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C.3. Dylan Slade (Capítulo Completo)


[Relata Dylan]

Corría por las calles de Detroit a la máxima velocidad que me permitían las piernas. Las sirenas de varios coches de policía, que me buscaban incesantemente, sonaban cada vez más próximas a mi posición... Llevaba hora y media escapando de ellos pero no me detendría, no ahora que por fin, tras varios meses encerrado en un reformatorio de Míchigan, por fin era libre. Los músculos de mis piernas dolían de tanto correr, pero no podía detenerme, no ahora... Detenerme implicaba volver al reformatorio; en cambio, luchar contra el dolor físico y no detenerme suponía libertad... Mi decisión era clara... Quería luchar por mi libertad... yo era libre desde que nací y no merecía estar encerrado en un reformatorio...

A los agentes de policía les estaba costando demasiado darme caza y es que, con solo nueve años de edad había vivido tanto, había luchado tanto, había aprendido tanto de la vida en la calle, había aprendido a sobrevivir de tantas formas que, hoy en día, difícilmente podrían vencerme una pandilla de agentes que probablemente lo hubieran tenido todo en la vida, que probablemente no supieran lo que es el sufrimiento más que de verlo en las películas que echaban por la televisión...

Miré hacia atrás mientras seguía corriendo desesperadamente y vi un coche patrulla, con las sirenas encendidas, adentrarse en la callejuela por la que yo corría desesperadamente. Saqué fuerzas de flaqueza, si es que hubo en mí algún tipo de flaqueza, a pesar del agotamiento en la huida, y aceleré la velocidad de mi carrera para meterme por el primer callejón lateral que encontrase. El callejón no tardó en aparecer e inmediatamente me adentré en él. Era un callejón conformado por las fachadas laterales de dos edificios que habían sido construidos tan cerca, el uno del otro, que las oscuras y húmedas paredes de ladrillo conformaban un camino tan estrecho que ni el coche policial cabía.

Miré hacia atrás una sola vez y vi a uno de los agentes de policía bajarse del vehículo policial para perseguirme, adentrándose él también en el callejón y comenzando a perseguirme a toda velocidad. Yo corría y corría... Pero mis esperanzas de escapar se desvanecieron cuando vi, con horror, que el callejón, por el que ahora corría a toda velocidad, estaba cortado con una especie de alambrado metálico de unos dos metros de altura...

Sin embargo, ni eso me detuvo... yo seguía corriendo, era mi libertad y lucharía por ella costara lo que costara... Alcancé la reja metálica, el agente de policía me seguía los pasos, estaba demasiado cerca de mí y yo... yo necesitaba huir de allí... Sin pensarlo un solo instante, trepé por los contenedores de basura situados junto a la reja metálica y, desde la superficie de los contenedores, me encaramé a la reja alcanzando con facilidad la parte superior con el único objetivo de saltar por encima de ella. Ya había pasado una de mis piernas hacia el lado contrario de la reja pero el policía llegó junto a mí y me agarró por un pie para atraerme hacia sí y que no saltara hacia el otro lado. Pero mi desesperación fue más fuerte y me lancé por el lado contrario de la reja obligando al policía a soltarme.

Caí de golpe al suelo y desde una altura de dos metros. Me había hecho daño, el cemento que conformaba el suelo había causado heridas en mis manos y en mis rodillas al romperse el pantalón vaquero; pero no había tiempo para sentir dolor, simplemente me puse de pie y seguí corriendo, corriendo y corriendo... Al cabo de cinco minutos de di cuenta de que ya no sentía a nadie correr tras de mí... Aunque el agente de policía hubiera saltado la reja metálica, de igual modo que yo había hecho, debía de haberle despistado y no sabía dónde me encontraba... Ahora sí era totalmente libre... Ahora no regresaría jamás a ese maldito reformatorio... Ahora sí sería yo quien dirigiera mi vida sin dar explicaciones a nadie...

Yo nací en uno de los barrios más pobres y de mayor delincuencia de Detroit. Mi padre trabajaba en una de las fábricas de coches durante 14 horas al día por una miseria de sueldo... Mi madre, en cambio, se dedicaba a cuidarnos a mi padre y a mí. Ella me cuidaba, me protegía, se aseguraba de que yo fuera al colegio, y de que jamás me faltara un plato de comida en la mesa. Aún cuando el sueldo de mi padre, que era tan bajo que no daba para mantenernos, ella renunciaba a su comida solo porque yo tuviera un plato en la mesa cuando regresara del colegio.

