04 | GRANATE
Seguí a Da Min no sólo por el rastro de aromas que desprendía, como ese ligero olor que emanaban los libros nuevos, sino por nuestra conexión sanguínea. Era fuerte y latía constante. Su voz mental no se callaba, paseándose entre los jardines del parque como una cabeza de chorlito.
¿Saben qué es un chorlito?
En el sentido más literal: Un pequeño pájaro, pariente de las gaviotas, son distraídos, vulnerables y estúpidos como Da Min. Estoy seguro que cualquier depredador cercano no dudaría en manchar su candidez. Esa que quería proteger.
Conozco a dos que no dudarían en hacerlo, el más evidente es: Wang Min. Una criatura retorcida, con nariz de águila y una mirada que pretende fingir simpleza. Él estaba allí, hablando con ella, intentando endulzarla como un payaso haciendo malabares. ¿No podía regresar a su odioso circo de excentricidades? ¿Por qué no estaba acompañado de Yuta?
Nuestro extraño mundo era amplio, no lo conocía al dedillo ni me importaba pero, Segye era un contacto útil. Era mi podrido hermano en cuanto a «Creador» inhumano. Detestable en mis tiempos de crianza, egoísta y versado en acaparar el mundo.
Él facilitó un departamento en el vecindario sin mucho costos, al parecer se tomó el maldito derecho de rondar nuestro espacio, en vez de quedarse en sus dominios y ser eficazmente invisible. Pero la astucia y la manipulación siempre era una carta que estaba tatuada en su piel de cordero.
¡¿Y cómo osaba ése estúpido en llevarse a mi creación?! No lo hizo por despiste, ¡sabía que estaba mirando e iba a por ella!
¡Maldito canalla!
La arrastró consigo, sabiendo que demoraría en llegar. Nuestras habilidades —y edades— eran notoriamente diferentes; los años a cuestas realmente hacían de un inmortal más sabio y fuerte. Afortunadamente, hallarla por nuestro lazo, fue más fácil que ese patético localizador moderno del que Da Min suele adular.
. . .
Al pisar su patio, salté directamente con arrojo a la ventana, primero provocando que los vidrios estallaran por mi fuerza impetuosa. Los suelos del salón quedaron repletos de fragmentos, dispersos y en diferentes tamaños. Mis ojos ardieron irritados, mi boca enseñó los afilados colmillos, a punto de tirar todo abajo; tampoco permitiría que me ganará en batalla mental. Pese a que tuviera el doble de poder.
No me iba a rebajar por eso. Y él lo sabía, porque era desafiante y eso le gustaba. Le pregunté porque se la llevó, pausado y aparentando una calma imposible.
—Tae Yong, ¡qué grata sorpresa! Hubieras usado la puerta. Me has dejado el salón hecho un chiquero —mencionó el idiota entre risas.
Yuta entró urgente, encontrando un panorama incómodo. Ninguno necesitó encender la luz para contemplarnos, la luna era suficiente foco para iluminarnos a los cuatro.
—Segye... Haz lo que te pide —habló Yuta como el diplomático de la situación—. ¿Ves los problemas qué causas por un capricho?
—Me alegra que tu chiquillo sea más perceptivo y razonable —espeté ácido.
Mi ingrata pichona no comprendía la gravedad de la situación, debía iluminarla para que recapacite que por su terquedad, así que la observé con intensa atención. Intentando decir que fuimos arrastrados a una maquéavelica reunión de la que no quería asistir ni pensaba venir.
—¡Tae Yong! ¿Por qué eres cruel conmigo? ¡Ay, pobre de mí! Sólo quería reunirnos otra vez, como una familia feliz... Y felicitarte por ser un padre prematuro.
—Prefiero morir calcinado por el sol, que ver tu estúpido rostro —dije irritado ante su odioso sarcasmo.
Levanté psíquicamente los trozos de vidrio sin escrúpulos, estos se elevaron y apuntaron como filosas dagas hacia su persona. Eran inútiles para él, lo sé... Aún así, la satisfacción de dañarlo era superior, era un sentimiento que quería descubrir. Da Min se dirigió a mí con miles de preguntas, cada cual más insistente que la anterior. La duda se reflejaba en sus ojos cristalinos, sin apartarse de Segye.
¿Cuándo iba a darse cuenta qué debería arrastrarse a mi lado?
—Está bien, está bien... —Segye sonrió descaradamente—. Te diré porque te he obligado a venir... Además de extrañar tus infantiles actitudes. ¿Has escuchado las noticias últimamente? Asesinaron a la hija de Choi Tae Kwang.
—¿Eso qué tiene qué ver conmigo? No me hagas perder el tiempo —inquirí hastiado.
—Tiene que ver con nosotros, Tae Yong —refutó él, dibujando una amplia sonrisa.
«¿Qué está pasando? ¿Por qué se conocen?» Por supuesto que mi tonta creación siguió insistiendo por los próximos minutos, sin gramo de consideración por los mayores. Le ofrecí una mirada inquisidora, haciéndola callar mentalmente.
