S e v e n
Era un lugar escalofriantemente hermoso. Repleto de sombras que te aterrorizaban en el fondo de mis pies, y bellísimas estrellas alumbrando lo poco que podían por arriba de mis cabellos. Preferí subir la mirada, lo cual no creí mala idea hasta que mi abuelo casi se cae encima mío.
—Lo siento, yo... no veo bien —admitió él. Asentí en la oscuridad, y tuve que forzar la vista para que todas las zanahorias que comí a lo largo de mi vida sirviesen de algo. Pero como probablemente yo ya suponía, no lo hicieron. ¡Mamá, te dije que comer verdura no me ayudaría!
Estábamos a gran altura y mis desnudos brazos empezaban a notarlo al reclamar un abrigo con una grave rapidez. Había una especie de camino angostísimo y largo, repleto de sonidos misteriosos y el incesante miedo que jamás desapareció.
—¡Oh, es Ann! —escuché gritar a mi abuelo. ¿Una persona viva estaba aquí?—. Pensé que había logrado salir... —reflexionó, apresurando su paso hasta llegar a un punto. Agarró una pulsera del suelo—. ¡Ah! —suspiró—, está tan celeste como la primera vez que la llevaba... —sentí que pateó algo. Huesos.
Se guardó la pulsera en su bolsillo y siguió caminando. Nos encontramos con más restos de personas en el camino, pero jamás comprendí por qué mi abuelo no vomitaba cada vez que tocaba esas cosas tan... muertas y destruídas.
—Estas personas, Mel, eran mis amigos —me decía mientras seguíamos caminando—. Las personas que conocí cuando vine a la montaña esa noche tan tempestuosa. Nos encontramos con ellos y tuvimos que escapar. Yo... fui casi el único que logró salir —noté lo apenado en su tono—. Demonios, siempre sueño con que ellos viven felices con sus familiares y que lograron superar esta carga tan horrible. De ver tanto maltrato, odio y furia. Pero... no pudo ser —su voz se quebró—. Espero que no sigan aquí aquellas personas que me hicieron todo esto, no ese tipo de personas. ¡Asesinaron a la mayoría de mis amigos, uno a uno, frente a mis malditos ojos! ¡Sólo por merodear! —gritó.
De pronto, sentí que ya no estábamos solos.
—¿Quién fue la otra persona? —le pregunté, con una espesa y eterna inquietud sobre mí.
—Tu abuela —me respondió—. Pero ya conoces la historia del divorcio. Es que jamás volví a verla...
No volví a hablar y miré hacia lo que me esperaba. Probablemente, nada bueno. ¿Pero quién sabe?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro