La campana de la iglesia de la aldea sonaba constantemente marcando la hora en la que el sol se ocultaba. Los fieles que se reunían a rezar y a escuchar al sacerdote, salían en dirección a sus hogares para encerrarse y no salir hasta el siguiente día. Padres, madres, hijos... Todos en conjunto se desesperaban por entrar en sus casas.
Era la hora en la que ellos acechaban, por lo tanto debían ocultarse y protegerse de todo mal. Las leyendas sobre brujas, monstruos y seres de la oscuridad eran parte de ese miedo a la noche. Y, en el día, la cosa no era tan diferente como se podría creer. A pesar de que aquellos territorios donde se asentaba la pequeña aldea eran tranquilos, rodeada de bosques y hermosa vegetación, la población era muy reducida. Todos se conocían y, la idea de crecer no formaba parte de sus planes. No era como si odiasen toda los avances que se produjeron en la época, pero ellos eran gente de campo. Se trabajaba en la zona rural, donde tenían sus propias cosechas, animales... Pero a pesar de estar apartados, había una largo camino que los conectaba con la ciudad.
La industrialización y modernización en las ciudades llevaba, a muchas de las personas que trabajan en los campos, ir hacia allí para convertirse en obreros; pero a ciertas personas esa idea no le gustaba. Y una de ellas era el señor Jeon, esposo de una mujer joven y bonita, padre de un hijo muy bien educado y sí, también un gran bebedor y aficionado a las apuestas.
El señor Jeon era dueño de un gran terreno que le fue heredado por su abuelo, pero éste no estaba nada cerca de donde vivía con su familia. No hacía mucho acto de presencia en su hogar debido a que prefería salir hasta la ciudad a buscar un buen lugar donde beber. Su hijo, a pesar de no tenerlo muy presente, era un joven bien educado por su madre, inocente y muy conservador. Su vida apenas estaba comenzando, tenía dieciocho años y los planes de sus padres era casarlo con una de sus primas para la familia siguiera existiendo. Él era el único varón por parte de los Jeon.
Esa tarde en la que el sol ya se escondía, Jung Kook estaba en la pequeña iglesia hablado con el sacerdote. Era elogiado por su buena voluntad de asistir a las oraciones y por ser el joven que más ayuda prestaba a su prójimo. Jung Kook era el hijo perfecto, envidiado por muchos pero querido por otros.
—Vuelve a casa con tu madre—le dijo el hombre.
—Lo haré, no lo dude.
Se despidió cortésmente y fue en dirección a su casa. Cuando llegó, su madre estaba preparando la comida, pero no había rastro de su padre por allí, lo que no le resultaba curioso.
—Madre, ¿él no ha vuelto?—preguntó preocupado, mirando por la ventana—El sol se irá y pronto estaremos bajo la oscuridad.
—Hijo, tu padre debía ir a la ciudad a buscar algunas cosas. Eso es lo que me dijo hace unas horas atrás. ¿Por qué no te sientas y esperas?
Jung Kook observó a su madre, tan bonita y arreglada como siempre. No estaba seguro de si esperar o ir a buscarlo ya que cuando tardaba mucho hacía eso. Pero seguramente su madre no no lo dejaría salir, y menos porque el cielo ya se veía oscuro.
Pasaron diez minutos, no mas de eso; Jung Kook se cansó de esperar y, no queriendo preocuparse ni pensar que algo malo le había pasado, decidió ir a buscarlo. Había mucha gente que iba y venía por el camino de la ciudad y eso no era un problema si tenia que ir solo.
—Jung Kook, no salgas, es peligroso—lo regañó la mujer.
—No te preocupes, madre. Volveré con mi padre en menos de lo que crees.
La madre del joven, sin poder decir algo para detenerlo, salió a la puerta y lo observó marcharse hacia el camino.
Los árboles hacían una fila a los costados de éste como si fueran un muro. En la mañana se veía hermoso, pero en la noche era diferente, y además allí no había iluminación. Jung Kook se forjó de valor al caminar entre aquellos altos árboles llenos de hojas, las cuales eran mecidas por el fresco viento. Él no contaba cuánto tardaba en llegar, prefería ir viendo las nubes borrarse del cielo, dejando lugar a ese azul oscuro que luego se volvía negro.
No era la primera vez que iba en busca de su padre, pero sí la primera que iría hacia la ciudad. Había oído cosas maravillosas y siempre quiso conocer cómo era. Esa iba a ser su oportunidad y, como era precavido, había guardado un poco de dinero en el bolsillo de su pantalón.
El cansancio de sus pies debido a los zapatos, lo mataron. Pero logró llegar hasta la entrada de la ciudad. Allí había muchas personas caminando, no como creyó que sería en el trayecto. Se adentró curioso y maravillado por lo que sus ojos veían. Había iluminación por todas partes, y eso le recordaba a las estrellas. Las personas que pasaban a su lado eran gente de bien; ropas caras, prolijas, arregladas y las de las damas un poco más coloridas que la de los hombres. Jung Kook tenía muchísimas ganas de poder usar uno de esos elegantes trajes de ciudad, él no vestía más que una camisa blanca con pantalones de vestir un poco viejos y su abrigo negro.
Era imposible para él pasar desapercibido. Incluso, ya había algunos que lo miraban juzgándolo por su forma de vestir.
La curiosidad a uno a veces lo distrae de su objetivo principal y eso es lo que Kook hizo, se distrajo. Luego retomó lo que había ido a hacer realmente y preguntó a quien pasara por su lado.
—Disculpe, ¿podría decirme dónde hay un bar por aquí?
—Muchacho, no puedes entrar a esos lugares, ¿qué es lo que buscas?—aquel hombre de bigotes puntiagudos lo miró de pies a cabeza, con su mentón elevado mostrando superioridad.
—Busco a mi padre, señor. Es la primera vez que vengo a la ciudad.
—Ah, ya veo, un campesino...—su tono sonó bastante despectivo, pero el menor no le dio importancia y sólo asintió— Lo más cercano está en la otra esquina, es un bar donde se reúnen todo tipo de personas, así que ten cuidado jovencito.
A pesar de que ese hombre parecía ser alguien bastante despreciable a juzgar por cómo lo miraba, le agradeció que le indicara el lugar. Jung Kook caminó hacia allí, metiendo sus manos en los bolsillos; el viento en la noche era más intenso y por lo tanto despeinaba sus cabellos negros. Sus pies seguían doliendo debido a todo lo que caminó, el recorrido que hizo no era algo a lo que estuviese acostumbrado.
Al llegar al dichoso lugar, se paró frente a la puerta y observó cauteloso el edificio. Era de piedra y, podría decirse que conservaba una estética un tanto medieval. Jung Kook temía entrar allí y ser echado a patadas; aunque ya era considerado como un adulto, su rostro le daba dos años menos o más y su actitud inocente y distraída no ayudaban mucho.
Cuando se decidió a abrir la puerta, una cortina de humo lo invadió. Tosió, tapando su boca, y buscó como le fue posible alguien que pareciera su padre. El lugar estaba lleno, había mesas llenas de alcohol, otras en las que se jugaba con fichas y, las de más al fondo, ocupadas por personas solitarias.
Jung Kook intentó pasar desapercibido, tapando un poco su cara. Pero las miradas de todos esos hombres no tardaron en posarse sobre él. Inclusive, uno de ellos se acercó hasta él y le dijo que no podía entrar. Él, de todos modos, siguió su camino. Pero aunque estuvo un buen rato observando a las personas, no encontró a su padre y, decidido a ir hacia otro lugar, fue en dirección a la salida.
—¡Ey, niño!—le gritó alguien antes de que siquiera posara un pie afuera— ¿Qué haces aquí?¿Por qué vistes de ese modo?
—Lo siento, ya me iba—se disculpó, haciendo un leve reverencia.
Acomodó un poco su pelo, apresurado. Quería marcharse de allí cuanto antes, el olor a humo era insoportable.
—No, no, ven aquí—lo volvió a llamar el mismo hombre. Era un tipo muy bien vestido, canoso y con un rostro un poco arrugado—. Tú debes ser de la zona rural, ¿verdad? ¡Ey, muchachos, miren al pequeño campesino que tenemos aquí!
