Episodio 3. Periodo de prueba.
Las primeras semanas, el ritmo de trabajo de Amanda Lovelace superó la resistencia de sus tacones favoritos. Afortunadamente, gracias a su amistad con Desmond, podía conseguir unos nuevos en cuestión de minutos y tan sólo con una llamada. Pero esa nueva vida llena de opulencia resultaba demasiado incómoda para una persona acostumbrada a sobrevivir con sopas instantáneas y el mismo calzado de todo un año. Amanda sentía que se le habían cortado las alas. Sabía bien que su libertad estaba comprada por los peores ofertantes, pero subestimar su propia resistencia se convirtió en una condena.
Dividir labores entre las necesidades de Nimbus y Mon Cherie, resultó aplastante. Dentro del bolso de la joven ya figuraban pastillas para dolor de cabeza, malestares estomacales y una enorme botella de vitaminas. Aún así, se quedaba dormida constantemente en la entrada de su casa, y ya comenzaba a olvidar como era su cocina, ya que pasaba días enteros dentro de la compañía.
Los problemas aumentaron cuando sus "jefes" no llegaban a un acuerdo, en cuestión de requerir sus servicios. Por un lado, Hale se había acoplado muy bien a la forma de trabajar de Amanda. Por otra parte, Desmond no estaba satisfecho con el tiempo que Lovelace dedicaba a su negocio.
En ocasiones anteriores, Hale se dedicaba enteramente a atormentar a su secretaria principal, para deshacerse de ellas lo más pronto posible. Pero la empresa se encontraba en una situación delicada, y debía exigirse a si mismo toda la concentración posible, dejando de lado la oportunidad de castigar con peticiones absurdas a su nueva adquisición. Una situación perfecta para que Amanda pudiera exponer sus destrezas, sin disturbios que apagaran sus intenciones.
Lo que llamaba poderosamente la atención de Collingwood, era lo increíblemente eficiente que resultaba aquella mujercita de un metro sesenta. A pesar de que siempre usaba un calzado exquisito y adecuado para sus pies diminutos, jamás hacía ruido al entrar. Realmente se había convertido en un fantasma, que siempre tenía un pañuelo, un bolígrafo o la cera de zapatos al alcance de un gesto. No importaba que, Amanda siempre resolvía todo, teniendo los recursos pertinentes en sus manos.
Las reuniones con los nuevos clientes comenzaron a llenarse de éxitos. Mientras Hale charlaba con sus prospectos, Lovelace parecía una avecilla que revoloteaba por la sala de juntas con un capuchino, un jugo de naranja o incluso, una cerveza. Era como si la doncella tuviera el poder de leer la mente y adivinar que era lo que necesitaba el visitante, creando experiencias que los nuevos inversionistas encontraban muy convincentes.
Esa armonía no pasó desapercibida en la corporación. Tal como Claire solicitó, poco a poco Collingwood estaba tan atiborrado de trabajos, proyectos y prospectos, que el tiempo que normalmente dedicaba para atormentar al personal, se volvió nulo. El "harem" de Hale ahora se ocupaba al ciento por ciento de sus deberes, recopilando información, investigando a fondo a sus clientes y llevando el seguimiento adecuado de los ya existentes. La oficina se llenó de sonrisas, de una paz que hacía tiempo que no existía y que sólo se rompía cuando Hale salía de su cubículo para ir y volver del sanitario.
Sin embargo, el costo de esa felicidad, estaba ahogando a la más nueva del equipo, y no era para menos.
Salir de Nimbus Corporation para llegar a las cinco en punto de la tarde a Mon Cherie, apenas significaba media jornada para la dama.
Junto a Desmond, la vida era aún más desgastante. El joven Aeva devoraba cada minuto de Amanda con proposiciones de diseños ambiciosos que debían llevarse a la realidad. Lovelace creó una detallada agenda de proveedores con los que charlaba unos cuantos minutos, indicándoles los por menores de lo que necesitaban, mientras enviaba correos electrónicos con la información prometida. Desde accesorios hasta maquillaje, Amanda dedicaba el resto de su tarde a correr entre los mejores escaparates de París, para elegir personalmente los elementos que se utilizarían al día siguiente.
Entrada la noche, Des siempre quería "celebrar". Cada día se cerraba entre cocteles, botana llena de bocadillos finos, servidos en la mesita de algún bar que siempre tenía alguna clase de función nudista en una pista de baile.
Para la cuarta semana, el último domingo del mes, la pequeña avecilla de Nimbus Corporation no podía dar un paso más. Había planeado salir a recorrer París para nivelar un poco el estrés, pero estaba tan agotada, que cuando abrió los ojos, ya eran las tres de la tarde. Maldijo entre susurros y lanzó una a una las almohadas contra la pared frente a su cama, hasta que no tuvo nada más que arrojar, y somnolienta, salió de la cama.
Tenía tantos pendientes acumulados en su hogar, que prefirió cerrar la libreta de anotaciones y salir a correr un poco. El frío clima invernal que envolvía la ciudad hizo necesario que Amanda usara un suéter ligero y un pantalón deportivo. Sus tenis blancos llevaban tanto tiempo abandonados en el closet, que ya lucían un ligero tinte amarillento, pero la joven morena no le dio importancia.
No saludó a sus vecinos como acostumbraba. Emprendió una carrera corta, con la mente perdida en sus auriculares, acompañada por las voces de Muse e incluso de Beyonce. Normalmente en su departamento escuchaba música parisina, solos de guitarra o un poco de piano. Pero en sus listas de reproducción siempre escuchaba algo de música en inglés. Había dejado el teléfono móvil en casa, pero afortunadamente no olvidó la cartera, pues no pasó mucho tiempo antes de sentir hambre.
Una breve parada en un comedor de la zona fue suficiente para recargar fuerzas. Después de un buen café, un pastelillo de manzana y medio croissant, el estómago de la joven y su humor alcanzaron la armonía que buscaba. Jamás había caminado tanto por su cuenta. Dejó que la música la envolviera, mientras sus piernas no dejaban de transportarla a lo largo del viejo boulevard, hasta bordear un canal y luego una iglesia antigua. Saludó a algunos desconocidos, y se sintió emocionada cuando el saludo era correspondido con una sonrisa. Amanda no recordaba la última vez que los pies le habían dolido de tanto andar. Recordar el aire frío resecándole la piel del rostro resultó en extremo reconfortante, y la experiencia mejoró cuando pudo ver a la distancia, la punta de la torre Eiffel.
