Scriptalis 5: Nos Viderunt
⠀ ⠀Se alejó hasta esconderse en el pequeño archivero del convento. Estaba seguro de que no lo molestarían; la presencia de Heisel lo mantenía a salvo de tareas y acosos. Pero algo ocurría en su interior: su corazón se aceleraba sin permiso. Verlo era sinónimo de hipnotismo, de placer. Negó con la cabeza para evitar pensarlo, pero tragó amargo al recordar cuánto faltaba para que él se marchara, y con su partida, el sufrimiento regresaría.
⠀ ⠀¿Sería capaz de dejarlo ir solo por miedo? ¿Y si pecaba contra su dios? Sabía que era un error, pero cuando las manos juguetonas lo tocaban sin permiso, no podía hacer nada. Si se resistía, lo golpeaban, lo torturaban y, como si fuera poco, luego confesaban sus propios pecados al creador. Eso le dolía más que cualquier otra cosa.
⠀ ⠀Escuchaba pasos fuera de la habitación. El convento de Sausar se había convertido en un campo de batalla con la llegada de una decena de desconocidos, supuestos adoradores de Luxisvera. Entendía que ninguno de ellos lo respetaría como Heisel lo hacía. Se podía pensar que su miedo podría errar, equivocarse y encontrar a quienes sí intentarían ayudarlo, pero ¿quién se lo diría?, ¿cómo lo sabría? El terror lo paralizaba: el miedo de revivir noche tras noche las mismas caras y gemidos, de ser acorralado hasta no reconocerse, de querer morir mientras trataba de sobrevivir por un dios que tal vez no lo escuchaba. Y bajo su inocencia, la poca que le quedaba, si es que aún tenía, confiaba en un futuro más alentador, o en el mejor de los casos, en una muerte más dulce y temprana. No obstante, ¿moriría pronto? Y no saberlo le atormentaba la vida, porque, ¿cuál era la petición más recurrente, aquella que se repetía en sus labios con una vehemencia incesante? Desaparecer, por supuesto.
⠀ ⠀Se despertó de golpe, sudando en exceso. Avizoró la tenue luz amarillenta en el corredor y dedujo que la noche había caído. La iluminación escaseaba a su alrededor, salvo el brillo del candelabro a su lado. No recordaba haberlo visto antes. Colocar fuego cerca de documentos viejos era un error grave, y ese pensamiento le arrebató la vergüenza de haberse quedado dormido. ¿Lo había puesto allí?
⠀ ⠀Se levantó pasmoso, adolorido por la mala postura e incómodo de que alguien lo viese. Para su buena suerte, nadie deambulaba por los pasillos. Se dirigió directo a la recámara que compartía con el Luminaris mientras se debatía entre estar haciendo lo correcto o no. Sin embargo, no tenía muchas opciones: era regresar con él o quedarse en su antigua habitación, a la intemperie de todos los que osaban cazarlo.
⠀ ⠀Las escaleras parecieron alargarse, sus pasos lerdos no eran provocados por su pie herido, sino para mitigar el ruido quebrajoso de la madera antigua y podrida. Se aferró a la balaustrada que crujía bajo su agarre cuando una campanada le erizó la piel. Se detuvo en el descanso, preguntándose por qué sonaba; no era la hora ni el día adecuado. Su vista cayó intuitivamente hacia el vacío que le provocaba un terrible vértigo, y aunque la oscuridad gobernaba su visión, la sensación que se agolpó sobre él fue indescriptible. Eran incontables las veces que había subido las mismas escaleras, en horas tan diversas y plagadas de silencio y misticismo, que comprendía muy bien que aquello que se manifestaba en su cuerpo, no era obra de sus traumas ni síntomas de su cardiopatía.
⠀ ⠀Giró el rostro por intuición, como si su cuerpo le advirtiera que había pasado demasiado tiempo mirando el abismo. ¿Pero qué era aquello que no podría soportar?
⠀ ⠀Entró a la habitación sin mucha dilación, escondiéndose detrás del biombo que dividía la estancia. Aún con la incertidumbre sobre sus vellos erizados. No miró, solo se dirigió hacia su pequeño y ordenado cubículo, y se acostó para intentar dormir.
