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xx. sonata de los caídos


VIEJOS DEMONIOS,
capitulo veinte: sonata de los caídos!



Shanghái, China — 28 horas después.

          JOY SE REMOVIÓ EN LAS SÁBANAS LENTAMENTE, buscando espabilar su mente que parecía no tener ganas de encontrar descanso alguno. Sí, su cuerpo sucumbió a su estado exhausto cuando terminó su baño de descontaminación y cuando su cabeza finalmente tocó la almohada que había en su habitación, justo como su marido lo hizo antes. La mujer de cabellos recordó sentir el cálido cuerpo de su marido a su lado al despertar, luego de dormir unas doce horas derechas y concluyendo que su cuerpo estaba demasiado entumecido, le dolía prácticamente todo (y no de la manera que a ella le gustaba) pero el suave aroma a aloe vera la hizo relajarse hasta el punto de quedarse quieta. Redfield, de manera casi intuitiva, pasó su brazo izquierdo por encima de la cintura de su mujer para mantenerla en un firme agarre, pegando su pecho a la espalda de Joy — simplemente transmitiéndole calor corporal que ella no sabía que extrañaba tanto.

          Chris parecía haberse hundido en el aroma de su mujer.

          (Él creyó que ese rastro se borró durante los meses que estuvo alejado de ella.)

          Pero el sentirlo tan cerca de él esta vez lo reconfortó, a pesar de su grande cólera y sus ganas de sangrar debido a la culpa que él sentía. Minutos después de que Piers Nivans hiciese su última jugada, matando al monstruo de una vez por todas, Joy decidió enviar una llamada de auxilio con sus coordenadas; simplemente esperando a que alguien de la Alianza tomase la suficiente iniciativa de ir a buscarlos. El helicóptero llegó media hora después de que la capsula saliese a la superficie. Durante todo ese tiempo, Joy no soltó a Chris, incluso si el sol del amanecer rojo los sofocaba con su luz. El trayecto del helicóptero a la división de la Alianza en Shanghái fue algo muy acelerado: llegar, inspeccionar heridas, rastros de virus, escribir un reporte inicial, interrogatorios y luego ir a la fase de descontaminación que los llevaría a hacer cuarentena por 30 horas. Chris casi le clava un cuchillo a uno de la unidad que intentó separarlo de su esposa, cosa que Joy tuvo que detener diciendo: "Yo me encargo de esto".

          Desde ese entonces, ninguno se separó del otro.

          ¿Qué había que separar, entonces?

          Había que juntar muchos cabos sueltos, había que hacer concesiones, había cosas que debían resolver. Ellos salvaron el mundo, eso estaba claro, pero aún quedaban las consecuencias que debían afrontar. Chris había perdido a todos sus hombres, incluso Piers Nivans. Joy había disuelto el equipo en dos partes, tuvo una soldado herida, otra que tuvo que evacuar con ella, dos que tuvieron el trabajo de ser niñeras y estuvieron en el ojo de la tormenta en Tatchi y perdió a los otros dos soldados que le quedaban — lo cual, en conclusión, resultaba ser una maldita mierda. Joy esperó al menos que Jake Muller (por no decir Wesker) pudiese salir de aquel agujero asqueroso a salvo con las hijas de Kennedy y Harmon, porque si no eso sería la gota que colmaría el vaso de Joy.

          Ella necesitaba buenas noticias.

          Todos necesitaban buenas noticias.

          Tengo que salir de esta cama, pensó la rubia.

          Se sintió agradecida de que le otorgasen al menos una herramienta para mantenerse comunicada con sus pares y otras personas, concretamente hablando de Jill Valentine, una persona a la que ella necesitaba en aquellos momentos de desesperación e incertidumbre. Joy se levantó lentamente de la cama, buscando no despertar o perturbar al castaño, y se encaminó para tomar la computadora portátil — procediendo a llevársela al baño para cerrar la puerta y meterse en la bañera. Su cabello rubio cayó de manera libre por sus hombros, mientras que ella se acomodaba en el espacio apretado. No tardó en encender la computadora para enviarle un mensaje a la mujer de cabellos cortos que pronto la llamaría.

          Jill nunca se tardó mucho en responder.

          (Y, en realidad, ella fue quien llamó.)

