Mort-dida© - Cap. 7
Mort-dida ©
Capítulo 7
—David, ¿y si en lugar de devolvernos a buscar esos cadáveres, volvemos a la ciudad? Y una vez allí, hacemos la denuncia correspondiente, mostrando todas las pruebas que tenemos será imposible que no nos crean —sugirió un nervioso, Oliver.
—Ya te dije, no pienso devolverme. ¿Se te olvidó que unos kilómetros más atrás quedó nuestro amigo "el soldadito"? —le espetó con un poco de sarcasmo, David.
—Creo que tienes razón. Entonces sigo conduciendo derecho. Pero no quiero ser uno de los cargadores. Para esa tarea elige a cualquier otro.
—Vale. Total, no necesito cobardes en mi grupo... ¡Eh, chicos! Necesito unos voluntarios para subir los cuerpos al bus. Con tres es más que suficiente, así que tú, tú y tú me ayudarán cuando lleguemos.
Los tres seleccionados, se miraron entre sí, sin saber qué decir. Solo atinaron a musitar un leve "Sí, David".
Claramente la autoridad de David no era cuestionable para sus seguidores.
** Catalina **
—¡Eeey, estoy aquí! ¡Paren, paren!
‹‹Maldita ardilla, además de cobarde... ciego››, pensó Catalina.
No veo de mi otra, tendré que caminar de regreso por donde se fue el bus. No creo que sea más de 40 minutos a pie, según mi cálculo.
‹‹Pero cuando te tenga en en frente David, vas a ver quién es Catalina››.
Y así Catalina, comenzó a seguir la ruta del bus. Sin siquiera sospechar lo que los chicos dejaron atrás.
—David, ahí veo un auto y tiene la puerta abierta, pero no se ve el chófer —avisó Oliver.
—Estaciónate cerca. Igual es raro que el auto esté estacionado de costado casi al medio de la carretera.
Oliver se fue acercando y haciendo caso a David, se aparcó cerca del otro vehículo.
—¡Ahora es su momento, señoritas! ¡Vamos, bajen! —ordenó David a los tres compañeros. Los cuales no vacilaron y descendieron raudos junto a su compañero y jefe.
—Ahora, los quiero atentos a cualquier cosa. Tú y tú, vean del otro lado del auto, si hay algún peligro, o algo. Avisen cualquier cosa y nosotros dos vamos enseguida.
—Está bien, David. Pero por favor no nos dejen solos.
—Jamás lo haría. Confíen en mí.
Los chicos se acercaron de a poco y comenzaron a rodear el auto con mucho sigilo y cautela.
Cuando apenas iban a dar la vuelta, se encontraron con un dantesco panorama...
Los tres cuerpos inertes yacían casi uno sobre el otro. Instantáneamente uno de los jóvenes vomitó en los pies de su compañero—:
—¡Oye, ten cuidado! Me manchaste las zapatillas nuevas.
—Disculpa, no pude contenerme.
—Ya, déjalo así. Llamemos a David.
—Okey.
—¡David! Ven, pronto —gritaron casi a coro.
—Bueno, parece que las nenas encontraron la carga. Vamos a ayudarlos —dijo David.
—¿Qué pasó, chicas? ¿Vieron un fantasma? —se burló David.
—No, pero sí encontramos esto... a la vez que apuntaron donde estaba la pila humana.
—Interesante escultura... ¿Ustedes la hicieron?
—No, David. Eso estaba así cuando llegamos. No hemos tocado nada todavía.
—Está bien... Bueno, vamos a llevar uno por uno —aunque Elías, no se ve muy entero que digamos—.
—David, no sé cómo puedes hablar así tan tranquilo con todo esto que está pasando.
—Eso es porque soy un macho y no le tengo miedo a nada ni a nadie.
—Solo a la 'Cata' —bromeó uno de los chicos. Todos los demás rieron.
—¿Qué te pasa imbécil? Yo no le tengo miedo a esa loca —refutó con rabia, mientras le daba un golpe seco en la cara al atrevido. Golpe que por supuesto, no fue ni devuelto, ni rebatido por el receptor ni por nadie. Todos se callaron.
—Ahora, por ser tan chistosos, serán ustedes los que van a cargar los cuerpos. Y háganlo rápido que no tengo todo el día.
Siempre silentes, sus compañeros procedieron a levantar uno a uno los cuerpos y a llevarlos al bus. El primero fue el desafortunado tronco de Elías, lo cual, en parte, no fue un mayor problema. Excepto por la sangre que escurría a través de todo su cuerpo.
El siguiente fue don Jorge, que tampoco era muy pesado; y el tercero el chófer del auto, a quien su cabeza le colgaba, lo que dificultaba un poco su traslado porque le quedaba debajo de su cuerpo y trancaba el andar. Pero así y todo, lograron llegar al bus y subirlo.
Mientras los demás trabajan afanosamente, David observaba el entorno y cayó en cuenta del auto, y se le ocurrió una idea, que por supuesto, solo sería para su propio beneficio.
—Chicos, revisen los bolsilos del dueño del auto. Busquen las llaves, porque en el auto, no están.
Revisaron y hallaron las llaves, las que no tardaron en pasar a manos de David.
Perfecto, ahora el plan es el siguiente; ustedes siguen en el bus y yo me voy en el auto detrás protegiéndolos, como siempre lo he hecho.
Nadie fue capaz de discutir, así que el bus partió y David corrió hacia el auto.
Oliver comenzó a conducir no demasiado rápido y al mirar atrás, no veía aún movimiento alguno del auto.
—¿Chicos, qué hacemos? David no nos sigue. ¿Nos devolvemos o lo esperamos? —preguntó Oliver.
—¡Déjalo, ya nos alcanzará! —respondió el chico al que David había golpeado minutos antes.
De modo que ahora sí, Oliver apresuró la marcha, pues quería llegar cuanto antes a una zona urbana para terminar con esta pesadilla de viaje.
Mort-dida © - capítulo 7
Autora Ann E. Rol
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