⠀ ⠀No pudo controlarlo, pues sin percatarse, ya había transcurrido una semana. Lo sabía, sabía la razón, aunque las ideas tropezaban a propósito y cruzaban su mente con tal rapidez que no lograba reconocerla. Se ocultó detrás del archivero, evitó a Heisel, esquivó sus miradas y saludos cordiales. Se sumergió entre las sombras, lo vigiló en silencio, lo observó con atención, deteniéndose en sus ademanes y delicados gestos, en su rostro solemne y en esa aura de paz que lo envolvía dondequiera que fuese. ¿Era su culpa? ¿El resultado de sus abusos? ¿O acaso el trato dulce de su héroe?
⠀ ⠀Se encargaba de arreglar por las noches, así evitaba los malos comentarios y la repulsión de las miradas ajenas. No lo quería reconocer, pero le molestaba encontrar las cosas fuera de su lugar, los libros en estantes distintos, los platos sin lavar y las sillas alejadas de las mesas.
⠀ ⠀—Buenos días, Sylas —comentó detrás, erizándole la piel.
⠀ ⠀—Bonum mane, señor Heisel —respondió quedo, sin verlo a los ojos.
⠀ ⠀—¿Por qué me has estado evitando?
⠀ ⠀—No... no, señor, yo no...
⠀ ⠀—Está bien. Perdóname si fui imprudente. Solo quería asegurarme de que, cuando me vaya, tú estés bien.
⠀ ⠀Sylas no contestó, simplemente se pausó en el tiempo.
⠀ ⠀—Mírame —repuso, tomando su mentón con una presión serena.
⠀ ⠀Pero el monje se llenó de vergüenza. ¿Cómo podía actuar de esa manera dentro del convento? Peor aún, al tener plena conciencia de que todos estaban en su contra. Intercambiaban murmullos cargados de complicidad e hipocresía, plagados de maldad y mentiras, menospreciando el excelso trabajo de aquel Luminaris y de su perro faldero, el Ornarca Sylas.
⠀ ⠀—¿Por qué hace esto? —se limitó a preguntar, tragando saliva—. ¿Quiere lo mismo que los demás?
⠀ ⠀—No —espetó de inmediato—. ¿Podemos hablar en privado? Sé que no hay nadie aquí, pero si te sientes mal en estos lugares...
⠀ ⠀—No, yo me siento mal a su lado.
⠀ ⠀Sus palabras fueron como cuchillos que atravesaron su tersa piel y ese corazón acongojado por el frío. Había fallado. Lo había herido. No como los demás, ¿pero cuál era la deferencia?
⠀ ⠀—Me paenitet —susurró Heisel, alejándose de allí.
⠀ ⠀Era la última semana, aunque Sylas no lo sabía. Según lo avistado, las reuniones y conferencias se habían prolongado más de lo previsto. Pero, además de la culpa que sentía por haberlo rechazado, había otra sensación extraña rondando los pasillos. Las ventanas ya no eran tan serenas; ahora reflejaban un silencio turbulento y ruidoso. Las gotas de las llaves sonaban con más intensidad y en las noches de más frío, las ramas se sacudían sin control. Ni hablar de la madera vieja que rechinaba por todas partes y de ese susurro intermitente de rezos y peticiones.
⠀ ⠀Las noches se volvieron largas, llenas de penitencia constante. Ya no hallaba descanso en el somier que antes le resultaba cómodo. No era la presencia de Heisel lo que le inquietaba, sino un mutismo irritante: la paranoia de sentirse observado todo el tiempo. Por las ventanas veía los rayos nítidos y las sombras agitadas del follaje. No, no era solo imaginación. Quizá fueran sus sueños, cada vez más oscuros. Sesiones eternas de negrura extrema, de sonidos guturales y de gemidos prolongados. Sus manos temblaban y no tenía control de sus pisadas desnudas sobre ese asfalto rojo, ¿o era sangre? No lo quería admitir. Sus ojos cavilaban de un lado a otro, en un baile mareado de insolente presión, quizá por culpa de la respiración estruendosa en su cuello hasta despertar sudando y tiritando de miedo.
⠀ ⠀—¿Estás bien? —preguntó Heisel al verlo levantarse con el terror impregnado en sus retinas.
⠀ ⠀—Sí... sí, una disculpa, no quise despertarlo.
⠀ ⠀—Sabes muy bien la hora en la que me levanto, además, he visto que has tenido pesadillas la última semana, ¿hay algo que pueda hacer por ti?
⠀ ⠀—No, gracias —sentenció, avergonzado, ¿cómo podía hablarle en ese tono de voz cálido, que le calentaba el alma de ese frío embriagador, sabiendo del rechazo?
⠀ ⠀—Muy bien, rezaré por ti. No sé si estés enterado, probablemente no —se respondió—, pero es la última semana que estaré aquí, así que, si lo prefieres, puedes dormir donde tú quieras.
⠀ ⠀De nueva cuenta, no dijo nada, el Luminaris frente a él apretó los labios, y Sylas sintió que fue por resignación.
⠀ ⠀—Hoy llegaré más temprano a la habitación, por si... no quieres verme —continuó para luego levantarse del asiento y salir de la recámara.
⠀ ⠀Sylas recorría los departamentos mientras limpiaba cada rincón del convento. Sintió calma al no ver a nadie; todos estaban ocupados en las Reuniones Veritales.
⠀ ⠀Se detuvo al percibir, con el rabillo del ojo, un brillo intenso proveniente de la capilla lejana... a la par de esa campanada que no debía sonar. Se acercó al patio trasero, en donde solo gobernaba el tono grisáceo y ese frío apabullante. Ni la campana ni la luz se mostraron de nuevo, y por un momento, creyó haber perdido algo de razón.
⠀ ⠀—¿Qué está pasando? —se preguntó, realmente intrigado. Eran más de treinta años lo que sus pies habían viajado por el lugar, sin ningún avistamiento como aquello.
⠀ ⠀Terminó cansado, adolorido, pues había olvidado cómo se sentía deambular por todo el monasterio. Agradeció a los cielos culminar cuando el firmamento brillaba dócil. Subió a la recámara, sin dejar de sentir el peso sobre su espalda, no era culpa del quehacer realizado en la mañana, quizá era algo agazapado sobre su cuello, una presencia que se alimentaba de su miedo, o solo su imaginación.
⠀ ⠀Entró y cuando cerró la puerta, sintió desprenderse de un gigante. Miró la perilla por unos instantes, ¿se movería? Ojalá y no.
⠀ ⠀Caminó despacio y se detuvo —por primera vez— a contemplar el cuerpo inmóvil de Heisel. Su respiración sutil movía su pecho en un vaivén hipnotizante. Sus cabellos rebeldes acariciaban sus ojos y su brazo sostenía la almohada con algo de presión. Sin embargo, la delicada sábana solo le cubría las partes más íntimas, dejando expuesto su dorso desnudo y esa espalda trabajada, esa piel tersa y blanca, ese olor a almíbar de naranja.
⠀ ⠀Sylas se petrificó, pero su cuerpo respondió de otra manera. Deslizó la mirada maravillado por aquella anatomía hasta detenerse en su propia erección. Su mano temblorosa tocó y una descarga lo recorrió. No pudo, y sin darse cuenta, una masturbación se hacía a los pies de la cama ajena. Volteó hacia el cielorraso, perdido en el placer que nunca había sentido y entre las imágenes tan vívidas de aquel hombre inmaculado.
⠀ ⠀—Sylas... —susurró Heisel y el aludido creyó que era parte de su imaginación hasta eyacular en el blanco cobertor.
⠀ ⠀Cuando sus ojos bajaron de nuevo, se encontraron con las pupilas dilatadas de Heisel. Su mandíbula cayó, los nervios le hicieron estremecer y un tono rojizo cubrió su rostro en un segundo.
⠀ ⠀Corrió, corrió sin ver tras de sí, percibiendo aún el calor de su excitación y el dolor en su pie herido. Se hincó al centro del convento, frente al altar soberbio de su dios, y rezó sin detenerse. ¿Cómo había podido faltarle? ¿Cómo?
⠀ ⠀No supo cuánto tardó de rodillas, pero sintió la presencia de Heisel a su lado.
⠀ ⠀—Perdón, perdón —repetía una y otra vez.
⠀ ⠀—Sylas, está bien.
⠀ ⠀Abrió los ojos llenos de lágrimas y el Luminaris depositó un beso en sus desgastados dedos. El Ornarca se retorció, esa mano era la culpable de su pecado, con ella había tocado y ensuciado su nombre.
⠀ ⠀—No... —susurró.
⠀ ⠀—Sí, Sylas, quiero decirte que me quedaré todo el tiempo que pueda, y te sacaré de aquí, si tú me lo permites.
⠀ ⠀El aliento de Heisel rozó su rostro, cálido y tembloroso, mientras sus dedos se buscaron con una timidez que parecía danzar en el aire. Un murmullo en el ambiente rompió el hechizo; algo crujió en la penumbra, y el leve rodar de una vela interrumpió el instante, deteniéndose justo a sus pies.
⠀ ⠀—Nos viderunt —exclamó Sylas, retorciéndose de horror.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro