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05 | CARMÍN

    El creador de Tae Yong era un vampiro antiguo, él era mi «abuelo». Este nuevo descubrimiento hizo que me preguntara: ¿Cuántos de ellos existen y se ocultan por todo el mundo?

    Rot me intrigó, al igual que la relación entre Wang y Tae Yong. He notado el desprecio hacia su hermano. ¿No se alegraba de que nuestra familia fuera más numerosa?

   Simplemente no podía entenderlo. Quisiera... Era toda una incógnita.

    Las luces del alba mostraron el final de la noche, eran destellos anunciando un nuevo día, aquella señal nos obligó a correr a las habitaciones de la residencia. 

     Las ventanas estaban cubiertas de vidrios ahumados y cortinas de telas gruesas, enormes, ideal para impedir el pasaje de la luz natural, —nuestro único enemigo que conocía—. El aroma a incienso servía para ocultar los desagradables aromas del ambiente, puesto que el escondite de Wang tenía cierta antiguedad y había un deterioro íncreible por la falta de cuidados.

    Al entrar en mi habitación, me recosté en la cama, contemplando el techo sin dirigirme a Tae Yong. Temí cuestionar e indagar, temí ser insultada otra vez o quedar como ignorante.

    Lo peor era que no necesitábamos dormir.

   Él me explicó pacientemente que éramos una especie evolucionada, sin ataduras de lo que alguna vez nos hizo humanos. En sus palabras, él dijo: «¿Desde cuando los muertos necesitan cerrar los ojos?»

    Nuestro metabolismo era lento, demasiado, como reptiles de sangre fría. Por esa razón, el motor de energía del que prescindimos era la sangre. Extrañamente dulce y adictiva. Era una droga. Mi droga.

   No beberla nos debilitaría o nos convertiría en envases putrefactos, convirtiéndonos en alimañas irracionales con síntomas de anemia.

   Si la consumíamos en cambio, nos convertiría en seres bellos, inteligentes, y, también se adhería a nuestras venas para que el cerebro mantuviera su funcionamiento. Otorgándonos habilidades sobrehumanas. Sin embargo, recién convertidos como yo, no podíamos controlar las dosis. Como bebés con necesidades básicas o en el peor de los casos, drogadictos capaces de hacer lo que fuera por una gota.

   —Debí haber traído mis libros. —Se quejó Tae Yong, bufando. Volvió a bufar para que lo escuchara. 

     El amaba el silencio, e irónicamente solo él creía tener el permiso de romperlo.

   «Puedes leer lo que quieras en el teléfono que te regalé», opiné aunque no debería insistirle sobre su aversión por los dispositivos eléctronicos. Eran temas tabú entre nosotros.

   Él saltó de su cama, parándose frente a la mía y cruzó sus brazos.

   —No voy a dejarme encantar por esas porquerías.

   «¡No son porquerías! Son un gran avance para la humanidad. Nos conectan a cualquier parte del mundo; es una ventaja.»

   —De acuerdo. Entonces, ¿por qué la humanidad aún es tan asquerosa e ignorante? ¿Por qué con tanta tecnología de punta, el mundo comete los mismos errores del pasado una y otra vez? ¿Están avanzando o retrocediendo? Usan la excusa de nuevas novedades para cubrir su estupidez.

   «No tengo respuestas a todo eso. ¡Busca en google y lo sabrás!», debatí extendiendo mis brazos. Me causaba jaqueca discutir.

   Él resopló.

   —¿No entiendes lo qué son preguntas retóricas? La respuesta se simplifica: Darle internet a un descerebrado es darle un arma a un mono. Todos creen ser dueños de una verdad que tiene mil caras. Tú y yo tenemos razón, en efecto, simplemente no puedo aceptarla.

   Apreté los labios digustada. ¿Él me daba la razón? Únicamente no entendía su negación a un mundo más accesible y dinámico. No añadí nada al tema, viéndole dembular en la habitación con ojos crípticos. Por lo que recordé el momento en que Wang deseó que lo mordiera.

   «Tae Yong.»

   —Se lo que estás pensando. Me enerva que hayas deseado hincarle los colmillos a ese horrendo ser —dijo ácidamente.

   Pude ver todo el odio reflejado en su cuerpo, en sus rasgos delicados.

    «Explícame, por favor». Supliqué, irguiéndome pisaba el suelo a pies desnudos.

   El hambre volvió como una corriente eléctrica. Necesitaba morder o sino acabaría devorándome mi propio brazo. Gemí con dolor porque nuestra necesidad de comer era demoledora. Era una experiencia agotadora incluso. Caí de rodillas al no lograr sostener mi eje, sintiendo un calor abrumador y desquiciante en la garganta. La desesperación me apoderó, mis músculos y filamentos parecían desgarrarse.

    —¡Da Min, chiquita!

   Fue Wang quién entró pronto al dormitorio.

   Comencé a convulsionar con agresividad, mis uñas me dañaban los antebrazos al intentar mantenerme inmóvil, sin éxito. ¡Era una sofocante tortura! Y no podía expresarlo en alaridos.

   —Déjala. Ya aprenderá a lidiar con ello —espetó mi mayor de manera repulsiva.

   —¡¿Estás loco?! —exclamó Wang—. ¡Morirá a este paso! Ni siquiera podrá durar una noche.

   «¿Moriré? ¿No era inmortal? ¿No le he vencido a la muerte?», preguntaba y nadie me daba una respuesta. Una lágrima carmín resbaló por mi mejilla, mientras retorcía las articulaciones al grado de parecer una contorsionista de circo. No sabía que podía doblarme de esa forma, como si estuviera filmando para una nueva versión del «Exorcista».

   —Déjame darle mi sangre —pidió Wang.

    —No.

    —¡Tae Yong! ¡Por el amor a Dalí!

   Al parecer Wang era admirador de Salvador Dalí. Eso me hizo reír en mi propio sufrimiento.

   —Dale la tuya pero no la hagas sufrir.

   —¡Te digo que no! —bramó Tae Yong.

    Estaba al punto del colpaso. Grité sin voz, adolorida, experimentando aguijonazos y punzadas. Espasmos rabiosos, un gran sufrimiento por cada un minuto. Mi visón se tornaba borrosa, volviéndose díficil ver a los dos vampiros frente a mí.

    Después oí zumbidos extraños, como si tuviera una fiesta de abejas en mi cabeza.

    —Está perdiendo color en el iris, maldita sea —habló Wang arremangándose la camisa y cortándose con la uña del dedo índice, la vena de su muñeca.

     Pude oler la sangre. Su sangre.

    Aquella acción de emergencia obligó a Tae Yong a reaccionar. Lo empujó con ímpetu, él mismo me la ofreció. Mi lengua por reflejo lamió, actuando como un topo ciego que se orientaba por el sentido del olfato.

     Suspiré con placer y alivio, presionando aquel brazo corto como mi salvavidas, chupé cada gota hasta que Tae Yong lo apartó.

    —Es suficiente. O vas a dejarme seco.

    Me relamí celada mis labios. El líquido espeso pude percibirlo correr por mi garganta, luego por mi cuerpo haciendo una ruta lenta, pausada. Logré enderezarme, sanándome los huesos que me auto lesioné y las heridas que marcaron mi piel brillosa. Mis sentidos nuevamente regresaron a su habitual función, viendo con mayor claridad los rostros de ambos.

    «¿Qué me pasó?» 

    Necesitaba saberlo.


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