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«Chapter 13»


Mi padre colgó el teléfono con su semblante serio y dirigió su mirada hacia mí.

— Listo—Avisó ante mi mirada confundida.

—¿No crees que hubiese sido mejor hablar con él? Ya sabes... Cosas... ¿Normales?—Mi padre ignoró olímpicamente mi idea, pasando su mirada de mi, podía notar que lo había fastidiado, siempre lo hacía—Cualquier cosa es mejor que traerlo aquí contra su voluntad.

El ojiverde alzó su mirada y rió con desdén.

—¿Estas cuestionando mi decisión?

En teoría, sí.

—Bueno, tu decisión es un tanto ilegal.

—Por favor Elsa,—Me miró frustrado—¿A él le importó tomarte aquellas fotos? No, no le importó, ¿Por qué te preocupas por los derechos de ese bastardo?

Solté un suspiro con cansancio, ¿Por qué todos llegaban a la conclusión de que aquel chico me importaba?

—Solo... Solo no quiero más problemas, ¿Okay?

—¿Más de los que ya hay? Lo dudo, así que te pido que no cuestiones mis ideas.

Guardé silencio, sabía que nunca ganaría una disputa contra mi padre, y menos si alguna de ellas le llevaba la contraria a él. Por ello era mejor guardar silencio que decir palabras que no tendrían ningún significado para él.

Decidí revisar mi teléfono en un intento de escapar de la incomodidad del lugar, de repente un mensaje nuevo llegó a mi bandeja, así que decidí abrirlo topandome con un nuevo mensaje de Mérida.

Mérida:
Ya voy hacia allá.

Su mensaje logró calmarme un poco, ¿En que momento me comenzó a gustar más el compartir más con una desconocida que con mi propio padre? De pequeña si recordaba el apego que tenía hacia mi padre, sin embargo ahora parecía darme igual.
No obstante, era una completa mentira el negar sentir un toque de remordimiento, tener una relación casi nula con tu progenitor era, en algún sentido deprimente, al menos para mí.

El teléfono que se encontraba en el gran escritorio sonó indicando que alguien llamaba, mi padre contestó inmediatamente y yo no pude evitar ponerme nerviosa, quien sabe en qué condiciones traían a aquel chico.
—Hazla pasar.

L

as prominentes puertas fueron abiertas por el personal que trabaja para mí padre, pude observar aquella cabellera pelirroja; sonreí en grande.

—Señorita Mérida,—Saludó amablemente mi padre—Que bueno que nos volvemos a reunir, me gusta estar al tanto de todo esto. Tome asiento por favor.

—Igualmente señor Arendelle—La pelirroja caminó sentándose a en uno de los sillones individuales que se encontraban cerca del mío, me sonrió en forma de saludo.

—He leído un poco sobre la información de aquel sujeto, ¿Usted?—La ojiazul asintió—Perfecto, aunque para ser sincero esperaba más información, conociendo a la señorita Camille ella hubiese sacado mucho más que solo su procedencia.

Tragué en seco. Solo espero que aquí no se cumpla el dicho de que todas las mentiras siempre salen a la luz.

—Bueno, eso fue todo lo que nos dieron, y creo que es lo necesario—Excusó Mérida, mi padre volteó unos segundos despegando su mirada de nosotras, a lo que la ojiazul aprovechó para mirarme un tanto confundida.

—Queria saber un poco más; ya sabe..._Hizo una pausa y sonrió de forma aterradora, al menos para mí—Entre más información más podremos extorsionarlo.

¿¡Extrosionarlo!? ¡Nunca me mencionó nada sobre extorsiones!
Inmediatamente me puse alerta y mi padre no demoró en notarlo.

—Nada de cuestionar mis decisiones—Advirtió—Es la mejor forma, ¿No es así señorita Mérida?

—Puede que el chico no se niegue, en ese caso no habría necesidad de hacer eso—Opinó Mérida, la cual se acercó buscando no ser escuchada—Tu padre está loco.

Hice un asentimiento con la cabeza mientras fingía una sonrisa falsa. Mi padre nos estaba viendo, y al parecer Mérida no se había dado cuenta de ello.
El castaño entrecerró sus ojos de forma interrogativa.

—Ustedes se han vuelto muy amigas al parecer.

—Eh, sí... Se puede decir.

—Que bueno, Elsa no es de tener amigos, ya sabe. Es un tanto asocial, ¿No es así pequeña?

Actúe una carcajada, mientras veía a mi padre y a Mérida reír animadamente.
En dado caso de que me dejara salir a donde yo quisiera fuera menos "asocial", pero no, yo era la típica niña que se pasaba encerrada en su habitación, y las pocas veces que salía tenía que hacer alguna actividad de beneficencia o algo para ayudar al prójimo. Por supuesto que la hija de un hombre importante debía comportarse a la altura.

