Capítulo 2
Tengo unas cuántas lágrimas atoradas en la garganta. Tengo miedo de que si las expulso, mate a alguien, y si me las trago, me maten a mí.
-Lagrimas de un Lord.
Llego al hotel donde me citó James, camino directamente hasta el restaurante del mismo.
Busco a James con la vista, pero no lo veo. Le envío un mensaje diciéndole que ya estoy aquí, pero no me responde. De seguro viene manejando. Camino hasta la barra, pero en medio del recorrido veo una cara familiar. Algodón de azúcar. Una sonrisa se forma en mis labios al verla. Parece que ella también está esperando a alguien porque mira a todos lados.
Sin pensarlo, camino hasta ella. Me paro justo a su lado, levanta la vista y enfoca sus ojos en los míos. ¡Rayos!, sobrio se ve aún más hermosa.
—¿Hola? —Suena más a pregunta que ha saludo. Me aclaro la garganta para saludarla bien—. Hola, ¿me recuerdas? —inquiero. Suspira y asiente lentamente.
—El borracho —acierta. Río bajo.
—Ese soy yo, y tú eres Algodón de Azúcar —comento. Arruga el rostro, moviendo la nariz como con asco.
—No me digas así —pide. Chasqueo la lengua.
—Me gusta como suena, y me gusta decirte así. Eres muy dulce, me recuerdas a un enorme algodón de azúcar rosa. —Bufa.
—¿Esa es tu estrategia de coqueteo o hoy también estás borracho? —Golpe bajo, dolió. Río.
—Estoy muy, muy sobrio y consciente de mis palabras. Y no intento coquetear contigo, si lo intentara, ya estuvieras encima de mí —sentencio. Alza una ceja, desafiante. Sonrío prepotente.
—Si creer eso te hace feliz, sigue soñando entonces —se burla. Río de nuevo. Me estoy divirtiendo..., aún no sé el porqué.
—¿Me invitarás a sentarme o no? —Cambio el tema. Mira la silla vacía delante de ella y luego a mí. Lo repite varias veces. Alzo las cejas en busca de una respuesta.
—No, la verdad es que no quiero hacerlo. Estoy esperando a mí prometido, así que si no te importa... —Se calla, dejando en el ambiente la invitación a que me vaya. Niego con la cabeza. ¿Por qué insisto? No tengo idea, pero su mirada me tiene atrapado aquí y no puedo moverme. Me tiene inmovilizado.
—Mejor te acompaño hasta que tu prometido llegue. No puedo permitirme que te quedes esperando sola. Además, yo también estoy esperando a mi amigo. Podemos esperar juntos —propongo. Sin esperar su respuesta, me siento frente a ella. Me mira mal.
—¿Siempre eres así de atrevido? —inquiere. Tiene las cejas levemente fruncida. Sonrío.
—En realidad no, pero si quieres que sea más atrevido, por ti puedo serlo —susurro seductor. Se echa hacia atrás en su asiento, rodando los ojos. Pero claramente puedo ver que se ha ruborizado. Un camarero se acerca a nosotros para pedir nuestra orden—. Una botella de vino está bien, estamos esperando a alguien más —le respondo, ante el silencio de Algodón de azúcar.
—Deja de mirarme —pide, luego de un rato. Sonrío.
—No importa cuán arisca te muestres, dulzura, sé que eres un algodón de azúcar por dentro —sentencio. Me mira mal. He perdido la cuenta de todas las malas miradas que me ha dedicado hoy.
—No soy ni dulzura ni algodón de azúcar. Me llamo Iliana —zanja. No respondo enseguida porque el camarero regresa con vino tinto, lo sirve en ambas copas y le pido que deje la botella en la mesa—. ¿Piensas emborracharme? —acusa. Río.
—Mucho gusto, Iliana. Yo soy Xavier, pero puedes decirme como quieras. Yo seguiré diciéndote Algodón de azúcar, me gusta ese apodo para ti —confieso. La escucho tomar aire—. Y no, no estoy tratando de emborracharte, eso solo sería posible si ninguno de nuestros acompañantes llegan. —Le dedico mi mejor mirada seductora y ella ríe. Toma la copa y la choca con la mía.
—Se me ocurren muchos apodos para ti en este momento —admite. Alzo una ceja intrigado—. Atrevido, entrometido, borracho, confiado, ¿sigo? —Asiento, complacido. Debo ocultar la diversión que me causa, llevando la copa a mis labios para no reírme. Ella niega con la cabeza, como si quisiera apartar algún pensamiento.
—Vamos, Algodón de azúcar, no te cohíbas. Te prometo de que mi corazón está listo para recibir tus mejores golpes, lo único que no podría resistir es que lo prives de tu presencia. —Vuelve a girar los ojos.
—Y coqueto, por supuesto que no podíamos dejar ese apodo por fuera. ¿Siempre eres así de coqueto con las mujeres comprometidas? —interroga. Dejo la copa en la mesa para volver a llenar antes de responderle. Señalo la suya y asiente. La lleno de igual manera.
—No con todas. ¿Qué clase de hombre sería si hiciera eso? Pero tú eres diferente —reconozco. Iliana ríe con ganas.