          Ver el rostro de su compañera, luciendo su cabello corto que tenía un pase del rubio al castaño en sus raíces, fue bastante consolador para Joy. Se notaba que los años pasaban para Jill, también, ahora una agente SOA de alto rango para la rama norteamericana, pero decidiendo qué misiones tomar luego de empezar a tomar un puesto en los altos mandos de la Alianza. Su sonrisa era apacible y divertida, así que Joy sabía que su amiga tenía algo tonto para decirle.

          —Te ves como la mierda, Joy.

          Siempre tan honesta.

          Ella no cambió en nada.

          Joy rodó los ojos—Buenos días para ti, Valentine.

          —Escuché que tú y Chris están en cuarentena en la sede del Lejano Oriente—declaró la mujer apoyando su cabeza en su mano derecha—. Me enviaron el reporte hace tres minutos, justo lo estaba leyendo.

          —Lamento interrumpir tu lectura.

          Jill se encogió de hombros—Nah, sabía que tú intentarías contactarme de todos modos. ¿Qué hay de Chris?

          —Él está durmiendo ahora—respondió Joy de manera deliberada—. Estoy dejando que descanse todo el tiempo que sea suficiente antes de que nos envíen de nuevo a América.

          —¿Alguna baja?—inquirió la castaña-rubia y su expresión cambió al ver que la rubia estaba poco verborrágica—. No tienes que decirlo ahora si no quieres.

          —Chris perdió a todo su pelotón, otra vez—señaló Joy removiéndose un poco en su lugar—. Yo...perdí a Sam y a Fiona.

          —¿Qué...?

          —Sam fue infectado por el enemigo, con una cepa del Virus C—recordó ella asintiendo, su mirada perdiéndose entre las teclas del ordenador—. No tuve más opción que matarlo con su propia arma y dejar que el virus deshiciese su cuerpo. Fiona quedó atrapada por una puerta que tenía un mecanismo de cierre automático—se relamió los labios—. Ella quedó al otro lado con una BOW gigante y decidió sacrificarse para que pudiésemos escapar. Piers fue el último en morir.

          —Oh, mierda...—balbuceó Valentine con decepción—. Esto es malo.

          —Ya te lo digo yo—añadió Joy alzando una mano.

          —¿Qué hay de Chris?

          Joy apretó sus labios en una fina línea, mirando a la pantalla—Chris está devastado, pero Piers logró hacer que recuerde todo. Esto no va a ser sencillo, Jill, para ninguno de los dos. Chris tiene que mejorar algunas de sus actitudes, tenemos que reevaluarnos.

          —No me digas que piensas pedirle el divorcio—añadió Valentine intentando de no sonar tan severa con su tono.

          Williams parpadeó por un momento, fingiendo que esa implicación no le doliese como una puñalada, pero las cosas eran más difíciles de lo que Jill creía y que solo ella simplemente insinuase tales cosas la hizo gruñir en voz baja por su gran estupidez.

          —Lo lamento, me pasé de la raya.

          —Tendré que darte la razón—señaló la rubia mostrándose al sorprendida y suavizó sus facciones un poco—. No, no pienso pedirle el divorcio, no habrá un maldito divorcio. Tenemos votos, Jill. Yo amo a ese hombre y sé que él también me ama. Está peleando por volver a nosotras y eso es suficiente para saber que él quiere volver a ser como era.

          —Nadie puede volver a ser como era antes, Joy—declaró Jill de manera honesta y Joy no debía mentirse a sí misma con esa simple frase—. Tú lo sabes muy bien.

          Nada podía volver a ser normal, si no a llegar a algo muy cercano a lo que era normal.

          Todos eran marcados por la guerra, por la pérdida.

          —Lo sé—añadió la capitana—. Solo tenemos que dar pequeños pasos. Rehabilitación y esas mierdas. Incluso para mí también.

          Valentine asintió—El mundo se ha vuelto jodido, es bueno buscar ayuda. Supongo que algo fuerte ocurrió entre ustedes, ¿verdad?

          —Como si un camión lleno de mierda se nos viniese encima.

         Jill soltó una carcajada y Joy intentó no reírse ante su propio sentido del humor, ambas carcajearon al punto de tocar sus abdómenes por el dolor, hasta que finalmente se sumieron en un cálido silencio; las dos mujeres cómodas en su ambiente creado. Williams alzó la mirada, Jill le sonreía a través de la pantalla.

          —Hablaré con el departamento de salud de la Alianza para iniciar un proceso de rehabilitación para Chris—señaló la mujer de manera honesta—. Y con consultas periódicas con los psicólogos para ambos. ¿Le permitirás ver a Zella? Ella puede quedarse conmigo el tiempo que tú decidas si crees que el ambiente no es seguro.

          —Le arrebataron un pelotón completo, Jill. No voy a arrebatarle a su hija, a la familia que él y yo creamos. Puede que sea lo único que pueda mantenerlo centrado.

          Jill asintió—Está bien. ¿Cuándo piensan volver? Tu hija es una clara copia de tu impaciencia.

          —En cuanto hagamos un control de daños en las ciudades de Wayip y Tatchi, buscando cerrar un perímetro claro para ocuparnos del resto de la infección...—declaró la mujer de cabellos largos—. Puede que sean unos días más. Aún tengo que ver si los dos soldados que dejé en Tatchi siguen con vida o tendré que enterrar más ataúdes.

          —Me huele a mucho papeleo y redacción de actas de defunción. Al menos el gobierno logró implementar la creación de la vacuna.

          Joy parpadeó—¿Jake Muller logró sobrevivir?

          —Sí, al parecer las hijas de Kennedy estaban involucradas en la misión o algo así—dijo Jill inclinándose hacia atrás en su asiento—. El muchacho tiene antígenos fuertes, o al menos eso demuestra su genética.

          Si tan solo supieras de quienes son esos genes, pensó Williams.

          No era un buen momento para darle las noticias.

          —Me imagino. Dile a Zella que llegaremos la próxima semana y que se comporte—dijo Joy antes de chasquear su lengua—. Su padre está bien y está conmigo, los dos estamos a salvo. Y tenemos muchas cosas que contar.

          —Ella se pondrá feliz con las noticias.

          La cortina de la bañera se corrió, revelando a Chris Redfield vistiendo nada más y nada menos que unos pantalones de descanso y con el torso desnudo. Su cabello estaba despeinado, enmarcando su rostro con el crecimiento de su barba y algunas tiritas cubriendo el corte de su mejilla. Joy le sonrió de la manera más inocente, terminando por quejarse en voz alta cuando el castaño decidió meterse a la bañera con ella. Teniendo en cuenta de que Chris ya era grande por su musculatura, Joy intentó acomodarse lo mejor posible mientras que Jill soltaba una carcajada ante cómo su mejor amiga se quejaba por el poco espacio que había.

          —¿De qué mierdas están hablando a estas horas?—inquirió el castaño con diversión.

          —Son las ocho, Redfield—lo reprendió Valentine—. No es hora para levantarse.

          —Luego de pasarme 32 horas en el campo de batalla y que lo único que escuche sean balas y a mi mujer, debo darme el luj-¡Ow!—se quejó el castaño cuando su mujer le pellizcó el brazo.

          Jill le sonrió—Me alegra verte, Chris. Espero que le hayas dado un gran beso a tu mujer.

          —Primero recibí una bofetada y 18 horas después recibí un beso, en ese orden.

          —Ouch.

          —¿Cómo están las cosas en Washington?—inquirió el capitán SOU.

          —Como la mierda. Los altos mandos están intentando esparcir el tratamiento de la vacuna lo más rápido posible a todas las ramas de la Alianza—respondió Valentine de manera poco amigable—. Y están intentando ver qué sucede con el gobierno debido que el presidente Adam Benford falleció en el brote de Tall Oaks. Un escuadrón de la BSAA salió a ver si el misil que envió el ex consejero de Seguridad Nacional hizo su maldito trabajo. Al parecer Derek C. Simmons estuvo implicado en el ataque. No hay declaraciones oficiales al respecto.

          —¿Ellos lo atraparon?—le preguntó Joy a Chris.

          Redfield ladeó su cabeza a un lado—Posiblemente. Kennedy y Harmon estaban en el caso.

          —Tendré que contactarme con ellos.

          —Nosotros estaremos aquí para el control de daños y juntar al equipo de Joy—dijo Chris con confianza—. En cuanto terminemos, nos dirigiremos a Norteamérica.

          —De acuerdo, estaremos en contacto, entonces.

          En cuanto Jill Valentine cortó la llamada, Joy se permitió cerrar la computadora portátil, soltando un gran suspiro de alivio. Ambos se quedaron quietos, respirando casi el mismo aire, en silencio. Parecía ser un simple momento de calma, pero los dos agentes sabían que aquellos momentos eran los que menos tiempo duraban antes de que otra mente desquiciada como la de los terroristas volviese a causar estragos. La Guerra del Terror no había terminado en nada y parecía no tener fin alguno. Simplemente, ellos se quedaron ahí, existiendo — hasta que su deber los llamase.




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Washington D.C, Estados Unidos — 1 semana después.

          Chris Redfield tuvo que respirar hondo por su nariz, buscando calmar su claro y profundo nerviosismo, mientras que el amanecer de Washington se encargaba de iluminar su rostro de manera parcial — casi pintándolo con tintes anaranjados. A su lado, su mujer mantenía la cabeza apoyada en su hombro derecho, como en los viejos tiempos; un hábito que ella no había cambiado desde ese entonces, su mirada era serena, calmada, algo que él buscaba ver más seguido en ella o al menos por el tiempo suficientemente prolongado hasta lo que sería su siguiente despliegue. Sin embargo, o al menos fue lo que él logró escuchar, ambos estarían reevaluando su situación frente a su postura al bioterrorismo y cómo seguirían al ver que sus reemplazos no podrían llevar a cabo el trabajo.

          El castaño sabía que él tenía un largo camino a volver a ser normal con su rehabilitación.

          (Él no confiaba en que volvería a ser el mismo de antes, pero al menos intentaría llegar a algo parecido a eso: por el bien de su mujer y su hija.)

          Joy, en cambio, tendría que ver cuáles eran sus prioridades ahora.

          Ellos no podían permitir que la guerra los siguiese por siempre. Aún así, esta parecía seguirlos como un cachorrito y dejaba marcas en su mordida debido a lo violento que era, haciendo que ellos mismos portasen sus propias cicatrices. Williams se relamió los labios, ladeando su mirada hacia Chris, quien tenía un ligero rebote en su pierna que parecía tenerlo inquieto. Los orbes verdes de la rubia viajaron hacia los otros miembros del equipo, los cuales estaban dormidos y otros simplemente miraban por la ventana. Rita Welch dormía en el hombro del ahora teniente Ross, mientras que él tomaba la mano de Kiya Anderson, quien miraba en dirección a la ventana justo como Emma Robertson lo hacía al lado de su capitana. Ella nunca había visto a su equipo tan silencioso, pero Joy debía permitirles al menos eso: silencio.

          Debía permitirles ese duelo, de que duela, de que aflija.

          Williams logró saber que el resto de su pelotón estaba con vida y ella podía sentir alivio con ello — podía respirar en paz.

          Pero eso no quitaba el hecho de que no estuviera conforme con su desempeño como capitana: después de todo, ella había perdido dos soldados.

          Se trataba, de la manera más insulsa y grata, de una sonata de los caídos.

          Marion y Emma lograron escoltar a las hijas de Kennedy hasta sus padres junto con el hijo de Wesker, para luego ser replegados con el equipo Tango que estaba cerca de su posición. Cuando explotó el misil en el centro de Tatchi, ellos buscaron cobertura en el edificio más alto, transportando sobrevivientes a terrenos más altos. De la unidad del equipo Tango sobrevivieron cinco personas, ellos incluidos; el resto sucumbió al virus y se unió al resto de los muertos que inundaron las calles. Kiya y Rita estaban en Shanghai cuando ocurrió el ataque, por lo que estaban absolutamente a salvo y con comunicación continua a la sede norteamericana (con Jill Valentine, ni más ni menos) para dar un reporte preliminar de lo ocurrido. Joy sabía que debía juntar a su equipo otra vez para hacer el control de daños y sintió que la grata vergüenza de volver sin los dos soldados que ella prometió proteger. El cuarteto de agentes la encontró en una de las salas de conferencia, ya vestida con su uniforme y excusada de su cuarentena obligatoria, junto a su marido quién no se mostraba tan feliz que digamos.

          Ver que Sam y Fiona no estaban allí les dio una buena idea de lo que pasaba.

          —Siéntense—ordenó ella con expresión lúgubre.

          Así que, su equipo obedeció.

          —Como bien saben, esto es un control de daños—espetó ella girándose para mirar a sus subordinados—. Es rutinario y se debe hacer cada vez que una misión termina, lo cual es una mierda, pero debemos hacerlo—apretó sus labios antes de caminar hacia la mesa—. Como sé que ustedes están bien, no tengo más opción que tan solo decirlo y sé malditamente bien que les va a doler.

          Rita fue quien parecía tener el aliento tembloroso.

          —Solo dilo—dijo Emma.

          —Fiona y Sam forman parte de los soldados muertos en acción—declaró la mujer de cabellos rubios—. No volvieron y no volverán.

          El silencio que se formó en esa sala fue suficiente para ahorcar a Joy.

          Ella esperó que alguno de ellos le metiese una bala en la cabeza.

          —¿Sabes cómo murieron?—preguntó Marion intentando de tomar la mano de Kiya.

          Chris se le adelantó a Joy—Samuel fue infectado por una cepa que Wong tenía preparada para disparar contra su capitana, nos tendió una trampa y Joy...—miró en dirección a su mujer—. Sam le pidió a Joy que lo matase. Sin una vacuna, no podíamos hacer nada para detener la infección. No teníamos alternativa—Redfield ladeó su mirada a Anderson, quien se secó sus lágrimas con la manga de su sudadera—. Sé que tú y Sam sirvieron juntos durante su tiempo en los Marines, que eran cercanos. Realmente lo lamento, Kiya.

          —Él siempre hizo lo que quiso, incluso en su propia justicia—dijo Anderson afligida.

          Joy desenfundó el arma que le pertenecía al moreno y se la tendió a la mujer de cabellos largos claros—Sam me pidió que lo matase con su propia arma, que no le permitiese convertirse en lo que él juró destruir. Creo que lo más prudente sea que te quedes con esto, te cuidará tanto como lo cuidó a él.

          —Gracias, capitana.

          —¿Qué ocurrió con Fiona?¿O Piers?—inquirió Welch.

          —Fiona se sacrificó intentando detener a HAOS, el último experimento de Neo-Umbrella, que estaba persiguiéndonos—respondió la rubia antes de pasarles imágenes sacadas de las cámaras—. El objetivo de este monstruo era esparcir el virus por el planeta, eliminar a todos y Fiona se encerró cuando se activaron las cerraduras de seguridad. Piers se infectó para detenerlo, corriendo la misma suerte que ella.

          El equipo bajó la mirada.

          Joy chasqueó la lengua con nerviosismo y volvió a su lugar en la punta de la mesa.

          —Sé que en este momento pueden llegar a aborrecerme, no los culpo, yo también lo hago—añadió la capitana—. Desde que soy su comandante, siempre he velado por su seguridad y bienestar. Pero he fallado, en esta misión he fallado y a pesar de haber vuelto a casa, no he traído a todos con vida. Entenderé si quieren moverse a otra unidad, solo...lamento no haber dado lo mejor de mi cuando lo necesitaban.

          Sin embargo, ellos decidieron quedarse en el equipo y Joy no sabía si lo hacían por simple pena o porque realmente era la capitana que buscaron por mucho tiempo. En ese instante, ella sabía que sus subordinados estaban preparados para morir por ella, como también para morir por la causa — y Joy se encargaría de garantizar que todos vuelvan a casa. Así que, en cuestión de una semana, el equipo Alfa (o al menos lo que quedaba de este) volvía a su dulce hogar. El piloto del Osprey les dijo que tocarían tierra en cinco minutos y Joy se enderezó, buscando respirar hondo justo como lo hacía su marido. Inevitablemente, ella buscó su tacto y se encontró con su mano para agarrarla.

          —Estamos en casa—dijo él.

          —Sí, lo estamos—replicó ella como si le faltase el aliento—. Y no sé cómo mierda seguiremos.

          La única respuesta que obtuvo fue un ligero apretón.

          Al aterrizar, la compuerta se abrió lentamente, permitiendo que los rayos del sol se filtrasen por la hendija que dejaba la apertura. Joy y Chris tuvieron que parpadear un par de veces para acostumbrar su vista, mientras se quitaban los cinturones de seguridad y se ponían de pie para descender del Osprey. El aire cálido les ayudó a espabilarse mejor, teniendo en cuenta de que seguían en verano y que la temperatura era casi la misma, así que bajaron del Osprey. Joy se dio cuenta de que estaban en la pista de aterrizaje de la base norteamericana de la BSAA, teniendo en cuenta de que estaban aterrizando otros vehículos aéreos en su ubicación. La rubia se giró para llamar a Chris, pero se dio cuenta de que él estaba inmovilizado en su lugar, mirando fijamente a algo y Joy decidió mirar hacia donde él miraba: una niña de piel morena tomando la mano de una mujer de cabellos cortos castaños-rubios, ambas caminando hacia ellos a paso firme.

          Chris no podía creer lo poco que había crecido Zella en cuestión de meses.

          (Meses en los que él estuvo ausente.)

          Y le faltó el aire cuando ella se detuvo en seco.

          Joy le sonrió a la niña, invitándola a acercarse a ellos y ella podía jurar que los ojos de la niña brillaban al verlos juntos. Chris se agachó para estar a la misma altura que Zella, quien dio un par de pasos para estar a pocos metros de ellos, cerciorándose de que lo que veía era real y Joy pudo ver que Zella alzaba una mano para tocar la mejilla del castaño lentamente, su dedo pulgar tocando por encima de dónde iniciaba su barba, provocando que ella sintiese cosquillas por el vello facial. Su rostro mostraba grandes pizcas de esperanza y nostalgia contenida con alegría de ver a sus padres con vida, de que su madre cumpliese la promesa de traerlo a casa. Zella Redfield no tardó en enroscar sus brazos en el cuello de su padre, su cuerpo chocando con el de él y Chris no tardó en abrazar a su hija con la misma intensidad — permitiéndose un momento de completa debilidad al sentir cómo su hija lloraba en su abrazo.

          —Baba...—sollozó Zella enterrando su rostro en el cuello de él.

          Redfield no recordaba que su hija fuera tan pequeña y la gran definición de fragilidad.

          (Él detestó con todas sus fuerzas el haber estado tan lejos por mucho tiempo.)

          —Lo siento, lo siento...—balbuceó Chris afligido, sintiendo que sus propias lágrimas lo traicionaban—. Debí volver, lo sé. No sabía cómo...L-Lo lamento, cielo, no sabes cómo lo lamento—hundió su mano en el cabello enrulado de la niña—. Ya estoy aquí, ya estoy aquí. No me iré, no volveré a irme.

          Chris nunca se había sentido como en su hogar hasta ese momento.

          Tal vez, todos los caminos llevaban a ello.

          Joy sintió que Chris tiraba de su brazo, súbitamente, para poder unirla al abrazo familiar y por un segundo ella pensó que todo podría irse a la mierda — que el mundo podía terminar, que la tierra podía temblar, pero eso no importaba. Que los puentes se quemasen hasta sus cimientos y cayesen al vacío, que los líderes dejasen de existir y que el cielo siempre fuese de color anaranjado: ellos eran oro, ellos eran los propios caminos cruzados y Joy estaba completamente segura que moriría protegiendo aquellos caminos, cueste lo que cueste.

          —Veo que la familia Redfield tendrá un gran legado por delante—dijo Valentine a sus espaldas, esbozando una sonrisa ladina.

          —Puedes unirte al abrazo si quieres—la regañó Chris secándose las lágrimas.

          —Nah, se me da de puta madre ser la madrina de esa niña.

          —Espero que hayas cuidado tu lenguaje en el tiempo que estuvo contigo—declaró Joy desde su lugar y Jill rodó los ojos—. No quiero que mi hija aprenda groserías de ti, quiero que las aprenda de mí.

          —Decepcionada, pero no sorprendida.

          Chris se puso de pie, con Zella en sus brazos—Tu madre y tu madrina son chicas raras, ¿verdad?

          —Muy raras—asintió la niña.

          Joy ladeó la cabeza hacia Chris—De acuerdo, no pasaron ni diez minutos y ya intentas ponerla en mi contra.

          —Yo no hice nada.

          Jill soltó una carcajada antes de abrazar a sus dos amigos, los cuatro encaminándose hacia los interiores de la base norteamericana de la Alianza, alejándose a paso lento del Osprey que salió de la pista para dejar que otros lograsen aterrizar.




FIN DEL ACTO DOS!



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