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1. Un error

Caminaba por la acera opuesta con tranquilidad. Mi paso, ágil y decidido, pretendía camuflarse con la marabunta que cruzaba las calles de Gaepo-dong. Mi apariencia, sin embargo, buscaba todo lo contrario: ropas negras de infrarrojos, a prueba de cámaras de vigilancia, tacones altos y mi peluca roja ondeando al viento. A un lado de mi cuello, como en cada robo, el tatuaje de una mariposa demasiado llamativa para pasarla por alto.

La policía necesitaba testigos con detalles relevantes para su investigación fallida, y uno de nuestros deberes era darles todos los posibles.

Sabía que entre tanta gente, seguía siendo insignificante. Una persona más, con un atuendo peculiar pero que se camuflaba entre la marea. Una que me haría llegar a mi destino sin inconvenientes. Porque si me dejaba rodear por todas ellas y seguía su rumbo natural (el del paso de cebra que tenía que cruzar para alcanzar mi objetivo), no sería visible hasta que yo quisiera serlo. Y mi cabellera roja y yo cruzamos sin ser percibidas por nadie. Nadie que yo no quisiera.

La furgoneta negra conducida por Hobi se paró junto al resto de coches. No estaba la primera en la fila de vehículos, pero podía verla a la perfección. Y si no la hubiese visto, habría sabido que estaba ahí porque, como yo, llevaba el tiempo controlado minuciosamente; por el reloj de su muñeca (idéntico al mío), la preparación previa al atraco y porque llevaba a Yoongi sentado a su lado, repasando todo el plan y controlando que todos lo siguiésemos al dedillo. Solo nos podíamos salir del patrón si él daba órdenes nuevas, unas que nos llegaban a través del pinganillo invisible que llevábamos.

—Ralentiza el paso, Gi. Chan va con retraso.

Ellos sí que me veían, como siempre habían hecho. Por eso asentí sutilmente y empecé a caminar más despacio.

—Diez segundos —avisé. Tenía que entrar al banco antes que Chan, así que, por si acaso, aproveché mi giro a la derecha para acercarme a la puerta y observé la calle que se extendía ante mí. Igual de llamativo y a la vez camuflado que yo, Himchan estaba a unos diez pasos de la puerta. Al no recibir respuesta y comprobar su distancia, tomé aire y abrí la puerta del banco antes de adentrarme en el local—. ¿La última?

—Yo —me avisó una mujer justo cuando se giró ante mi pregunta. Yo asentí con una sonrisa y me coloqué a una distancia prudencial a esperar mi turno. Y mientras lo hacía... conté las personas que tenía delante, en la cola para la caja, y las de los mostradores de atención especializada. Cinco de pie, tres sentados y... uno en el despacho del director. Uno que no contaba realmente, pero que tenía la misión más importante de todas: colocar un pendrive en el ordenador del directivo sin que este se diera cuenta.

La sucursal de Shinhan Bank en Gaepo-dong no difería mucho del resto de oficinas. Mismas mesas metálicas que gritaban profesionalidad, misma ubicación de los puestos de atención personalizada, misma disposición de despachos, mismos cristales para poder ver a través de ellos... Lo único en lo que se diferenciaban era en los metros cuadrados del local. Este, en concreto, tenía unos setenta. Nuestras misiones no solían ser en locales muy grandes precisamente para no llamar tanto la atención; aunque, por supuesto, eso tenía otras ventajas. Como, por ejemplo, saber exactamente el tipo de ordenadores y sistemas de seguridad que tenía cada sucursal y que, por más que hubiésemos sorteado, nunca cambiaban. Intentaban reforzar sus cortafuegos, cambiar las claves de las cajas fuertes y poner cámaras más precisas, pero no funcionaba. No con nosotros.

Por eso sabíamos con seguridad antes de entrar que el ordenador del director del banco sería idéntico a los demás: una CPU colocada estratégicamente debajo de la pantalla para darle altura a esta y, en nuestro caso, para hacernos accesibles los puertos USB de la parte trasera. Aunque igual que estaban accesibles, también eran visibles para la persona sentada frente a la pantalla. Por eso, aunque nuestro hombre tenía la misión más importante de todas, necesitaba un poquito de ayuda.

Un poquito de ruido.

