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i. una tercera rueda


NUEVOS DIOSES,
capitulo uno: una tercera rueda!



Kampala, África del Este — 17 horas después.

          JOY NUNCA CREYÓ QUE LAS PESADILLAS PODRÍAN VOLVER A SU SUBCONSCIENTE MIENTRAS DORMÍA, después de todo, ella pensaba que había pasado ese ciclo de tener pesadillas que no le permitían dormir por las noches como lo eran hacía trece años. Sin dudas, ella no debía subestimar el poder que tenía su mente al pasar en un estado tan vulnerable como lo era el descanso. A veces, ella tenía que mantener su guardia baja y empezó a hacerlo con la presencia de Jill y Chris durante sus años de convivencia, hasta que luego solo fue Chris quien podía sostenerla durante sus sueños. Sus pesadillas eran cambiantes, referentes a distintas etapas de su vida: como lo fue su fatídica emboscada a su pelotón en Irak, como lo fue el incidente en la Mansión Spencer en Raccoon, como lo fue Rockfort hasta la pesadilla del Zenobia, como fue el salir despedida junto a Jill por la ventana para poder salvar a Chris de Albert Wesker. Ella repetía ese mismo momento una y otra vez en su cabeza, como si se tratara de un disco rayado.

          Ambas mujeres caían.

          Solo una salía con vida.

          Joy recordaba gritar el nombre de su compañera, como también el de su marido.

          Con tanta, pero tanta desesperación.

           (Ella odiaba con todo su ser sentirse así.)

          Era algo frenético, que provocaba un temblor en su interior, un escalofrío que la recorría entera. Hasta había veces que ella tenía pesadillas con Chris recibiendo ese golpe que Wesker estaba dispuesto a darle, observando como su cuerpo caía sin vida al suelo y ella allí, con una herida por su propio cuchillo incrustado en el hombro — Jill fue la única que saltaba por la ventana y Joy se quedaba sola en aquel lugar. Ella recordó llorar, al menos hasta que Chris la despertó de dicha pesadilla. Volver a la realidad le trajo un alivio que ella no esperaba encontrar en ese preciso momento. Chris le miraba desde su lugar en la cama que compartían en el hotel, con gesto preocupado.

          —Lo siento—balbuceó ella removiéndose entre las sábanas—. Fue una pesadilla. Lamento haberte despertado.

          Chris alzó una mano para limpiarle una lágrima que corría inadvertida en su mejilla—No tienes por qué, Hattie. Para eso estoy aquí, vamos, ven—él abrió un brazo para atraerla a su cuerpo y ella se recostó contra su pecho, sintiendo el ruido del latido del corazón de su pareja—. Se me da muy bien dar abrazos, por lo que me han dicho—Joy no habló y el castaño terminó por envolverla en un abrazo, su mirada fija al techo mientras ambos estaban en un silencio cómodo.

          Redfield decidió no forzarla a decir nada y simplemente se dedicó a acariciar la espalda de su mujer.

          Joy nunca se había sentido tan contenida como en ese momento.

          Diablos, ¿de dónde había salido aquel hombre?

          Ella no merecía tener a alguien como él a su lado.

          (Aun así, ella lucía una bellísima alianza de matrimonio dorada ubicada en su dedo anular.)

          A pesar de que Joy fue una persona cerrada en un principio, logró encontrar el coraje suficiente para poder hablar sobre lo que pasaba por su cabeza y así dejar que otros la ayudasen. Se dio cuenta, con los años, que se trataba de una conducta muy constructiva para su vida.

           —Es ese maldito día otra vez—murmuró ella con suficiente voz alta para que solo Chris la escuchase—. Cuando nos enfrentamos a Wesker, cuando Jill y yo saltamos, es ese mísero momento—colocó una mano en el pecho de Chris, tocando suavemente—. Algunas veces, yo caigo con ella y solo yo salgo con vida. Otras veces, es simplemente ver cómo Wesker te quita la vida y Jill salta para poder deshacerse de él—apretó sus ojos—. Y yo me quedo sola, sin hacer nada.

          Chris apretó su agarre contra ella y la rubia levantó la mirada.

          Ambos podían ver suficiente a través de aquella oscuridad que compartían, donde sus rostros eran claros en la noche africana en Kampala. Llegaron por la tarde, habiendo coordinado con el director de la rama africana occidental perteneciente a la Alianza y así pudiendo poner una operación en movimiento para así colaborar con el arresto del terrorista Ricardo Irving. Fueron recibidos por dichas autoridades que los llevaron a un motel, donde Joy pudo dejar a su marido con la boca abierta al ver que ella hablaba el idioma de la zona con un poco de rigidez. Chris siempre se sorprendía más y más con las habilidades de su esposa, más cuando se trataba de idiomas (a pesar de que ella le decía que eso lo aprendió en el ejército debido a las misiones en las que desplegaban a su pelotón). Fuera de aquella habitación, el calor que hacía era como una caricia, manteniéndolos acalorados dentro y la ventana se encontraba abierta — permitiendo al aire entrar.

          La luz de la luna se podía reflejar un poco, agregando aquel toque íntimo a sus miradas.

          Chris besó la frente de la rubia.

          Ella parpadeó.

          —Claire solía tenía pesadillas, ¿sabes?—declaró Chris con tono suave, moviendo una de sus manos para pasarlas por los mechones rubios de ella—. Decía que casi podía tocarlas, que podía sentirlas. Ella quería dejar de tenerlas, pero mi madre solía decirle que uno no deja de tener pesadillas—su mano se detuvo en su cabello—. Uno vence a esas pesadillas con sueños. Además, mi madre siempre utilizaba sus abrazos para calmarla. Cuando murió, digamos que yo aún tenía ese toque.

          Joy le sonrió con tristeza.

          Chris Redfield casi nunca hablaba de sus padres, ni siquiera cuando Claire estaba dando vueltas. En cierto modo, Joy lo entendía, ya que (y eso fue contado por la menor de los Redfield) los padres de los hermanos fallecieron cuando ellos eran pequeños, sin más remedio que dejarlos con sus abuelos y que Chris tomase un rol que lo hizo madurar antes de tiempo en orden de proteger a su hermana menor. Ella entendía el concepto de ya no tener padres, pero no al nivel en el que Chris lo experimentó a tan temprana edad. Joy tampoco hablaba mucho sobre sus padres, pero mantenía el espíritu vivo de ellos a través de las pocas costumbres familiares que ella mantenía en pie, junto con las fotos que albergaba en uno de los cajones de su cómoda. La rubia lo abrazó con fuerza, buscando contener esa nostalgia que él sentía ante tales recuerdos, dejándole en claro que aquel lugar era un lugar seguro.

          Y comprendió lo que él decía.

          Las pesadillas eran algo pasajero, justo como el dolor.

          —Si mi madre estuviese viva, nosotros ya nos habríamos casado hace mucho tiempo—murmuró Chris antes de soltar una carcajada baja—. Recordando como era, ella querría ver el día en el que llevase a una mujer a casa y sería lo suficientemente sofocante en que hiciese la proposición o que ya tuviese un hijo.

          —Yo ya habría salido corriendo—bromeó la rubia.

          —Oh, yo también, créeme—dijo el castaño mirando el rostro de su mujer—. Pero algo me dice que, si ella estuviese viva, te habría adorado.

          Joy esbozó una sonrisa mostrando sus dientes, al mismo tiempo que apoyaba ambas manos en el torso desnudo de Chris—Pues si vamos con eso, mi madre también estaría encantada contigo. O sea, mírate. Ella ya se estaría preguntando: "¿Dónde encuentro uno de esos?". Mi padre...huh, él te habría perseguido por el barrio con una escopeta.

          —Ouch, ¿era un tipo sobreprotector?

          —Justo de tu tipo, Redfield—le respondió Joy guiñándole un ojo—. Supongo que soy una mujer afortunada, entonces. Ahora veo que Claire tenía un punto al ser rebelde contigo, la protegías demasiado.

          —Digamos que no solamente fui su hermano, si no que era la única figura paterna que ella tenía en ese momento—añadió él alzando una ceja—. Hasta que llegó Barry, claro. Cuando me di cuenta que no podía protegerla por siempre, ahí fue cuando le enseñé a cómo protegerse sola.

          Joy no dudó en esa declaración, ambos hermanos tuvieron que madurar al tiempo y las situaciones que debían enfrentarse. Además, ella tampoco dudó de las habilidades de Claire durante su búsqueda en la Antártida donde ella y Steve Burnside chocaron un avión para poder aterrizar a salvo, sobreviviendo una vez más por su cuenta — o cuando sobrevivió al incidente de Raccoon City con Leon y Claire. A pesar de eso, había experiencias que cambiaban para siempre a uno, para mejor y para peor; solo uno debía tomar la decisión de cómo continuar el camino.

          Claire no decidió hacer el mismo camino que su hermano y su cuñada, o como el de Leon y Charlotte.

          Claire Redfield era diferente.

          Tal vez, eso era lo mejor.

          Si Chris Redfield creía tener ese toque para poder ahuyentar las pesadillas de su hermana y de su esposa, capaz él podría tenerlo para cuando ambos decidiesen tener hijos (si es que lo decidían). Joy nunca había traído el tópico a la mesa, ya que ellos, a pesar de ser un matrimonio estable, no vivían un estilo de vida convencional: trabajo tranquilo, una vivienda propia, cuentas que pagar, fines de semana libres. Nada de eso, ellos siempre estaban en movimiento, había pocas veces en las que ellos podían permanecer en el apartamento que tenían — era algo completamente transitorio, el matrimonio Redfield-Williams seguía una línea de trabajo donde sus vidas estaban expuestas al riesgo de no volver. Por esa misma razón, durante aquellos casi tres años de matrimonio, ellos pusieron cosas de por medio para no hablar de tener un legado.

          Sin embargo, Joy se sentía curiosa al respecto.

          —Entonces, ¿crees tener ese toque cuando decidamos tener hijos?—le preguntó ella antes de darse cuenta de que eso había salido por su boca.

          (Joy aprendió que algunas veces ella proyectaba sus pensamientos en voz alta.)

          Al levantar la mirada, se encontró con los orbes claros de Chris mirándola, una sonrisa ladina bailaba en sus labios y Joy se sonrojó notablemente al respecto.

          —Olvida lo que dije—gruñó ella antes de enterrar su rostro en el cuello de su marido, buscando conciliar el sueño.

          —Ah, no. No te atrevas a esconderte de mí luego de decir tales cosas—le recriminó él antes de tironear de su brazo para que ella se colocara encima de él hasta que se sentó en su regazo, luciendo una de las camisetas de su marido. Chris colocó ambas manos en la cintura de su mujer, enfocando su mirada en ella—. ¿Quieres tener un bebé? Sabes que nuestras vidas no son totalmente convencionales como un civil promedio.

         —¿Crees que eso no lo sé, Chris?—inquirió ella cruzándose de brazos.

          —Entonces responde a mi pregunta—añadió él levantando una mano como gesto distraído antes de volver a posarla en la cintura de Joy—. ¿Quieres tener un hijo conmigo o no? Por qué podríamos empezar a hacerlo ahora, en este preciso instante. Además, estás sentada justo ahí.

          Joy le palmeó el pecho, sonrojada—Mira que ya no tienes veinticinco años, pero te comportas como uno cuando te pones así.

          Chris soltó una carcajada que también hizo reír a su mujer y ella posó ambas manos sobre el pecho de su marido. Ambos se quedaron en silencio, mirándose mutuamente. La rubia comprendía que sus vidas no eran nada convencionales, pero hasta incluso los padres son quienes libran las batallas más arduas para hacer que el mundo de sus hijos sea el mejor. Joy se preguntó qué hubiese pasado si ambos vivían aquella vida convencional.

          —Si viviésemos en Washington, como un simple matrimonio, con trabajos normales, sin...esto—ella hizo un gesto con la mano para alegar al trabajo que hacían en la Alianza—. ¿Tendríamos hijos?

          —Absolutamente—replicó Chris sonriendo—. Tal vez unas dos criaturas correteando por el patio trasero de la casa.

          —De acuerdo...

          —Tendríamos una niña primero—añadió él asintiendo y procedió a dibujar círculos en la cintura de la rubia—. Me imagino que el segundo sería un niño, ya que algo me dice que a ti te gustaría tener uno.

          —Claire los malcriaría mucho, ¿no?

          Chris rodó los ojos—No tienes idea.

          Joy soltó una carcajada y guio su mano a la mandíbula de Chris, acariciándola. Quizás la idea de tener hijos no era tan mala en ese momento, pero ellos no se pondrían a dar un punto final a eso estando a horas de empezar una nueva misión que podría cambiarlo todo dentro de un segundo.

          —Cuando terminemos esta misión, lo hablaremos mejor—sentenció la rubia mirándolo con amor—. Pero no descartaré la posibilidad.

          —Está bien—dijo Chris antes de posar a la rubia a su lado otra vez—. Intenta dormir, tendremos que madrugar para encontrarnos con nuestra compañera nueva en Kijuju. ¿Cómo decías que se llamaba?

          Joy sonrió—Sheva, Shava Alomar.

          Al conciliar el sueño, Joy sabría que sus pesadillas no volverían a atormentarla, si no que le darían más fuerza que antes.




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Kijuju, África del Este — 8 horas después.

          El calor parecía infernal, por lo que Joy agradeció haber llevado una musculosa y su chaleco antibalas color negro con verde. Por sus pantalones, ella se arrepintió de haber llevado unos pantalones largos a juego negros junto con las botas, sin embargo, ella no dudaría en cortarlos para hacerlos unas bermudas de manera casera. Su mochila se encontraba entre sus piernas, mientras que sus lentes de aviador color dorado miraban la gran sabana seca y ardiente que traía los páramos de aquel lugar que parecía casi inhóspito. Decir que se sentía nerviosa era una gran y vil mentira, más para Chris, quien la conocía de norte a sur — si no que se trataba de un sentimiento de ansiedad sobre el tipo de información que tenía el propio Fisher y la información que estaría portando el terrorista Irving. Acomodó su espalda en el asiento, dejando que sus cabellos rubios cayesen libremente por sus fornidos hombros y se relamió los labios.

          Chris mantenía una velocidad constante en el vehículo que les otorgaron en la rama africana occidental.

          Keith Lumley les había dejado un mensaje también.

          "No hagan nada indecente en ese vehículo y espero que disfruten los binoculares que les hice, por favor, no los estropeen", decía la nota, cosa que provocó que el matrimonio rodase los ojos. "Arresten a ese bastardo y lleguen al fondo de esto. Cuando terminen, pasen a darme una visita a la rama africana Este. Con amor, Keith".

          Joy decidió tomar los binoculares y los guardó en la mochila al tiempo que Chris encendía el vehículo. En ese momento, ellos ya llevaban unas buenas tres horas de viaje. El sol estaba alzándose rápidamente, anunciando a todos los mortales que debían empezar a moverse entre las calles y vivir sus vidas diurnas en aquel mundo. Sin embargo, había algo que afectaba esas vidas, algo que muy pocas personas podían controlar y creían que eran dioses con tan solo poseer aquel poder. El bioterrorismo había llegado a azotar a los países más vulnerables como lo era la zona autónoma de Kijuju, el matrimonio Redfield no quería imaginarse cuantos más podrían estar así. Cuando aquellas cosas ocurrían, Joy y Chris ya sabían cómo era el proceso: los gobiernos recurrirían al Consorcio Farmacéutico Mundial, el Consorcio acudiría a la única organización antiterrorista que era la BSAA y la propia Alianza se encargaría de enviar agentes operativos a reconocer, neutralizar armas bio-orgánicas o terroristas y así reestablecer la seguridad y estabilidad de aquellas zonas vulnerables.

          Así era el círculo.

          Sin embargo, había que pagar un alto precio por ello.

          —Ya casi llegamos—dijo Chris con la vista al frente—. No intimides tanto a la chica nueva.

           —¿Por qué me dices eso?—inquirió la rubia mirándolo a través de sus lentes de sol—. Yo no soy un gran oso grizzli muscular de metro ochenta con mirada penetrante—su marido le lanzó una mirada casta y ella se cruzó de brazos—. Yo no soy intimidante.

          —Pues la unidad que entrenaste cuando Harmon estuvo en la Alianza piensa exactamente lo contrario a esa declaración, cielo.

          —Cuando me designen a un pelotón SOU, pondré eso a prueba—sentenció Williams antes de mirar al frente, observando que entraban a la ciudad y muchas personas de piel morena empezaron a cruzarse—. Esta mujer es una de las mejores, más teniendo la edad que tiene, solo espero que no decepcione.

          —No empieces a subestimar, Joy. ¿Y su edad es...?

          —Veintitrés años de edad.

           Redfield se sorprendió un poco—No pensé que nos enviarían a una persona tan joven como ella para que sea nuestra compañera.

          —Y tú me dices que no empiece a subestimar.

          Chris se detuvo a un lado de la calle de tierra y apagó el motor. Ambos abrieron las puertas para bajarse, caminando para acomodar sus cosas, estando tranquilos dentro de un entorno que podría ser completamente hostil. El ambiente era más que caluroso, por lo que la rubia se quejó en voz baja y se mantuvo los siguientes dos minutos debatiendo mentalmente si cortarse los pantalones para hacerlos bermuda o no. Justo en ese preciso momento, se colgó la mochila al hombro y una voz con un ligero acento inglés mezclado con nativo habló a sus espaldas.

          —Bienvenidos a África.

          Al girarse, el matrimonio Redfield se encontró con una muchacha de cabello castaño atado en una cola de caballo, junto con dos mechones rebeldes que marcaban bien su rostro. Ojos verdes-amarronados los miraron de manera inquisitiva, casi emocionada y una sonrisa cordial adornaba los rasgos faciales de ella. Joy tenía razón, aquella muchacha estaría en sus veintes, más teniendo la figura que ella tenía: cuerpo fortificado con una musculosa color lila y pantalones ajustados.

          —Mi nombre es Sheva Alomar—se presentó ella.

          —Chris Redfield—dijo el castaño tendiéndole la mano a la africana—. Ella es mi esposa, su nombre es Joy.

          —Nimefurahi kukutana nawe hatimaye, Sheva (Encantada de conocerte finalmente, Sheva)—añadió la rubia en suajili, al mismo tiempo que estrechaba su mano.

           Sheva abrió sus ojos, sorprendida por la fluidez que tenía la mujer con el idioma de aquellas tierras.

          —Esto es increíble, ¿desde cuando habla suajili?—expresó la africana maravillada.

          —Tener misiones como Navy SEAL en estas tierras te enseña muchas cosas, Sheva.

           —Naam, lazima niseme ni nzuri sana (Pues he de decir que es muy bueno)—replicó ella sonriente—. Con razón su reputación la precede, señora Redfield. Es un honor tenerlos aquí.

          Joy se puso roja como un tomate cuando Sheva dijo "Señora Redfield", mientras que Chris intentaba sofocar una carcajada ante la reacción de su mujer. Ya llevaban casi tres años de casados y ella aún no se acostumbraba que la llamen por el apellido de su pareja (a pesar de que ella lo tomó parcialmente junto a su apellido de soltera). Sheva pudo ver aquella incomodidad e intentó disculparse, pero Chris la detuvo con diversión.

           —Tranquila, aún le falta acostumbrarse—declaró el castaño antes de que su mujer le pegase un codazo en las costillas y él hizo una mueca, mirando de nuevo a Alomar—. No suelen llamarnos por nuestros apellidos. Solo llámanos Chris y Joy, con eso bastará.

          —Oh, de acuerdo.

          —¿Así que vas a ser tú la que nos acompañará?—le preguntó Joy.

          Sheva asintió con seguridad—Sí. La situación es más tensa que nunca desde el cambio de gobierno.

          La rubia apretó los labios—Ja, ya decía yo que vinimos en mal momento.

          —Me lo imagino—declaró Chris—. Dicen que se ha convertido en un paraíso para los terroristas.

          —Y no creo que se alegren mucho de ver a dos estadounidenses, sean de la Alianza o no—dijo Sheva con seriedad, demostrando profesionalismo—. Por eso me han encargado que sea su compañera; mi presencia los tranquilizará.

          Joy le sonrió—Me gusta el espíritu que tienes, Alomar.

          Sheva le guiñó el ojo antes de encaminarse hacia donde debían ir. La pareja de agentes se quedó en su lugar, la palabra de "compañera" aún resonando en sus cabezas y como si fuese automático, la imagen de Jill junto a ellos intrusó como un relámpago mostrando algo tan pasajero, algo que ya no estaba ahí. Joy miró a su esposo, mostrando aquel gesto preocupado como lo hizo cuando buscaban a Jill mar adentro.

          —Ha pasado tiempo desde la última vez que éramos tres en un equipo—murmuró la rubia.

          —Todo saldrá bien, Joy—declaró él tomando su mano—. No nos habrían enviado a Sheva si ella no estuviese preparada.

          —¿Están bien?—preguntó Sheva atrayendo la atención de los agentes.

           —Sí, estamos bien, perdona...—se disculpó Joy sonriéndole a la castaña—. En marcha.

          El trío de agentes se encaminó por la calle concurrida de los nativos de Kijuju, siguiendo la figura de Sheva, quien caminaba como una ciudadana cualquiera en un día poco convencional como lo era ese.

           —Samahani, lakini siwezi kujizuia. Je, ni kweli kwamba ulikuwa nahodha wa kikosi? (Lo siento, pero no puedo evitarlo. ¿Es verdad que fuiste capitana de pelotón?)—le preguntó Sheva a Joy en suajili.

           —Ndiyo, kuhusu umri wako (Sí, más o menos a tu edad)—replicó la rubia intentando de hacerse entender—. Haikuwa kawaida sana kwa kijana kama huyo kuongoza timu na kufanya shughuli, haswa kama mwanamke. Nilifanya mazoezi mazuri na nilijua jinsi ya kuitumia kwa faida yangu (No era muy común que una persona tan joven llegue a comandar un equipo y hacer operaciones, más siendo una mujer. Tuve un buen entrenamiento y supe cómo usarlo a mi favor).

          —Wanawake wana nafasi, basi (Las mujeres tenemos oportunidad, entonces)—sentenció la africana.

          —Daima tulikuwa na nafasi, Sheva. Ni lazima tu tuchukue na tusiruhusu mwanaume yeyote kukanyaga ndoto zako (Siempre tuvimos oportunidad, Sheva. Solo que debemos tomarla y no dejar que ningún hombre pisotee tus sueños)—concluyó la ex piloto con decisión—. Kuna wanaume wachache ambao hawadharau na wanajua kuwa tunaweza kufanya nini (Hay pocos hombres que no subestiman y saben que de lo que somos capaces realmente).

          —Mume wako vipi? (¿Cómo tu marido?).

          —Ndivyo ilivyo (Así es).

          Sheva miró a Chris—¿Hace cuanto que están casados?

          —En Julio se cumplirán tres años—replicó el castaño—. Y serán muchos más después de eso.

           —O al menos hasta que la muerte nos separe, cariño—dijo Joy ladeando su mirada hacia él.

          Chris le miró de manera casi inexpresiva—Intentemos que no sea así, por favor.

          Ambos se detuvieron en un puesto de control, el cual llevaba a una gran puerta que mantenía asilado a otra parte de la ciudad y Sheva les pidió que se detuvieran. Un africano que parecía ser uno de los guardias se acercó a la castaña, inquiriendo qué hacía en aquel lugar y ella le respondió que eran negocios oficiales. El guardia, sin ningún tipo de vergüenza, empezó a palpar a la muchacha para ver si portaba algo indebido y Chris estuvo a punto de dar un paso para poder detener la situación. Joy le puso una mano enfrente, deteniéndolo en seco al mismo tiempo que la africana apartaba las manos del guardia con un manotazo y un empujón.

          —Ondoa mikono yako kwangu! (¡Quítame las manos de encima!)—exclamó ella y le entregó lo que sería un poco de dinero—. Nitakupiga teke ukiifanya tena (Te patearé el trasero si lo vuelves a hacer).

          —Sabe cómo defenderse—murmuró la rubia antes de mirar a Redfield—. Me agrada.

          Sheva se giró hacia ellos—Vamos, por aquí.

          Las puertas se abrieron ante ellos y el trío cruzó el gran umbral antes de aislarse en terreno enemigo. El punto de control civil parecía tranquilo, como si fuese una ciudad cualquiera, a pesar de la pobreza en la infraestructura. Había gente rondando por los alrededores, así que continuaron siguiéndole el paso a Sheva. Sus comunicadores no tardaron en pitar y Joy se llevó la mano al oído izquierdo.

          —Esta es Halo, al habla Joy—dijo la rubia.

          —Hey, Joy. Habla Kirk. ¿El resto me recibe?

          —Te escuchamos alto y claro, colega—asintió Chris a su lado.

          Sheva también habló—Sí, te recibimos.

          Joy conoció al piloto Kirk Mathinson cuando fue llevada a la sede Europea de la Alianza, luego de que le dieron el alta con sus heridas provocadas en el Queen Zenobia. Resulta que Kirk había sido quien había evacuado a Chris y a Jill durante las explosiones, siendo también el responsable de llevarlos al Queen Dido — el tercer y último barco de todos. Kirk parecía ser un buen piloto entre las líneas de fuego con la BSAA, así que ella logró entrar en confianza con él.

          —Una venta de armas del mercado negro va a tener lugar en Kijuju—anunció Mathinson—. Y ahí es donde estará Irving. El equipo Alpha ya se ha infiltrado en la zona, ustedes tres irán de refuerzo.

          —Diablos, ya nos perdimos lo bueno—se quejó Joy—. ¿Dónde está nuestro hombre?

          —Reúnanse con su contacto en la carnicería. Les darán su armamento y les dirán sobre la misión, Kirk fuera.

          Caminaron por una cuadra larga, los tres absolutamente alerta, hasta que giraron en una cuadra donde había varios civiles pegándole violentamente a un saco. Empezaron a sentir miradas de ellos, Chris tomó la mano de su mujer para poder ponerla un poco más cerca de él y ella no tardó en rodar los ojos. Al pasar, se toparon con una carnicería al final de la calle, así que caminaron como si nada, de manera lenta — hasta que, a pocos metros, se escuchó una alarma que los detuvo por un segundo. Sheva fue la primera en girarse, dándose cuenta de que no había nadie más allí. Joy también se giró, observando que el lugar estaba desolado en cuestión de segundos. Distante, una radio emitía un mensaje en suajili, algo que Joy no podía percibir tan bien con la estática.

          —¿A dónde se han ido todos?—preguntó Chris a su lado, sin soltarle la mano a ella.

          —Espero que a ver un partido de fútbol—murmuró Joy sintiendo como se le ponían los pelos de punta—. Porque esto no me agrada.

          —Vamos—dijo Sheva—. No hagamos perder el tiempo a Fisher.

          Sin más, el trío continuó caminando en la calle desolada.




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