Inhaló profundo. La idea de absorber para sí misma los aromas de todos los cafés que le rodeaba, era fantástica. En algún lugar alguien estaba cocinando algo delicioso, estaba segura por la mezcla de aromas entre la mantequilla, la pasta y la carne. La nariz cosquilleó con él incomparable toque de ajo y orégano, y se preguntó si su horno personal aún funcionaría lo suficiente como para llegar a preparar una lasaña. Un perro le salió al encuentro, y Amanda no dudó en acariciarlo, hasta que la gentil criatura se encontró satisfecha y continuó el camino que Lovelace había dejado atrás.
El trabajo de tantos días, el nudo en el cuello de la chica y el cansancio aplastante, se estaban desvaneciendo por fin. Sin necesidad de una pastilla para los nervios, la mente de la joven morena se despejó, permitiéndole hilar pensamientos positivos.
Pero bien dicen que la felicidad es muy breve, y por eso debe atesorarse. Amanda no tuvo tiempo de aferrarse a ese efímero sentimiento que le embargaba. Mientras avanzaba por el borde de la avenida principal, antes de cruzar una calle, el rechinido de las llantas de un coche llamó su atención. Aquel lujoso automóvil negro ignoró las luces rojas del semáforo cercano, y el chofer se atrevió a dar una vuelta en "U" en pleno crucero, donde estaban prohibidas esas maniobras.
Lovelace apretó los labios, y mientras todas las personas a su alrededor observaban, el auto se detuvo junto a ella. Cuando el vidrio del copiloto bajó lo suficiente para revelar la identidad del temerario al volante, Amanda sintió que su corazón se destrozaba.
—Sube, el avión va a dejarnos si no nos apresuramos— indicó Hale. La pequeña damita elevó su mirada por encima del techo del automóvil y de la calle y todavía más arriba, y en su mente quedó grabada la imagen de aquella punta gloriosa que se ahora se borraba parcialmente gracias a espesas nubes que se paseaban por la torre Eiffel. El rugido del motor deportivo la arrancó de sus fantasías, y Amanda no tuvo más remedio que abordar la unidad.
—Pensé que era mi día de descanso. Ni siquiera estoy vestida apropiadamente— reclamó la chica, cruzando el cinturón de seguridad sobre su pecho. Pero un vistazo de reojo fue suficiente para descubrir que Collingwood vestía un pantalón holgado, al parecer un pijama, y una camiseta negra que se entallaba muy bien a su figura. El espejo retrovisor le permitió descubrir que el rostro del "jefe" estaba bañado en sudor. Evidentemente, Collingwood tampoco tuvo tiempo de prepararse.
—Me ducharé mientras volamos. Odio a esos malditos americanos hijos de perra. Cancelaron el trato la semana pasada para burlarse de nosotros, pero su proyecto se vino abajo por falta de presupuesto y ahora permitirán que Nimbus absorba el sesenta por ciento de su capital, si así mantenemos el negocio en la bolsa, hasta que puedan estabilizarse y retirarse. Deben estar muy desesperados para haberme pedido ayuda con todos los gastos pagados. No puedo tener mejor satisfacción que ver a un gusano arrastrándose para besarme las botas— afirmó el pelirrojo, esbozando una sonrisa tan malvada, que Lovelace se sintió incómoda.
—¿Qué hay de mis papeles? Ni siquiera tengo pasaporte. Mi bolso, el móvil, todo se quedó en casa. Por donde lo vea, es una locura—
—Ya tenemos cambios completos de ropa para tres días en el avión, teléfonos y diez bolsos para que escojas el que más te convenga. También irá con nosotros una maquillista y un sastre. Tienes pasaporte en por lo menos cuatro países desde que comenzaste a trabajar con nosotros, principalmente a los destinos a donde viajo constantemente. No puedes quejarte de nada. Cuando volvamos te daré el resto de la semana libre, por ahora, enfócate. Negociar con norteamericanos es un lío. Tienen una cabeza demasiado grande para el escaso cerebro que recibieron de sus madres. No funcionarán las adulaciones con ellos, debemos ser directos y prácticos. En el asiento de atrás se encuentra la carpeta con todo lo que necesitas saber. Tienes doce horas para aprenderte todo—
Lovelace se enfrascó en aquella tarea apenas tocó la carpeta. Afortunadamente el avión privado poseía anexos privados, por lo que una vez que abordaron y despegaron, se dio una merecida ducha y exploró el closet.
Sus ojos no podían procesar lo que miraba. La ropa que Hale había mencionado, efectivamente estaba ahí, pero eran cambios de la más fina calidad y no solo eran tres. Vestidos hechos a medida, conjuntos bellamente combinados con colores entre rojos, grises, blancos y negros, los favoritos de su jefe. Por supuesto, no podría hablar en esos días con Desmond. Sentía que era una jugarreta sucia de parte de Hatty, pero no quedaba más remedio que dejarse llevar.
La maquillista le visitó en breve. Resultó ser una joven checoslovaca muy hermosa, con sus mejillas moteadas por pecas borrosas que remarcaban sus sonrojos. A pesar de que el francés no era su idioma maternal, lo hablaba muy bien, por lo que la charla con la joven resultó muy amena.
Amanda estuvo lista en un par de horas. El hermoso vestido con corte de sirena y escote corazón que eligió, se ajustaba delicadamente a su figura, dándole un aire elegante y sensual. A pesar de ser negro, los zapatos y el bolso de mano rojos, así como sus labios, eran el toque explosivo que necesitaba su outfit, para dejar nuevamente con la boca abierta a Hale. Los ojos oscuros del orgulloso caballero, devoraron en silencio aquella estampa, a pesar de que la joven seguía claramente molesta.
Durante el viaje no cruzaron palabra, más que para revisar dudas respecto de la información en las carpetas. Collingwood solicitó un toque de maquillaje, de modo que su piel se viera aún más blanca de lo que ya era. Una muy delgada línea de delineador hizo que sus ojos ganaran un aspecto más agresivo y su mejor colonia francesa convirtió al caballero en un manjar irresistible.
Sin embargo, los ojos de Lovelace permanecieron en la carpeta.
Cuando el avión aterrizó, Amanda suspiró pesado. Las luces del aeropuerto neoyorquino no le eran ajenas, por lo que su gesto evasivo no pasó desapercibido por Hale. El ceño de la joven se frunció aún más al notar que, en la lejanía, un espeso cúmulo de nubes negras avanzaba en dirección a la ciudad. Era necesario revisar el estado del tiempo más tarde, a fin de evitar que el irritante viaje se tornara aún más molesto con una tormenta sorpresa.