El hombre agarró a Jung Kook del brazo y lo llevó hasta la mesa donde se encontraba con otros bebiendo. El olor a alcohol que desprendía su aliento era nauseabundo, tanto que Kook sintió ganas de vomitar. Los demás observaron al joven pelinegro, quien estaba tensado por miedo a lo que fuera pasar. Empezaron a decir barbaridades de su aspecto, burlándose de la gente del campo, burlándose de su ropa y de su cabello despeinado. Jung Kook no supo qué hacer, aquellos hombres debían de estar pasados de bebidas.
—¿No tienes una hermanita?—preguntó uno de ellos, casi cayéndose de la silla en la que estaba sentado— Estoy buscando una esposa para que limpie y me satisfaga, ya sabes.
Todo empezaron a reírse generando un escándalo al que nadie prestó atención. El menor quería irse de allí, era la primera vez que le pasaba algo así y por ende, los nervios lo ponían aún peor. La cosa quedó en risotadas y más bromas, pero luego empezaron a tomarlo de su ropa, volviendo burlarse de ésta.
—¡Miren esos pantalones, muchachos!
—Por favor, necesito buscar a mi padre...— Jung Kook se protegió con los brazos, intentado que lo dejaran en paz. Pero ellos seguían zarandeándolo como a un muñeco.
La situación se estaba poniendo tensa, y más porque los demás seguían la gracia de reírse del pobre chico. Las ganas de llorar lo golpearon, tanto que tapó su cara para que no lo vieran.
—Oh, miren, va a llorar.
El escándalo entre esos hombres se centraba en un punto en concreto del lugar, y ese era el centro. Las demás mesas estaban dispuestas alrededor, algunos miraban la escena y otros seguían a lo suyo. Pero, en una de las esquinas, había alguien que estaba muy centrado en lo que ocurría. Aquella persona no estaba tomando ninguna bebida, sólo estaba sentado y miraba al chico pelinegro ser la burla de esos tipos. No le gustaba lo que veía y, por ello, se levantó de golpe sin llamar mucho la atención. Caminó con paso firme hasta la mesa y se detuvo frente a todos, deteniendo así el escándalo.
—Dejen tranquilo al chico, sucios ebrios—les dijo mirando a cada uno de los que estaban participando de ello—.Dejen de beber y vuelvan a sus casas con sus esposas. No las dejen solas.
Dicho eso, todos lo miraron sin entender. Jung Kook fue soltado de repente y agarrado del brazo por ahora aquella persona que lo había salvado. Éste lo llevó afuera del bar y se quedó mirándolo otra vez, sin decirle nada.
—G-gracias, fue muy amable de su parte— le dijo tímido, sin sostenerle mucho la mirada.
—¿Cuántos años tienes? ¿No ves que es peligroso andar en la noche por aquí?—lo regañó.
—Yo no soy de aquí, señor—agachó la cabeza, mirando los zapatos del otro—.Estoy buscando a mi padre y... no creí que fuera a hacerse tan tarde. No crea que soy un niño, ya tengo dieciocho años.
Jung Kook estaba nervioso, la presencia de aquel joven le resultaba abrumadora y le daba una sensación extraña. Levantó su mirada, solo un poco, y vio unos ojos rasgados de un color peculiar, un hermoso rostro como la porcelana y labios finos, más rojos que rosados. Éstos labios, al posarse su mirada en ellos, sonrieron de lado. La vergüenza entonces lo obligó a agachar de nuevo la cabeza.
—Ven conmigo, te ayudaré a buscar a tu padre, pero no ahora. Es tarde y por si no lo sabías, en la noche acechan las criaturas. Será mejor que no andes solo por ahí.
—Pero...
—Estoy en una posada, no muy lejos de aquí—dio una pausa y luego se volteó—.Ven si no quieres que te vuelva a pasar lo de hace un rato.
El joven, quien ahora comenzó a caminar deprisa, tenía el cabello de color grisáceo. Vestía muy elegante y su actitud heroica terminaron por convencer a Kook de que si estaba con él, no le pasaría nada. Y, ciertamente, no le gustaría volver a pasar por lo de antes. Así que simplemente lo siguió por el camino bajo todas aquellas luces que tanto le habían llamado la atención al llegar.
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