Capítulo 8
Súplica tras súplica, aquel hombre de ciudad había sido llevado hasta uno de los callejones más oscuros y peligrosos. La visita inesperada de uno de los cazadores lo dejó mudo, sin accionar. Fue descubierto por él, un viejo conocido al que prometió alguna vez no volver a hacer nunca más algo así. Su rostro sentía los fuertes golpes de puños que impactaban contra él. Su labio inferior se partió, dejando correr por su boca un hilo grueso de sangre.
—¡Maldito infeliz!
—Cállate, ¿quieres que se enteren de lo que hiciste y de quién eres realmente?— dijo entre dientes el golpeador, quien no dejaba que se viera su rostro a pesar de la oscuridad.
—Qué importa, ya lo hice, ¿y sabes qué?—el hombre se levantó como pudo, mostrando una sonrisa en la que sus colmillos se hicieron notar—Lo volvería a hacer. Me di cuenta de que no puedo cambiar, ninguno de nosotros puede. Somos asesinos, ¿no lo entiendes? Métete la Biblia por donde te quepa.
—¿Así me agradeces el querer ayudarte a ser alguien mejor? Bien... Espero que te des cuenta de que Dios nunca te perdonará esto.
El sacerdote había viajado hasta la ciudad al enterarse de que uno de sus viejos conocidos había asesinado a la joven del riachuelo. No tardó mucho en deducirlo, había dejado una pista en el cuerpo de la chica que no había notado al principio. Él no era uno de esos cazadores de los que se hablaba, en realidad intentaba que cualquiera de ellos que quisiera cambiar pudiera cumplirlo. No había muchos vampiros que quisieran dejar atrás su naturaleza. Y, particularmente, aquel hombre más joven que él a quien estaba moliendo a golpes, fue en su busca. Según le dijo, se sentía arrepentido de tales actos demoníacos, quería ser perdonado por Dios y que él lo guiara en el buen camino; todo resultó ser una mentira, una gran mentira para tratar de convivir entre los débiles humanos y aprovechar cada situación.
—¡Al Diablo con Dios!—gritó riendo—Si supieras cuantos más andan merodeando por la ciudad, te sorprenderías. Hace poco sentía que uno de ellos, uno de esos Moroi estuvo por aquí, pude olerlo. Es repugnante...
—¿Moroi?—el sacerdote, confundido por aquella palabra, retrocedió en su acción, volvió a esconder el arma que había en el bolsillo de su gabardina.
—¿No escuchó hablar de ellos? Que vergüenza...—volvió a reír y se apoyó contra la pared para sostenerse—Dicen que son buenos en el sexo, realmente te hacen disfrutar. Se creen muy humanos y en realidad son más manipuladores y sucios que nosotros ¿No cree que son el claro ejemplo del pecado de la lujuria? Sólo se limitan a hacer eso, ¿qué más sucio puede haber? Hipnotizan a sus víctimas para tenerlas bajo su cuerpo y luego las asesinan.
Quedándose pensativo sobre lo que estaba escuchando decir a aquel vampiro, el Sacerdote creyó por un momento que eso podría ser algún tipo de distracción, pero en realidad no era así. Nunca había oído hablar de ellos; le resultó curioso y, al mismo tiempo, tuvo la necesidad de saber más acerca de ellos. A pesar de que su intención era matar a aquel vampiro, y sabiendo que eso sería una condena, quiso preguntarle más información. Pero cuando logró salir de sus pensamientos, aquel hombre ya se había esfumado. A pesar de la golpiza que le dio, tuvo la fuerza como para escapar.
Lo único que pudo hacer fue gruñir y volver por donde había venido, disimuladamente.
Yoon Gi no salió de su habitación en todo el día. El sol era molesto y las cortinas de su cuarto lo tapaban lo suficiente como para sentirse cómodo. Su garganta estaba seca, lo estaba hacía días. Más allá de ese momento en que probó la sangre que Tae dejó sobre sus labios, no fue suficiente. No quería salir en busca de ningún pobre inocente. Había llegado al punto en que su actitud se volvía violenta; se lamentó, sólo por un momento, de no haber bebido de aquel chico pelinegro, pero sabía que si lo hacía estaría mal. No muchos dejaban que bebieran su sangre, y a Yoon Gi no le gustaba manipularlos para eso, aunque sabía que era necesario.
Se estaba sintiendo débil, sin fuerzas para nada. Su cuerpo cayó sobre la cama como una ligera pluma. Cerró sus ojos con fuerza y pasó la lengua por sus labios. La resistencia era dura, al igual que peligrosa. Tarde o temprano debía tomar a alguien, clavar sus colmillos sobre la piel y sentir el líquido en su lengua hasta pasar por su garganta.
