Capítulo 3: Café con sal.
—Cuando vuelvas, yo invito los tragos ¿Cómo va todo por allí...? Oh, Víctor es un genio. A veces está demasiado estresado porque tiene que llevarse trabajo extra a su casa; creo que el Sr. Martens lo exige demasiado. Conmigo se lleva bien. Pero no puedo ni mencionar a Denis, es como decir Voldemort.
Atardecía fresco en Bruselas. El televisor estaba encendido en el canal de noticias, bajito, como para que hiciera ruido y sirviera de compañía.
Gary estaba sentado en el comedor de su apartamento, tecleaba en la laptop con los auriculares puestos. Había varias carpetas acumuladas al centro de la mesa y algunos papeles al alcance de su mano derecha.
—¿Denis?, está muy tenso, han pasado tres días y no tiene ni idea de qué presentar para su primer columna. Le dije que se relajara un poco e hiciera lo de siempre, pero siente que no es suficiente. Lo normal.
La puerta principal se abrió de golpe y el mencionado apareció, adelantando una bolsa blanca, la cual enseñó a su primo cuando se dio la vuelta.
—¡Denis! —saludó con entusiasmo—. Tengo que colgar, te llamo mañana, te quiero —dijo a la persona del otro lado de la línea y presionó el botón al centro del micrófono de sus auriculares.
—Traje la cena —Dejó la bolsa sobre la mesa, corriendo las carpetas hacia un extremo—. ¿El mal encarnado te manda tarea? Seguro te pega con su látigo si no terminas a tiempo.
Gary le reprochó el comentario con una mirada severa. Corrió el laptop a un lado y puso los papeles sobre el teclado. Su primo sacó una bebida de la heladera, colocó dos vasos en la mesa y abrió el paquete que traía dos sandwiches kebab con papas fritas.
—Te queda un día para entregar la columna, ¿ya pensaste en algo?
—Creo que tengo una idea... —contestó Denis con una sonrisa.
...
Aún no había tocado su taza de café. Cambió el portalápices de un lado a otro, dos veces. Miraba a sus camaradas por encima de la computadora portátil y dejaba la vista fija en la puerta de la oficina de Víctor; lo hizo varias veces. Pasaron tres horas desde que había entregado su primer columna por correo electrónico.
Era algo corto y conciso, apegado a los temas que había repartido Víctor. La sección era "opinión". Tomaban temas de interés y elaboraban opiniones subjetivas, aunque bien informadas. Luego las enviaba al correo de la sección y eran corregidas, corroboradas y maquetadas para su publicación en físico y digital.
Denis pasó los primeros tres días leyendo e investigando sobre discriminación laboral, con un poco de picardía de por medio, la misma que ahora lo tenía alerta, observando de vez en cuando hacia la puerta de la oficina de Víctor. Tenía dos opciones: su primo corriendo hacia él pidiendo que desapareciera de la faz de la tierra antes de que se desatara el infierno; o Víctor, desatando el infierno.
Julia Becher lo miraba con terror desde el otro lado de la sala, había leído su columna; acostumbraba a leerlas todas para estar al tanto de que los temas usados fueran los correctos, ese era su trabajo.
Tenía treinta y dos años, era soltera y vivía en un apartamento pequeño en medio de Bruselas, con un gato gris llamado Polmo. En su escritorio, además de papeles, envoltorios de chocolates, y la acostumbrada taza manchada de café; había un retrato de Polmo. El susodicho también estaba de fondo de pantalla de la computadora y del celular, en distintas poses, lo que dejaba en evidencia su inmenso amor por el animal, o su limitada vida social. Ambas cosas. Julia dedicaba su vida entera a su adorada mascota, al trabajo, y a su madre; en ese orden exacto.
Denis le mostró una sonrisa tonta, a la cual Julia respondió devolviendo la mirada a la pantalla de su computadora, nerviosa, y creída de que si le mostraba simpatía, Víctor asumiría que era un complot y acabaría por despedirla.
La puerta de la oficina se abrió de golpe, asustando a todos. Víctor salió caminando a grandes zancadas hacia Denis, con un papel en su mano derecha. Gary lo siguió segundos después, preparado para evitar la masacre. Cuando estuvo frente a él, se lo arrojó con fuerza hacia la cara, a lo que Denis reaccionó sorprendido. Atajó el papel y lo extendió para poder leerlo. Víctor se apoyó sobre su escritorio con una mano en la cintura y otra sobre la mesa.
"Un error no amerita un insulto
¡Violencia y más violencia, discriminación laboral!, ¿puede un empleado cometer un error, o llegar tarde al trabajo? ¡Las personas tienen una vida además de su trabajo!, sin embargo, este tipo de agresiones se sufren todos los días en cualquier ámbito laboral, y no se debe dejar pasar. Desde los jerarcas, imponiendo miedo con amenazas de despido; hasta los propios subordinados, corrompidos muchas veces por la envidia o la necesidad de escalar trepando sobre la cabeza de sus propios compañeros.
Hace un par de días me topé con una situación de este tipo en un excelente restaurante de Bruselas, el magnífico Le Chou; el cual, debo agregar, me sigue deleitando con sus deliciosos platos gourmet. Había un hombre al fondo del local, esperando a una mujer. Cuando llegó, este hombre le reclamó que era tarde y que le había hecho perder el tiempo; y eso no fue lo peor, le ordenó que pidiera su comida y se mantuviera callada. ¡Bam! ¿Qué clase de actitud profesional es esa?, ¿acaso insultar a los empleados y trapear el piso con su autoestima detona en algo positivo para la empresa o el empleador? ¡No!, ¡odio y más odio!, resentimientos, estrés e infelicidad, nadie trabajaría feliz con una persona así, y si uno es incapaz de disfrutar lo que ama o elige hacer por culpa de las proyecciones personales de otros, el mundo se irá a la ruina del mal humor y el agotamiento mental. Nuestro error es recurrir al silencio y no a los derechos que tenemos como trabajadores (...)".
—¿Proyecciones personales?, ¿en serio, Reed? Esto es un ataque directo hacia mi persona —dijo Víctor con el ceño fruncido.
—No entiendo, ¿en qué momento hice referencia directa a alguien en particular? No puse nombres —dijo Denis, fingiendo ignorancia.
Víctor soltó una carcajada y se dio la vuelta, buscando a Julia con la mirada, quien había desaparecido segundos después de verlo salir enfurecido de la oficina. Como no la encontró, se volvió hacia Denis y apoyó ambas manos sobre la mesa, encimándose.
—Escuche, Reed, no sé qué está buscando, pero no se meta conmigo. Mi padre fue el que le dio el visto bueno y es una decisión muy cuestionable porque no hay ningún papel que lo acredite; así que no juegue con fuego o se irá por donde vino.
—¿Ve como tengo razón? Ahí está de nuevo, tiene la oportunidad y me dice que soy mal escritor porque no estoy graduado de ninguna academia y que me va a despedir si no me adecúo a su forma de trabajar —se quejó con falsa indignación.
—¡En qué momento yo le dije...! —Al notar que había alzado la voz, hizo unos segundos de silencio, centrándose—. ¿En serio te estás burlando de mí? —gruñó con los dientes apretados.
—Esa mujer no se merecía lo que le dijo, a cualquiera le puede pasar, ¿usted nunca se atrasó por un problema? Aún estaba llorando cuando llegué, usted no es quién para hacerla llorar así.
Denis se encogió de hombros, serio. Víctor se dio la vuelta, en parte porque no podía enfrentar ni un segundo más aquellos ojos claros que lo cuestionaban sin vacilar, y en parte porque su mal carácter estaba a punto de abrir la boca de nuevo.