—¿Has estado aquí antes? — cuestionó el hombre, extrañado. No pudo evitar preguntar. Hale odiaba quedarse con dudas.
—Sólo en mis pesadillas— inquirió la dama, retirando el cinturón de seguridad de su vientre— honestamente, Estados Unidos es el último lugar donde desearía estar—
—Entonces has estado aquí antes— afirmó el empresario, deteniéndola por un brazo antes de que se retirara, buscando la mirada enmarcada por el enfado— se todo de ti, me sorprende no haber dado con algún registro o algo que te ligara con Estados Unidos—
—Hágame el favor de no ser tan paranoico— reclamó Lovelace, apartando aquellas manos con un golpe considerablemente fuerte, que obligó a Hale a alejarse. Era lo suficientemente alto para obligarla a pararse en la punta de sus tacones. Antes ese gesto le daba gracia, pero el verla tan ofendida, lo perturbaba— ¿cómo me voy a sentir cómoda en un país donde te meten un balazo en la nuca si no eres del mismo color que ellos? ¿ah? Ahora mismo visto como una de sus muñecas, pero le aseguro que si pisara esta tierra con la ropa deportiva con la que subí a este avión, me verían como una ladrona y llamarían a la policía. Así que, hágame el favor de dejar sus estupideces de detective por un lado, y apresúrese. La reunión comenzará en dos horas y ni siquiera he desayunado. ¿De qué me sirve esta mansión con alas, si no traía comida? Y sería conveniente para ambos que deje de recordarme que me tiene vigilada. ¿No quiere que también le traiga mis dientes de leche, o el trozo de cordón umbilical que mi madre conservó después de mi nacimiento? Si es necesario, puedo traerle el esqueleto del primer perro que tuve, si es que aún queda algo de él—
Los tacones de la chica resonaron fuerte al bajar por la incómoda escalinata del avión. Para colmo, fue necesario echarse sobre los hombros un abrigo con gorro, ya que hacía algo de frío. Amanda ignoró la oscuridad natural de un día nublado, y cubrió sus ojos con lentes oscuros, para luego abordar una limosina que ya esperaba cerca del avión.
Dentro del aeroplano, Hale se sentía tan estúpido, que fue necesario golpearse las mejillas para reaccionar. Incluso la maquillista y el sastre se quedaron sin palabras, y que decir del piloto, que se acercó al jefe, mientras se aflojaba la corbata.
—A veces, te pasas más allá de la raya tolerable, idiota—
—¿Desde cuándo te di permiso de hablarme así? — respondió el pelirrojo, irritado.
—Somos amigos desde que tengo memoria, y la mitad de mi dinero esta en "nuestra" empresa. Puedo hablarte como se me pegue la gana— bromeó el piloto, para luego retomar la seriedad de la charla— está bien que sea parte de tus juguetes, pero hay situaciones sociales que no debes de olvidar. Ella tiene un punto muy entendible. Incluso yo, que poseo la piel blanca que mi madre inglesa me dio, me siento incómodo en EUA. Sin duda, te dio una buena bofetada. Ahora, largo de mi avión todos. Tengo que llevar al Gobernator Arnold a Cuba. Volveré por ustedes dentro de tres días. Y Hale, no lo arruines más, por favor. La chica me cae bien, me gustaría que fuera esposa de uno de mis muchachos—
—¿Crees que esa serpiente va a casarse con uno de tus ratoncitos? De suerte no nos ha mordido a nosotros— respondió Hale, y luego de unas palmadas, se retiró con el resto de su séquito.
—Será una serpiente, pero tiene el poder de dejar bien callado al orgulloso señor Collingwood. O tal vez, mi querido amigo, ¿estás siendo tocado por fin, en ese órgano al cual le niegas el reconocimiento de encargado de tus sentimientos? — susurró el piloto, mirando la espalda de Hale, con una mano descansada sobre la corbata.
Mientras caminaban rumbo a la limosina, Hale se detuvo a mitad del trayecto, para hablar con su maquillista. El sastre adelantó el paso.
—¿En qué puedo servirle, mi señor? — cuestionó la joven en su lengua materna, dejando de lado sus muecas gentiles para observarlo con atención. Amanda no fue capaz de observarla, ya que Hale daba la espalda a la limosina, cubriendo con su altura la delgada figura de la mujer.
—Investiga las razones por las que Amanda estuvo en Nueva York anteriormente, necesito lo que sea. Direcciones, boletos de avión, compras por internet, un pensamiento siquiera. Ah, y aumenta el presupuesto del avión de William, para que instale de una maldita vez un frigobar, por lo menos. No es posible que, con tantos lujos, no tengamos a la mano un sándwich por lo menos— respondió el pelirrojo en el mismo idioma, encendiendo un cigarrillo que ocultaba en alguna parte de su saco. La joven frunció el ceño.
—Incluso le traje las notas que la chica tuvo en el preescolar y los dulces que comía en la escuela media ¿me está diciendo que pasé por alto un dato? Me insulta, señor. Si ella hubiera pisado cualquier otro país que no fuera Francia, usted ya lo sabría. Realmente se está volviendo paranoico—
—Libena, ¿cuántas veces me he equivocado al percibir algo? Sabes bien que, si te lo pido, es porque razones me sobran... además, sabes que voy a pagarte bien— aseguró el hombre, elevando su mano derecha, para oprimir gentilmente uno de los senos de la joven, por dentro de la chaqueta de cuero que la cubría del frío. El rubor en las mejillas pecosas de la dama no se hizo esperar.
—Todos somos imperfectos. Podría pasar. Jamás deje al aire la posibilidad de que puede estar equivocado alguna vez en toda su existencia. Pero investigaré, lo prometo— afirmó la chica. Luego de morderse los labios, y susurrar algunas palabras lascivas mutuamente, continuaron su camino al coche.
Collingwood sonrió complacido. Una vez que alguna de las personas que le rodeaba estaba bajo su poder, por la razón que fuera, no dudaba en saborear ese poder. Pero Amanda ya empezaba la tercera semana junto a él, y lo único que tenía a su favor era la capacidad de exigirle puntualidad en los horarios y completa disponibilidad de acción. Sin embargo, esa "acción" era un campo aún inexplorado, debido al poder de anticipación demostrado por su secretaria. Hatty a veces sentía que Lovelace le leía la mente, y eso le hacía sentir incómodo. Vulnerable.
