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Shot Thirty Eight: El mes de las tormentas🍒

Canción sugerida: Out of the Woods por Taylor Swift

Era un hecho. Los preparativos se habían adelantado y el matrimonio de Matthew Halliwell nos traía contra reloj.

—Cambia de lugar esas luces. Sí, así quedará mejor ¿Ya rectificaste el filtro Pete? Perfecto. Tenemos que aprovechar la iluminación natural mientras sea posible.

—April… ¿podrías sentarte de una vez? Pete te entiende a la perfección.

—No estoy incapacitada para hacer mi trabajo, así que olvídalo.

—Después no te quejes, ah y recuerda comer. Llevas tres horas sin probar nada.

—Pesada—le saqué la lengua a aquella versión preocupada de mi amiga y solo conseguí que me arrastrara de camino a una de las sillas plegables que habían dejado en el jardín de la mansión Halliwell. Una monstruosidad de cuatrocientas hectáreas en el sur de Gales.

—Quiero un sobrino hermoso y saludable, por muy cabezona que sea su progenitora, así que no me apartaré de tu lado hasta que te acabes el refrigerio.

—Eres muy molesta, Pidge, muy molesta.

—Y deja de llamarme de esa forma insoportable. Me recuerdas a Carter y eso me pone mal.

—Como gustes.

Dije antes de comenzar a picotear la rebanada de pastel de naranja que ella misma había sacado del buffet dispuesto para los empleados. Halliwell cobraba como un millonario pero atendía a todos por igual.

De hecho me había llamado la atención la forma en que había dispuesto el servicio y como él y su prometida Clara, tomaban las decisiones en plan equipo. Ya no me parecía que fuera tan snob como al inicio y en serio cruzaba los dedos para que diera en el clavo con respecto al caso de Mike.

—April… ahora que lo pienso mejor ¿Amelia ya no sospechará algo?

Miranda se ganó mi atención y yo le di una probada al té que acompañaba mi refrigerio. Era cierto, y en eso consistía mi peor miedo en un mes que había comenzado muy similar a una ventisca.

A fin de cuentas era mi madre y estaba segura que me escuchaba vomitar todas las noches o el hecho de que ya no quería probar la sopa de legumbres que ella preparaba porque me repugnaba el olor del comino.

No obstante compuse una sonrisa para mi amiga y dispuesta a creerme mis propias mentiras, le resté importancia.

—Estoy a kilómetros de ella. Seguro que ni nota que me he ido. Cómo sea. Todo irá bien y ya es hora de volver a trabajar. Quiero tomar algunas fotos para nuestro catálogo personal.

Miranda no dijo nada, pero era consciente de cómo expresaba su desacuerdo con una mueca en los labios. La pareja Halliwell-Bressler posó para nosotros en medio de aquel jardín donde dos días después se celebraría la unión.

Hicimos otra toma alrededor de la fuente y el invernadero. En otros tiempos me hubiera encantado vivir en una casona así, donde los campos inmaculados en verde se perdieran en la distancia y el olor a tierra mojada te despertara cada mañana.

—Es todo por hoy, mañana podemos hacer el resto del teaser y la foto para el periódico local.

Miranda despidió al resto del equipo que nos ayudaba y después que los futuros novios nos liberaran de nuestras obligaciones nos dedicamos a editar todo el material que habíamos recolectado en el día.

Pasaban las seis cuando le dije a Mirat que prefería ir a tomar el aire en lugar de una sesión de pilates. Era la hora mágica del día, esa que los artistas plásticos y los fotógrafos aprecian más y no pude evitar recordar a mi padre mientras me indicaba cómo cambiar los objetivos para obtener un mejor encuadre.

Los buenos tiempos, sonreí mientras me dejaba empapar de los sonidos que ya anunciaban una noche despejada. Me había llevado la primera Nikon que tocaron mis manos, esa misma que se había averiado en un extremo y por eso las fotografías quedaban con un enigmático halo difuminado que las hacía prácticamente mágicas.

Hacía mucho tiempo que no me sentía tan en contacto con mi profesión y por eso me fui alejando del porche de la cabaña que nos habían asignado, justo en la torre lateral de la mansión.

Descubrí que más allá de los establos, la piscina o el mini campo de golf había un exuberante campo de flores amarillas y rosáceas que entre murmullos cargados de aromas susurraban lo perfecto que podía ser un instante a solas, simplemente con la naturaleza, alejado del bullicio de la ciudad.

Tomé unas cuantas instantáneas más, pensando en lo bien que sonaría hacer un libro entero sobre los paisajes de Inglaterra, tenía que darle crédito a mi mejor amiga en estos momentos y las imágenes que habíamos sacado en Dover la semana anterior vinieron a mi mente.

Paisajes de playas desiertas y personas caminando sobre la cálida arena, dejando sus huellas sin más justificación que el andar. Suspiré recordando una playa semejante, unas manos y la voz lejana que ahora solo permitía que me encontrara en mis sueños.

Creo que estaba tan extasiada pensando que por eso no me di cuenta de que había una persona tumbada entre el césped salpicado de flores.

—Ah, eras tú.

Clara Sophia Bressler, muy pronto Halliwell, se incorporó hasta quedar sentada sobre la yerba para que admirara el contraste de su vestido color púrpura o simplemente recordarme el hecho de que pertenecíamos al mismo costal de la aristocracia londinense.

