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Scriptalis 3: Est Mendacium

⠀ ⠀—¿Perdón? —cuestionó, secándose las lágrimas mientras ocultaba su rostro para no evidenciarlas.

⠀ ⠀—¿Tú eres Sylas?

⠀ ⠀—Sí, señor, soy yo —dijo, sin soltarse de la balaustrada.

⠀ ⠀—¿Podría bajar de ahí y verme a los ojos? Por favor.

⠀ ⠀—Sí, señor... claro. —Descendió casi obligado. Se había aferrado tanto que sus manos quedaron pegadas a la madera.

⠀ ⠀—Llorar está bien.

⠀ ⠀Sylas alzó su mirada ante el inusual comentario. Frente a él se erguía un hombre joven, de unos treinta años. Su aspecto era delicado, pero tenía hombros anchos y manos firmes. Su rostro irradiaba paz y bondad, y su atuendo era muy distinto a los que recordaba. La comisura de sus labios se elevó suave, y su cabello se movió al viento; un cuadro digno de ser admirado y colgado en la pared de su habitación.

⠀ ⠀No mencionó nada más, su silencio gobernó la terraza, y el caballero pudo sentirlo, así que prosiguió:

⠀ ⠀—El monje Doley te llama, pero puedes quedarte aquí un tiempo más.

⠀ ⠀—Lo siento, señor, debo ir, me necesitan.

⠀ ⠀—No hace falta, yo les diré que estás arreglando mi recámara, por cierto, ¿podrías decirme dónde dormiré?

⠀ ⠀—Sí... —dudó—, acompáñeme —respondió, con voz trémula.

⠀ ⠀—Mi nombre es Heisel, un gusto conocerte. —Extendió su brazo y cuando el saludo fue recíproco, el misterioso hombre giró la mano ajena—. Se nota que has trabajado toda tu vida.

⠀ ⠀Sylas no supo qué decir. Su mirada se ocultó tras los cabellos rebeldes que caían sobre su frente, junto a ese verde de sus ojos que parecía desvanecerse. Lo guio hacia el cuarto de invitados, el más olvidado de todo el convento, pero limpio y espacioso.

⠀ ⠀—Si necesita algo, mi señor, avíseme.

⠀ ⠀—Sí, requiero que me ayudes a desempacar esta maleta, por favor —pidió y el monje se tensó, pensando lo peor.

⠀ ⠀Sylas se acercó al duro somier, cabizbajo.

⠀ ⠀—¿Desde hace cuánto tiempo trabajas aquí? —preguntó, sin dejar de verlo.

⠀ ⠀—Hace treinta y cuatro años, mi señor.

⠀ ⠀—Dime Heisel, nada más.

⠀ ⠀—Lo siento, señor, pero ¿usted es un Vésperian?

⠀ ⠀—No, soy un Luminaris.

⠀ ⠀—¿Qué es eso? —inquirió, viéndolo por fin, pues nunca había escuchado de ello.

⠀ ⠀—No es mucha ciencia, digamos que yo soy el que dirige a los Vesperianos, a los Altaris, a los Ilionis... y a muchos más.

⠀ ⠀—Yo... yo... —tartamudeó—, lo siento, mi señor. —E hizo el amago de hincarse, sin embargo, Heisel no se lo permitió.

⠀ ⠀—No lo hagas. ¿Quién te enseñó eso? Nosotros no necesitamos rodillas raspadas ni besos en los pies para saber quién nos ama y quién no.

⠀ ⠀—Es lo que me han enseñado toda la vida, señor.

⠀ ⠀—No sirve de nada elevar egos y orgullos quebrados, Sylas, no es necesario, no importa y no viene en ningún manual.

⠀ ⠀—Si me niego... —Se contuvo, apretando sus labios.

⠀ ⠀—No lo hagas mientras yo esté aquí, ¿te parece? Me quedaré un tiempo y me servirás, para evitar que te molesten —sentenció.

⠀ ⠀—Est mendacium —susurró, tragando saliva.

⠀ ⠀—No es mentira, Sylas.

⠀ ⠀La respuesta lo dejó helado, estaba seguro que había susurrado. Sus miradas se encontraron, y era la primera vez, en muchos años, que pudo sostenerla. Los ojos de Heisel eran sutiles y amables, con un brillo refulgente y un tono grisáceo vibrante. Era un color muerto, como los harapos de los viejos de Sausar, pero en su mirada lucía como un día nublado, como el cauce de un río... como un rayo en la noche.

⠀ ⠀Su mandíbula era recta, con rostro serio y de rasgos finos, pero pese a la dureza de sus facciones, emanaba una dulzura incomprensible, un amor genuino y de sutil esperanza. No quería creerle, porque era cierto que los gestos se compartían en quienes habían abusado de él; todos coincidían en algo: en esa sonrisa cómplice, mórbida y perversa, empero, en Heisel no apreciaba esa maldad.

⠀ ⠀Sus modales eran tranquilos, parecía levitar, su olor era fuerte, pero grato al ingresar a sus fosas nasales, como el aroma fresco y nebuloso de los bosques al amanecer. Su piel blanca y tersa solo reflejaban pureza, y su cuerpo —bien definido— no era como el suyo, había una perfección sin escrúpulo, un tallado sin igual, idéntica a la estatua que yacía al centro del convento, de mármol blanco, venas delgadas, y acabado perfecto.

⠀ ⠀Definitivamente no lo veía bello, sino hermoso. Lo contempló por largo tiempo, y no se percató de ello, hasta que el Luminaris sonrió más de la cuenta. Por un momento pudo haber pensado que estaba en el patio del monasterio, admirando la figura impoluta de su dios.

⠀ ⠀—Señor Doley.

⠀ ⠀—Mi señor Heisel, dígame, ¿en qué puedo ayudarle?

⠀ ⠀—Sylas estará conmigo las veinticuatro horas del día, todo el tiempo que me quede aquí, necesito de un sirviente fiel y confiable.

⠀ ⠀—Mi señor, perdón que lo increpe, pero tenemos otros monjes, mejores y más... presentables para su encomienda.

⠀ ⠀—Querido Doley, no necesito presentación, yo requiero de fidelidad y servicio, de cordialidad y eficacia.

⠀ ⠀—Sí, mi señor, enterado.

⠀ ⠀Sylas se escondía detrás del cardenal, de la túnica en tonos blancos y morados, percibiendo el dulce aroma de la tranquilidad.

⠀ ⠀—Es una pena que se lo lleve, mi señor —añadió Raphael, sonriendo—, es un excelente Ornarca.

⠀ ⠀—Debe ser una pena para ti que yo sea el que tenga más autoridad aquí, ¿verdad?

⠀ ⠀—Solo usted es digno de ese puesto.

⠀ ⠀—Así es, no lo has podido decir mejor. Vámonos, Sylas.

⠀ ⠀Heisel dio media vuelta, y Sylas le siguió muy de cerca, escondiéndose de las miradas heladas que le quemaban la espalda.

⠀ ⠀El caballero colocó su mano en el hombro de Sylas y lo empujó con dulzura hasta que la paz gobernó su cuerpo, sin temor a las miradas ajenas ni a la ira disfrazada de amor. 

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