003❩
Zakeros Quenyagitherorn
Bosque de Mörkskog, Hemlighet, Suecia.
El primer jadeo había funcionado como pistoletazo de salida para otros muchos en la habitación.
Una nube negra se expande por la habitación. Celajes de crepúsculo nos rozan los talones, y puedo oler su ansiedad como si tuviera mi nariz pegada a sus cuellos.
—¿Por qué huyen? Ellos de verdad son...
—Sht. No lo nombres fuera de tu laringe.
—¿Cómo ha sido esto posible?
—¿Qué va a ser de nosotros ahora?
—¡Detenedlos!
Subimos cada escalón con un tempo frenético. Mis pies cuentan ya 140 pulsos por minuto, y en ascenso.
Todo valtvässen nos sigue a nuestras espaldas. Sus pasos simulando tambores de guerra, pupilas por ojos, antorchas en mano. Sus Halskedjas brillan en el negro del terror, tan negro que las sombras de la bóveda parecían haberse vuelto tangibles y estar aquí ahora, conmigo. Ya no quiero jugar con los lobos en la nieve. De hecho, lo último que deseo ahora es salir de aquí; sino retroceder en el tiempo, y pedirle perdón anticipadamente a Hastvag por lo que fuera que hubiera hecho.
Sin embargo, me doy cuenta de que eso no es una posibilidad cuando, al llegar al ático, lo primero que hace mi padre es lanzar una estantería por las escaleras, logrando un strike con los älvorn de primera fila.
Poco consigo ver después. Lexanetsgreb se me sitúa delante para boicotear el trayecto de un rayo lumínico, y cierra la puerta acto seguido. El seguro se activa automáticamente.
Resuello como un reno en caza. No pude apreciar de dónde provenía aquel relámpago, pero claramente iba en mi dirección. ¿Quieren electrocutarme, acaso, paralizarme el corazón? No. No debí procesarlo correctamente. Eso debe ser. Mis ojos no están entrenados todavía y necesitan demasiado tiempo para ajustarse a la penumbra de este cuarto, cuyos objetos ya hasta parecían empezar a moverse. Inclusive mi padre actúa como si estuviese presenciando un fantasma. Sus pies esquivan derecha, luego izquierda, y de nuevo derecha en un bucle constante. Observo su espalda moverse de un lado al otro. Había bloqueado los huecos con plantas y atrancado la entrada con la estantería restante.
—¿Qué sucede?— Egleriorn demanda al otro lado de la puerta.
—El anaquel obstaculiza el paso.
—Yo me encargo.— intercede Clarylyssel. —No tardo.
Efectivamente, un objeto inanimado es fácil oponente para un älva. Antes de que Lexanetsgreb dé media vuelta, ya hay decenas de pócimas desperdigadas por el suelo, y sus tuercas volando por los aires.
Mi padre las aparta con el pie a medida que anda, como si fueran simple polvo.
—Escúchame con atención, Zak.— se arrodilla frente a mí, ambos ojos a la misma altura. Sus pupilas están muy dilatadas. —Detrás de ese tablero, hay una puerta. ¿La ves? Quiero que la abras y que salgas corriendo. Corre lo más rápido que puedas, hasta que veas atisbos de Grymbyn. Y, suceda lo que suceda, te cruces con quien te cruces, no detengas la carrera por nada del mundo.
Con el índice apuntaba a un tablón amplio y saliente del otro lado de la habitación.
—¿Por qué? ¿Qué está pasando?
—Tienes que irte fuera del bosque, salir de Mörkskog.— solicita, sonando casi suplicante, y agarrándome con brusquedad del manto.—¿Entiendes lo que estoy diciendo?
—¿Pero por qué? ¿Y madre?
—Tu madre se queda conmigo. Tú debes irte solo. Recuerdas adónde tienes que ir, ¿verdad?
—¿Entonces es verdad que nos están atacando?
—Zakeros, te necesito centrado. ¿Recuerdas adónde tienes que ir? ¿sí o no?
Al otro lado, un grupo anónimo de älva sigue moviendo balda tras balda del anaquel, y otros tratan de formar un agujero en el tejado. En la vidriera se reflejan los colores que van detonándose hacia la troposfera. Tal espectáculo atrae a los licántropos al refugio, los cuales ya habían empezado a aullar en el ratio de un kilómetro.