¡Muy bien! ¡Así no interrumpirá!
—Habla de una vez, estúpido. No soporto que les des suspenso al asunto —escupí en su rostro con impaciencia, bajando despacio los fragmentos puntiagudos.
—Su asesino es uno de nosotros. ¡Y no cualquiera! —Exclamó moviéndose ansioso—. Es Rot.
Chasqueó sus dedos, inmediatamente las velas del salón encendieron al mismo tiempo. Una tras otra. Yuta había desaparecido un leve instante, pero regresó desde las penumbras de los rincones para limpiar.
—¿Estás seguro de qué es él y no otra de tus ridículas suposiciones? La última vez que me arrastraste contigo, acabé conociendo a un asesino en serie con delirios satánicos.
—¡Estoy muy seguro está vez, mi pequeño Watson! —respondió audaz.
—Ahórrate los apodos. Solo eres una mala versión de Auguste Dupin.
«¿Quién es Rot?», susurraron tanto Charlotte como Yuta, incrédulos ante el desenvolvimiento de nuestra plática familiar. Al parecer a ninguno le hemos dicho que Rot —uno de sus tantos nombres falsos—, es quien nos otorgó este estigma, la marca, el poder y la inmortalidad.
—Rot es como vuestro abuelo —inquirió Segye—. Tiene tantos nombres como años. Ninguna Mariposa Nocturna respetada se atrevería a desafiarlo. Y los que son transformados por él, es considerado un absoluto privilegio. Nadie sabe su origen o adonde va. ¡Es como un mito!
Aquellos abrieron sus bocas formando una enorme «O» ante el hecho de pertenecer a una descendencia especial. Éramos como nobles entre los nuestros, pero no sabía si teníamos más hermanos o éramos los únicos que recibieron este honor.
Segye lo ha buscado insistente en toda su inmortal vida, lo vio por segunda vez después de que Rot me dejó. Él quiere respuestas y persigue sus rastros, los cuales se pierden como huellas en la arena.
A mi no me interesaba encontrar un Creador que abandona a sus «hijos». Él nos enseñó a cazar, una vez que logramos ser independientes, nos liberó al mundo insano al igual que los animales depredadores. Nos vemos obligados a coexistir, ser fábulas, leyendas. Debemos evitar que nuestras pisadas sean demasiado notorias en la historia. Las borramos, les hacemos olvidar y solo quedan historias que contar, fantasía pura.
—Debe aún estar en la ciudad —prosiguió.
—¿Cómo sabes eso? —cuestionó Yuta, él intentó masticar los datos recientes, confundido por semejante descubrimiento.
—Es la misma sensación cuando tu Creador está cerca —respondí, naturalmente con un rostro indiferente. Guíe mi vista a Da Min que tiritaba sin razón.
—Debemos irnos, ya fue suficiente charla —espeté.
—¡No! Tae Yong, debes buscarlo conmigo. Hay que buscarlo —exigió mi aberrante hermano, sin que en su voz se notara la ansiedad y la orden implícita desde su garganta. Casi que era capaz de arrodillarse.
Mas no, lo que hizo fue levantarme entre sus brazos, elevándome a la altura de su cabeza sin esfuerzo. Me revolví como un gusano para que me soltara, inútil era porque este hizo más presión con sus dedos.
—¡Bájame! ¡Deja tus payasadas! —pedí furioso.
El imbécil se rió al girar conmigo.
Da Min ayudó a Yuta, recogiendo detrás de él lo que quedaba. Y luego, una vista triste, algo ilusionada: «Yo me quiero quedar, Tae Yong. ¿Podemos? En casa me siento muy sola.»
Ella realizó un puchero, volviendo su actuación adorable en una imagen monstruosa.
¡Ah! ¿Por qué a mí me pasaban estas cosas?
Segye se detuvo, me bajó tras escucharla. Me sentí asqueado por haber sido tocado con sus manos delgaduchas. Aún más por la petición de ella.
—No. No deseo que Segye contamine tu pureza. ¿No lo ves? Te usó, nos quiere usar. Lo hará y lo seguirá haciendo. —Mis colmillos se expusieron ante una mueca de rabia. Nos observamos lánguidamente.
—Oh, ¡que bonito! ¿Oíste eso, pichón mío? Él cuida la pureza de Da Min. Deberían consagrarlo de Santo en la parroquia —dijo Segye entusiasmado, jugando, burlándose a diestra y siniestra como si fuese divertido enrabiarme—. El Niño Virgen le llaman. O mejor conocido como Peter Pan.
—¡Cállate la jeta, Segye o no voy a ayudarte una mierda!
—¡Wow, wow! ¡Ahora cambiaste de opinión! —Él volvió a levantarme eufórico, haciéndome viajar por los rincones de su casa—. ¡El avióooooon! ¡Nyuu!
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