ᚐ҉ᚐ 06
Las próximas dos semanas Chan siguió yendo con la misma frecuencia a la biblioteca, dándose cuenta de la ausencia del chico más joven. Era extraño no tenerlo cerca de él. Se había acostumbro a pasar las tardes juntos, compartiendo opiniones y risas.
Entonces, Chan se dio cuenta de cuánto extrañaba y que tanto lo necesitaba a su alrededor, soltando pequeñas risas, contándole una que otra historia con su voz cantarina -que tanto le gustaba oír-. Le gustaba tenerlo siempre cerca, mirándolo de reojo mientras él ordenada los libros o atendía a la demás gente que entraba.
Amaba la manera en la que, con sus delicadas manos, acomodaba la capa de cabello que le caía por la frente. Amaba el brillo de sus ojos azules asemejados al cielo. Y amaba de sobremanera sus mejillas sonrojadas de vergüenza cuando usaba palabras que Jeongin no entendía, el reía corta y apenadamente soltando un "Perdón, no he entendido", entonces Chan negaba con diversión y volvía explicarle con palabras más simples.
Y es que nadie lo hacía sentir de esa manera. Nadie había logrado llenarle el alma como Jeongin lo hacía, ninguna de sus amantes o tan siquiera su esposa. Nunca había sentido el corazón bailarle fuertemente en el pecho, o el estómago apretarse de emoción con sólo ver a alguien parado, haciendo nada.
Entonces, sólo entonces, se dio cuenta de que han fuerte era su enamoramiento por Jeongin. Porque sí, estaba enamorado. No había otra manera de describirlo.
La campanilla del lugar sonó, indicando que alguien había entrado. Chan alzó la mirada para ver de quien se trataba.
Cierto joven estaba parado frente al escritorio, con varios suéteres cubriéndolo y en la cabeza un pequeño gorro azul que tapaba sus finos cabellos lacios y castaños, su nariz estaba en un color rojo, probablemente consecuencia de un resfrío. A su lado, un chico de cabello oscuro y chamarra de cuero, mirando a todos lados como si lo protegiera de algo... o de alguien. Jeongin compartió unas cuántas palabras con su tía antes de caminar hasta un anaquel lleno de libros de literatura clásica.
El rizado aprovechó para caminar detrás de Jeongin y preguntarle qué había pasado, y por qué no ha estado viniendo.
—Hey, Jeongin. ¿Qué ha pasado? Tienes semanas sin venir aquí —le preguntó, una vez que estuvo detrás del más joven.
—Nada. He estado un poco enfermo. Es todo. Tengo que irme —el castaño comenzó a caminar lejos de Chan, pero él lo paró, tomándolo del brazo.
—¿Podemos hablar? —con un poco de nerviosismo, cuestionó.
—No lo creo. Tengo prisa y necesito ayudar a Minho en algo. Tal vez en otro momento —y sin más, volvió con su tía para hacer el trámite de préstamo de libros. Tan rápido como pudo, salió con su amigo por detrás.
El hombre de ojos esmeralda -Bang- se quedó un momento ahí parado, confundido. Jeongin había actuado muy raro, le habló corto y seco, como si no le quisiera cerca. ¿Habría hecho o dicho algo que lo hizo sentir mal? Volvió a su lugar, tomando asiento, y se puso a pensar. Quiso confesarle sus sentimientos a Jeongin, pero él no quiso escucharle, y parecía no querer hacerlo más.
Así que, decidido, sacó su libreta y en una hoja limpia, comenzó a escribirle una carta al castaño, diciéndole todos sus sentimientos y confesándole como le hacía sentir. Al reverso de la hoja, puso el poema favorito de Jeongin, aquel que le mencionó la primera vez que hablaron. Arrancó la hoja y la guardó en su bolsillo. Le preguntaría a Julie donde vivía para poder dársela personalmente.
Cuando tuvo la dirección exacta del de ojos azules, salió del local rumbo ahí. Caminando tranquilamente, chocó con alguien casi haciéndole caer.
—Perdón iba distraído y... ¡Hey! Yo te conozco —Chan observó al muchacho fijamente.
Era Minho, el mejor amigo de Jeongin.
—Yo no, disculpa.
—No importa. Oh, ¿Puedes hacerme un favor? —el rizado pidió y el moreno asintió.
—¿De qué se trata?
—¿Podrías darle esto a Jeongin? Es importante, muy importante —recalcó—. Dile que Bang Chan se lo envía, ¿sí? Gracias, eres un sol —bromeó y Minho rio un poco -siendo hipócrita-, tomando el papel que el hombre le daba.
Chan se alejó caminando ahora en dirección a su casa.
Minho abrió el papel y comenzó a leer. Él era el hombre del que Jeongin estaba enamorado. Invadido en celos de pies a cabeza, rompió la carta y la tiró en el bote de basura más cercado. Su amigo no podía saber que el sentimiento era correspondido, porque eso significaría que estarían juntos y no. Jeongin debía y tenía que ser de Minho.
Mirando alrededor de la calle, por la avenida, vio a dos hombres grandes y musculosos. Sonrió con malicia cuando su mente ideó un plan. Trotó un poco en su dirección hasta llegar a ellos.
—Hola, soy Lee Minho y quería saber ¿qué son capaces de hacer por diecisiete euros? —preguntó con inocencia fingida.
El hombre más grande volteó a verle, y con una cara llena de maldad contestó:
—Por veinte le quebramos los huesos a cualquiera.
—Me gusta como piensas. Hecho —el moreno aceptó, tendiéndole la mano a los hombres para cerrar su acuerdo.
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