No saben la tortura que podía llegar a significar eso.

La puerta fue abierta por sorpresa, haciendo que mi padre se pusiese alerta ante la situación, es increíble lo paranoico que puede llegar a ser cuando se trata de su propia vida, ya puedo imaginar lo que esta pasando por su mente. "No pudo morir justo ahora que falta poco para que gane la presidencia". No soy una adivina, simplemente mi padre es predecible.

Pude ver cómo se calmaba al ver que solo eran sus guardaespaldas que cargaban consigo una bolsa, la cual ya puedo imaginar que contenía.
Tiraron el saco al suelo como si no fuera algo insignificante; pude escuchar un quejido cuando el cuerpo chocó contra el suelo.

—Lo secuestró...—Me susurró Mérida boquiabierta.

Asentí sin más, atenta a la siguiente acción del chico el cual se dedicó a intentar buscarle una salida de dónde se encontraba.

Hasta que por fin lo hizo, luciendo confundido y aturdido, no lo juzgo, esto es una completa basura.

—¿Por qué no tocaron la puerta par de insolentes?—Habló mi padre a regañadientes dirigiéndose a sus empleados.

—Lo sentimos señor—Dijo uno de ellos agachando levemente el rostro—El sujeto no paraba de moverse y gritar, al parecer el golpe en la cabeza no funcionó lo suficiente.

Los sujetos ni siquiera habían notado que el chico había despertado y que estaba afuera de la bolsa observandolos con temor y confusión.
El peliblanco se percató de que lo observaba, no demoró en voltear, encontrándose sorpresivamente con mi mirada, y en ese instante pude ver cara a cara a aquel sujeto por primera vez, he de admitir que no era nada parecido a la foto que se encontraba entre su información, era bien parecido, y sus ojos se me hacían extrañamente conocidos.

—¿¡Por qué no lo durmieron!?—Mi padre se frustró inmediatamente—¿Saben lo que hubiera sucedido si alguien hubiese escuchado un chico gritando por ayuda dentro de un carro que se dirige a la mansión de un candidato presidencial?

—Lo sentimos, señor.—Volvieron a repetir, está vez los dos guardaespaldas al unisono.

¿Que rayos le sucede a ese chico?
No dejaba de observarme, sinceramente ya me estaba asustando.
Lucía sorprendido, ¿Acaso esperaba no verme más nunca? Que iluso.

—Ya no importa,—Sentenció mi padre con voz gélida—Salgan y vigilen la puerta.

—Como ordene señor.

Sin embargo antes de salir uno de los guardaespaldas jaló el cabello del peliblanco hacia atrás y con voz amenazante le dijo:

—Más vale que te comportes, niño.

El chico tosió con fuerza, al parecer lo habían golpeado.
Cuando las puertas fueron cerradas pude escuchar las risas de los guardaespaldas, disfrutaban lo que hacían.

—Al fin tenemos al chico que buscó hacerse rico a costa de mi inocente hija.

Rodeé mis ojos fastidiada, no hacia falta que me hiciera la víctima.

—¿Q-que quiere de mi?

—Mmm, déjame ver—Con una pose pensativa claramente fingida mi padre de acercó a él—Que borres todas las fotos que le tomaste a mi hija y que nos ayudes a encontrar al hijo de perra que se acostó con ella.

Me sorprendió lo nervioso que se puso el chico ante la respuesta de mi padre.

—¿P-por que yo debería saber quién fue?

—¡Tal vez porque tú la seguiste toda la noche como un maldito acosador! Serías un idiota al no acordate de las personas que te están dando dinero, parásito vividor.

La última frase mi padre se encargó de soltarla con asco.

Mire de reojo a Mérida la cual seguía sorprendida e incómoda, estoy segura que no era consiente de la clases de cosas que pueden llegar a hacer las personas de "poder"; lastimosamente yo sí lo sabía, ya que mi padre era uno de aquellos que disfrutaba de la tortura de los que de alguna forma eran "inferiores" a él.

—Ahora responde, ayudarás ¿Si o si?—Mi progenitor soltó una carcajada ante la cara del sujeto—Y ni creas que te pagaré por ello, no te daré más dinero del que ya has sacado a costillas de mi apellido.

El peliblanco agachó su rostro. Lo entendía, mi padre puede hacer sentir miserable a cualquiera, y yo podía dar crédito a ello.

La habitación se hundió en un silencio sepulcral mientras que yo en mis adentros esperaba que fuese terco y se negara a la petición de mi padre.
Pero mis peticiones no fueron escuchadas, ya que resultó solo ser otro más que se doblegaba ante la amenaza de gente como mi padre. Y pude comprobarlo cuando pronunció:

—S-si...

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