Capítulo 2: Siempre hay ruido.
Eran las nueve de la mañana cuando conducía por la carretera, atravesando estancias y pueblos rumbo a su apartamento en la calle Livourne, en Bruselas, la capital de Bélgica.
Su primo Gary estaba sentado a su lado, con una sonrisa trancada desde la noche anterior. Toda aquella situación, de alguna manera, lo había convertido en el hombre más feliz del mundo, o al menos eso decía su cara.
—Nunca imaginé que el señor Martens nos fuera a contratar a los dos, ¡era mi sueño! No quería viajar a Bruselas solo; por eso elegí tu cuaderno como parte de mi exposición como corrector. Este era nuestro sueño de niños, no podía ser de otra manera.
—Entonces... lo corregiste —afirmó Denis, algo molesto de que modificara el recuerdo más valioso que le quedaba de sus abuelas—. ¿Lo rayaste mucho?
—No... no; bueno sí, aunque por encima, con un lápiz, y sólo algunas tonterías respecto a la gramática. No edité nada más, porque era tan auténtico, Denis... Siempre tuviste talento —dijo muy seguro de su evaluación personal—. No me cabía duda de que el Señor Martens también iba a notarlo.
—Eran viejas historias de viejos, Gary, les das demasiado valor. Realmente me esforcé mucho todo este tiempo para conseguir ser mejor escritor. Ahora tengo miedo de no encajar con la expectativa, ese niño apasionado ya no está, no sé si sigo siendo el mismo. No... —miró a Gary con una media sonrisa—, seguro no sigo siendo el mismo, comparado con ese niño, estoy oxidado.
—Si no fuera por ti, Monzón estaría vendiendo perros calientes en las calles de Bever. Fuiste tú el que le dio vida a ese periódico de mierda —comentó—, el tú de ahora. No seas tan pesimista.
Gary le palmeó el hombro y Denis sonrió, asintiendo. Su primo tenía razón, era un mal momento para acobardarse; estaba conduciendo hacia su futuro. Apretó el volante con la mirada fija al frente, respiró profundo y recordó sus ensayos, todo lo que había planeado escribir si alguna vez tenía la suerte de mudarse a Bruselas; lo que hace dos días atrás parecía algo lejano, no solo para él, también para su jefe y familia.
Una hora y varios minutos después se despidió de Gary dentro del ascensor del edificio. Acordaron desempacar, descansar un rato y luego ir juntos a MH, el edificio central, donde estaban las oficinas de los escritores y editores del DS.
Empujó la puerta de su habitación y enseguida colmó sus expectativas el estilo minimalista, acorde a su personalidad. La cocina estaba sobre el lado izquierdo, tenía una mesada corta y un refrigerador. Frente a la entrada había una ventana, y debajo un escritorio ancho en cuya esquina superior izquierda descansaba un jacinto turquesa en una pequeña maceta blanca. Le recordaba a su habitación de niño; solo que la vista daba a la calle y no al fondo cerrado de la casa de sus padres. A su derecha había dos sillones bajos, de color crema, enfrentados a una mesa ratona redonda, y sobre la esquina superior había una cama ancha, con varias frazadas dobladas sobre las sábanas blancas, junto a un guardarropa ancho y alto. Era tal como lo había visto en fotos, tenía todo lo que necesitaba para estar cómodo. Soltó las maleta a un lado de la cama y se dejó caer de espaldas sobre el colchón, esperando que Gary viniera a buscarlo; ya tendría tiempo en la noche para instalarse.
—Me muero de hambre, podríamos pasar por Le Chou, todavía tenemos una hora y media a favor —comentó Gary sonriendo en el asiento de acompañante de su auto—, es aquí a unas cuadras.
—¿Es bueno?
—La comida es deliciosa, me di el gusto de venir con unos amigos hace unos meses, ¡había una competencia de comer almejas!
—Qué asco... —hizo una mueca de desagrado y soltó una risotada.
