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Mort-dida© - Cap. 11

Mort-dida ©

Capítulo 11

El empoderamiento y argumento de Catalina, terminaron por convencer a David. Eso, además del fierro y el arma que ella sostenía en cada mano.

—Está bien, yo entro al bus y hago que me sigan. Tú esperas afuera y luego entras a echar a andar el motor, y me recoges para largarnos de una vez por todas de aquí —ratificó un resignado David.

—Así me gusta, «ardillita». ¡Ahora ve y hazlo bien! —le ordenó, Catalina.

Mascullando su rabia, David se dirigió a la puerta del bus, mientras Catalina se metía debajo y se escondía tras la rueda delantera.

David se introdujo lento al bus, inspeccionando cada rincón. Una vez dentro, se percató que el otro zombie del chófer del auto blanco, no se encontraba por ningún lado del vehículo. Por lo que presumió que una vez que se dio el banquete con Elías; se bajó y ahora estaría vagando por allí cerca.
De manera que, su mente maquinó veloz un nuevo plan.

Abajo, Catalina, esperaba ansiosa y nerviosa, ver bajar a su compañero y detrás de él, lo que fuera que quedara dentro. Pero aquello no sucedió. Oyó el ruido del motor de la máquina y sintió como esta se comenzó a mover estando ella aún debajo. Por lo que tuvo que rodar para evitar ser arrollada. Y así vio por segunda vez, como el bus se iba alejando del lugar.

—¡Maldita ardilla! ¡Paraaa! Eres un desgraciado, David —vociferaba con una rabia desbordante, Catalina.

Corrió tras el bus y lo último que observó con claridad fue el dedo medio de David saliendo por la ventanilla del conductor. Eso le causó mucha ira y recordó que en una de sus manos, tenía el arma y sin pensarlo apuntó y apretó con fuerza del gatillo y se oyó el disparo muy fuerte, ayudado por el silencio del desierto y nuevamente un segundo estruendo. Catalina estaba fuera de sí. Volvió a disparar cuando ya ni siquiera se veía rastro del bus.

Abatida, se arrodilló en el asfalto de la carretera y cubriendo su rostro con las manos, comenzó a llorar. La impotencia de sentirse engañada y abandonada por segunda vez, era demasiada.
Sin embargo, su desolación no le iba a durar mucho, porque atraído por el ruido de los disparos, se le acercaba por delante, el zombie del chófer del coche blanco.

En tanto en el bus, David no mostraba un ápice de arrepentimiento por su deleznable acción.
En su mente pensaba que su compañera se lo merecía por haberlo desafiado. Ahora, buscaría a los demás y negaría saber algo de Catalina. Su mejor coartada serían los zombies que se habían quedado en ese lugar y lo más probable era que ya se habían encargado de ella.

Al parecer, los pensamientos de David no estaban tan lejos de la realidad. Catalina no se percataba del peligro que se le avecinaba y cuando logró darse cuenta, era demasiado tarde, ya tenía encima al zombie del chófer y solo atinó a tirarse hacia atrás, pero fue peor, porque el zombie le cayó encima y ella luchaba por evitar ser mordida o rasguñada, pero ya sentía que no le quedaban fuerzas y cerró los ojos en señal de rendición y se preparó para lo peor.

David, iba conduciendo con las luces altas y tocando la bocina para llamar la atención de los demás compañeros. Ya había disminuido bastante la velocidad para que así los demás lograran alcanzar al bus. Parecía un camión de helados de lo lento que iba.

El plan de David, no tardaría en rendir los primeros frutos, ya que algunos compañeros que se habían devuelto a la carretera, pudieron ver y oír el bus y así convertirse en pasajeros de nuevo.

Catalina, aún con los ojos cerrados, sintió de pronto que el zombie que la estaba atacando, salió de encima de ella, por lo que sin comprender nada, abrió los ojos y se encontró con la mirada perdida de su inseparable amiga, Rebeca, quien segundos antes, le sacó de encima al chófer, pero no solo eso, sino que de un fuerte movimiento lo había decapitado por completo.
Catalina no sabía si sentirse feliz por ver a su amiga, o triste y asustada por el estado en el que esta, estaba.

Rebeca, miraba fijo a Catalina, pero sus ojos lucían muy diferentes; las órbitas eran más grandes, se le notaban unas especies de venas moradas y a ratos parecían estar rojos con amarillo, dando un tono anaranjado que se mimetizaba con su piel. Dando la sensación de que tenía los ojos cerrados casi todo el tiempo.
Otro importante detalle que permitía que Catalina se diera cuenta que su amiga, no era la de antes; era que no podía hablar con claridad y solo balbuceaba, babeaba y desde su garganta le salían gruñidos y ruidos guturales.
Pero contrario a lo que pudiera esperar, Rebeca no la atacaba. La miraba fijo, o al menos eso parecía.