—"Todos pueden quebrarse. Todos tienen un as bajo la manga. Un secreto que nadie más sabe. Un deseo indecente. Una fantasía incumplible. Un delito que jamás aceptarían haber cometido. Todos tienen basura en sus pasos, y no se cuál es la tuya, pero no voy a descansar hasta encontrarla, Amanda. Y entonces vas ser mía completamente. Vas a doblar las rodillas cuando yo lo desee, vas a bajar la cabeza y me adorarás, como todos los demás. Incluso si es necesario desmoronar cada pizca de ese orgullo tuyo, aún cuando pueda enloquecerte, voy a descubrir tu talón de Aquiles..."— pensó el pelirrojo, con los ojos puestos en el rostro inconmovible de su secretaria.
Amanda no apartó la mirada. Los grandes ojos oscuros de Hale insistieron por lo menos veinte minutos, pero en el minuto 21, la guerra de miradas era insostenible.
—¿Acaso soy un juego para usted, señorita? — cuestionó ofendido el hombre, la chica se encogió de hombros, sin responder— ¿por qué no dice nada? —
—Con alguien tengo que desquitar mi ira. Y Libena no merece eso. Ella es la única persona que ha sido amable conmigo desde que entré a Nimbus Corporation, así que es más sencillo enfocar mi enojo en usted—
La aludida se aguantó una sonrisa, aunque era obvio. Sus labios se apretaron en el esfuerzo.
—Nos quedaremos entonces cinco días en Nueva York, para que usted aprenda que, si así lo deseo, iremos a Alaska. O a la Luna. No tiene derecho a estar enojada por algo tan simple como un país racista. Tengo suficiente dinero en mis manos para declararle la guerra a esta nación si es necesario— aseguró el pelirrojo. Pero Lovelace cerró los ojos y se colocó los audífonos que el mismo Hale le había proporcionado para poder estudiar mientras viajaban. Collingwood gruñó ligeramente y la charla se ahogó entre maldiciones pronunciadas en distintos idiomas.
La negociación con los norteamericanos no fue sencilla. La serie de objeciones que pusieron en la mesa parecían infranqueables. Siendo los promotores de la desconfianza a nivel global, no mostraban apertura para poder cerrar un trato bajo los términos de Nimbus, por lo que Hale estaba seguro que no llegarían a ningún trato y se retiraría con las manos vacías, pero con la satisfacción de saber que la empresa se hundiría hasta el fondo en cuestión de un mes, seguía manteniendo el sabor de una victoria.
Sin embargo, Amanda no se dio por vencida. En uno de sus famosos "giros inesperados" hizo una observación que caló profundo en el orgullo de los apoderados. Una vez que logró encontrar la debilidad de sus clientes, la joven se extendió cuatro días, en reuniones que iniciaban a primeras horas de la mañana y cerraban hasta entrada la noche. Cada vez que los estadounidenses intentaban manipular los números a su favor, la joven hacía cálculos apresurados y presentaba nuevas soluciones. Optimización de recursos, tiempos, inversión. Un proyecto ambicioso de recuperación que fue puliendo conforme ganaba las discusiones con sus nuevos clientes. Mientras más hablaba, más convincente era la dama. Lovelace sentía que su cabeza explotaría, pero jamás mostró una pizca de duda frente a los contrincantes de su empresa.
Para cuando la lluvia se apoderó de toda la ciudad, Hale Collingwood sonreía ampliamente, estrechando la mano de su nuevo socio neoyorquino, al cual le rechinaron los dientes y los ojos se le hincharon mientras observaba de reojo el contrato firmado a favor de Nimbus Corporation. Evidentemente aquel hombre blondo sabía que trabajar con Nimbus, era lo mismo que ofrecerle su alma al diablo. Sólo que jamás imaginó que el demonio se le presentaría en forma de una delicada flor piel de chocolate.
—Ha sido un placer hacer negocios con ustedes, caballeros. Nosotros nos retiramos, pero no olviden que el teléfono esta disponible las 24 horas del día, no importa qué, estamos a sus órdenes. Debemos regresar a París así que...—
—¿Sin celebrar? — interrumpió uno de los nuevos socios. El hombre tenía un aspecto febril, debido a que había estado tomando wiski mientras se afinaban los últimos detalles de la sociedad, cosa que desagradó a Amanda. Lo que no se esperaban, es que tuvieran una reservación lista en un restaurante reconocido de la metrópoli. Hale miró de reojo a su secretaria. Lovelace no estaba segura de que fuera una buena idea.
—No quiero sonar grosero, caballero. Pero si mal no recuerdo, su capital se encuentra en nuestra posesión ahora...—
—¡Oh, vamos, Hale Collingwood! ¿Usted vive para humillar a sus clientes al punto del hartazgo? ¿cree que no poseo ahorros? Vamos, limemos asperezas con un buen trago. Llevamos prácticamente una semana hablando de negocios, charlemos y cenemos algo delicioso—
—¡Necesito grasa en mis venas! — exclamó el segundo socio, ofreciendo un brazo para que Amanda le acompañara. La joven no pudo negarse, pese a que aborrecía la forma en la que el hombre la mirada.
Arrastrados por la indeseable invitación, y en medio de una tormenta torrencial que parecía no tener fin, Hale y Amanda se enfrascaron en una fiesta nocturna realmente extravagante. La temática del restaurante esa noche era la música disco y todo lo que de ella derivara. Después de un par de horas (y muchos tragos), la joven morena se encontraba en la pista de baile, desprovista de sus incómodos tacones y luciendo sus mejores pasos. Hale permaneció en la mesa, cuidando del pequeño bolso de la chica, mientras escuchaba el ácido y aburrido humor americano con el que sus anfitriones se expresaban.
Durante un largo rato, observó a su secretaria. No podía dejar de preguntarse en qué momento aprendió a bailar tan bien la música americana. Era como si cada pista fuera elegida por ella, por lo que no tardó en llamar la atención de la gente que le rodeaba y le sobraron compañeros para continuar la fiesta. Incluso en eso era demasiado buena. Demasiado.
Sin embargo, la charla con los socios nuevamente interrumpió las cavilaciones de Collingwood. Los comentarios comenzaron a tomar tintes más agresivos conforme el alcohol hacía lo suyo en las mentes de los dos rubios y fue necesario que Hale tuviera todos sus sentidos alerta.