Mi padre falleció cuando yo tenía cinco años de edad... Mi padre había intentado que nosotros tuviéramos un futuro mejor y él fue consciente de que con el sueldo que ganaba en la fábrica de coches jamás podríamos salir adelante, lo único que, en un futuro, nos esperaba era la más absoluta miseria... Pero ese pensamiento de mi padre fue la ruina de la familia... Él comenzó a inmiscuirse en negocios sucios... asesino a sueldo, traficante de drogas, traficante de armas, proxeneta... Hasta que esos negocios le condujeron a perder la vida cuando fue apuñalado por un miembro de una banda rival... Nadie ayudó a mi padre cuando aún estaba con vida mientras se desangraba, ni siquiera los de su propio bando. Simplemente lo dejaron desangrándose en medio de un callejón oscuro de Detroit hasta que fue encontrado por la mañana totalmente muerto... Llevaba varias horas muerto cuando fue descubierto...

La muerte de mi padre hizo que mi madre cayera en una profunda depresión. Esa depresión la obligó a encontrar consuelo solamente en el alcohol.

Buscó un empleo y comenzó a trabajar de camarera por una miseria de sueldo que apenas si nos daba para pagar el alquiler del apartamento en el que vivíamos... Fue por ello que mi madre comenzó a trabajar como prostituta por las noches combinando ambos trabajos... Durante el día era camarera y durante la noche ejercía la prostitución por las calles de Detroit a la espera de cualquier cerdo que quisiera que mi madre se la chupara un rato por una miseria de dinero... Dinero que mi madre agradecía porque con eso se aseguraba de que yo tuviera comida en la nevera un día más...

Cada noche, sobre las seis de la madrugada, escuchaba la puerta de nuestra casa abrirse anunciando la llegada de mi madre... Ella se sentaba en el sofá a descansar un rato, pero la gran mayoría de las noches lo que hacía era llorar... llorar lamentando la muerte de mi padre, llorar por la mierda de vida que ella llevaba y llorar, muchas otras veces, porque el cerdo de turno que había contratado sus servicios, después de joderla, no le había pagado un solo centavo y, en algunos casos, además le había pegado una paliza a mi madre... Yo, lo único que hacía era fingir que dormía mientras escuchaba sus sollozos en la lejanía... Solo las dos primeras noches salí de mi habitación a consolarla... pero ver a mi madre ebria, drogada, y con heridas en la cara y en el cuerpo, en el caso de que esa noche le hubieran pegado una paliza, no era una visión agradable para un niño de cinco años... por lo que, a partir de la tercera noche, me quedé encerrado en la habitación escuchándola llorar...

A las ocho de la mañana volvía a sonar la puerta de entrada anunciando que mi madre se había ido a la cafetería en la que trabajaba durante el día... En ese instante yo me levantaba de la cama y aprovechaba para desayunar lo que hubiera en el frigorífico... Mi madre no me volvió a llevar al colegio, nuestros horarios eran incompatibles... Y yo pronto dejé de ir... Pasaba las mañanas y las tardes vagabundeando por las calles de Detroit con unos cuantos amigos varios años más mayores que yo... Ahí comenzaron mis primeros coqueteos con las drogas a pesar de ser tan solo un niño...

El carácter de mi madre cambió completamente... Cuando mi padre vivía era alegre, divertida, cariñosa... Ahora todo aquello no era más que un recuerdo... Mi madre se había convertido en una mujer seria, fría, distante y llegó a pegarme en dos ocasiones por hacer preguntas a las que ella no quería responder... Pero jamás podría considerar que mi madre me maltratara... ni a día de hoy lo considero... A ella le había maltratado la vida de un modo inconcebible y ella solo trataba de desahogarse aunque no fuera consciente del daño que me hacían sus actos... y no hablo de un dolor físico precisamente...

Pasaron los meses y la comida en la nevera volvía a escasear... Su consumo en drogas y alcohol era tan desmesurado que ni siquiera nos alcanzaba el dinero que ganaba, con ambos trabajos, para pagar el alquiler del apartamento, ni para tener algo de comida en la nevera...

Yo necesité aprender a sobrevivir si no quería morir de hambre... Con solo seis años comencé a robar. Mis robos no eran más que hurtos pequeños, no podía hacer gran cosa a mi edad, pero me permitían poder tener algo que comer...

El dueño del apartamento en que vivíamos mi madre y yo, tras tres meses consecutivos de impagos, llamó a la policía para que nos desahuciaran...

