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Zakeros Quenyagitherorn

Bosque de Mörkskog, Hemlighet, Suecia.

Observo la luna llena. Tan redonda como el número de celebraciones que habría esta noche de solsticio y como el número de ganas que tengo para la misma.

Nunca hubiera pensado que una forma geométrica fuera a ocasionar tanto infortunio... Por ella, la que se supone que tiene que ser la noche más larga del año iba a volverse por primera vez la más corta de todas. El solsticio de invierno se convierte hoy en el suplicio de invierno.

En frente de mí se sitúan Lexanetsgreb y Zylbanise, mis padres de nacimiento. Al lado mío, por el contrario, se halla Irwin, de la familia de los Faerlenclakn y nuevo entre los montes bálticos semicontinentales; y a mi otra vera, mi hermano Casrodel. Ambos vestidos con sus mejores galas. Al igual que yo, habían sido ignorantes al giro de acontecimientos que iba a dar una noche como ésta. 

Todos en el refugio están sentados con su respectivo varklan, más por costumbre que por protocolo. 

El refugio es una bóveda grande, espaciosa, escondida en un rincón del bosque. Su techo es cóncavo, hemicíclico, con forma de la tapa de algún recipiente en cuyo interior bullen cientos de químicos estratégicamente, volando de izquierda a derecha. Partículas microscópicas flotan alrededor de nosotros y se apoderan de todas las esquinas del refugio, tan amarillas como el Sinne del que provienen y expulsando una esencia inhibidora en ese mismo colorPuedo verlas; sin embargo, son inoloras para mí. Ése es su objetivo. El de evitar que ningún aroma sea dispersado entre estos metros cuadrados. Así, los licántropos no pueden detectar nuestro olor durante la peligrosa noche llena, y, por tanto, no se acercarán a esta bóveda en la que todos nos ocultamos de ellos.

—Buenas noches, mis hermanos. Hoy estamos aquí reunidos por un motivo. Solsticium hiems.— habla Kordan, el líder de mi varklan. Se supone que en los varklanes no deberían haber líderes, pero, que quede entre nosotros, él lo era. —No obstante, como ya sabéis, este ciclo anual no podremos celebrarla como los años previos.

Sella el portón detrás de sí. Un movimiento absurdo. Cualquier candado o cerradura era inútil. Con su fuerza, los licántropos podrían abrir esta puerta si quieren; de hecho, podrían abrir casi cualquier puerta que quisieran. La verdadera función de las paredes no es la de encerrarnos dentro, sino que no pudiesen vernos. Pues, si no nos ven y no nos huelen, no hay apenas posibilidad de que derribasen esa puerta, ni apenas posibilidad de que nos volviésemos el aperitivo de sus instintos.

—Aun así— continúa Kordan. —este escenario no impedirá que permanezcamos juntos y que sea una noche especial para todos.

Acto seguido, sus manos (que hasta entonces se ocultaban tras su espalda) vuelven a posicionarse delante suyo y a disposición de nuestras miradas curiosas. Entre ellas, sostiene un violín, un arpa de boca y dos flautas traveseras, las cuales ahora alzaba hacia el satélite de nuestro globo terráqueo. 

Kordan es el soberano del dramatismo. 

Pero al final consigue lo que busca, puesto que todos giran sus cabezas hacia él. Otras varkans incluidas. Valya e Ilarmariel se apropian de los instrumentos. Erulissë apila un grupo de leña en el centro de nuestro círculo y, con las almohadillas cutáneas de sus dedos, forma una llama que en seguida prende al contacto con la madera. Ése es su talento especial: el control absoluto del elemento ígneo, a tal punto de poder construir figuras con él. 

—Es mi turno, supongo.— recita ella y yo aplaudo, sabiendo lo que viene a continuación.

Madre me reprende con la mirada.

Papá, sin embargo, me sonríe.