—Vale, no puedes ser un cazanova. No con ese repertorio tan malo de frases. ¿Ahora que sigue? ¿Decirme que nunca habías visto a una mujer tan linda como yo? —Alza una ceja, retándome a contradecirla. Sonrío.
—Por supuesto que he visto mujeres más hermosas, la diferencia es que tú sabes que lo eres y eso te da cierta ventaja sobre ellas. Mírame, me tienes aquí atontado preguntándome cómo sabrá este vino de tus labios —confieso. Me mira intenso. Creo que gané este round—. Respira, dulzura, no dejes de respirar —pido, notando que no lo está haciendo. Como arte de magia, suelta todo el aire acumulado. Sonrío.
—En serio, tienes que dejar de decirme dulzura o algodón de azúcar, estoy comprometida, ¿lo recuerdas? —Me enseña el anillo en su dedo anular.
—Es un hermoso anillo, aunque yo no podría en tu cuerpo otra joya que no sea rubí o esmeralda. Eres un diamante en bruto, no necesitas más diamantes, déjaselo a los que son brutos. Ellos sí necesitan diamantes para brillar. —Suspira.
—Bueno, vas mejorando con las palabras —reconoce, haciéndome reír.
—¿Me he ganado el beneficio de cenar contigo hoy? Por lo visto, nos han dejado plantado a ambos —comento, viendo a todos lados. James no se ha dignado ni siquiera en enviarme un mensaje o llamarme. Por supuesto que tampoco es como que me importe. Estoy bien acompañado.
—Sigo esperando a mi prometido, estoy segura que algo tiene que estarlo retrasando. Voy a llamarlo. —Sin más, saca su celular y marca un numero, momento después se lo lleva a la oreja. No demora ni cinco segundos antes de apartarlo de su oído y mirarlo mal—. Me envía a buzón. Creo que se quedó sin batería. Quizás no ha salido de la empresa —murmura más para ella, que para mí.
—No tienes que cenar conmigo si no quieres. Puedo llevarte a tu casa al menos —propongo. Levanta la mirada, clavando sus hermosos ojos azules en mí.
—No vas a detenerte hasta que acepte, ¿cierto? —Sonrío altanero mientras asiento. Suspira. Se toma todo el vino de su copa, levantándose al mismo tiempo—. Hagamos esto de una vez. —Me coloco de pie rápidamente, saco suficiente dinero de mi cartera y lo dejo en la mesa sin importarme si alguien más lo toma. La sigo afuera.
—Ese es mi auto —digo, señalando mi ultima adquisición, un Camaro. Levanta una ceja en mi dirección.
—¿Orgulloso? —inquiere burlona. Asiento convencido.
—Por supuesto que sí —admito. Ríe bajo al tiempo que abro la puerta para que entre. Lo hace.
Rodeo el auto mientras desabrocho los gemelos de mi camisa y subo las mangas un poco.
Coloco el auto en marcha luego de que me da su dirección. El camino se vuelve un poco incomodo, hay una atmósfera creada que no logro descifrar. Incluso, me veo obligado a bajar la ventana de mi asiento, puesto que el aire adentro amenazaba con consumirme. El calor es muy intenso.
—¿Caliente? —La miro buscando en su rostro algún indicio de coqueteo de su parte. No es que me moleste, pero sé que está comprometida. aunque ciertamente eso no es algo que me importe.
—¿Estás coqueteando conmigo, dulzura? —replico. Su mirada cambia de juguetona a una mezcla de seriedad y vergüenza.
—No me atrevería. Estoy comprometida, ¿lo olvidaste? —Me muestra nuevamente su anillo. Rio, estacionando frente a su edificio. Me percato que no es un mal lugar, de hecho, es una buena zona y el edificio es bueno.
—Déjame averiguar con el tiempo lo que eres o no capaz de hacer sin importar tu compromiso —susurro bajo. Veo como contiene el aire y luego lo suelta lentamente. Sonrío satisfecho.
—Gracias por el aventon —dice, abriendo la puerta del auto para bajar. Me bajo igual y sostengo su brazo antes de que entre al edificio. Se gira, mirándome a los ojos, por un segundo veo como su vista se detiene en mis labios y vuelve a subir a mis ojos—. Suéltame —pide. Me acerco más a ella.
—¿Qué pasaría si no quiero soltarte? —replico. Soltando su brazo para ahora sujetarla por la cintura, pegándola más a mí. Su aliento choca contra mi rostro al botar el aire.
—Xavier —advierte, desviando la mirada de mis ojos.
—Dime a los ojos que quieres que te suelte y lo haré —declaro. Sus ojos encuentran los míos. Yo desvío la vista a sus perfectos labios rosados. Quiero besarlos.
—No lo hagas —susurra suplicante. Suspiro.
—¿Por qué no? —interrogo. Está por responder cuando una mujer sale del edificio llamando su atención.
—¡Oh! Hola, Iliana, ¿cómo has estado? —La mujer se detiene justo a nuestro lado. Gruño bajo, soltando a Iliana. A diferencia de lo que quiero hacer, dejo un beso en su frente y doy unos pasos lejos de ella. Veo como respira entrecortado.
—Buenas noches —saludo a la mujer que dañó el momento—. Te veo luego, dulzura —prometo. Iliana desvía la mirada de mí y la enfoca en la mujer a su lado. De mala gana, regreso al auto. Lo enciendo y me encamino a mi casa.
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