Se me debía de estar reblandeciendo el cerebro, porque no entiendo nada. Quisiera ser capaz de adelantar el dressyr y congelar la escena. Sin embargo, el tiempo va por libre, y había dejado claro que no se queda a esperar a nadie.
—Sí.
—Bien.— suspira. —De minutos me volví mendigo, y segundos atosigo. No nos queda tiempo. Toma esto contigo.
Su mano se adentra en el pecho de su manto, cerca del corazón. Un Halskedja emerge de la tela, y me lo tiende sobre su palma.
Al segundo que lo veo, mi corazón pega un bote. Había creído que era el suyo... Ergo, que uno de los rayos paralizantes de antaño le había alcanzado el encéfalo. No obstante, al poco me di cuenta de que su cadena estaba forjada de la arcilla terrestre en vez del polvo del Sinne, y su medallón tenía la forma romboide de un pétalo, no de la Luna menguante.
Se trataba de un Halskedja mate.
Silbo en asombro. Era la primera vez que contemplaba uno con mis propios ojos. Su existencia fuera del cuello de nadie, sin dueño, sin colores, sin alma... era impactante, por no decir escalofriante. Se supone que debe mantenerse bien oculto, y esto me estaba empezando a no gustar.
—Papá, ¿qué significa esto? Ahora no es momento de entregármelo.
—No.— rebate con contundencia. Ya sólo le faltaba abrir la puerta y tirarme a la nieve.—Tiene que ser ahora.
—¿Por qué motivo? Me rehuso. No estás enfermo. Tus constantes vitales se oyen sanas. Madre tampoco es una anciana, y no sé a qué se debe este aire tenso que se emana, pero en cuanto transcurra una semana y la confusión quede lejana...
—Es una orden.
—¿Una orden?— repito, incrédulo.
—Te lo ruego, Zak. Por favor.
Su mano zurda agarra mi muñeca, y su palma diestra se presiona contra la mía. La perla del Halskedja me corta la piel.
—Jamás se te olvide que todo lo que hago, lo hago por ti.— pronuncia cada sílaba con una lentitud nada acorde a la premura de la escena. Luces estallan, cerámicas quiebran y tornillos siguen rodando. —No importa lo que oigas. No importa lo que veas. No creas nada. Nada.
Su Halskedja se había bañado de un azul tal que estaba enfriando la habitación.
Tirité. ¿De frío? De miedo. Su Halskedja nunca era azul; siempre amarillo, naranja. Tonos cálidos.
—No te fíes de nadie, Zak.— me avasalla a los ojos. —Ya no te puedes fiar de nadie de Hastvag, ¿de acuerdo?
Parece que quiere decirme algo más, pero a última instancia cambia de parecer y continúa en silencio.
Ojalá pudiera leer yo también su mente.
—¿Qué está ocurriendo, papá?
Mi voz no logra oírse, pues justo en ese momento logran mandar el estante por los aires.
Un trozo de techo se había desprendido con él, carbonizado, cayendo con fuerza a mis pies y casi matándome en el acto. Por puro reflejo, me zafo de él en un salto hacia atrás, anonadado, mirando hacia el techo con su filtro azul y su reciente agujero.
—¡Vete ya! ¡Ya, Zak, ya!
Me cubro los oídos entre desconcierto. Nunca había oído a mi padre gritar. De hecho, la última vez que oí a alguien elevar la voz fue allá por el Pleistoceno, proviniendo de Grymbyn.
Fueron los gritos, el golpe, la adrenalina. No sé. Pero al final corrí. Corrí con todas mis ganas. Corrí hasta que me topé con la nieve de afuera, la luna llena, e inevitablemente, los licántropos.
—¡Recuerda lo que te he dicho!— vocifera Lexanetsgreb a mis espaldas. Oigo su corazón latir en tándem con el mío; de nuevo 140 pulsos por minuto.
Siento que me estoy moviendo a ciegas, sin sentido... Pero, aun así, sigo corriendo. Me adentro en el bosque para camuflarme entre la maleza, sin pensar en mirar hacia detrás.
Y es que, muy en el fondo, estaba aterrorizado.
Aterrorizado de lo que me encontraría al hacerlo.
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