella.

Antes de ir a la oficina, me desvío para llegar al edificio de Iliana. Debemos hablar de lo que sea que esté pasando entre nosotros. Necesito saber qué tan en serio es su relación con James y si cambia algo el que tenga sentimientos por mí. Aunque ciertamente no sé si tiene sentimientos por mí. Una cosa es el deseo y otra los sentimientos.

Estaciono frente a su edificio y bajo, cerrando el auto con el control. Saludo al portero del edificio, y agradezco que me haya visto anoche con Iliana, ya que gracias a eso no me pregunta a quién vengo a ver. Al contrario, me dice amablemente el número de su apartamento y el piso. Le agradezco una vez más y subo al elevador. Marco el piso número 6 y espero a que las puertas se cierren.

Imagino que Iliana sigue en su casa. De no ser así, de seguro el portero me lo hubiera dicho, ¿cierto?

Suspiro al volver a abrirse las puertas del ascensor. Camino hasta detenerme frente al apartamento 36.

Toco dos veces y espero. Ningún ruido se escucha del otro lado así que vuelvo a tocar dos veces más. Ahora sí se oye un quejido, seguido de un voy.

—Pelirrojo —susurra sorprendida al verme.

—Algodón —digo en respuesta. Suspira. Mira un momento hacia adentro de su apartamento y luego me devuelve la mirada.

—¿Quieres pasar? —pregunta tímida. Alzo una ceja. ¿A qué se debe esa timidez?

—No conduje desde el otro extremo de la ciudad para que hablemos desde el pasillo. Entonces sí, sí me gustaría pasar —confieso. Gira los ojos y se hace a un lado, cediendome el paso—. Gracias. Me gusta mucho tu decoración —admito. Y no miento. Todo es entre colores verde menta y morado claro.

Las cortinas van dejando el color de un tono morado oscuro a uno más claro. Sé que conozco el nombre para ese tipo de estilo, pero ahora mismo no lo recuerdo. Tiene un sofá en forma de L de color blanco y la alfombra va a juego con la cortina. En definitiva, me gusta mucho. Es muy femenino y a la vez juvenil.

—Gracias. ¿Quieres té o café? —cuestiona, caminando hasta lo que supongo es la cocina. La sigo.

—Té está bien, gracias —acepto al llegar. Los electrodomésticos son todos de color negro. Cosa que me encanta. En mi casa son del mismo color. Los gabetines son blancos y contrastan con la pared morada—. Creo adivinar que te gusta mucho el morado —comento. Sus mejillas se vuelven rojas.

—Qué gran detective eres, Sherlock —se burla. Río.

—Ya ves, tengo buen ojo para descubrir cosas —admito. Suspira lento. Sirve el agua caliente en una taza y coloca adentro un sobre de té. Me lo entrega, colocando la taza sobre un plato.

—¿Azucar? —inquiere. Niego con la cabeza. Revuelo el sobre, sosteniendolo por el pequeño cordón que sobresale de él—. ¿A qué viniste, Xavier? —Hago una mueca con el rostro. Me relajo inmediatamente y bebo un sorbo de mi té.

—Me debes un beso, dulzura —le recuerdo. Suspira y evita mi mirada, dándose la vuelva para servir otra taza de té.

—No te debo nada —sentencia.

—Creo que me debes más que un beso. Empezando por el hecho de decirme qué es lo que haremos ahora —insisto. Se da la vuelta y me enfrenta. Veo lo nerviosa que está cuando intenta revolver su té, pero su temblorosa mano no se lo permite y cae dentro del agua caliente el cordón. Me levanto enseguida como un resorte y busco entre las gavetas hasta que encuentro una cuchara de postre. Con cuidado, la utilizo para revolver su té y sacar el cordón.

—Gracias —reconoce, estando muy cerca de mí. Me inclino hacia ella, acariciando su rostro en el proceso. La veo cerrar los ojos un segundo, tiempo suficiente para quitar mi mano y subirla en la barra con cuidado de no tumbar ninguna de las dos tazas. Chilla de sorpresa—. ¿Qué haces? —Su voz es solo un susurro.

—Dime que no me deseas y entonces me obligaré a mantener mis fantasías solo en mi mente y te dejaré en paz —suplico. Iliana comienza a respirar entrecortado. Siento su cuerpo temblar entre mis manos puestas en su cintura.

—No podemos hacer esto y lo sabes —declara. Ruedo los ojos.

—No te pregunté si podíamos o no. Quiero saber si me deseas. Porque yo te deseo, Iliana. Deseo poder sentir tus fluidos en mi boca. La humedad de tu vagina envolviendo mi pene mientras te embisto sin control. Deseo poder adueñarse de tus pezones. Torturarlos con mis dientes, mis manos, con todo lo que puedan torturarlos. Quiero hacerte gritar mi nombre mientras me pierdo en tu interior justo aquí y ahora —declaro. Si su respiración antes era irregular, ahora creo que ha dejado de respirar por completo. Me mira ansiosa.

Ella no responde nada. Cansado de esto y aplicando un consejo que me funcionó en la universidad, alejo mis manos y camino hasta la entrada. Justo antes de que abra la puerta, me sostiene del brazo, jalando de mi cuerpo para que la vea. Enseguida se lanza sobre mí y atrapa mi boca. Me cuesta entender lo sucedido, pero al hacerlo, ahueco sus nalgas con mis manos, presionandola contra mí y siguiendo el vaivén de su lengua con la mía.

—No puedes decir eso y luego irte. Definitivamente no puedes hacerlo —sentencia contra mis labios al separarnos.

—¿Qué quieres de mí, algodón? —inquiero. Suspira viéndome a los ojos.

—Quiero que me hagas todo eso que dijiste. Empezando con hacerlo sobre esta puerta ahora mismo —zanja. Sonrío satisfecho.

—Tus deseos son órdenes, dulzura —sentencio.

La dejo nuevamente en el suelo y en un segundo ya está desnuda salvo por una tanga de encaje rosa. Suspiro. Tiene unas tetas perfecta y un tatuaje de letras alrededor de una.

—Sigues muy vestido, pelirrojo —acota. Sonrío.

—Desnudame —ordeno. Coje aire, caminando lentamente hasta a mí. Deposita sus manos sobre mi saco y lo quita, dejando que caiga por mis brazos.

—Eres demasiado ardiente, pelirrojo. No debería ser legal que seas tan sexy. —Rio bajito. Nunca me habían halagado tanto.

—Me encanta tu cuerpo y tus ojos, algodón. Muero por probarte y descubrir si cada parte de ti es tan dulce como tu voz —confieso.

—Solo si primero me dejas probarte a ti. —Dicho eso, se coloca de rodillas y baja rápidamente mi pantalón. Siendo eso lo único que le faltaba quitarme. Además de la corbata, pero creo que ella no tiene intenciones de que me la quite. Gruño cuando libera mi miembro y tras una mirada lujuriosa a mis ojos, humedece sus labios y se lo lleva a la boca.

—¡Mierda! —gruño, apenas su boca se envuelve alrededor de mi pene. Lo introduce todo en su interior y lo saca con un jadeo. Repite eso un par de veces.

A🌙A

Qué comiencen los juegos del hambre 😂

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