—No sabes lo que dices, estaban deliciosas.
Denis estacionó el coche donde su primo le indicó. Puso el seguro automático a las puertas y se adentraron en el pequeño restaurante de fachada bordó. La decoración era fabulosa, las mesas se repartían hacia los lados en un pasillo amplio de paredes cargadas de cuadros que exhibían distintas temáticas: desde modernos, vintage, hasta contemporáneos y caricaturescos. Un espacio de libros y revistas en la entrada y otro al pie de un arco falso de ventana fue algo que lo conquistó por completo; ahora sólo restaba esperar que la comida le hiciera honor.
—¿Nos sentamos aquí? —preguntó Gary con la mano sobre el respaldo de una silla.
Habían varias personas disfrutando del almuerzo, otros de una conversación a través del humo de un café.
—Sí, aquí está bien —contestó y se quitó la chaqueta.
Un mesero se acercó a atenderlos, colocó dos manteles de cuerina y les ofreció los menúes.
—Jamás había venido a un lugar tan bonito —dijo Denis en tanto abría su menú—. Es el tipo de sitio que ves en Google, en publicidad o en videos de Youtube —se tuvo que reír al darse cuenta de que sonaba como un anciano—. Perdón, soy un bicho de cajón.
—Deja, eso es algo que extrañaba de ti. Dices lo que sientes aunque te avergüence —Se carcajeó sonoramente.
En el instante preciso en que Gary se escondió tras el menú para elegir su almuerzo, una mujer regordeta de anteojos redondos entró como un rayo, cargando varias carpetas.
Junto a la puerta que daba al patio trasero, al fondo del Le Chou, la esperaba un hombre alto de lentes negros. Llevaba una chaqueta azul marino, un chaleco en composé, y por debajo una camisa blanca con corbata color salmón. Llamativo como un personaje de Burton, y tan elegante como un actor de telenovela. Tenía el cabello recogido en un moño desprolijo; castaño claro, como los zapatos de vestir de Denis.
—Disculpe —inició intentando recuperar el aliento. Dejó las carpetas sobre la mesa y se sentó—, el tráfico era horrible y...
—No. Veinte minutos tarde, Julia. Veinte minutos. No tenemos tanto tiempo como para estarlo perdiendo, ¿verdad? —gruñó torciendo la boca. Dejó el libro a un lado y tomó las carpetas de forma brusca—. Te avisé ayer por la noche, Julia.
—Disculpe, no era mi intención, es que...
—"Es que", nada. Si no es tu intención, demuéstralo: esfuérzate, y ten tu trabajo al día.
—Eso haré, disculpe —dijo la mujer bajando la mirada con angustia evidente.
—Ah, bien, qué bueno —espetó con sorna—. Ahora pide algo de comer y quédate en silencio.
Denis se levantó lentamente, alzando las cejas a Gary, que lo miraba con sorpresa por encima del menú. El mozo se volvió a acercar, pero Denis pasó por su lado, caminando tranquilo hacia la desagradable situación que acababan de presenciar.
—No sé si sea tu novia o tu empleada, pero tuviste una actitud de mierda. No se trata así a nadie —soltó Denis junto a la mesa—. Deberías disculparte con ella.
Julia levantó la mirada con temerosa sorpresa. Trataba de contener las lágrimas para no quedar en ridículo frente a su jefe porque sabía que tenía razón en regañarla. Él le avisó con tiempo que había surgido una junta muy importante, y además, para su mala suerte, la sorprendió con trabajo atrasado de una semana. Nunca imaginó que se metería en problemas, ya que las juntas normalmente se hacían a fin de mes. Por lo mismo, apenas había dormido, así que no escuchó el despertador.
Apretó la boca y negó con la cabeza lentamente bajo la mirada atenta de su ignorante defensor.
—Denis, vuelve... —susurró Gary, escondiéndose detrás del menú al ver que el resto de los comensales se giraban a ver.
