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07.- "Conocidos, no Amigos"

Sam Walker

Bostezo por milésima vez en el día, finalmente, bajando de las mismas telas que hace dos semanas me vieron caer.

Mis pies volvieron a tocar la fría colchoneta, y corrí rápidamente a poner mis tennis, listo para ir por algo de comer y por fin ir a dormir.

La práctica de hoy había sido más cansada de lo que esperaba, seguramente porque mi cuerpo empezaba a acostumbrarse a no hacer esfuerzo, lo que haya sucedido, estaba agotado.

Cuando comenzaba a guardar mis cosas, escuché silbidos desde la puerta, tantos de ellos, y sabía de quiénes venían.

La homofobia en estos tiempos cada vez era menor, empezábamos a llegar a una deconstrucción social en la que tu orientación sexual cada vez era menos relevante para las personas.

Sin embargo, siempre iba a haber un porcentaje de personas que no aceptaran a quienes nos consideraban diferentes, y en este caso, en la universidad de deportes a la que asisto, el equipo de fútbol americano tenía en su mayoría a todos los homofóbicos de la escuela.

No sabíamos por qué les gustaba molestar tanto, más cuando pasaban por el salón de danza y se burlaban mayoritariamente de los hombres que estábamos aquí, así como iban al equipo de soccer a burlarse de las chicas que ahí jugaban, si descubrían que alguien era diferente a lo que ellos creían correcto, entonces habrían de burlarse.

Machistas y homofóbicos, esa era su definición.

Y claro, no desaprovechaban la oportunidad de lanzar sus asquerosos piropos llenos de ofensas.

—¡Qué lindas se ven desde aquí, señoritas! —gritó el dichoso capitán con su trío de miserables detrás de él, típico de ellos.

Los ignoré como normalmente lo hacíamos, pero notaba bien como Eddy se escondía entre las telas, esperando a que ellos se fueran.

—Oye, no tienes porqué hacerles caso a cuatro chicos que no saben hacer nada más que empujarse entre ellos —le dije, listo para partir de ahí.

—Ellos son más fuertes y grandes que nosotros, Sam.

—Pero nosotros tampoco somos pequeños y débiles,¿no eras tú el chico que decía que con un poco de razonamiento psicológico podías controlar a la bestia más salvaje del mundo?

—¡No cuando la bestia está acompañada de sus amigos bestias y juegan futbol!

Giré los ojos. —Jamás entenderé tu filosofía, Eddy... Pero, para tu suerte, soy un excelente amigo, voy a alejarlos de aquí para que practiques.

—¡No! ¿Y si te hacen algo malvado y perverso?

Negué, girando hacia la puerta. —Los oigo ladrar pero a ninguno lo veo morder.

Fui hasta la salida, encontrándome con esos salvajes, los cuales no duraron ni un segundo en seguirme por el pasillo, mientras yo iba directo a los vestidores, ellos solo insinuaban cosas, reían en mi oreja, pero ninguno se atrevía a ponerme una mano encima.

—¿A dónde vas, princesita? Buscando un buen miembro dónde sentarte—espetó Sloan, mejor conocido como el capitán del equipo de fútbol, el cual, cree que por saber como taclear, esquivar y correr, ya es inalcanzablemente apuesto.

No lo escuches.

—Sabes, empiezo a descubrir cuál de todos es el que te gusta más, ¿Tanto te gusta el capitán de soccer?

Bien, ahora sí escúchalo.

Ya había usado esta técnica con otras personas, y si Sloan era el siguiente, adelante.

Porque odiaba que intentaran humillante, suficiente tuve cuando estaba en preparatoria, no iba a dejar que se repitiera el mismo camino esta vez.

Me detuve para verlo, el trío de amigos se quedó atrás, mientras yo solo me acercaba al castaño de cabello corto.

—Claro, me van los capitanes de todos los equipos, todos ellos —sonreí cínicamente—. ¿Por qué, Sloan? ¿Acaso quieres que me siente en ti también?... Estoy ocupado ahora mismo, pero si deseas buscarme más tarde, con todo gusto.

Balbuceó con nervios y enojo, para después simplemente quejarse y largarse de ahí, mientras que los otros simplemente lo siguieron.

Ah, los exóticos chicos que ocultan su homosexualidad, tan tiernos e ingenuos.

(...)

Acomodé mi mochila en el césped del pequeño espacio verde de esta gran zona llamada universidad.
Era muy pronto para ir a mi dormitorio a dormir, pero tenía bastante sueño, no había podido conciliar el sueño por un dolor en mi cuello, y hoy en la mañana luego de haber acudido con Milan, solo quería dormir.

Di un suspiro largo, el lado bueno era que estaba muy cómodo en este césped, y había un buen árbol arriba de mi para conciliar el sueño.

Normalmente, los únicos que molestan con sus palabras son los del equipo de fútbol, más allá de ellos, vivimos en un ambiente bastante tranquilo.

Coloqué mis audífonos en mis oídos, y con esa música que era tan relajante pero adictiva, empecé a quedarme dormido, con mi mochila siendo usada como almohada.

(...)

Empecé a escuchar los sonidos normales de una universidad y la naturaleza, el sonido de los árboles, de los silbatos que indicaban tiempos en un juego, de personas gritando muy a lo lejos, otras caminando.

Removí mi cabeza, saliendo de aquel sueño que disfruté como nunca.

Me giré algunas veces, abrazando a lo que estaba abajo y por un lado de mi.

Mi mochila no es tan cómoda...
Mi mochila no tiene una mano como para acariciar mi cabello.
Y mi mochila, para nada se siente como si estuviera abrazando un torso.

Abrí mis ojos sorpresivamente, estaba abrazando un torso con una camisa blanca, un cuerpo largo estaba pegado al mío, mi pierna izquierda estaba arriba de las suyas, miré hacia arriba, y Keith Donson; tenía su mano en mi cabeza, llevaba uno de mis audífonos, mis anteojos, y estaba mirando al cielo fijamente.

—¡¿Y tú cómo llegaste aquí?! —lancé, separándome.

—Oh, despertaste, ¡Buenos días, Sammy! —expresó, con un palillo de dientes en su boca, moviendolo a varias direcciones—. Sabes, sueles tener el sueño pesado, ni siquiera notaste cuando llegué y me recosté contigo.

—¡No puedes hacer eso, Donson! ¿Quién te dijo que es normal acercarse a alguien que está dormido en medio de un césped?

Dejó sus brazos por debajo de su cabeza. —Si me lo preguntas, dormir en medio de una universidad tampoco entra en cosas normales, y fuiste tú quién me abrazó.

—¡Yo jamás abrazo nada cuando duermo!

Sonrió inocentemente. —Siempre hay una primera vez.

—Me voy —añadí, apunto de levantarme.

—Espera, Sam —se alarmó, tomando mi muñeca para detenerme—. No puedes irte sin comer, yo traje esto para ambos.

Detrás de él, había una bolsa de plástico, y de ella sacó dos platos de otro tipo de plástico, arriba de ellos, había cubiertos, más en específico; tenedores.

—Sinceramente prefería no molestarte y preguntar si te gustaba este tipo de comida, pero, a todo el mundo le gusta la pasta italiana —comentó, entregándome un plato y un cubierto—. Bueno, debe haber una que otra persona que no. Pero, para resultados más efectivos, tú y yo no formamos parte de ese porcentaje.

Miré extrañado todo, la comida, su actitud tranquila, y el recuerdo de que me había aferrado a él inconscientemente.

—Lo agradezco, pero, ¿Por qué haces todo esto? Oh, adivino, después volverás a molestar.

—No entiendo por qué crees que ser amable contigo es un recompensa por ser molesto —añadió, abriendo la tapa del plato, dejando ver aquel alimento en perfecto estado—. Ya te lo dije, Sammy. Eres mi único amigo en estos momentos, te vi recostado y pensé; ¿Por qué no llevarle algo de comida para cuando despierte?

—¿A partir de cuándo nos volvimos amigos? Somos conocidos, Keith.

—Bien —añadió—. Entonces eres mi único conocido en estos momentos. Digamos que eres, ¡Mi mejor conocido!

—Cállate y come —negué, rendido a que él iba a quedarse aquí.

Cuando probé por primera vez esa pasta italiana, mi paladar en serio se sorprendió por lo delicioso que era.

A lo largo de mi vida, había degustado de nueva comida, Ayden era de los mejores cocineros actualmente, y en serio era un deleite probar lo que él preparaba.
Entre esas comidas, la italiana era de sus favoritas, y todo lo que hacía, sabía excelente.

Pero esta pasta, no sabía cómo, pero la estaba disfrutando más.
Keith no hablaba, solo comía sereno, mientras yo me peleaba con el tenedor para tomar bien del alimento.

De cierta manera, sentía mucha tranquilidad ahora, tal vez por eso era que sabía mejor.