Los golpes en la puerta de la habitación lo obligaron a abrir los ojos de repente. Alguien estaba demasiado insistente con querer entrar. Tuvo que levantarse y abrir ya que había cerrado con llave.
—Yoon Gi, hijo— su madre lo miró fijamente, notando que su expresión ni sus ganas eran realmente buenas para ser recibida en ese momento—¿crees que no me doy cuenta de lo que te pasa? Mírate, estás débil.
—Debo estar soñando—frunció el ceño levemente y le dio la espalda para volver a su cama—, mi madre preocupándose por mí... ¡Debería celebrarlo!
—Siempre me preocupé por ti—ella caminó, adentrándose en la habitación. Se acercó hasta la cama y se sentó al borde de ésta, observando cómo su hijo la ignoraba—, tú hermano también se preocupa. No seas así... Vine a traerte algo.
El peligris, que estaba acostado con los brazos extendidos, suspiró pesadamente y se incorporó sin ganas para quedar sentado. No dijo nada respecto a su hermano, se quedó en silencio negando con la cabeza como si aquello estuviese fuera de lugar. Su madre nunca demostró interés o cariño con él, menos su padre. Ellos preferían a Tae Hyung, al hijo más joven y más sanguinario. Según ellos él era el orgullo de la familia; para Yoon Gi todo era una sarta de estupideces e incongruencias. Sus padres eran hipócritas, mentirosos, despiadados y hacían las cosas por conveniencia. Tae Hyung era igual o peor que ellos, pero aun así lo seguía queriendo porque era su hermano.
— ¡Ayuda!
Una voz se escuchó en el pasillo, una voz no tan grave pero tampoco tan fina. Yoon Gi miró a su madre de reojo y luego fijó su vista hacia la puerta. Suponía que aquello no iba a ser nada bueno. Y, claramente, no lo fue.
Su hermano entró al cuarto, sosteniendo con fuerza a un jovencito pelinegro. Seguramente aquel chico no debía de tener más de doce años, incluso llevaba puesto una especie de lo que Yoon Gi supuso que era un uniforme. Aquel niño fue arrastrado por su hermano menor hasta él; le tapó la boca con fuerza para que no volviera a gritar. Sus ojos color negro se habían llenado de lágrimas, le dolía la forma en la que el castaño lo estaba sujetando, tenía miedo. No sabía quiénes eran aquellas personas.
—¿Qué es todo esto?—Yoon Gi se levantó precipitadamente de la cama, dando pasos hacia atrás.
—Sabemos que necesitas sangre, Yoon Gi ¿Qué mejor que la fresca y joven?— su madre se quedó al lado de su hijo menor, sosteniendo al niño del brazo—Vamos...
—No, no voy a hacerlo—negó con la cabeza varias veces—.Suéltenlo, es sólo un niño.
—Entonces será por las malas...
La mujer tomó al pequeño y le dijo a Tae Hyung que sujetara a Yoon Gi, éste estaba demasiado débil como para defenderse, por lo que su hermano menor no tuvo problema en apretarlo entre sus brazos. Mientras tanto, la madre de ambos se preparó para morderlo; inclinó bruscamente la cabeza del niño a un lado y clavó sus dientes en él, haciéndolo chillar de dolor. La sangre comenzó a brotar de aquellas venas manchando las prendas de su madre y, por supuesto, dejando el rastro de sangre caer por su mentón. Yoon Gi no quiso ver, no quería que esa mirada quedara clavada en su mente para terminar ocasionándole pesadillas.
—Ahora es tu turno, hermano— le susurró Tae al oído, sonriendo maliciosamente.
El cuerpo del niño fue llevado hacia él. Se negó, se rehusó a hacer tal cosa, no podía. Cerró con fuerza sus labios, apretándolos. Su hermano lo empujó hacia la tentación. La sangre fresca aún salía por su cuello, resbalaba como si fuera una pequeña cascada. Sus labios lo rozaron, lo tocaron, pudo oler la sangre de cerca. Sus ojos se volvieron completamente negros, su boca ahora quería abrirse para amoldarse en ese pequeño cuello. Yoon Gi dejó despertar a su ser interno más oculto, aquel que nadie debía ver. Mordió con fuerza, clavó sus colmillos y lo sintió entrar por su garganta, bajando lentamente. El líquido prohibido que necesitaba pero no quería terminó por dominarlo. Su madre y hermano sonrieron satisfechos y después se deshicieron del cuerpo.
Yoon Gi se quedó allí, tirado en el suelo, con la sangre todavía en su boca. Se sintió horriblemente mal, sobre todo porque aquel niño tenía un aire a él, a Jung Kook. No quería ser un monstruo, no quería dañar a nadie. Pero quizás eso es lo que era realmente, alguien sanguinario, como ellos. Al fin y al cabo, aunque se lamentó, en el momento que la sangre bajó por su garganta se sintió satisfecho.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro