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+ | CARMÍN

    Acomodé mis cabellos castaños, pensativa, ensimismada en lo que pasó segundos atrás. Pellizqué mis propios dedos. Enfrascada. Demasiado. Wang lo notó, supo que pensaba. Lo hacía como si fueran balas atacando sus mentes; no paré de preguntar e insistir así que él habló primero.

   —Como aún eres una bebé, a veces necesitarás la sangre de un vampiro para sostener tu conversión y tus poderes hasta que puedas fortalecerlos por tu cuenta. Lo recomendable es que tu creador lo haga, pues es como si te amamantaran.

    Asentí a su explicación. Tenía sentido así. Al dirigirme a Tae Yong, pretendí darle las gracias pero ni siquiera me miraba. Era indiferente en el tema.

   —También beber la sangre de ese vampiro te permitirá conocerlo mejor en muchos sentidos y la conexión incrementará. Las parejas vampiro suelen hacerlo: Se muerden entre sí como un voto de confianza. En algunos casos solo como un acto meramente sexual.

   «¿Un acto sexual?», pregunté llena de dudas. ¿Por eso quise morder a Wang? ¿Por que me atraía? Contuve una sonrisa.

   —Sí, chiquita. —Deshice mi sonrisa rápido, creyendo que estaba de nuevo leyendo mi mente—. Hay vampiros que poseen sangre similar a un afrodisíaco. Además, cualquier criatura, hallaría a estos vampiros muy atractivos por más que fueran espantapájaros.

   —Seyge es ese caso —interrumpió Tae Yong—. Es una planta carnívora.

   —¡Me halagas, chiquito! Aunque deberías admitir que te negabas a darle tu sangre porque te rehúsas a que ella conozca tu interior. ¿Verdad qué lo sientes con más vehemencia, chiquita?

   —Chiquita esto, chiquita lo otro —farfulló—. ¡Para ya!

   Reí bastante desorientada. Ojalá pudiera dormir y descansar. No. Era mejor estar enérgica, recibiendo los sentimientos que mi creador negó compartirme en este tiempo juntos. Lo leía más claramente, aunque me privara de sus pensamientos.

   Era un repudio asfixiante. Conté los dedos de mi mano, haciendo la cuenta para no verme influenciada por su emoción negativa.

   —Ya sabe que eres insoportable, chiquito —bromeó Wang, mostrando seriedad, anunció: —Esta noche habrá una reunión organizada por la princesa Hippolyta. Es probable que él asista, ¿no crees?

   Pestañeé a falta de entendimienro sobre el tema. ¿Princesa Hippolyta? ¿Quién era ella? ¿Y por qué era una princesa si ese tipo de cosas ya no existían en la actualidad? ¿Las mariposas nocturas eran atrasados?

   —¿Realmente piensas qué Rot perdería su tiempo en una fiesta?

   —Aun si él no se presenta, no estaría mal asistir. Conoces las reglas, Tae Yong, la chiquita debe presentarse al menos una vez ante la realeza. ¡Ay! Estarás di-vi-na.

   Él tomó mis manos, brincó conmigo de un lado a otro como un infante emocionado por una fiesta. Sonreí por cortesía, ya que no me quedaba de otra que seguir su juego por no saber si era correcto o no. Si podía confiar en él o no. ¿Era por la sangre de Tae Yong? Mi creador no se mostró conforme con la idea, creando una deforme mueca y observándonos irritado.

   —No me gusta las fiestas...

   Imaginaba el porqué. Aún sin palabras percibí incomodidad, fragmentos de recuerdos de una noche ruidosa. Él odiaba la atención, el volumen de las voces, responder, ser mirado, aguantar las máscaras y lidiar con vampiros más fuertes que pueden destruirlo con un chasquido de dedos.

   —¡Tae Yong, bebé! —gritó en reacción Wang—. Serán la novedad de la noche. No se diga más, ¡buenos días!

  Fueron sus palabras, largándose del dormitorio a pasos largos y apurados. Lo último que dejó fue una aguda risa, formando un eco débil.

  —Precisamente —contestó mi tío abuelo entre dientes.

   Las repisas temblaron y se sacudieron, me atreví a arrodillarme junto a él, abrazándolo y acunándolo. Él aspiró mi esencia, no me apartó, quedándose inmóvil.

   ¿Cómo podía querer tanto a una persona qué odiaba el cariño? Cerré mis ojos disfrutando del tacto, hacía mucho tiempo que necesitaba un abrazo; él acariciaba mi espalda en respuesta, llegando su mano a enroscarse en mis cabellos, los cuales tiró fuertemente. Mi cuello se arqueó por el efecto de aquél castigo.

   «Lo siento», murmuré, lo solté rápidamente, levemente dolida.

  —Que no se vuelva a repetir. Ve preparándote.

   «¿Iremos?», no evito cuestionar.

   —¿Hay otra opción? 

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