El hombre se sacó los lentes negros y se levantó de la silla. Era apenas un poco más alto que Denis. Apoyó una mano sobre la mesa y le dirigió una mirada afilada, tan clara y celeste como el cielo.
—Detesto a los tipos como tú, héroes de cuarta que creen que hacen lo correcto metiéndose donde nadie los llama —dijo con una voz tan calmada y gentil, que tensó el ambiente en un segundo.
—Pues yo detesto a los imbéciles que tratan mal a otras personas porque las cosas no salen como ellos quieren —contestó Denis cruzando los brazos sobre el pecho.
—¡Disculpen! —interrumpió Julia levantándose de su asiento—. De verdad es enteramente mi culpa: yo tenía que llegar temprano, tenía que tener esos papeles listos desde la semana anterior, y sin duda, no es necesario que hagamos de esto un problema. Por favor, podemos hacer el repaso final en la oficina.
El hombre no quiso seguir contestando a sus provocaciones; tenía demasiado trabajo y el tiempo contado. Le lanzó una mirada furibunda y en silencio tomó una mochila negra que había dejado a un lado de la silla para luego retirarse, pechándolo con el hombro en la pasada. Julia recogió todo a prisa y salió disparada detrás de él. Denis sonrió molesto, absolutamente indignado por el comportamiento de ese hombre. No podía creer que ella lo defendiera después de aguantar tal crueldad, pero entendía que quizá estaba protegiendo su trabajo. Él también tuvo que aguantar muchas cosas así en Bever para poder pagar las facturas a fin de mes.
Volvió a su mesa y se dejó caer en la silla, bufando.
—¿Estás loco? —rezongó Gary—. No puedes ir por ahí actuando como un... —Se frenó al darse cuenta de lo que iba a decir.
—Dilo, ¿como un pueblerino? Nadie aquí iba a hacer nada por esa mujer; prefiero ser un pueblerino —Alzó la mano para llamar al mozo.
—Realmente hay cosas que no cambian nunca... —reflexionó Gary y soltó un suspiro pesado.
Su primo era demasiado impulsivo, explosivo. Era el que siempre se imponía en todas las situaciones difíciles, como si de verdad fuera invencible; desde los bravucones en la escuela hasta los rezongos de sus padres malhumorados.
Terminaron su almuerzo entre anécdotas de infancia y risas que conmemoraban cada travesura. Habían dejado pasar mucho tiempo para tener esa necesaria reunión.
Denis no tenía hermanos, lo único parecido a un hermano fue Gary, y a pesar de que peleaban mucho de niños, la adolescencia y un pueblo pequeño con mucha gente adulta acabó por convertirlos en amigos inseparables. Sobre todo, compartían la misma pasión por las letras, los libros y la escritura. Fantaseaban con ser adultos y escribir juntos.
En su día de graduación, Gary le comentó que quería ser editor profesional; ya había conversado con su padre al respecto y luego de unas bien merecidas vacaciones, se fue a estudiar Lengua y Literatura alemana, nada más para empezar, a la Universidad Católica de Louvain, mientras que Denis se quedaba en Bever sin dinero suficiente para seguir sus pasos. Desde ese día solo hablaban por teléfono de vez en cuando, o compartían mensajes.
Cuando Gary por fin volvió, continuó expresando admiración por la forma de escribir de su primo igual que cuando tenía catorce años. Se fascinaba con sus historias y se conmovía con sus poemas. Le prometió que trabajarían juntos, que no volvería a irse de Bever sin él, sin importar cuántas ofertas de trabajo recibiera, no aceptaría ninguna que no incluyera a Denis, y cumplió; quizá por ese amor sincero que le tenía, o quizá porque sabía que Denis también había deseado ir a Louvain a estudiar y siempre sintió que lo traicionaba al dejarlo atrás. O quizá porque vio a Denis estancado, trabajando para aquel hombre desagradable que tenía una relación poco ortodoxa con su tía "la solterona", en un galpón que nunca se dignó a mejorar; viviendo en una casa vieja, pequeña, con un sueldo mediocre, en un pueblo mediocre. Denis no se merecía eso.