Lo ví ahí, con mis anteojos y mis audífonos colgados en su cuello, parecía tan normal, como si fuera tan cercano a mi como para usarlos.

Estos eran los instantes en los que me impresionaba esa agilidad de Keith para distraerme de sus acciones descaradas, y las empezaba a ver cómo algo normal en él.

Su cabello blanco volaba con el aire fresco, y por la luz natural, era que sus ojos se veían con ese tono especial, porque eran azules, igual que los míos, pero los suyos tenían algo diferente que los hacía ver como un fino cristal.

Y sorprendentemente, hoy no tenía los ojos irritados.

Me di cuenta que ya lo estaba viendo de más, y simplemente comí, mi cuerpo se movía ligeramente ante el sabor, podría ser repetitivo, pero en serio estaba delicioso.

—¿Bailas cuando comes? —preguntó, ladeando su cabeza.

Asentí. —Solo cuando está muy rico.

Bajó su cabeza para seguir mirando su comida. —Sabes, tengo mucha curiosidad de saber por qué me detestas.

—Bueno, yo también tenía mucha curiosidad de algunas cosas sobre ti, las cuales preferiste no responder. Por lo tanto, me niego a responder eso.

—Touché —aceptó sin problemas.

Levanté mi cabeza. —Te tengo una propuesta que nos beneficiará a los dos.

—Y yo soy genial escuchando propuestas.

—Si tú me contestas una pregunta respecto a ti, yo lo haré igual, así, ambos empezaremos a descubrir cosas uno del otro, pero solo con esa condición, información intercambiada por información.

Dudó algunos segundos, mientras masticaba y saboreaba los últimos restos de la pasta, come demasiado rápido para mi ritmo lento.

Y se veía que tenía bastante hambre.

—Lo haré con otra cláusula en el contrato, o sino perderás a este cliente —usó una servilleta para limpiarse rápidamente—. Si tú aceptas ir a mi dormitorio luego de esto, resolveré alguna de tus infinitas dudas.

—¿Para qué quieres que vaya?

—Porque tú me dejaste entrar mucho tiempo al tuyo, lo más justo sería que conocieras mi nido, además, tengo algo ahí que puede ayudarte en tus bailes, solo que, no creo salir más tard...

Puse el plato en aquella hierba verde. —Keith. Basta, estás portandote excesivamente amable conmigo. No me gusta, no lo necesito, y aparte es sospechoso. ¡No necesitas cuidarme ni ser considerado!

Dió una respiración larga, negando solo para él.

—Yo solo quiero que seas mi amigo. ¿Es mucho pedir una oportunidad para dejar de discutir? Yo te he estado observando, Sam. No sé por qué es tan difícil para ti que las personas te ayuden —soltó, haciendo un puchero—. Tú alejas a todos, todos se alejan de mi, entonces, ¡Hay que ser amigos!

—Eres muy raro, Donson —espeté, volviendo a mi comida—. Raro y muy emocional para mí gusto.

Sonrió. —Somos tal para cuál, tú eres enojón y frío, y yo soy un niño bien.

Nuevamente, reí.
Agh, odiaba que me hiciera reír sin siquiera esforzarse.

—Conocidos, no amigos, recuérdalo —dije para terminar.

(...)

Keith abrió la puerta de su dormitorio, con una mano en mi hombro para guiarme.

—Te doy la bienvenida a mi templo —comentó, y así pudimos entrar.

—Qué honor me haces —respondí.

Muy dentro, esperaba que su dormitorio fuera el más desordenado de todos, pero, el cuarto de Keith estaba mucho más en orden que el mío.

La cama bien acomodada, su escritorio impecable, el suelo realmente limpio, y había una repisa con varias cosas, una bandera de Italia, una pequeña réplica de la Torre de Pisa, y más cosas que parecían ser de ese país europeo.

Además, parecía haber algo en ese escritorio blanco, como una vitrina sin techo para una mascota pequeña, solo que, no había nada ahí dentro, nada más el pequeño habitad.

—Es lindo, me sorprende tu limpieza, Donson —exclamé.

—Soy el mejor.

Reí, observando detenidamente la cama.
Y lo ví.

—Keith —exclamé—... ¿Se puede saber por qué mi peluche de dinosaurio está aquí?

Corrió y se lanzó a la cama en picada, protegiendo a ese objeto verde.

—¡Deja a Squishy! —se quejó—. A diferencia de ti, existimos un porcentaje de personas que sí necesitamos abrazar algo para poder dormir y no sentirnos tan solos. ¡Tú eres un desnaturalizado!

—¡Es mi dinosaurio, y no se llama Squishy!