—Año 350 de la creación lunar.— comienza su improvisación Helyanweiel, de la varklan del arroyo y las coníferas. Erulissë la acompaña forjando un círculo perfecto de fuego en medio de la pira, el cual simula ser la luna llena a la que se alude. —Primera aparición de los älvorn sobre la esfera terrestre. Seres provistos de una belleza envidiable, que atraía a todo ser existente como polen a su séquito de abejas.

Erulissë representaba esa escena en su lectura literal. Un älva con sus togas imperiales descansa entre los árboles, mientras que un grupo de criaturas le rodean en el intento por contagiarse de su presencia: licántropos, trolls, jörmundgander, duendes, y un largo etcétera. Las flautas traveseras crean una melodía apacible que acompaña esa misma descripción y que hablaba de un alba, o quizás un älva, que ilumina ciénagas a su alrededor.

Por el rabillo del ojo, capturo a Besnimdeth sacudiendo su índice en círculos y atrapando en ese movimiento uno de los filtros del dispensador de inhibidores. Haciéndolo volar por encima de nuestras cabezas hasta colocarse en lo alto de la hoguera. Ahora, las figuras de fuego que Erulissë iba moldeando se proyectaban en la cúpula cóncava del refugio, creando enormes siluetas.

—Entre estos primeros älvorn, se encontraban los reverendos Satultanar, Ainaisse, y Galadhwen; representando la gran longevidad de nuestro cuerpo y nuestro espíritu justiciero.— Todos hacemos simultáneamente la reverencia de respeto que merece pronunciar sus nombres. —Sus eminencias las liras tañeron, los firmamentos encendieron, las tierras de nutrientes surtieron y, con ello, sus orquídeas florecieron. Una comunidad construyeron y, por encima de todo, su paz persiguieron. Toda guerra, no quepa duda entre los noticieros de los medieros, que ellos fueron quienes las disolvieron.

A través de la ventana, se puede contemplar la nevada masiva que cubre nuestra maleza, dotándole de un acento de misticismo a su relato. 

Dentro del refugio, sin embargo, älvorn de otras varklans se iban uniendo a nuestro rodaje, como si el fuego fueran feromonas y la flauta que tocaba Valya en realidad fuese la de Hamelin. Y, en efecto, algunos de ellos portaban consigo una pila de castañas que, cual ratones, habían acopiado para esta misma ocasión.

—Sus comunidades fueron progresando hasta construir Hastvag. De él, otros älva se originaron, cuyas innumerables cualidades heredaron. Unas descendientes de la Luna; y, ya desde la cuna, su ausencia de lagunas y su carácter vigoroso demostraron, veneradas con fortuna por la Creación y por sus cuatro elementos, a ojos de los Valtvässen y de toda tribuna.

Mira a Erulissë durante la recitación de esos versos, representante de nuestras dotes hechiceras con su manejo maestro del fuego. En reciprocidad, ella elabora una sonrisa flamante sobre el techado.

—E igualmente a dichas destrezas feroces, los älvorn adquirieron sus movimientos ágiles y veloces— sus ojos apuntan ahora a Othar, gran atleta en Hastvag. —y llevaron a los bosques a sus reboces y desbroces.— Ese último comentario iba dirigido a Khalion y a Ehtuarya, encargados de cuidar al Sinne. —Con todas las virtudes que cualquiera conoce y reconoce, los territorios regeneraron, los colectivos prosperaron y, aunque algún ser no lo descoce, todos los actos atroces con ellos se erradicaron.

Más y más älvorn fueron incorporándose a nuestro círculo, ampliándolo hasta formar uno que pudiese competir con el diámetro lunar.

En una esquina, consigo ver la cabeza gacha de Ava entre el resto, sentada al lado de su padre y en un arco de la circunferencia opuesto al mío. La saludo, pero no me mira. Está tan férrea e inalterable como siempre que no está conmigo.

—Sin embargo, aquello no duró para largo. Todo se derrumbó la noche oscura en la que encontraron a unas criaturas con bucles en el cabello, menor estatura, y una actitud de energía y frescura. 