—Es increíble que una perra como esa tenga tanta inteligencia, amigo. Debe ser muy buena en la cama— comentó el rubio, llevándose la botella a los labios, hasta que su contenido desapareció— Ahhh... deberías prestármela una noche. Tal vez con un par de palmadas en el trasero y una buena montada, deja de ser tan pretenciosa. No tuve oportunidad de defenderme ¡jajajaja! Me calienta el pene la idea, ¿qué dices? —
—Pierde su tiempo. Ella es lesbiana— aseguró Hale, calando el cigarrillo que tenía jugando entre sus dedos minutos atrás— sólo se llevaría una decepción—
—No hay hembra que me haya dicho que no, hasta ahora. Además, hay formas de persuadirlas— masculló el socio. Ante los ojos de Hale, el varón hurgó dentro de su saco, hasta sacar una bolsa minúscula, llena de pastillas. Aquellas grageas fácilmente podían confundirse con terrones de azúcar, sólo que eran mucho más pequeñas. El hombre se llevó tres a la boca y se las pasó fácilmente con otro trago de vodka. Pero lo que Collingwood no previó, fue que una de las pastillas terminara en el Martini de Amanda. La tableta se disolvió con tanta rapidez, que no quedó ni una burbuja de la misma. Hale se llevó una mano a los labios. Lovelace ya se estaba despidiendo del bailarín que la estuvo acompañando al final, por lo que era apremiante decidir que seguía —Puedes divertirte mucho si haces que se la tome. Vamos, ¿me vas a decir que no lo has pensado? Debe ser un cardo en el trasero todo el tiempo, zumbando a tu alrededor con ese aire prepotente. Sólo tienes que abrirle las piernas, tomar unas cuantas fotos, un video y ¡voilá! La tendrás en tus manos por siempre —
—Prefiero que estén sobrias— cortó Collingwood, elevando su mirada para enfrentar las gemas azules del socio, que ya lucían vidriosas debido al efecto de las drogas— me gusta saborear el dolor de las mujeres, cuando son dominadas. Me gusta saber que saben que las estoy sometiendo. Me gusta sentir la adrenalina de la total dominación, hacerles saber que me pertenecen, que sus vidas no tendrán una sola pizca de paz si me desafían. Las drogas nunca han sido necesarias. Por ahora, sólo me servirá para hacerla dormir, porque al parecer no se le acaba la batería y ya estoy cansado—
Hale elevó una mano, haciendo una seña que Amanda entendió muy bien. Los socios estaban enfurecidos, pero no podían hacer nada al respecto. Sin embargo, vieron con agrado que Lovelace llegó y lo primero que hizo fue terminarse su bebida, seguida de Hale, que también disfrutaba de su Martini. Luego de una despedida breve, salieron del restaurante a toda prisa. Amanda no entendía por que su jefe casi la arrastró hasta la calle, donde se empaparon bajo la fuerte lluvia, hasta que un taxi los recogió, pero no le quedó más remedio que aceptar.
Ella deseaba charlar un poco, hablar de esa noche maravillosa donde por fin su cansancio de días se esfumó en la pista de baile. Pero Collingwood no la miraba siquiera.
—Hemos cerrado un buen negocio...pensé que estarías feliz—
—Estaré feliz en cuanto pueda ducharme. Tenías razón, este país es despreciable— gruñó el pelirrojo. Lovelace trató de encontrarle la mirada, pero Hale recargó la cabeza contra la ventana y cerró los ojos. En su corazón sentía una pizca de emoción. Era la primera vez que Hale estaba de acuerdo con ella, y lo reconocía.
Al llegar al hotel, la damita nuevamente estaba sorprendida. El pent-house que les esperaba, se encontraba en un décimo piso, pero sacar a Collingwood del taxi fue toda una odisea. Ahora comprendía: su jefe estaba cayéndose de borracho.
Con la ayuda del personal del hotel, Amanda fue capaz de llegar al elevador, manteniendo bien agarrado a su jefe, a pesar de que la diferencia de estaturas obligaba a Hale a mantenerse inclinado. Una vez que llegaron a la habitación, la joven sentía que su incómodo compañero se tornaba cada vez más pesado, por lo que fue necesario que lo hiciera derrumbarse en el sillón más cercano.
—¡Eres increíble Hale! Tenemos... tenemos esta hermosa habitación para disfrutarse, para descansar ¡y te emborrachas! ¡no puedo creerlo! — exclamó entre rabietas, exprimiendo sobre la alfombra la tela de su bolso— un momento... ¿y los demás? —
—Están por su cuenta... nadie me soporta una sola noche...— farfulló el hombre, con la mirada entrecerrada.
—Y con justa razón. Si te pones así de ebrio cada vez que celebras algo, debes ser insufrible. Además, míranos. Lo más probable es que pesquemos un resfriado. Maldición, anda, levántate un poco, no puedes quedarte así—
Pese a la situación, Amanda no podía ser irresponsable. Retiró el saco y el pantalón de Hale, aunque el pelirrojo intentó resistirse. Era preocupante el notar que Hale tenía mojados incluso los calzoncillos. La damita ruborizó, pero no dudó en traer toallas y frotar los cabellos alborotados del hombre, así como su rostro y brazos.
A pesar de lo mojado que estaba, Collingwood tenía mucho calor, por lo que comenzó a desabotonarse la camisa. Amanda recordó las palabras de su compañera parisina y tragó saliva. ¿Qué clase de situación era esa?
"Si eres la primera secretaria, estarás más tiempo junto a él. El mundo entero será una cama disponible, y nunca sabes cuándo apetecerá un pequeño break. ¿Vas a negarme que es apuesto? ..."
Las palabras de Claire resonaron fuerte en la mente de Amanda, cuando notó que Collingwood se acercó lo suficiente a su rostro, hasta sentir los labios fríos del varón contra los propios. Sus ojos vidriosos apenas si lograban enfocar el rostro sorprendido de la chica, pero las manos pequeñas de Lovelace no fueron capaces de apartarlo. Después de todo, había pasado mucho tiempo desde la última caricia sobre su piel morena.
Para Hale, el tenue aroma del jazmín, impregnado en la ropa de Amanda, resultó delicioso. Le era difícil entender las palabras de la joven. ¿Eran negativas? ¿advertencias? Tal vez susurros temblorosos. Imposible comprenderlo con la mente tan nublada. Lo único que tenía claro, era que la erección entre sus piernas solo tenía una manera aceptable de apagarse.
Sin embargo, el mundo comenzó a dar demasiadas vueltas para Collingwood. Sentía que la vida comenzaba a presentarse en forma de destellos que le mostraban pinceladas de lo que creía estar viviendo. En gran parte de ellos, podía percibir a la dulce Amanda, entregándosele tímidamente, sin restricciones. Sus generosos pechos siendo aprisionados por las grandes manos del pelirrojo. Los labios, la piel húmeda, el cuello marcado delicadamente por besos erráticos. Hale incluso saboreó el aterciopelado fruto escondido entre las piernas de su secretaría, y la euforia que provocaba su habilidosa lengua.
