Mort-dida ©

Capítulo 12

Catalina, sin pensar en el riesgo, abrazó a su amiga Rebeca. Esta, al contacto fraterno, posó su cabeza en el hombro de Catalina y mientras su amiga comenzaba a llorar, Rebeca le olfateaba el cabello y luego su cuello, para abrir con lentitud la boca e intentar morderla.

Catalina, al sentir la primera presión de aquellos dientes en su hombro, empujó a su amiga y reconoció que Rebeca, ya nunca más sería la misma.

—Amiga, lo siento mucho. No te puedo dejar aquí... así —dijo entre sollozos, Catalina.

Y habiendo dicho esto, tomó el arma y le apuntó...

Entretanto, a pocos kilómetros de ahí, el grupo de jóvenes se preparaba para el rescate de sus amigos.

—¡Muy bien! Vamos a lanzar unas cuerdas para que busquen algo fuerte donde atarla para que puedan descender seguros —gritó David.

Arriba, los chicos se abrazaban y se fortalecían a la vez, por la pérdida de sus dos amigos.

—¡Está bien! ¡Lancen la cuerda! Estamos atentos —respondieron a David.

—Perfecto. Pero antes, sacaremos a las "estampillas" del piso —ironizó David en relación con los cadáveres de sus compañeros fallecidos.

Este último pregón de David, no cayó nada bien a ninguno de sus amigos y algunos comenzaron a murmurar maldiciones en su contra.

—¿Qué pasa? ¿Así agradecen que les salve sus miserables vidas? ¿Por qué no son más valientes y me dicen las cosas a la cara? ¿A ver, quién se atreve? —nadie dijo nada—.
Eso creí. Entonces si nadie tiene nada que reclamar, levántenlos y saquénlos de aquí. Su presencia me da náuseas.
¡Hey, a dónde van? ¿No han aprendido nada? No los lleven al bus —ordenó con desdén, David.

—Pero, entonces, ¿a dónde? —preguntaron los que llevaban los cuerpos.

¡Dónde sea, menos al bus! ¿Saben qué? ¿Por qué no cavan un par de agujeros y los sepultan? Si quieren, después hacemos una misa y les prendemos velas —volvió a ironizar, David.

—Creo que David tiene razón. Mejor será cavar y dejarlos aquí —opinó uno de los chicos.

—Vaya, por fin algo de cordura... ¡Caven más rápido que casi no hay luz!, además los otros tienen que bajar para irnos de aquí. ¿Están esperando una tarjeta de invitación? ¡Bajen pronto, tropa de inútiles! — ordenó, David.

Sin mayor dilación, comenzaron a cavar, al tiempo que poco a poco los demás comenzaban un lento descenso.

–¡Apúrense, maldita sea! No pienso pasar la noche aquí por su culpa —alegaba David muy ansioso.

—Pero David: son varios metros y la bajada es peligrosa. Mira lo que les pasó a nuestros compañeros. Ten un poco de paciencia y empatía, por favor —le pidió uno de sus amigos, que estaba cavando.

—¿Paciencia? ¿Empatía? Me hablan de empatía cuando les importaba un bledo que el soldado muerto me mordiera la mano. ¿Creen que me olvidé de eso, ah?
Den gracias a Dios que no soy como ustedes, o sino, no estaría aquí de regreso con el bus.

Todos guardaron silencio. Las palabras de David, de cierta forma les hacían sentido. Ellos no lo quisieron ayudar cuando su vida —o al menos su mano—, corrió peligro.

—Tienes razón, David. Te debemos una disculpa por eso.

—Me deben más que una simple disculpa. ¡Me deben la vida! Nunca lo olviden. Espero que de ahora en adelante, me den el respeto que merezco.

David había vuelto a ser el líder, no solo de su grupo, ahora lo era de todos sus compañeros, y por supuesto que eso le fascinaba. Nadie pondría "peros" a sus órdenes. Ese poder era todo lo que siempre había deseado.

No muy lejos de ahí, se aproximaba a toda velocidad, un vehículo.

Mort-dida © - Cap. 12
Autora: Ann E. Rol
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Portada Eve Sanchez.