Lo abrazó más. —Pero tiene un aroma que me relaja, huele a vainilla como tú.

—¡Deja a mi dinosaurio!

De la misma forma, me lancé en picada contra él, y comenzamos una pequeña pelea por mi peluche.

Intentaba quitárselo a toda costa, moviéndome arriba de él sobre la cama, pero él parecía ser más ágil y no podía arrebatarlo de sus manos.
Cuando menos me había dado cuenta, el dinosaurio dejó de ser motivo de peleas y risas, ahora nos encontrábamos en una batalla de cosquillas.

—¡Hey, ese fue un movimiento no reglamentario! —se quejó risueño, deteniendo mis muñecas por haber picado sus costillas.

Seguí riendo sin darme cuenta de la situación.

Nuestras respiraciones estaban agitadas, nuestro cabello alborotado por los movimientos bruscos.
Él estaba debajo de mí, mostrándome una sonrisa de alguien que en serio se sentía feliz.

Y yo, había terminado con mi cuerpo sentado en su regazo, mis piernas a los lados, sintiendo las sábanas.

Me sentía extrañamente feliz después de esa batalla de cosquillas.

Y entonces, observando lo resplandeciente de su rostro y sonrisa, sentí algo raro entre mi estimado y mi pecho, algo como cosquillas internas.

Abrí los ojos de golpe, y automáticamente bajé de su cama y de él.

—¡Rino es mío! —alcé la voz, desviando cualquier tema respecto a lo que pasó.

Se puso de pie por igual, buscando algo en un cajón de ropa.

Miré a un costado de su escritorio, esperando a que esas cosquillas internas bajaran, y ahí iba subiendo una de las cosas que más me asustan.

—¡Una rata! —grité y me subí a la cama de pie—. ¡Hay una rata!

Él pasó tranquilamente, cerrando el cajón de ropa. —Oh, con que ahí estabas.

—¡Mátala! —la señalé, dejándome pegado a la pared.

Él solo sonrió y caminó al mueble, puso un brazo sobre él, y aquel animal blanco subió a su hombro hasta ir al otro lado de este.

—No es una rata, maleducado —comentó el chico—. Es un hámster, saluda a Pelusa.

—¡¿Por qué tienes una rata en tu cuarto?!

Frunció el ceño, mirando a esa cosa por arriba de su hombro, acariciándola con un dedo.

—Ya te dije que no es una rata, es un hámster y es mi mascota, deberías calmarte, es obediente. Le gusta jugar a las escondidas nada más.

No era que odiara a los roedores, simplemente prefería no tener qué interactuar con ellos cuando salen de la nada y se ven ir tan rápidos por rincones.

Dudé aún en bajar de la cama, pero poco a poco iba tomando asiento en ella.

—¡Oh, y sabemos un truco! —dijo emocionado, moviendo su hombro ligeramente hacia arriba—. Pelusa, camuflaje.

Acto seguido, el roedor subió por el rostro de Donson en un saltito, y se dejó recostar en el cabello de este.
Fue tal la combinación entre el peliblanco y Pelusa, que solo parecía que Keith tenía un estambre de su propio cabello arriba de él.

—¿Y, qué tal? Pelusa ha estado en muchos cines gracias a esto.

—Eres muy raro, Keith —fue lo único que comenté, cruzando mis brazos.

Se acercó hasta la cama sin problemas, bajó su brazo, y de ahí, el hámster bajó de su cabeza hasta las sábanas.
Primero se acercó dudoso a mi, rozando mis piernas.

—Está bien, Sammy es de confianza, solo no le quites su comida —explicó.

Después, el ojiazul vino a mi, tomó mi muñeca y mi mano, acercándola al animalito con mi palma abierta.
Pelusa subió a mi mano rápidamente, y ahora fue Keith el que se alejó.

Me quedé un largo tiempo observando al pequeño roedor, se parecía mucho a su dueño.
Mismo pelaje suave y brillante, y tenía mucha confianza para empezar a recorrer mis hombros.

Al final, terminé por dejar el susto de hace minutos, y después de todo un recorrido de parte del animal, se recostó en mi hombro, y ahí pareció acomodarse para dormir.

Por otro lado, busqué con la mirada a Keith, y este, ya estaba sentado en el suelo, con su espalda recargada en una pared, su mismo cuaderno y pluma en sus manos, volviendo a escribir.

—¿Qué tanto escribes en ese cuaderno?

—Tareas —respondió sin verme—. Algunos textos para mi trabajo, oh y, soy olvidadizo, necesito notas a cada segundo.