-Amanda...— susurró, sofocándose con su propia temperatura— ...Amanda...— repitió, y su propia voz generó un eco ensordecedor, que opacó el disimulado gemido que la joven le obsequió en cuanto sus dientes juguetearon con uno de los oscuros pezones.
Pero las imágenes eran un rompecabezas en su cabeza dolorida. La escena de un sexo que jamás habría imaginado sobrio, se desmoronaba, aunque intentaba rescatarla. Apenas si podía aferrarse a la imagen de Amanda cabalgando sobre su pene, gimiendo delicadamente mientras repetía acaloradamente el nombre de Hale. Y entonces, el hombre abrió los ojos. La habitación en la que se encontraba, era tan blanca que los ojos le punzaron. Su rostro estaba maltratado, debido a que la mascarilla de oxígeno que tenía puesta estaba demasiado apretada, por lo que reunió fuerzas en una mano para intentar arrancársela, sin éxito.
Entonces, el pánico provocó que los marcadores de los aparatos que vigilaban su estado de salud se dispararan, emitiendo sonidos agudos que lo confundieron aún más.
—¡Amanda! ¡Amanda!— exclamó asustado, pero quien corrió a su encuentro, fue Libena, la maquillista que los había acompañado en el viaje. La mujer llamó al médico por medio del botón de auxilio, y se apresuró para sostener las manos de Hale, evitando que se arrancara la vía intravenosa que tenía puesta —¿d...dónde estamos? ¿qué esta pasando? Agh... maldición... me duele tanto la cabeza...¿qué demonios haces aquí, Libena?—
—Cálmese señor, por favor. Estamos en el Hospital de la Pitié – Salpetriére. Amanda se encuentra en Estados Unidos junto con Claire, una vez que el juicio tenga resolución, volverán, no se preocupe—
—¿En el qué...están en dónde? ¿qué demonios sucedió? ¿qué día es hoy? ¿por qué carajos estoy en París? —
—¿De verdad no recuerda nada? — cuestionó Libena, pero la charla fue interrumpida por el personal médico que ingresó a la habitación. Hale no se atrevió a mencionar que lo único que estaba pensando antes de toda esa confusión, era una fantasía sexual con la mujer que odiaba tanto.
Los médicos revisaron el estado de salud de Collingwood, de pies a cabeza. Breves pruebas de motricidad confirmaron que era capaz de moverse por su cuenta, y pese a que sus ojos ya habían tomado un aspecto normal, se recomendó que permaneciera un día más en el hospital, para observación médica. Sin embargo, el hombre necesitaba respuestas, por lo que el doctor de turno se encargó de despejar sus dudas.
—Es normal que no recuerde lo sucedido. Ha permanecido quince días con sus noches, durmiendo—
—¿Qué fue lo que me pasó, doctor? ... ¿quién me trajo aquí? —
—Tiene suerte de que su secretaria estuviera con usted. La señorita Lovelace dio aviso en Estados Unidos, a las tres de la madrugada, por medio del número 911. Usted fue drogado con LCD señor. Si los hechos ocurrieron tal como nos comentó la joven, la droga fue puesta en su bebida de manera intencional. En condiciones "normales" el LCD no representa riesgos para la salud, si es una primera toma. Pero después de analizar su sangre, descubrimos que la dosis ingerida se trataba de droga artesanal, una versión de mala calidad que ha estado acabando con la vida de muchos estadounidenses en los últimos tres años. Tomando en cuenta las circunstancias, es probable que la persona que intentaba drogarle, tenía intenciones de matarle. Estaré de guardia todo este día, le recomiendo que descanse. El consulado estadounidense mantiene a su personal en esta institución, daré aviso de que ha despertado. Después de consuma sus alimentos, será necesario que declare, lo han estado esperando todo este tiempo—
—¿Por qué fui traído a Francia? — quiso saber el pelirrojo. Libena continuó la charla, ya que el médico necesitaba retirarse. La joven se sentó junto a la cama y luego de besar la frente del francés, sonrió levemente, hablando entre susurros.
—Amanda exigió a la embajada francesa que te trasladaran de vuelta a París. Esa mujer tiene una fidelidad que no mereces, de verdad— bromeó la joven checoslovaca, apretando una mano del pelirrojo. Hale estaba cada vez más confundido.
—¿Por qué hizo eso...? Jeh... está tan loca como siempre he creído...—
—Temíamos que el atentado te persiguiera hasta el hospital. Nunca se sabe— admitió la dama, buscando la mirada del pelirrojo —¿crees que puedas recordar lo suficiente para declarar? Si no estás listo, les diré que se marchen...—
—Yo sabía que la bebida estaba drogada. No era para mí— confesó Collingwood, con la voz cada vez más tenue, algo ronca— tienes prohibido decir eso, ¿entiendes? —
—¡¿A...acaso te volviste loco, Hale?!— gruñó entre dientes la mujer, mirándolo con sorpresa— estuviste a punto de morir todos estos días. Tu cuerpo reaccionó de manera violenta a la droga, te atragantabas con tu saliva, tuviste temblores, taquicardia, incluso delirabas llamando a Amanda todo el tiempo. ¿Entiendes lo que pasaría con todo lo que has construido si te mueres? ¿sabes cuántas personas dependemos de ti ahora mismo? ¿Por qué lo hiciste? Puedes conseguir otra secretaria cuando quieras, siempre has dicho eso—
—Pero ninguna había enfrentado a un país, para ponerme a salvo...—
Hale sonrió de una forma que Libena no conocía. Después de platicar brevemente sobre el proceso judicial en contra de los responsables, el pelirrojo decidió dormir medio día más, antes de tener la mente lo suficientemente despejada para hablar con la policía.
El caso se resolvió a favor de Hale y su compañía, gracias a la demanda interpuesta por Amanda. Durante el proceso, se habló a detalle sobre el negocio fraudulento que los socios estadounidenses pretendían mantener en el mercado, y el cómo Nimbus Corporation absorbió su capital debido a "los intereses pendientes". A pesar de que la historia era completamente distinta, Amanda presentó pruebas con información manipulada y el atentado en contra de la vida del pelirrojo fue la gota que derramó la copa, llenando de éxito y polémica a la hermosa dama de chocolate.
Los diarios se inundaron con la noticia, pero Lovelace ya había escapado a París. Hale ya estaba en su décimo sexto día en el hospital y el nivel de irritación que poseía parecía insuperable. Pero cuando su afamada secretaria se presentó en la habitación, el silencio por fin llegó al cuarto. Amanda lucía ojeras que era imposible cubrir con maquillaje, parecía más delgada y estaba algo desaliñada. Sonrió sin muchas ganas y se acercó a la cama, para luego extender su pequeña mano y revolver los ya despeinados cabellos rojos de su jefe, como si se conocieran de toda la vida. Pero la reacción arisca del hombre le obligó a reír con resignación, y apartar sus dedos.