—¡Me lo pido!— exclamo, rápido, en referencia al nuevo personaje. En el fondo, deseaba tener la misma atención y valía en el grupo que todos los demás estaban teniendo. O quizás llamar la atención de Ava, no lo sé.

Varios de mis hermanos se ríen ante mi ímpetu. 

No obstante, mi madre niega en apuro, y papá abre mucho los ojos.

La música se detiene.

«Oh-oh. ¿Había metido la pata?»

—¡Por encima de mi cadáv..!— comienza alterada mi madre, pero Ehtuarya la interrumpe.

—No apures, Zylbanise, el problema es nulo. Zakeros no sabe lo que dice.

—No. No. Mi hijo no puede interpretar a... eso.— murmura, con expresión de repugnancia, señalando a la sombra cinematográfica que había creado Erulissë en lo alto de la edificación. 

Observo aquella masa negra con curiosidad. Se trataba de una figura que se sostenía sobre sus dos pies. Sin rostro y sin contorno. 

«¿Qué sucede con ella?»

—De acuerdo. De acuerdo. No será él, entonces.— interviene Helyanweiel, mediando. —Llamaremos a esta criatura de otra forma... Zirkeros, por ejemplo. 

Me guiña un ojo con su ocurrencia, como si sólo ella y yo fuéramos conocedores de su descarado juego de palabras, cuando en realidad todos nos habíamos dado cuenta. Mi madre la primera.

Reconozco que nunca la había visto hacer una cara como ésa. Horrorizada. Su halskedja destilaba el mismo negro antracita que la noche anterior, contrastando radicalmente con la nieve del exterior

Papá le aprieta la rodilla.

Zirkeros era como se mostraba ante los demás älvorn: carismático, locuaz, y de magia improvisto. Pero en realidad la criatura usarla sí era capaz. Como organismo perversamente listo y sagaz, tenía una maestría en el poder del engaño que nadie hubo visto y que usó de imprevisto al orden de su propia potestad. 

Todos permanecemos atentos al relato. Las castañas se siguen asando frente a nosotros, adquiriendo un color tostado. Los dientes de mi madre castañeteaban de la misma forma.

¡No había rastro de encanto en él! ¡Era una criatura pérfida y desleal!

Con un giro de muñeca, Erulissë moldea la silueta de fuego hasta volverla lúgubre y escalofriante. Con un tamaño descomunal, cuernos, facciones desproporcionadas, y lo que parecían bloques gigantes a sus costados. 

¡Era un huggorm!

De fondo, el violín crea una melodía de terror. Todos fruncen sus narices automáticamente. Sus cuerpos se disparan hacia atrás. 

—Afortunadamente, los älvorn eran una raza evolucionada intelectualmente, y de manera decente pudieron ver a través de la influencia sobre su mente, sus mentiras, y sus ardides de serpiente.— prosigue Helyanweiel. —¿La más grande de todas? Eso, sin duda aparente, eran los... 

Su voz se ve interrumpida por el sonido de unas pisadas. Cerca de aquí, a unos seiscientos metros.

El refugio entra en revuelo.

¿Oísteis eso?

—¿Será un licántropo?

—No huele como uno.

—¿No estará el refugio neutralizando su olor?

—No es el caso.— contestan desde el exterior. Reconozco su voz. Se trata de Egleriorn, uno de los miembros de la Cámara sagrada. Prueba de ello era el trébol que adornaba la tela de su hombro izquierdo, el más cercano al corazón. —Soy yo.

Todos suspiramos en alivio, aunque en el fondo de nuestras mentes flota la misma duda: "¿Qué hace él aquí?" Sus normas le obligaban a estar en la Cámara en ese momento...

Besnimdeth abre el candado de la puerta con un movimiento ondulatorio de la mano, a lo que una figura entra rápidamente por ella. 

Se trata, en efecto, de Egleriorn. 

—Exijo que, de inmediato,— comienza a hablar él nada más entrar, con contundencia. Zylbanise, Lexanetsgreb, y Zakeros Quenyagitherorn abandonen el refugio, como a su especie traidores, para ser juzgados ipso facto en sus infracciones y hacer efugio del peligro que suponen en nuestros escuadrones.

Las partículas escoltan el ambiente alrededor de él, como si fueran luciérnagas. 

O tal vez hechiceras, porque me estaban nublando no sólo el aroma, sino también el sentido de realidad.

—Egleriom, en Hastvag tu sentido del humor se alabanza, pero, como debes conocer, fue erradicada cualquier tipo de celebración. Así que te pido con confianza y perdonanza que dejemos las bromas y las chanzas para la próxima reunión.— interfiere Indis. Pero yo no veía su rostro en carácter de diversión, y creo que los demás tampoco.

Con postura rígida, el mencionado resalta su Halskedja sobre el pecho y pone una mano sobre la regia insignia del trébol. 

—Órdenes directas de los representantes. Los Quenyagiterorn tienen que acompañarme de forma urgente, por orden del consejo, tras haber sido Lexanetsgreb dictaminado como huggorm, Zylbanise como infiel a las reglas de Hastvag, y Zakeros como portador de los genes huggvinos. Cito verso por verso lo acordado en Cámara.

Abro la boca a causa de la incredulidad que me causan sus palabras. Su contenido es lógicamente falso, pero no entiendo por qué Egleriom diría eso. Hablaba sobre mí, pero no me mira... igual que si me tuviera miedo.

Ojeo a mi madre, en cuyo rostro estaba escrita la preocupación ante sus versos. Papá también se había quedado sin palabras. Todo se había reducido a un omnioso silencio. Los minutos transcurren y transcurren como si mis poderes hubieran despertado para congelar el tiempo sin mi permiso. 

Lo primero que noté fueron unos ojos que me miraban de soslayo. Un brazo dejaba de tocarme. Un cuerpo se alejaba de mí. 

Y, pronto, todo el mundo me miraba con expresión de absoluto espanto.

—¡Es un Avsky!— grita alguien en el fondo, pero estoy demasiado preocupado para saber quién. Todos se tapan la boca con las manos, sus rostros totalmente lívidos. El círculo se disolvió hasta formar una línea que más bien parecía una barrera de protección contra mí. 

Y yo ni siquiera sabía qué significaba esa palabra, Avsky. Lo único que sé es que algo iba mal. Mis hermanos en los que confiaba estaban dejando de confiar en mí. Mis hermanos que me daban seguridad estaban dejando de considerarme seguro, y me rehuían, y me rechazaban, y miraban alternativamente entre Egleriom y yo, como esperando que él hiciese algo conmigo.

—¡Cuidado, son peligrosos!— ordena Kordan, alzando su mano en amenaza.

Lo siguiente que sé es que papá me está sosteniendo en volandas y corriendo hacia las escaleras del refugio. Madre crea una barrera de hielo entre ellos y yo, luchando para mantenerla en pie frente a los ataques del otro lado. Detrás de mí oigo unos pasos rápidos. Miro a mis espaldas, y lo veo: 

Egleriorm y Kordan nos siguen los pasos, mano en alto y expresión de absoluto odio.

—¡No pueden hacer esto! ¡Es luna llena!— clama Ava de fondo. Hace el amago de levantarse, pero su padre le hace una señal tajante de inmovilidad y ella obedece sus órdenes, como si fuera una de las sombras que se dibujaban en el techo.

Yo tampoco puedo moverme, ni tengo voz para hablar.

—Los licántropos son ahora el menor de nuestros problemas, hija. Aléjate. Aléjate de ese monstruo.

Papá sigue galopándonos por los escalones, y cada vez veo la salida más cerca. Los pasos se oyen cada vez más próximos. Más fuertes.

La luz de la luna llena me deslumbra.

Mi madre grita en la lejanía. 

Yo sigo sin poder hablar.


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