Mort-dida © - Cap. 17
Mort-dida ©
Capítulo 17
—Sigamos corriendo, no podemos parar —ordenó David a Samuel.
—¡Uff, uff! Ya no doy más. Tengo que descansar.
—Eres un debilucho, eso te pasa por dedicarte a estudiar en lugar de hacer ejercicio. ¡Mírate, eres un lastre!
—¿Oye y dónde está Fabián?
—Él, no lo logró. Esa maldita cosa lo alcanzó antes de que pudiera salir del bus. Yo, yo no pude hacer nada —respondió David, fingiendo tristeza.
—¡Vamos a morir! ¡Todos moriremos aquí en el desierto! —gritó con rabia, Samuel. Deteniendo de golpe, su carrera.
David, a pesar de que le daba igual dejar atrás a sus compañeros, también se detuvo y se volvió hacia Samuel, tomándolo de la solapa.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué te detienes? Esa cosa puede aparecer detrás nuestro en cualquier momento.
—¿Y qué importa? De todas formas moriremos —dijo con resignación, Samuel.
—No moriremos. Solo los débiles se quedan atrás y tú no lo eres —arengó David, dándole una cachetada a Samuel.
—¡Auch!, tienes razón. Discúlpame. No sé qué me pasó. ¿Qué propones? —preguntó Samuel, sobando su mejilla.
—Bueno, ese soldado es muy rápido y si seguimos corriendo, tarde o temprano nos alcanzará. Será mejor ocultarnos.
—Entonces... busquemos un lugar para escondernos —concluyó David.
Contrario a lo que se pudiera pensar, esta vez, David, no pensaba en abandonar a su amigo.
—¿Y dónde podemos ocultarnos, David?
—Déjame ver... ¡Allá detrás de esos arbustos! Es lo más cerca y grande que hay.
Así que ambos se escondieron allí.
A pocos metros de ese lugar, se iniciaba una nueva discusión.
—Pero... ¿A dónde cree que va? Teníamos un plan y este idiota lo echa a perder dejándonos tirados acá.
Para que veas cómo son tus amigos —le recriminaba Felipe a Catalina—.
—¿Quééé? Si fuiste tú quien no quiso bajar. No me eches la culpa de tu falta de valor. Además, tampoco tuviste coraje para dispararle a la ardilla de David.
—¿Acaso no viste que no era un mordedor? Solo estaba huyendo, igual como huyó tu «amiguito».
Ahora lo único que podemos hacer es esperar porque solo tenemos una bala y no la podemos desperdiciar.
—Más encima te acabaste las balas. ¡Nunca saldremos vivos de aquí! Ni suicidarnos podemos porque creíste que estabas en un videojuego y que mágicamente la pistola se iba a recargar. ¿Por qué no bajas a que te muerdan? Total solo vas a perder «una vida»... ¡Imbécil!
—Cuidado con lo que dices, Cata. No olvides quien tiene la pistola.
—¿Me estás amenazando, maricón de mierda?, dime, ¿me estás amenazando? —le increpó con dureza, Catalina.
—Tómalo como una advertencia, o como quieras. Yo nomás te digo que no te pases conmigo.
—Sino, ¿qué? ¡Habla! Y tú, no te olvides que tienes la pistola porque yo te la pasé. ¡Devuélvemela! —requirió Catalina mientras se abalanzaba sobre Felipe.
—Atrás. No, Cata, espera que se puede escapar el tiro. Suéltala —decía Felipe, que estaba en pleno forcejeo con Catalina.
—¡No me importa nada! Esa pistola es mía.
Ambos muchachos seguían en disputa por el arma, y se acercaban peligrosamente al precipicio. En un momento, Catalina golpea la mano de Felipe y este suelta la pistola, que cae por el precipicio y Felipe en su afán de agarrarla e impedirlo, perdió el equilibrio y también cayó. Con la fortuna de lograr asirse de una roca y quedó colgando.
—¡Cata, ayúdame, por favor! No me dejes caer.
—Ahora pides por favor. ¿Te acordaste que tienes modales? Pero esta bien, te voy a ayudar. Para que veas que no soy rencorosa. Además que con tus gritos atraes la atención de los mordedores de abajo. No mires hacia abajo, pero están llegando todos. Toma la manga de mi polerón y trata de subir. Yo voy a halar con fuerza. Espero que aguante. Aquí va. ¿La tienes?
—Sí. La tengo. Tira despacio, por favor.
—Okey, a la cuenta de tres... A la una, a las dos y a las tres —dijo Catalina y comenzó a halar para subir a Felipe.
La suerte estuvo de su lado, pues logró su cometido y subió a su compañero.
Una vez que Felipe, estaba fuera de peligro, miró a Catalina y abrió sus brazos para darle las gracias con un afectuoso abrazo. Con esto, dieron por concluido cualquier roce o pelea pasada. Ahora por fin comprendían que el estrés de la situación los había cegado y se dieron cuenta de que el verdadero enemigo estaba abajo de ellos.
Pero que aquel «rebaño» estuviese esperándolos, no era lo peor. Porque el soldado, ya había salido del bus y se aproximaba a ver que era lo que había pasado, y miró arriba para descubrir el escondite de los chicos y así comenzó un lento ascenso, ante la mirada atónita de los dos muchachos.
Mort-dida © - Cap. 17
Autora Ann E. Rol
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Portada - Eve Sanchez.
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