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C.4. Ingrid Lindström (Capítulo Completo)

[ADVERTENCIA: +18. Contenido violento. Leer bajo responsabilidad propia.]

[Relata Ingrid Lindström]

Habían pasado varios años desde que había sido vendida, exactamente igual que como se suele vender una burda pieza de ganado, por mis propios despreciables progenitores intentando saldar sus sucias deudas con el Señor Lindberg. Pero terminaron como termina todo el que osa desafiar al Señor Lindberg, y me importaba una mierda.

Mi odio hacia ellos, por aquel acto, hizo que jamás los echase de menos, había tenido miedo, pero el rencor prevalecía ante todo y me había hecho más fuerte.

Había aprendido lo que era pasar frío precisamente en aquel horrible país helado en el que me había tocado nacer. País en el que era de noche durante largos meses... Había aprendido lo que era pasar hambre, vejaciones, abusos, miedo, soledad... Había aprendido también a defenderme, y a atacar en el momento preciso. Había aprendido a guardar silencio, y a hablar cuando se requería. Había aprendido y cada día perfeccionado mi oficio. Con tan solo trece años me había convertido ya en la mano derecha del Señor Lindberg.

El Señor Lindberg era sinónimo de poder, de control, de juego, de respeto, de riesgo, de peligro. Un hombre de mediana edad y alta estatura, siempre pulcro, de trajes sumamente caros, de lenguaje culto y elegante, de cabello engominado a la perfección. Un hombre serio, siempre algo distante, de sonrisas heladoras como el invierno más oscuro. Siempre rodeado de otros hombres, a no ser que tuviese compañía del género opuesto, pero a fin de cuentas, un hombre respetado y conocido en la capital, un hombre especialmente temido en la capital.

Yo había sido su absoluta sombra durante todo este tiempo. Tiempo en el que había trabajado y había conocido la aceptación, la exigencia y también la protección. Pretendía seguir siendo esa sombra pues deseaba labrarme un futuro en el que solamente tenía cabida la grandeza, aunque tuviese que mancharme las manos una y un millón de veces para conseguirla, lo merecía y era lo único que tenía claro en la vida; relevar al Señor Lindberg era mi meta. Aunque tuviese que conseguirlo por mis propios métodos, nada ni nadie me frenaría jamás.

Hacía aproximadamente un año, había descubierto una de mis mayores cualidades, aunque de una forma forzada y del todo menos agradable. Uno de los hombres del Señor Lindberg decidió interrumpir mi trabajo de aquella noche. El Señor Lindberg se había ausentado para encontrarse con un socio de la capital, una especie de político, pero los negocios del club debían continuar, aquello era como un carrusel al que si te subías no podías bajar.

Yo era buena con los números, más que buena para ser precisa, y me encontraba en uno de los sótanos del club realizando un inventario de una gran partida de armamento adquirido horas antes, proveniente de un vuelo directo desde San Petersburgo.

En las cajas había de todo; fusiles AK47, varios ruger GP141, unas cuantas Magnum MKXIX Mag 6" preciosas, en fabricación dorada, y abundantes pistolas del modelo Strizh, la última letal adquisición del ejército ruso. Yo no hacía preguntas, simplemente las inventariaba y las guardaba, luego entregaría el documento personalmente al Señor Lindberg en su oficina, como siempre.

Mi concentración se vio interrumpida por aquel hombre, de nombre Alvar, solamente Alvar. Un hombre de mirada perversa azulada, alto y fornido, rubio y pálido.

Se acercó a mí, a pasos decididos, no sin antes cerrar la puerta con el pestillo interior. Al llegar al lugar en el que contabilizaba el armamento me agarró mi muñeca izquierda, haciendo caer el bolígrafo, y me alzó de la silla, agachándose para clavarme una sonrisa demasiado sádica. Una sonrisa demasiado sádica para profesar a cualquier persona, y mucho más a una niña de apariencia frágil, de tan solo doce años.

—Vamos a jugar, lindo cachorrito —dijo en un maloliente susurro, apretando fuertemente mi brazo, mientras yo intentaba frustradamente desprenderme de él. Mostrándole un semblante de cólera, pero sin abrir la boca.

Me arrastró hasta la mesa de billar que estaba almacenada en aquel sótano a unos metros, en donde se apoyó sin soltarme con sus enormes manos. Con su diestra aprovechó para agarrarme fuertemente por mi cabello, propinándome una patada en el vientre que me dejó de rodillas, sin respiración durante unos segundos.

