Capítulo 4
Decir que estaba confundido era poco. El sol había salido apenas unas horas y Jung Kook, quien estaba completamente desnudo sobre aquella cama, abrió los ojos de golpe como si hubiese escuchado algo. De hecho, algo que estuvo metiéndose en sus sueños fue el culpable. Sintió una fuerte y autoritaria voz que le dio un impulso brusco para volver a la realidad. Creyó escuchar la voz de su padre, pero no estaba del todo seguro.
Cuando su vista chocó con aquel panorama, su cuerpo se levantó hasta quedar sentado. Primero miró alrededor, totalmente perdido. Después se miró su propio cuerpo cubierto por unas sábanas bastante agradables al tacto y, ahí, fue cuando se asustó.
Se preguntó qué hacía ahí, por qué estaba desnudo y por qué no recordaba nada.
Lo único que permanecía en su cabeza era la entrada a un extraño bar lleno de borrachos, en busca de su padre. Después de eso no lograba hacer memoria alguna sobre lo ocurrido. La desorientación lo llevó al miedo y ese miedo lo llevó a pensar en cosas malas. Notó un nudo en el estómago y recordó que su madre debería estar realmente preocupada por él. Era la primera vez que le ocurría algo así. Y no sólo el hecho de estar completamente desvestido lo asustaba, sino el pensar qué era lo que había pasado con su cuerpo, qué hizo y por qué.
Tomó sus prendas y con la intención de salir corriendo de allí, abrió la puerta y se asomó preocupado porque fuera a encontrarse con alguien. Cayó así en cuenta de que no estaba en la habitación de una casa sino en una posada. Tomó aire, queriendo llenar sus pulmones y se fue asomando cada vez más hacia el pasillo. Al cerrar la puerta y abandonar ese cuarto, se fijó en la dirección donde se encontraban las escaleras. Fue a pasos rápidos hacia allí y bajó a toda prisa.
—Ey, jovencito...
Una voz de hombre, áspera y hasta un tanto ruda, llamó su atención. Kook dio media vuelta y se encontró con un tipo robusto, con cara de pocos amigos y que desprendía de sus ropas un extraño olor a viejo.
—Disculpe señor, no tengo dinero, no puedo...
—¿Dinero?—el hombre frunció el ceño haciendo notar las arrugas de su frente—El caballero me dijo que te diera esto. Tu nombre es Jung Kook, ¿verdad?
El menor asintió desconfiado, pero aun así tomó aquella cajita perfectamente cuadrada. Se inclinó respetuosamente para despedirse y una vez que se marchó del lugar, miró a su alrededor. Era temprano, pero la gente ya empezaba a salir de sus casas para ir en dirección a sus trabajos. Jung Kook no sabía para dónde debía dirigirse; no recordaba por dónde había ingresado. Dejó que sus pies lo guiaran hacia alguien que tuviese cara amable para preguntar la dirección de vuelta hacia el camino por donde vino.
Se topó con muchas personas, mayormente hombres de edad avanzada y media, pero al verlo lo ignoraron. La gran mayoría no quería estar cerca de gente que venía del campo porque creían que traían enfermedades a la ciudad, por ello no les agradaba. En cambio, había otras personas que eran un poco más amables aunque mantenían las distancias. Kook tuvo la suerte de encontrar a una joven mujer muy bien vestida que, con una dulce sonrisa, le indicó la salida y hasta incluso se lo anotó en un pequeño papel arrugado.
Cruzarse con gente de otra clase social era un como un choque. Él era una persona muy tímida y reservada y entablar conversación con gente que no fuera de su lugar de origen le resultaba muy difícil.
Mientras que caminaba de vuelta a su hogar, sostenía la caja en sus manos. Se preguntaba quién era ese caballero que dijo aquel hombre. ¿Acaso había pasado la noche con un hombre mayor? Eso no podía ser; negó con su cabeza sacando esos extraños pensamientos. Él era un joven muy conservador y no era esa clase de personas. Y aun no queriendo pensar mal, dudaba de sí mismo.
El camino a casa se hizo demasiado largo para su gusto. Cuando llegó a la entrada de su pequeño pueblo, se encontró con el sacerdote de la iglesia, aquel que siempre lo elogiaba por su buen actuar.
—Jung Kook, ¿dónde andabas?—dijo alarmado, acercándose al joven— Gracias a Dios estás bien... Tu madre y padre estaban preocupados por ti.
—Lo siento, no quería preocupar a nadie. Había ido en busca de mi padre, a la ciudad.