—Menos mal que no te moriste, jefe—bromeó la chica.
—No tienes tanta suerte, Lovelace. Nadie tiene tanta suerte... ni siquiera yo... en realidad, la suerte no existe...— la voz del pelirrojo poco a poco se apagó, incapaz de mantener la mirada en los ojos de su secretaria. Las imágenes del cuerpo desnudo de la joven, se mantenían en su cabeza, a pesar de que sólo eran fragmentos de un rompecabezas sin fundamentos. Y eso le provocaba un sentimiento de auto rechazo que odiaba. ¿Cómo era posible que siguiera pensando en esa fantasía alimentada por una droga potente? Después de todo, la mujer frente a sus ojos le había salvado la vida y, aunado a eso, se había desecho de un peligroso cliente que tarde o temprano se traduciría en problemas financieros.
Hale jamás se había sentido tan perdido.
Durante todos sus días hospitalizado, pensó en los minutos en los que estuvo desconectado de su cuerpo, convulsionando, aferrándose a una vida que tal vez no merecía. Pero a la vez, el conflicto mental se peleaba con su enorme ego, que pocas veces doblaba las rodillas ante una situación.
¿Cuántas veces habían intentado matarlo, sin éxito? Desde persecuciones que terminaron en automóviles chocados y él con un hueso roto, hasta amenazas de muerte, personas armadas y un secuestro del que se escapó gracias a sus propias habilidades defensivas.
Sin embargo, la única vez que decidió proteger a alguien, ya fuera por mero sentido común o por compañerismo, su vida casi se le escapaba de las manos.
La situación le había obligado a pensar en Amanda, más de la cuenta. ¿Quién era esa mujer? ¿qué significaba toda esa ola de situaciones alrededor de esa pequeña mujercilla indestructible? Su fortaleza e inteligencia no se comparaban a ninguna otra persona que recordara, pero Lovelace seguía manteniéndose en un perfil tan bajo, que nadie imaginaría que vivía en un departamento promedio, completamente sola y sin un solo familiar que velara por ella. Era incomprensible que una persona tan sola en el mundo, fuera tan brillante. Tan eficiente. Tan letal.
El delicado tacto de las manos de Amanda lo hicieron volver a la realidad. La chica le frotó las mejillas brevemente y de pronto, posó sus labios sobre la frente del hombre. Ni siquiera Libena se percibía tan cálida. Los ojos de Hale se abrieron tanto, que parecía que lloraría en cualquier instante, pero no lo hizo. Sus labios se sentían resecos, como si estuvieran esperando que los contrarios abandonaran su posición y los alimentaran con esos candentes besos en los que tanto había pensado, pero el acercamiento, ese espacio personal roto, fue tan breve que se convirtió en otra memoria espontánea.
—No, la suerte no existe, señor Collingwood— susurró Amanda, recuperando el formalismo en sus palabras—pero le aseguro que he agradecido al cielo, todos los días, desde que abrió los ojos. Me asusté tanto...— e inesperadamente, la chica comenzó a llorar. Se había contenido durante casi un mes, y no dudó en hincarse en el suelo, para hundir el rostro entre las sábanas de la cama y dejar que las lágrimas se esparcieran. Hale no sabía que hacer. Era la primera vez que una mujer lloraba tanto, pero ¿eran lágrimas de felicidad? Parecía imposible. Sin embargo, ahí estaba la pequeña secretaria, sollozando y apretando sus manos mientras pedía disculpas que apenas se comprendían, debido a sus balbuceos. Hale suspiró y posó su pesada mano sobre los rizos plateados de la chica, y en cuanto sus ojos llorosos se asomaron un poco, sonrió.
—Hace mucho que no lo digo, por lo que me cuesta algo de trabajo. Pero... gracias...gracias por hacer tan bien tu trabajo... gracias por encargarte de todo en mi ausencia...pero sobre todo... gracias por salvar mi vida. Haces más de lo que te corresponde, así que, tal como prometí, puedes descansar la semana que te debo, y una más. ¿Crees que quince días son justos? No te preocupes por el sueldo, seguirán siendo semanas pagadas. No me gusta deber nada, así que... considera que tus acciones han generado un cheque en blanco conmigo. Cuando tengas alguna necesidad, no dudes en pedirme ayuda. Lo que sea que necesites y esté en mis manos, tu cheque en blanco podrás cobrarlo. ¿Te parece bien? —
Amanda asintió, poniéndose de pie de un salto, para tomarse su tiempo y secarse las lágrimas. Sin embargo, el puchero en su rostro no podía esconderse.
—Hice lo que tenía que hacer, no le estoy cobrando más de lo que me corresponde, señor—
—Cheque en blanco, dije. No sea necia jovencita. El resto del proceso en contra de los norteamericanos lo atenderé yo, a partir de mañana. Ahora, ve a casa y descansa. No es necesario que apagues el teléfono móvil, soy un hombre de palabra. Quince días de descanso, sin interrupciones. Después retomaremos tu explotación laboral—
—¿Ni secuestros exprés en medio de la avenida, dentro de un deportivo? —cuestionó la damita.
Hale no pudo guardarse una carcajada. Amanda se dio cuenta que era la primera vez que veía a su jefe reír de forma sincera, y por alguna razón, le llenó de una extraña alegría.
Luego de la breve charla, la joven emprendió la huida, directo a su viejo apartamento que tanto extrañaba. Hale pudo notar que la habitación quedó envuelta por el aroma empalagoso de una fragancia frutal, sintiéndose profundamente decepcionado.
—No huele a Jazmín...— murmuró, olfateando un poco la parte de la sábana donde Lovelace había estado llorando. Cuando elevó la mirada, los ojos dorados de Aeva lo observaban con curiosidad.
—Es imposible encontrar el aroma del jazmín en medio de esta deliciosa explosión de frutas, la última fragancia exitosa de Mon Cherie. Pero no pude celebrar adecuadamente con mi querido hermanito, ya que se encontraba debatiéndose entre la vida y la muerte, por jugar al príncipe azul... o rojo. Creo que ya necesitamos teñir tus raíces, la mancha negra que tanto odias está muy marcada— comentó el diseñador de modas, acercándose hasta sentarse en el borde de la cama. Hurgó entre los cabellos de Hale, pero este le atrapó la muñeca derecha con tanta fuerza, que Des emitió un gemido de dolor bastante agudo.