Casi de inmediato y sin dejar de reír, pude ver como se desabrochaba el grueso cinturón al igual que los botones del pantalón, el cual bajó solo una porción, sólo la porción que a él le interesaba. Me estremecí a la par que notaba otro fuerte tirón de mi cabello que me situaba en frente de él aún de rodillas, momento en el que agarró con violencia mi rostro, obligándome a abrir la boca introduciendo su miembro en ella. Mis ojos se vieron encharcados por la impotencia, por la repulsión, por el dolor interno que sufría en ese momento.

Él no dejaba de zarandearme, gimiendo de placer enfermizo, riendo cual psicópata, hasta el punto de no dejarme respirar... Me ahogaba en el estado más humillante en el que se podría estar ahogando una persona, y eso que a lo largo de todos aquellos años al lado del Señor Lindberg había visto muchas cosas, me había desensibilizado por completo al contemplar diversas escenas del todo macabras. Pero esa situación superaba toda vivencia traumática con creces, ya que era mi propia vida la que estaba comprometida a manos de ese titán sin escrúpulos.

Estaba a punto de perder el conocimiento en el momento en el que aquel repugnante hombre, Alvar, volvió a propiciarme un fuerte tirón de pelo, todavía más fuerte que los anteriores, levantándome del suelo, girándome ciento ochenta grados, y empotrándome contra la mesa de billar. De un empujón me lanzó de espaldas y yo, recurriendo a mi agilidad, intenté escabullirme, cuando noté un fuerte puñetazo en mi pómulo izquierdo que me aturdió al instante.

Sintiendo como si mi cara hubiese explotado por el impacto, notando como perdía involuntariamente el conocimiento, breve tiempo en el que él comenzó a desgarrarme la ropa con sus gigantes manos, sin ningún tipo de cuidado, deshilachando mi pantalón con ayuda de su cuchillo de caza. Cuando recobré el aliento y la visión, noté todo el peso de su cuerpo sobre el mío, aprisionando mis brazos, inmovilizándome.

—¿A ver qué más podemos hacer tú y yo, pequeño cachorrito? —dijo de nuevo de forma lasciva, demasiado cerca de mi boca, lamiendo nauseabundamente mi pómulo por el que brotaba vivamente la sangre tras el golpe recibido—, mmm... al menos sabes bien.

En ese momento empecé a patalear como una lunática, no grité pues nadie podía oírme desde el ruidoso club, además el muy cabrón había puesto el cerrojo. Al ver su puñal a mi lado, reposando sobre el verde tapiz de la mesa de billar, pero inalcanzable... mi primer pensamiento fue que moriría aquella fría noche.

Mis lágrimas brotaban en silencio mezclándose con la sangre de mi rostro. Entonces el hombre se recreó besando todo mi cuerpo desnudo mientras la impotencia crecía por microsegundos.

Su sádica risita enervaba mi cuerpo por el que recorrían escalofríos de pavor de abajo a arriba. Al llegar a mi vientre, volvió a recrearse con su lengua riendo mientras yo continuaba llorando, totalmente aterrorizada, pero firme, tensando cada músculo de mi cuerpo en demasía.

Acto que no le impidió incorporarse para introducirse violentamente dentro de mi interior, desgarrando completamente la barrera que destruiría mi inocencia para siempre. Grité al fin, mi garganta explotó en un grito agudo e intenso, pues el dolor que sentía parecía estar desgarrando mis entrañas y rompiendo los huesos de mi pelvis. Mis gritos de dolor parecían excitarlo de un modo todavía más enfermizo. Él reía lleno de pura lujuria y continuaba bruscamente, sin ningún tipo de cuidado, rompiendo mi propio cuerpo, destrozando mi propia alma, deshumanizándome, inmovilizándome...

Cuando estuvo satisfecho se desplomó aun riendo sudoroso sobre mi cuerpo, aplastando mis pulmones hasta el punto en el que no podía inhalar ni un tenue suspiro. Mis lágrimas de rabia e impotencia encharcaban mis ojos de sobremanera, me sentía totalmente destrozada...

Pero entonces lo vi, justo donde había estado todo este tiempo, sólo que ahora el hombre ya no me agarraba los brazos...

De un rápido e insospechado movimiento agarré su puñal de caza con mi mano diestra, el mismo puñal con el que me había destrozado la ropa para acceder a profanar mi propio cuerpo sin el consentimiento previo de una niña de solo doce años... Por suerte había sido tan veloz que Alvar, aun jadeantemente asqueroso, no se había dado cuenta.

Se incorporó despacio, flexionando sus brazos para apartarse de mí, tan satisfecho de su lamentable faena que aún tenía la desfachatez de sonreír de aquella manera...