Miré mi reloj justo cuando la primera persona de la fila que tenía frente a mí abandonó su puesto delante de la caja para salir del banco. El cronómetro me indicaba que teníamos todavía doce minutos para llevar a cabo la misión con éxito. Para poder cumplirla, Chan entró al banco en ese mismo momento (ni un segundo más tarde de lo planeado), chocándose deliberadamente con la persona que salía, pidiéndole disculpas y, como hice yo, preguntando quién ocupaba el último puesto de la cola. Me giré rápidamente para indicárselo —levantando el índice tal y como habíamos acordado— y Chan asintió.

Mi pie golpeó el suelo ocho veces; signo de impaciencia pero, también, una señal para Chan, que podría saber en qué momento actuaría: tras el último golpe de la puntera de mi zapato de tacón en el suelo, cuando abandoné la cola para encaminarme al mostrador.

—Perdone, tengo un poco de prisa, ¿podría atenderme?

El hombre tras el escritorio apartó la vista de la persona a la que estaba atendiendo, seguramente con un discurso en su cabeza que ya me conocía de sobra: «respete su posición en la cola y enseguida será atendida, señorita». Lo había escuchado en innumerables ocasiones, pero a veces, como en ese momento, no les daba tiempo a abrir la boca, porque antes de mirarme a la cara, veían el cañón de la pistola que acababa de sacar del bolso directamente apuntándoles.

Las reacciones a un encañonamiento siempre eran diversas: nerviosismo silencioso, determinación pétrea a morir por su puesto de mierda en el banco, compromiso con las autoridades, instinto de supervivencia, caos... Por las canas que adornaban el pelo del hombre, hubiese apostado por una llamada silenciosa pero evidente a la policía; nunca por el caos. Aunque quizá hubiese seguido el patrón que yo tenía en mi cerebro si al imbécil de Chan no le gustase montar un espectáculo.

—¡Alto todo el mundo, esto es un atraco! —gritó tras disparar al techo.

Suspiré antes de hacer más visible el arma que llevaba en mi diestra para apuntar mejor al hombre tras el mostrador. Ya no tenía sentido intentar mantener la calma; a Chan le encantaba recrear atracos como si estuviésemos en una película mala de Hollywood y, aunque normalmente llevaba casi todo el plan a rajatabla, ni Yoongi había sido capaz de quitarle esa mala costumbre.

Por eso los gritos no tardaron en alzarse en el ambiente. Primero el del hombre al que apuntaba, que chilló más que todas las mujeres a las que había encañonado anteriormente juntas, y luego el resto de rehenes, a los que, uno a uno, Chan colocó contra las paredes con las manos detrás de la cabeza.

—No mueva un músculo —avisé al banquero cuando vi sus manos moverse, temblorosas, hacia el teléfono—. Si quiere salir de aquí con vida, hágame caso en todo lo que le digo y habremos terminado tan pronto que esto quedará como una anécdota, ¿entendido?

Asintió nervioso y, en cuanto saqué una bolsa de tela de mi bolso y se la lancé, se le cayó al suelo. Miré el reloj un segundo para ver cuánto tiempo perderíamos mientras la recogía, pero todavía íbamos bastante bien.

—¡Chan, el despacho del director! —le grité mientras observaba, casi sin pestañear, cómo el hombre recogía la bolsa—. Salga de detrás del mostrador y acompáñeme.

Un nuevo asentimiento nervioso, acompañado de la acción rápida y torpemente ejecutada, vino del hombre, al que dejé pasar primero para poder colocar el cañón de la pistola entre sus omoplatos. No le hacía falta estar más nervioso, pero siempre obedecían más si notaban el frío calándoles en los huesos. Por eso su paso se aceleró, intentando escapar del arma sin éxito; incluso con tacones, yo era más rápida, pero eso era, sobre todo, porque no sentía su miedo. Yo no me paralicé como hizo él al ver al resto de rehenes.

—Lléveme hasta la caja fuerte.

—Y-yo no...

—La caja fuerte he dicho. Rápido.

Miré un segundo a mi izquierda para ver, antes de que el hombre continuara con su paso, cómo Chan colocaba a Jimin y al director juntos en la fila de rehenes. Sus caras eran la viva definición del terror, aunque una de las dos fuese completamente fingida.

—Y-yo no... no sé... la contraseña. E-el director...