Volvieron a la comodidad del coche, conduciendo por fin hasta MH, con el estómago lleno de buenos recuerdos.
A la derecha vieron con entusiasmo la manzana del enorme edificio de cuatro pisos; pasaron por el estacionamiento buscando un lugar libre donde dejar el vehículo y luego sacaron las cajas con sus herramientas de trabajo del baúl.
Subieron un par de escaleras hasta el primer piso donde se toparon con una puerta de vidrio con manija de metal. Al otro lado se veía el gran salón poblado de escritorios, papeles, archivos y mucho movimiento de piernas y dedos. Denis contuvo el aliento, aterrado.
—¿Qué estás haciendo?, esto pesa —se quejó Gary y lo pechó con su caja.
—¿Estás seguro? —preguntó volteando hacia su primo con tal cara de susto que Gary abrió la boca indignado—, es decir... ¿es real? Nunca en la vida fui a una Universidad, ni siquiera debería estar aquí.
—¿¡Es en serio!? —chilló bajito entre dientes—. Toda la vida esperé por este momento, estuve demasiado tiempo buscando y rechazando MUY buenas ofertas para llegar aquí —lo estrelló contra la puerta con la caja—. ¡Claro que estoy seguro! Entra ahí de una vez.
La puerta se abrió llevándose la atención de ambos.
—No creo que ese sea el modo correcto de abrir una puerta —bromeó—. Soy Víctor Martens, el jefe de sección —se presentó con una sonrisa. Ambos hombres escondidos detrás de sus enormes cajas, no salían de la sorpresa; se asomaron sobre ellas con expresión de espanto—. Tú...
Sin lugar a duda, el hombre que los recibió era el mismo diablo que habían visto en Le Chou, y como si quisiera corroborar que no era un gemelo bueno, con voz amable y dispuesto, Denis buscó con la mirada a la otra mujer del restaurante, quien aún sollozaba, hundida tras una montaña de papeles. Todo era real. En ese momento Denis salió del ensoñamiento de estar rodeado de profesionales felices y comenzó a ver a los demás escritores y editores del salón, sudando preocupaciones.
"Santo cielo... en qué mierda me metí", pensó y el silencio encantador se volvió muy ruidoso de repente.
—¿Cuál de los dos es Gary? —preguntó Víctor de repente, esperando que no fuera ese hombre arisco y de malos modos que lo había enfrentado en el restaurante. El primo levantó la mano como si le hubieran pinchado el codo con un alfiler, y Víctor respiró hondo, aliviado—. Bienvenido, Gary, me dijeron que está más que calificado para ocupar el puesto como mi asistente personal, así que no se sienta presionado. Pase, su escritorio está junto al mío en mi oficina, por aquí.
Miró de arriba a abajo a Denis antes de seguir caminando con Gary tropezando tras él. Aquel gesto de desprecio fue como una patada directo a sus partes blandas. Su nuevo jefe lo odiaba, y con razón, pues lo había llamado imbécil apenas unas horas atrás. Optó por calmarse, intentando templar su carácter; porque enfrentarlo por segunda vez en su primer día de trabajo por una mirada bien justificada no era considerado "un buen comienzo".
—¿Qué hago yo? —preguntó Denis, sin disimular su fastidio.
Víctor se detuvo justo antes de entrar a su oficina, se mordió el labio por el tono desagradable con el que volvía a dirigirle la palabra. Volteó y lo observó con una sonrisa desdeñosa.
—Buscar un escritorio en el fondo e ir pensando cómo va a impresionarme, Reed; estoy bastante ocupado como para hacer algo que pueden hacer sus propios ojos.
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