Sus ojos azules me examinaron durante un largo rato hasta que hizo un gesto con el mentón para que me acercara. Dudé, presa de viejas objeciones, pero al final sacudí la cabeza pensando que yo ya no tenía nada que ver en lo que hubiera hecho mi padre tiempo atrás.

—Lo siento, no sabía que habría alguien aquí—dije sentándome justo al lado. Ella sonrió antes de volver a recostarse sobre la yerba.

—No soy la propietaria de este campo dorado, señorita Matters y creo que a ambas nos gusta la soledad.

Sonreí ante esa conclusión y aun sin estar muy convencida de por qué lo hacía me tumbé sobre la yerba y el aliento se me atascó en la garganta al contemplar lo que parecía abstraer tanto a Clara.

El cielo, un verdadero espectáculo con líneas rosáceas y púrpuras, un canto a la vida y a la perfección en las cosas más simples. No pude resistirme y mi cámara captó el momento exacto en que la estrella de la tarde marcaba el camino a lo que sería el crepúsculo.

—April ¿Puedo llamarte así?

Por un instante me había olvidado de la otra persona que estaba a menos de un metro de distancia. Clara se había incorporado sobre sus codos y ahora me dedicaba otra inspección suspicaz. La verdad, parecía una muñeca de porcelana con la larga melena color caoba y los ojos de zafiro.

—Sí, y yo dejaré de llamarte señorita Bressler. A fin de cuentas nos vimos un par de veces en sociedad.

Ella asintió antes de proseguir con lo que parecía iba a ser una conversación.

—Te pido disculpas por adelantado. Sé que en otros tiempos nunca hubieras accedido a tener la más mínima relación con alguien de mi familia, pero… me recuerdas tanto a una persona que llevaré por siempre en mi corazón, que no puedo evitar entrometerme ¿Por qué te escondes aquí?

—¿Perdón?—fruncí el ceño.

—Sí, puedo ver que desde que ustedes firmaron nuestro contrato solo te remites a evitarme. No, no me malinterpretes, es lo usual en estos casos. El punto es que me he dado cuenta que ya sea por lo que yo pueda representar en tu pasado o por la situación que ahora atraviesas, es una justificación para ocultar algo más. Matt me ha hablado sobre Michael y hoy en la mañana mi madre dijo algo que me hizo pensar en ti y en los que ambas tenemos en común.

No sabía qué decir y cuando Clara se colocó ambas manos sobre su vientre, entendí menos aun.

—Una de las cosas que trae la maternidad es poder reconocer mejor las cosas, y tú querida, llevas una criatura en el vientre al igual que yo o creíste que habíamos adelantado la boda por capricho. Tengo cuatro meses, April ¿Cuántos tendrías tú?

En otra época me habría sentido ofendida, pero había corrido tanta agua en el cauce de mi propio río que ya no me importaba en absoluto. Así que echando a suertes la palabra de una extraña sobre el drama que bien podía decorar mis escenas, decidí hablar con la verdad.

—Casi un mes la próxima semana, y pensaba que lo ocultaba bien, pero supongo que tienes razón. Yo también percibiría a cualquier mujer en la misma condición.

—Eres muy joven ¿El padre del bebé sigue contigo?

Clara hablaba con esa suavidad que suelen educar a la gente adinerada, como mismo me habían educado a mí, pero por supuesto, eso no significaba que fuera compasión lo que podían traslucir esas palabras.

Las mejores armas vienen embadurnadas de miel. Decidí concentrarme en el falso fondo que envolvía aquella extraña conversación.

—April, no estuve en Inglaterra en los últimos tres años y al final terminé comprometiéndome con un hombre inglés, pero algunas veces coincidí con tu madre, Amelia ¿Verdad? La gente de Westminster es así y solo basta mirarte para saber que fuimos víctimas de las mismas decisiones.

—Clara, desde que hicimos el contrato con Mathew me di cuenta de que la chica que fotografiaríamos era la hija del mismo magnate que una vez fue socio de mi padre. Sí, sé quién eres y la razón por la que te fuiste a los Estados Unidos junto a tu hermano. También debería tener razones para odiarte. Ustedes le dieron la espalda a mi padre cuando más lo necesitaba, pero al final comprendí que hubiera estado mal. Tienes razón en cuanto a que soy joven o que estoy sola y cargo una criatura en el vientre, pero sabes qué, no me arrepiento. No lo haría ni en mil años, porque yo tenía lo mismo que tú, dinero, privilegios, un gran nombre y nunca fui más miserable en mi vida como en esos tiempos, así que no vengas a darme lecciones sobre amor o siquiera moral. Puede que hayas sufrido por un amor no correspondido en el pasado, pero mira cómo has regresado al mismo punto. Yo no quisiera eso ni en última instancia.

Me levanté sin importarme lo que tuviera que decir, aunque ella no agregó nada más y yo me tragué las lágrimas antes que otra persona pudiera percibir todo lo que esa plática había removido dentro de mi corazón.

Había recuerdos que por mucho que nos esforzáramos por eclipsar siempre estaban ahí, para lastimarnos como las espinas antiguas en el tallo de las rosas.

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