—¿Tú solo?—asombrado por ello, alzó las cejas de manera exagerada —Eso es muy peligroso, Jung Kook. Debiste pedirme ayuda, sabes que podría haberte acompañado.
Jung Kook agachó la cabeza avergonzado. Había sido un imprudente y eso se vio reflejado en cómo había amanecido en ese lugar desconocido. Esperaba que su madre no se enfadara con él porque suponía que su padre ya lo estaría.
—¿Qué llevas ahí?—le preguntó el sacerdote, sacándolo de sus pensamientos.
Al no saber qué debía contratar, sólo se encogió de hombros. Se inventó que lo había encontrado por la ciudad, le seria imposible contarle a aquel hombre que tanto lo quería lo que en realidad pasó.
—Es un recuerdo de la ciudad, nada más.
La mirada del hombre no se despegaba de la cajita. Sus ojos entrecerrados parecían estar intentando analizar qué había allí dentro, pero ni Kook lo sabía. Su actitud controladora hizo sentir incómodo al menor, sintiéndose mal por estar simplemente sosteniendo un obsequio de alguien que no conocía.
—Debo ir a casa—dijo finalmente, queriendo distraer la atención.
—Ah, sí. Te acompañaré para calmar los nervios de tu madre.
Así, ambos fueron hacia la casa. Kook se encontró con su madre llorando, pensando que algo malo le había pasado. Su padre lo regañó por haber salido solo tan tarde y tan lejos, diciéndole que no era necesario que lo buscara, que él ya era un adulto. El sacerdote habló con los tres y los tranquilizó, sobre todo al señor Jeon quien se veía bastante alterado. Les volvió a hablar acerca de los peligros de la noche, de las criaturas malignas que acechaban a los inocentes, para que tuvieran cuidado.
—Este pueblo tiene una comunidad muy unida y fuerte, pero saben que esas criaturas diabólicas podrían aparecer en cualquier momento—les explicó —Tengan cuidado, los tres. Por favor, no salgan del pueblo en la noche.
La familia asintió, escuchando atentos todo. La verdad es que a quien menos le asustaba todo ese tema era al señor Jeon. Él salía cuando y donde quería; hasta el momento no le había pasado nada grave, ya que tenía su propia arma para defenderse de lo que fuera, era como una especie de cazador según su mujer. Su hijo no pensaba así, lo veía como un tipo testarudo que sólo se hacía el valiente y seguramente había salido corriendo más de una vez al escuchar el aullido de algún lobo salvaje.
—¿Qué traes ahí, hijo?—la mujer, curiosa, ya sin lágrimas que derramar, apuntó a la caja.
—Alguien me lo regaló.
—No aceptes regalos de desconocidos—lo volvió a regañar su padre—¿Qué pasa si es algo robado?
Kook no había pensado en eso, pero no creía posible que alguien a quien se lo calificaba de caballero fuera a obsequiarle algo robado. Su padre a veces era muy exagerado.
Tras la cena, el menor fue hasta su cuarto. Allí dejó la cajita sobre la cama y la observó, dudando si debía abrirla porque no sabía qué era lo que se encontraría. Entonces lo pensó bastante y llegó a la idea de que habría sido una equivocación. Si la abría y comprobaba lo que era, seguramente tendría que devolverlo. Podría haber sido tranquilamente para alguien llamado igual que él, aunque eso fuera mucha coincidencia.
Sus manos tocaron la caja delicadamente, abriéndola. Sus ojos se abrieron de la impresión. Había un anillo de lo que suponía que era plata, con un extraño signo en el centro. No entendía qué era ni por qué alguien le había dado eso.
Lo probó, por pura curiosidad, en su dedo y encajó perfectamente como si hubiera sido hecho para él. Lo miró detenidamente en su mano y, de golpe, le vino la imagen de un hermoso joven de cabello gris. Sintió su voz dentro de su cabeza y recordó lo que había pasado. Inmediatamente lo sacó de su dedo, con la cara totalmente roja y lo tiró lejos de su presencia.
Sus pulsaciones aumentaron en un corto lapso de tiempo. No comprendía lo que su cabeza le mostró, ni tampoco lo que su cuerpo sintió. Se quedó en silencio, tocando con la palma de su mano el lado izquierdo de su pecho, notando su corazón bombear con rapidez.
Jung Kook ahora que había recordado lo ocurrido, quería saber quién era en realidad ese peligris, por qué le obsequió ese anillo y por qué había desaparecido dejándolo solo en aquel cuarto.
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