Asentí. —Bien...

Volví a observar su dormitorio, ahora concentrándome en esa repisa.
A pesar de no ser tan cercano, sabía que, cuando Keith tenía su cuaderno en manos, respondía a muchas cosas sin ningún problema.

—¿Por qué parece que amas tanto a Italia?

Hizo un ademán, propio de ese país. —É la mia terra natale.

(Es mi tierra natal).

Abrí la boca sorprendido. —¡¿Eres italiano?!

—¿Lograste entenderme?

—Eh, mi padre habla varios idiomas... Aprendí algo, pero, no pensé que tú fueras italiano, hablas muy bien el idioma de aquí para notarlo, ¡Pero es increíble!

—En ese caso —siguió escribiendo—. Siéntete honrado, eres el único de todos que lo sabe, a excepción de las personas con las que comparto sangre.

—Te refieres a tu familia.

Hizo una mueca. —Eh, mmh, supongo. Pero, no estamos aquí para hablar de ellos, ni de cómo llegué aquí ¿Qué otra cosa quieres saber?

Miré al hámster sobre mi camisa, pensando en otra duda que tenía sobre él.
Si bien, era real que quería conocer muchas cosas de Donson, pero de igual manera, ya no quería repetir lo que sucedió la otra vez, y quería ser cuidadoso de no hacer una pregunta tan personal.

—¿Por qué entrenas de noche?

No es una pregunta tan personal, ¿O si?

Suspiró sin problemas. —El equipo de soccer, incluyendo al capitán, suelen restringirme y ordenarme mucho, no me gusta eso, y no disfruto de las prácticas, por eso prefiero ir solo cuando todos duermen.

—Muchas personas suelen regañarte, como Milan.

—Sí, bueno, su labor como doctor es cuidar la salud de otros, no te sorprendas, no serían los primeros ni los únicos que creen que con negar y quejarse van a hacerme cambiar —finalmente, se levantó, su voz no se escuchaba en ningún tono quejumbroso o triste, parecía una charla común y corriente.

—Ah, ¿Si?, ¿Quién más?

Dejó su cuaderno en su escritorio, me dió la espalda por completo, y después empezó a buscar otra cosa, mientras yo seguía sentado en su cama con Pelusa arriba de mi.

—Tú —añadió—. No es queja, Sammy, ustedes no tienen la culpa de que yo esté descompuesto.

Descompuesto.

Parece que ni siquiera le importa, empezó a silbar una canción sin ningún malestar, y eso, solo me estaba plantando más dudas, más inquietudes respecto a Keith.

Poco a poco, comenzaba a ver que, era tan solitario, y parecía que el mundo estaba en su contra.
Todos querían darle órdenes, otros solo lo queríamos lejos.

Y él, a decir verdad, no se defendía mucho, solo lo aceptaba, pero en mi caso, sigue insistiendo.

Volteó, con un rostro iluminado. —Ten, conseguí esto para ti. Estuve investigando sobre tu carrera, y sé que próximamente empezarán de nuevo con danzas más enérgicas, así que pensé que para que no lastimes tus rodillas podría comprarte esto.

Caminó y dejó en mis manos un paquete de plástico, y en él, estaba esa etiqueta; "Rodilleras para danza".

Alcé mi cabeza, al chico que seguramente ya estaba esperando a que me quejara y volviera a decirle que dejara de hacer esto.

—Gracias, Keith —aclaré, dando final a esa etapa, en la que Donson solo era una molestia.

Tal vez, era porque comenzaba a entender que no iba a cambiar su amabilidad confusa.

—No hay de qué —asintió varias veces—. Y, según recuerdo, yo tengo derecho a una pregunta.

—Te escucho —presté atención.

Sus movimientos seguían siendo lentos, y simplemente se fue a sentar su silla.
Se inclinó hacia delante, apoyó sus codos en sus rodillas, y sus puños sostenían su mentón.

—¿Puedes ser mi amigo?

Lo miré detenidamente varios segundos, pensando; qué tan solo tienes que estar, para hacer tanto solo para que alguien sea tu amigo.

Él era un misterio, el cuál yo estaba dispuesto a descubrir si él lo permitía.

Sonreí asintiendo. —Seamos amigos.

Y en sus ojos hubo brillo.

Grazie, amore! —culminó, lanzando un beso al aire.

Miré al roedor, que estaba dormido profundamente.

Ayúdame, Pelusa.

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Y pues así las cosas.

Los italianos son mi pasiónnnn

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