—No recuerdo haberte permitido que fueras tan cercano, maricón de mierda. ¿Cuánto le pagaste a Libena para que te dijera lo que pasó? —
—¡Ay, mis guantes nuevos, idiota! —exclamó Aeva, apartando su mano— no todo se resuelve con dinero, no soy un gánster como tú. Tengo mis propios métodos— aseguró, señalando hacia el televisor dispuesto en una de las esquinas de la habitación. En él, se encontraba la estampilla de una polilla de apenas cinco centímetros, que lucía un par de hermosos ojos vidriosos— coloqué esa cámara desde que llegaste. No podía darme el lujo de dejarte sin vigilancia adecuada. No he dormido suficiente por estarte cuidando, aunque veo que tuviste muy buena compañía— Des suspiró. Retiró la polilla tan sólo con un par de tirones y la guardó en su bolso de mano. Al mirar de reojo a Hale, lucía un gesto serio. Algo nada común en su persona— aunque me odies... eres la única familia que tengo. No creas que tu desprecio es suficiente para olvidar que nos corre la misma sangre por las venas—
—¿Qué tanto escuchaste? — cortó Collingwood. Nunca permitía que Aeva profundizara en esos temas. Lo hacía sentir un arrepentimiento, del cuál estaba convencido, Des no era merecedor. No aún.
—Lo suficiente para aplaudirte. No literalmente— comentó el joven, encogiéndose de hombros— yo, cuidando tu seguridad. Tu, protegiendo a otra persona. ¿Qué tanto ha cambiado nuestras vidas desde que llegó Amanda? En tan poco tiempo... se que lo has pensado. No la merecemos, Hale—
—Quiero que investigues sobre ella, tengo dud..—
—El LSD provoca fuertes alucinaciones— interrumpió Aeva. Hale frunció los labios— te hace ver, escuchar y sentir cosas que jamás sucedieron. No sé qué es lo que recuerdas, pero probablemente la mayor parte de tus pensamientos son falsos. Es una suerte que tus neuronas sigan funcionando, pudiste haberte quedado tonto. Además de eso... ¿es tan difícil admitir que la chica funciona para ti?—
—Nadie es tan perfecto, Des. Ni siquiera yo, cuando finjo serlo. Algo no está bien... y mi cabeza no me ayuda. Sé que algo pasó antes de que la llamada de auxilio de Amanda fuera atendida. Incluso antes de llegar a nuestro destino, las expresiones de ella, la forma en que miraba la ciudad, su mal humor. Está ocultando algo, lo sé. Pero las imágenes en mi cabeza son tan... inadecuadas, tan confusas— el pelirrojo se apretó un poco el cráneo, comprimiendo la mirada en el acto. Pensar tanto volvía a pasar factura a su frágil resistencia. Sin embargo, Des no hablaba al azar.
El delgado caballero sacó de su bolsillo derecho una memoria USB, la cual conectó al televisor dispuesto. Luego de un breve reconocimiento, el único video disponible se reprodujo por sí mismo.
Sin decir una palabra, los ojos de Hale observaron a detalle la escena: Amanda llevándolo a rastras desde el elevador hasta el sofá. Collingwood retirándose la camisa, mientras la señorita se cubría el rostro, muy avergonzada. La damita salió de cuadro unos minutos, y en ese lapso de tiempo el bermejo terminó en calzoncillos, claramente acalorado. Amanda volvió con una manta y un trasto con agua, y durante un buen rato parecían charlar, mientras la damita limpiaba el rostro sudado de su jefe, quien no tenía para cuando recuperar la lucidez.
Hale se apretó ambas manos al rostro, sin dejar de ver la pantalla del televisor. En un momento de su confusión, se veía claramente como había atrapado a la chica por el borde de la blusa, para obligarla a inclinarse y besarla contra su voluntad. Amanda no tardó en propinarle una bofetada, alejándose hasta desaparecer de la imagen nuevamente. Hale cambió de posición, ahora manteniéndose sentado en el sofá. En ese momento, un leve destello opacó la imagen, por lo que el pelirrojo pidió a su hermano que regresara el video un par de veces. Sin embargo, no había nada distinto, sólo el resplandor casi imperceptible.
—No le pidas demasiado a una cámara de seguridad promedio, hermanito. Seguramente se generó por la presencia de los celulares en la habitación. Lo más importante comienza desde este punto— indicó Aeva, señalando la pantalla. Ahí sentado, el pelirrojo de pronto comenzó a temblar. Sus labios se movían, y entendieron bien que estaba gritando el nombre de Amanda. La chica volvió a toda prisa, y para cuando estuvo con el jefe, Hale estaba convulsionando. Lovelace corrió hacia el teléfono de la habitación, hizo la llamada correspondiente y volvió donde el drogado protagonista. Colocó una cuchara entre sus dientes para que no se mordiera la lengua y lo recostó de lado, pues se veía claramente como Hale también comenzaba a vomitar. El resto, eran paramédicos que arribaron en ocho minutos, la policía y todos los procedimientos de emergencia que surgieron.
Aeva apagó el televisor y entregó la memoria a Hale. El menor suspiró, respetando el silencio del pelirrojo, pero antes de retirarse, posó una de sus manos sobre el hombro ajeno y buscó su mirada.
—Gracias a esa mujer sigues con vida, Hatty. No sé qué estés especulando ahora mismo, pero por favor, piensa bien antes de actuar. Independientemente de nuestras diferencias, te lo dije una vez y lo volveré a repetir: alguien, en algún momento de tu vida, sea quien sea, haría esto y más por ti. No importa si lo hace por compromiso, o porque le gustas, o porque busque un beneficio personal. Acabas de verlo. Amanda Lovelace posee una fidelidad que no vas a encontrar en ninguna otra parte, al igual que sus veinte mil virtudes. No la destruyas. Es un diamante en bruto que no necesita ser pulido—
Hale no respondió ante aquellos comentarios, pero despidió a su hermano con una leve sonrisa. Des agradeció el gesto con una palmada en la espalda y se retiró sin decir nada más. En cuanto la puerta se cerró, Hatty se giró, para mirar hacia el gran ventanal de su habitación, y mientras apretaba la memoria USB entre sus dedos, cerró los ojos. Las imágenes eróticas de Amanda no se iban, pero sabía que debía abandonarlas, si quería conservar a la chica trabajando para él. Tenía que aceptar, muy a su pesar, que Des tenía razón.
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Gracias por su paciencia y feliz navidad atrasada :) <3
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