Me quedé paralizada. Ella lentamente giró hacia mí y frunció el entrecejo, como decepcionándose de algo.

—No tienes sangre... —repuso aquella niña, mirando mis ya embarradísimas prendas. Ella tenía sus manos cubiertas de algo rojo (por favor, que no sea lo que pienso) y vestía con unos pantalones de pijama rosa claro con manchas de ese mismo color, una remera manga larga negra y no tenía zapatos. Su cabello negro azabache estaba completamente engrasado y tenía cortes irregulares, como si un mal peluquero hubiese querido hacer una pintura con su pelo.

Y por si eso no hubiese sido suficiente, cuando subí mi vista a su rostro me aterroricé completamente. Era yo pero con los ojos desorbitados y manchas de quemaduras en todo el rostro.

—¿Q-qui-quién eres? —le pregunté aferrándome a lo más cercano a mí: un árbol lleno de hormigas.

—Soy la condenada a llevarme las almas de los muertos que deambulan por aquí —dijo ella haciendo énfasis en sus palabras—. Estoy aquí para llevarme la tuya. Por eso tengo el rostro de tu envoltorio en este mundo; porque ya lo no tienes.

Abrí mis ojos de par en par.

—Yo... yo estoy viva —respondí.

—Eso dicen todos —sonrió maliciosamente, lo cual me produjo un escaolfrió que me heló hasta mi última fibra. Jamás había visto esa sonrisa en mí—. Tu alma, ahora. O te mando al Averno directa a tu castigo.

—Yo...

—Tres —esa sonrisa de nuevo.

—Viva...

—Dos... —pasó su cabello hacia atrás.

—¡NO! —grité.

—Uno... —tomó aire y cuando estaba a punto de hacer Dios sabrá qué cosa, alguien la interrumpió.

—¡Hey, te equivocas! —era la voz de mi abuelo. Giré y ahí lo vi, con su sonrisa habitual y en perfecto estado. ¿Qué había pasado?—. Ella realmente no está muerta.

—¡Oh, así que eras tú el vejestorio al que tenía que sacarle el alma! —repuso la niña, ahora tomando la forma de una chica común. Mi abuelo asintió—. Tú —me señaló—, corre. No querrás ver esto —aún así corrí a abrazar a mi compañero.

Lo rodeé con mis brazos, y al inhalar oxígeno descubrí que mi abuelo no olía como antes. Apestaba a algo imposible de reconocer ante el ser humano: muerte.

La niña chasqueó los dedos y un espeso humo blanco salió de la boca de mi abuelo. En un santiamén el cuerpo de este se derrumbaba y derretía en la tierra.

—¡Restos blancos! Jamás había visto un alma tan pura y brillante... nunca en una persona mayor —sostuvo aquella bola de humo entre sus manos, que flotaba emitiendo una tenue luz—. Una pena —pasó su mano encima de aquello y se volvió negra y casi imposible de divisar—, él pertenecía allí arriba. Lástima que se encontró con un ángel del inframundo... Ahora sufrirá más que nadie —y se hundió en la tierra.

De nuevo sola. Completamente sola.

Corrí hacia ningún lado, escondiéndome de nadie y odiándome por haber preguntado qué demonios pasó en estos lugares.

________

N.A:

La fantasía me consumió.