Miró mi rostro colérico mientras apretaba mi dentadura con todas mis fuerzas, por suerte o por desgracia sería lo último que contemplaría pues yo, puñal en mano, se lo ensarté directamente en su ojo relucientemente azulado, se lo ensarté hasta el fondo y luego lo retiré para contemplar como su cuenca orbitaria se había perforado por completo, y un río de sangre empezó a brotar vivazmente a la par que éste se tapaba y emitía unos gritos de un dolor insoportable; tumbado ahora boca arriba en la mesa de billar, suplicando, llorando como una chiquilla de tres años...

Me incorporé sonriendo de satisfacción, mientras me secaba aquellas lágrimas derramadas. Acercándome ahora a su rostro, de rodillas, le susurré de la misma forma que él había empleado conmigo.

—Bien grandullón... Ahora es mi turno en el juego. —Mi sonrisa ladeada tornaba pinceladas de venganza y de pura maldad.

Bajé de la mesa de billar, estaba desnuda, pero no importaba pues ya había pasado todo y nadie podía verme, irónicamente. Corté con decisión su camisa oscura con el puñal dejando su torso musculado al descubierto, mientras él no dejaba de retorcerse del dolor, y paseé la afilada punta del puñal por cada uno de los relieves de sus pectorales y abdominales, tensos y temblorosos, rígidos como una pieza de mármol blanco.

—¿Y bien? —dije en forma de susurro, muy pausadamente y llena de soberbia, de poder—. ¿Por dónde empezamos, pedazo de bestia? —Apreté ahora un poco más el puñal a la altura de su ombligo.

Éste se quedó tieso de terror, no dejaba de disculparse y de suplicar piedad, pero era demasiado tarde, no habría piedad para ese sucio y asqueroso saco de mierda maloliente...

—¡Ah, ya se! —Sonreí agarrando su polla con firmeza, la misma que me había desgarrado mi virginidad, mi dignidad, mi integridad—. Esto ya no lo necesitarás...

—¡No! —gritó él desesperadamente refiriéndose a la idea de perder su querido miembro viril —¡Por favor, eso no! ¡Lo siento, lo siento, niña!

—Oh si... —respondí yo riendo de nuevo y apretando todavía más fuerte—. Ningún perdón podrá salvarte...

Y sin más dilación, agarré fuertemente el puñal con mi mano izquierda, mi mano dominante, para mutilar de un solo corte el falo nauseabundo de aquel asqueroso violador.

Los gritos y la sangre inundaron la habitación, el hombre se revolvía sobre la mesa de billar como si fuese un pez espada al que suben a bordo y se ahoga por segundos... Segundos en los que perdió la consciencia.

Supuse que moriría si no hacía nada, pero sinceramente ese era el menor de mis problemas, además no había terminado con él.

Con ayuda, una vez más, de aquel afilado puñal de caza me acerqué a su pecho descubierto y comencé a trazar con fuerza unas líneas caligráficas, me tomé mi tiempo para que el mensaje ocupase su tórax en su totalidad y que calase bien hondo por si acaso sobrevivía. Tras mi último retoque podía leerse en mayúsculas la palabra JÄVEL , el peor peyorativo que puede existir dentro de la lengua sueca.

Y para terminar mi obra, y sin fijarme ni tan siquiera en si respiraba, agarré de nuevo su enorme polla ahora desmembrada para introducirla elegantemente dentro de su boca.

Tras haber actuado de esa forma, posiblemente suponiendo mi primer asesinato oficial, podría decirse que lo degusté, degusté la cálida venganza.

Sentí un alivio emocional reprimido durante toda mi vida que ahora podría ir soltando cada vez que segara una asquerosa vida, como la de aquel hombre. Sentí la adrenalina recorrer mis venas a una velocidad abismal.

Un año después me había convertido en la mano derecha del Señor Lindberg, ninguno de sus amigos se había atrevido a sobrepasarse para conmigo bajo ningún concepto.

Había aprendido a chantajear a las personas utilizando mi propio cuerpo, llevándolas al cielo, llevándome al bendito cielo y recargando mis ansias de poder.

Chantajeaba tanto a hombres como a mujeres con mi cuerpo, me era indiferente, no conocía lo que los demás llamaban amor y jamás lo conocería. Pero la adrenalina que proporcionaba el control, el poder, la lujuria, la violencia... Suplían todo tipo de sentimiento innecesario.

Con tan solo trece años ya era toda una mujer, parecía una niña inocente, pero tenía el respeto de muchas personas de la capital, y tenía todo el respeto de la persona que más me interesaba en el mundo, el Señor Lindberg, al fin era plenamente útil para él y podría ayudarle en cualquier negocio del club, soñando cada noche en que aquel hombre muriese y todo aquello pasase a ser mío, para poder derribarlo y crear mi propio y único imperio. 

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