—La caja está abierta —susurró la voz de Yoongi en mi oído.

—Lo sabemos —afirmé a mi rehén después de escuchar esa nueva información, aprovechando para apretar un poco más el arma contra su espalda—. Usted solo lléveme ante la caja fuerte y haga lo que le pido.

Esta parte, en realidad, era la más sencilla de los atracos. Porque cuando llegamos a la caja fuerte, gracias a la inestimable ayuda de Tae —que estaba en la camioneta junto a los demás— la pesada puerta metálica se encontraba ya abierta. Ventajas para nosotros, que no tendríamos que jugárnosla a que el director activase alguna de las alarmas al poner erróneamente el número. Y ventajas para el hombre que afirmaba no tener ni idea de la contraseña, cuyo pulso no sería un problema para abrir la puerta lo suficiente como para que ambos entrásemos, ni para poder coger los fajos de billetes e ir metiéndolos en la bolsa.

Tenía otras dos bolsas idénticas preparadas en el bolso que llevaba, además, por supuesto, del bolso mismo, que también servía para conseguir la mayor cantidad de dinero posible. En base a lo que habíamos conseguido en otros bancos del mismo tamaño y volumen de clientes, el recuento ascendería a unos quince mil millones de wones. Y para poder meter tal cantidad de dinero en las bolsas, disponíamos de tan solo siete minutos. Cinco si contábamos con los dos minutos adicionales para salir pitando sin el menor inconveniente. ¿Cuál era el problema? Que aquel hombre iba demasiado lento.

—Chan, tráeme a un par de rehenes.

Por supuesto, mi compañero ya sabía a quién debía traerme. Por eso no me sorprendió que nuestro infiltrado encabezase la fila, que acababa con una mujer de mediana edad. Y en cuanto Jimin, fingiendo un terror que no sentía, se puso a meter billetes a toda velocidad en otra bolsa que le lancé, tanto la mujer como el hombre que hasta hace un rato tenía la pistola pegada en su espalda le imitaron. Comportamiento de rebaño.

Gracias a su ayuda, terminamos en tan solo seis minutos. No nos dejaba mucho margen de huida, pero era menos que nada, por eso les hice cargar con las bolsas hasta que llegamos a la recepción del banco. Jimin le tendió a Chan las dos bolsas que sujetaba él y yo arrebaté al hombre la que llevaba en las manos.

Cuarenta segundos.

Me encaminé a paso rápido a la entrada, con Chan cubriéndome las espaldas usando su pistola, con la que apuntaba a los rehenes.

Aunque claro, no debió de hacerlo lo suficientemente bien.

No vi venir la bala. Ni vi la cara del rehén que estaba armado en el banco. Solo reaccioné lo suficientemente rápido como para que me rozara el brazo derecho y no se clavase en mi carne. Aun así, ardía. Aun así, sangré, así que tuve que llevarme rápidamente la mano al brazo para que el líquido granate no me delatase.

Y aunque al salir al exterior y meternos rápidamente en la furgoneta negra, que ya nos estaba esperando frente a nosotros con puntualidad extrema, podíamos pensar que el robo había sido un éxito, Chan se dio cuenta de que había fallado.

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Jelooou,

¿Sabéis quién ha vuelto también? La María desastre que actualiza en lunes por MINUTOS. He tenido un día un poco caos pero bueno, lo importante es que me ha dado tiempo. Si algún lunes no actualizo, como siempre, os avisaré por el tablero.

Y después de este párrafo totalmente innecesario, al lío. Con este capítulo ya entramos un poco más en materia de lo que es la historia, como podréis comprobar. Salen más personajes, un poquito más de acción y el inicio de todo esto. ¿Tenéis ya teorías? ¿Qué os ha parecido? ¿Qué creéis que puede pasar? Estoy aquí para leer todito.

La extensión de los capítulos de esta historia como veréis no es excesiva, pero es para lo que está dando. Confío de todos modos en que os gusten los capis también cortitos y que ahora que sabéis un poquito más de la historia os guste más incluso que con el prólogo. Que, por cierto... mil millones de gracias por todo el apoyo que me dejasteis tanto en IG como en el capítulo: me disteis un chute de energía que necesitaba, sois increíbles <3

Y ya paro de ser pesada, ¡hasta la semana que viene (hope so)!

¡Os leo! <3

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