Mi madre pidió una ayuda para nosotros, una simple y humilde vivienda en la que pudiéramos refugiarnos en lo que ella encontraba un trabajo mejor con el que pudiéramos salir adelante... Pero el excesivo consumo de alcohol y drogas por parte de mi madre y la prostitución que ella ejercía la condujeron a que le quitaran la patria potestad sobre mí y que yo fuera internado en un centro de menores.

En menos de dos meses escapé tres veces del centro de menores. No importaba cuánta vigilancia me pusieran que siempre encontraba el modo de escapar. Cada vez que lograba escapar del centro de menores lo hacía con el objetivo de regresar a Detroit, allí estaba mi verdadero hogar, en las calles de Detroit. El primer lugar que visité cuando escapé la primera vez del centro de menores fue la cafetería en la que trabajaba mi madre. Fui con la esperanza de encontrarla allí trabajando, pero según me explicó el dueño del local ella misma había renunciado a su trabajo a los pocos días de perder la patria potestad sobre mí.

Fui tan ingenuo de pensar, por un instante, que mi madre estaba luchando por encontrar un trabajo mejor y recuperar mi patria potestad... Pero la tercera vez que me escapé del centro de menores la encontré. Ella estaba en Detroit, como yo esperaba, durmiendo entre cartones como una indigente... Dudo mucho que pesara más de 35 kilos... Sus ojos hundidos carecían de cualquier tipo de brillo que indicara que había vida en ella... Recuerdo que la agarré de sus manos y tiré de ella diciéndole "Vamos, mamá, volvamos a casa..." No tenía ni idea de dónde la iba a llevar, no teníamos casa, pero no la dejaría allí...

Ella se puso de pie y me miró fijamente como intentando reconocerme... Imagino que la gran cantidad de drogas y alcohol que debía de haber consumido en las últimas horas nublaban su memoria... De pronto me empujó de forma violenta haciendo que yo cayera al suelo asustado... asustado de mi madre... Ella me gritó... me gritó que me fuera, que me marchara, que no me quería, que había sido el culpable de todas sus desgracias, que había sido una maldición en su vida... Quise creer que ella no sabía siquiera con quien estaba hablando... pero me marché corriendo de allí... Me marché corriendo y llorando desconsoladamente por haber recibido el desprecio de mi propia madre...

Al poco tiempo de regresar al centro de menores, una familia de Lansing en Míchigan, que no había podido tener hijos biológicos y con una economía potentemente desahogada, sintió compasión por mi pasado y decidió adoptarme... Me intentaron dar una vida lujosa, cómoda y recibiendo todo el cariño que un niño de tan solo seis años de edad necesitaba. Me matricularon en el mejor colegio, me cuidaron, me protegieron, no me faltaba de nada... Quisieron hacerme olvidar mi pasado para darme un presente perfecto... Pero los meses pasaban y no lograban que yo cambiara mi forma de ser...

Yo les agradecía todo lo que hacían por mí, pero yo no quería vivir con ellos... Yo solo quería regresar a aquella vida pobre que tenía en la que convivíamos mi padre, mi madre y yo... Éramos pobres, sí, pero felices... Y si no podía recuperar ya a mi padre, por lo menos aún me quedaba mi madre... Yo solo quería volver con ella aunque tuviera que dormir a su lado entre cartones mojados por la lluvia... pero, tal vez juntos, encontráramos el modo de salir adelante y de recuperar la vida que perdimos...

Me escapé innumerables veces de casa de mi familia adoptiva... Mis padres adoptivos pronto se acostumbraron a irme a buscar por las calles de Detroit cada vez que me escapaba de su hogar... Fueron muy numerosas las noches en las que me encontraron por Detroit, vagando solo, con las manos en mis bolsillos mientras la lluvia caía sobre mí intensamente... y buscando a mi madre en cada rincón... mirando a cada vagabundo que dormía en la calle cubierto por cartones para comprobar si era mi madre u otro vagabundo... Pero no la volví a encontrar...

Ellos, lejos de reñirme, de cabrearse conmigo, se bajaban del coche, me abrazaban con fuerza y me llevaban de vuelta a nuestra casa en Lansing. Una de las últimas veces que me escapé de casa, me encontraron de nuevo vagando por Detroit... Esa misma noche mis padres adoptivos hablaron conmigo y me prometieron que ellos mismos se encargarían de buscar a mi madre, de ofrecerle la ayuda que ella necesitara y hasta un trabajo digno... Pero me pidieron, como única condición a su promesa que, por favor, no volviera a escaparme de casa... que si me ocurría algo no podrían perdonárselo en la vida... Yo solo quería encontrar a mi madre y estar con ella... tan solo eso... y acepté su oferta...

Mis padres adoptivos pasaron meses buscando información sobre el paradero de mi madre... Fuimos numerosas veces a Detroit y la buscamos por todas partes, pero no la encontramos... Hasta que, un día, de los muchos que fuimos a buscarla por Detroit, un vagabundo nos confirmó la noticia de que ella había sido hallada muerta, en el callejón en el que solía dormir, por una sobredosis de droga.

Yo no podía creer aquella noticia y durante los siguientes meses continué escapándome de casa de mis padres adoptivos para ir a buscarla mientras en mi mente me repetía "hoy seguro que la encuentro, hoy sí", pero jamás llegó ese día... Las palabras del vagabundo cada vez comenzaban a cobrar más sentido en mi interior, y cada día que pasaba me las creía un poco más...

Con siete años, comenzar a ser consciente de la realidad no hizo que lograra adaptarme a la vida con mis padres adoptivos... No iba al colegio y, si me llevaban, me escapaba; mi rendimiento escolar era nulo y no tenía amigos entre aquellos niños pijos que me señalaban porque siempre fui diferente a ellos. A mí nada me importaba, yo solo intentaba recuperar lo más parecido que tuve un día a mi vida pasada, mi vida en las calles de Detroit.

Regresé con mis amigos verdaderos, aquellos que conocí en Detroit, y con ellos volvieron mis coqueteos con las drogas... Cada día mi dependencia por las drogas era mayor... Yo era consciente de que esa misma dependencia era la que había terminado con la vida de mi madre ¿y qué? Todos morimos algún día... ¿no?

Comencé a robar a mis padres adoptivos para poder costearme mi vicio... Ellos no tardaron en darse cuenta de que les faltaba dinero y de que yo lo empleaba en comprar droga, por lo que comenzaron a vigilarme y procuraban no dejar dinero a mi alcance... Me llevaron a los mejores especialistas para que dejara ese vicio que aún consume mi vida... Pero no había nada que hacer ¿Cómo podían intentar ayudarme si yo mismo rechazaba toda ayuda?

El control sobre el dinero que ellos dejaban a mi alcance solo me hizo ver a mis padres adoptivos como mis enemigos... Eran los jodidos responsables de que yo no pudiera comprar lo que necesitaba... y la necesidad podía conmigo... Pero su impetuoso esfuerzo por sacarme del mundo de las drogas estuvo frustrado por mi fuerza... Yo con ocho años de edad, con los que ya contaba, había vivido mucho más que cualquier otro niño de mi misma edad... y había aprendido a sobrevivir más que la persona más vieja de este puto planeta... Eso hizo que la delincuencia pasara a ser mi siguiente paso... Robaba en las viviendas de los vecinos para llevarme dinero u objetos que pudiera vender más tarde para después costear mi vicio... Otras veces asaltaba los coches, pero eso era más complicado puesto que las malditas alarmas apenas me daban tiempo a coger nada... Asaltaba a mujeres mayores bajo amenaza, con una navaja de la que me había apoderado, y les exigía que me dieran todo cuánto llevaran...

Mis padres adoptivos no podían más conmigo a pesar de sus muchas luchas y esfuerzos... Lo habían intentado todo, pero estaba claro que yo no iba a cambiar. Y no cambiaría porque yo, realmente, no quería hacerlo... Yo estaba demasiado arraigado a mi antigua vida como para cambiar de un día para otro y acostumbrarme a una nueva vida en la que, tendría todo cuánto quisiera, pero no era libre de regir mi vida como yo quisiera...

La policía no tardó en acusarme de gran número de delitos que yo, realmente, sí había cometido... Tras la acusación vino la sentencia, dictada por los Tribunales de Míchigan, en la que se me declaraba "Culpable" de todos los delitos de los que se me acusaba en la demanda... Esa misma sentencia ordenaba mi internamiento en un centro de menores con solo nueve años de edad...

Ese era el reformatorio en el que había pasado los últimos dos meses de mi desgraciada vida... y ese era el reformatorio del que me había escapado, razón por la que me perseguía la policía... Pero había logrado confundirles y no podían encontrarme... Ya nadie me perseguía, ya no se oían las sirenas de los coches patrullas yendo tras de mí... Ya no volvería jamás a aquel maldito lugar... Ahora era libre y nada ni nadie me detendría.

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