Catalina, asustada retrocedió de espaldas, como si fuera una especie de araña. Sin embargo, Rebeca solo permanecía quieta. Su único movimiento fue el estirar su brazo hacia Catalina, como pidiéndole ayuda, pero sin poder decirle nada más que los gruñidos y ruidos antes descritos.

Catalina, al notar que su amiga no tenía intención de seguirla y mucho menos atacarla, le habló con el alma desgarrada:

—Rebe, amiga. Lo siento mucho. No entiendo nada. No sé qué hacer. Quisiera que esto no hubiera pasado y estuvieras bien. Quisiera ayudarte, amiga. Quisiera abrazarte y al terminar, despertar ambas de esta maldita pesadilla. Rebe, perdóname. Te quiero mucho.

Y habiendo dicho esto, se puso de pie y se aproximó a su amiga para concretar aquel abrazo que tanto anhelaba prodigarle.

Lejos de allí, a David no le estaba yendo tan mal. Había rescatado a casi la mayoría de sus compañeros. Solo faltaba el grupo que había escalado aquel cerro pedregoso y por supuesto, Oliver, quien por increíble que parezca, había conseguido quedarse dormido profundamente y no despertaría ni aunque el bus le pasase por encima.

No obstante, un poco más allá, el grupo restante, sí estaba alerta y todos agitaban los brazos y gritaban a medida que el bus seguía avanzando casi a la vuelta de la rueda.

Al notar que era inútil. Que con sus gritos no iban a lograr ser vistos ni oídos. Decidieron comenzar a descender lo más rápido posible para correr hacia la carretera y alcanzar el bus.
Mas, era una tarea difícil de conseguir, ya que el ascenso les había tomado casi una hora, debido al terreno muy pedregoso. Lo que había hecho una jornada titánica para esos chicos. Sin nombrar el nivel de peligro que en ello había. Pues se trataba de una importante altura de por lo menos cinco metros. Quizás, lo único positivo y como una especie de recompensa, había sido una gran caverna producto de alguna vieja mina abandonada que les había permitido guarecerse y descansar el resto de la noche.

Pero ahora era justo aquella situación la que les impedía ser rescatados por David y los demás. Era una compleja situación, pero no se iban a quedar de brazos cruzados viendo cómo se les iba su única alternativa de salvación. No. Ellos lo iban a intentar.
Así que esta vez no podrían organizar un orden de descenso, no, cada quien bajaría por dónde y cómo mejor pudiera. Eran cinco jóvenes, luchando contra cinco metros de roca y cinco minutos de tiempo.

Dos de los cinco chicos, batieron un récord. Ya estaban abajo en menos de treinta segundos, claro que no podrían vanagloriarse nunca de tal proeza. Al menos, no en esta vida. Ambos cuerpos yacían inertes sobre las rocas, ante la mirada atónita de sus compañeros que se dieron cuenta que en definitiva nunca lo iban a lograr. Por lo que sin más, volvieron a subir para ver con desesperación e impotencia como el bus pasaba frente a ellos como si fuera un patito de esos juegos de tiro al blanco de la feria del pueblo.

Al menos a Oliver, todo eso no parecía importunarlo, pues su cansancio lo había vencido hace mucho y ahora se encontraba en un letargo profundo. No supo nunca que a escasos metros iba pasando su única esperanza de escape de aquel frío desierto.

En el bus, los demás le señalaban a David que los otros no debían estar muy lejos, porque todos habían corrido casi en la misma dirección y uno de ellos recordó que había visto que un grupo había escalado el cerro y probablemente estuvieran en la cima. Por lo que David, se adentró con el bus por el terreno escabroso del desierto y se dirigió hacia aquel cerro.

Arriba, y al notar la aproximación del bus, los tres sobrevivientes se abrazaban llorando, visiblemente emocionados y recordando a sus compañeros caidos.

Esta vez sí, serían rescatados. Así que todos comenzaron a agitar sus brazos y a gritar para hacer notar su presencia allí.

David en tanto, seguía conduciendo por el desierto, no muy convencido.

—¿Están seguros qué es por aquí? Porque este cacharro ya está a punto de desarmarse si seguimos más allá —alegaba David.

—¡Sí! Era ese cerro. Estoy seguro —le respondió su amigo.

—Está bien, pero no podremos seguir adelante con el bus. El terreno no lo permite. Yo, voto por bajar y seguir los pocos metros que nos quedan a pie. Saquemos todo el equipo que encontremos para ayudar a bajar a nuestros compañeros —ordenó David.

Todos comprendieron que en realidad era un riesgo seguir en el bus y estuvieron de acuerdo con lo planteado por David. Así que cogieron unas cuerdas, algunas herramientas y un par de linternas que hallaron en el bus para ir al rescate de sus amigos.

Mort-dida © - Cap. 11
Autora: Ann E. Rol
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Portada Eve Sanchez.

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