Odiaba los regaños de su padre, siempre quería hacer todo a la perfección, no toleraba equivocaciones; y ahora un extraño lo regañaba por algo que no podía controlar. Lo que más le molestaba era que tenía razón, aunque fuera demasiado orgulloso para admitirlo en voz alta. Se había pasado. Estaba cansado, atareado, con el tiempo justo, y se desquitó con Julia. Sí, a cualquiera le podía suceder; él no manejaba bien su mal humor cuando estaba cansado. Julia no lo merecía, era una buena empleada aunque a veces se atrasaba con el trabajo.
—Gary, de ahora en adelante te encargarás de revisar lo que escriba el señor Reed; yo no quiero tener nada que ver con él —indicó a Gary, que asentía enérgico.
—Sí, por supuesto; no hay problema.
Cuando Víctor pasó por su lado, rumbo a la oficina, Gary le articuló a Denis un "¿quieres morir?" y lo siguió, sin poder creer que había hecho todo aquello adrede, para defender a una mujer que apenas conocía. ¿O más bien lo había hecho para desafiar a Víctor por haberlo despreciado cuando llegó a MH? Un poco de ambas. El resultado fue el silencio entre sonrisas compartidas por parte de sus camaradas, incluso de Julia, que salía de su escondite en el baño y volvía a sus tareas.
Denis se regocijó por su victoria, tomó su taza de café y le dio un sorbo, escupiendo el líquido dentro de la taza inmediatamente al sentir un horrible sabor a sal.
Las luces del boliche, de colores vivos y diversos, revelaban figuras bailando en la oscuridad; sacudidos por el pop en inglés, que cruzaba océanos y se adueñaba de la juventud donde quiera que sonaba. Denis seguía a su primo entre la gente, con un trago en la mano, riendo divertido por sus comentarios.
—Santo cielo, Denis, si hubieras visto su cara cuando me pidió que imprimiera tu columna... Apretaba los dientes y te echaba maldiciones. —Soltó una risotada y le dio un sorbo a su vodka con limón—. No puedo creer que lo hicieras.
—Él se lo buscó, ¿no viste cómo me trató cuando llegué? —dijo Denis—. Y esa mujer... No se merece que le hable de ese modo. Cuando llegamos todavía estaba llorando.
Mientras hablaba con Gary, había puesto interés sobre una muchacha que estaba conversando con sus amigas junto a la barra. Tenía el cabello ondulado, castaño, y los ojos rasgados de color avellana. Le sonreía coqueta cuando cruzaban miradas, dejando claro que estaba interesada en lo que Denis quisiera proponerle.
—Mira, Denis, Víctor no es como piensas... No es malo —interrumpió Gary, captando su atención nuevamente—. Solo... —Midió sus palabras antes de continuar, no quería contar nada que Víctor le hubiera dicho en confianza—. Tiene días malos, como todos.
—¡Ay, por favor!, ¿por qué lo defiendes tanto?, ¿te gusta? No es excusa. Yo también tuve días malos y nunca le dije a ninguna de nuestras vecinas que eran unas viejas interesadas y metiches.
Llamó al bartender y pidió otro par de tragos.
—Te hubieras quedado sin trabajo... —comentó su primo.
—Exacto. Yo estaba en una posición desfavorable como empleado, y por eso tenía que tolerar un millón de cosas. ¿Por qué no decir las cosas como son? Ya estoy harto de callarme la boca.
Dejó el trago para acercarse a la chica que lo miraba con una sonrisa coqueta; pero antes de que se fuera, Gary lo sostuvo del brazo.
—Nos esforzamos mucho para llegar hasta aquí... —Denis volteó a mirarlo—. No lo arruines solo porque crees que no te lo mereces.
Le sostuvo la mirada, temblorosa y reflexiva. Era cierto, por momentos sentía que se estaba colgando del éxito de su primo, que nada era mérito propio, y eso lo hacía querer volver a casa. Tenía miedo de echar todo a perder.
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