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Zakeros Quenyagitherorn

Bosque de Mörkskog, Hemlighet, Suecia.

En unas horas sucedería el solsticio de invierno.

La noche más larga del año. El día en que el Sol se pone más temprano y todo el hemisferio norte se hunde en una absoluta oscuridad. No puedo contener la emoción. El solsticio de diciembre tiene un valor muy importante para todo Hastvag. A fin de cuentas, es el día en que tenemos permitido vivir por más tiempo, en que nuestra existencia plena se alarga por casi toda la jornada. Un regalo de la naturaleza para nosotros, älvorn, criaturas de la penumbra.

Por eso, todo Hastvag se reune siempre esta noche para celebrarlo como se merece; con plegarias, cantos, bailes... Y ya solo quedan, a juzgar por la posición del Sol, ochenta minutos para el anochecer.

Estoy nervioso.

—¡Zak!— me llaman desde la lejanía.

Antes de poder responder, una cabeza salió de entre los matorrales, sonriendo con sus ojos aguamarina.

Ava.

—¡Ven, apresúrate!— sigue gritando ella.

Hoy es el día de recolecta de bayas y nuestras rutas habían tocado separadas entre sí, de modo que por aquí no sucedía nada interesante más que ramas con forma de cosas que inventaba fruto del aburrimiento. Y nunca mejor dicho.

Pronto la alcanzo, curioso y entusiasmado por lo que sea que tuviera que mostrarme. 

La miro, concentrada en el camino. El viento agitando su cabello rubio...  Aguarda. ¿Y si fue una llamada de socorro? ¿Está alguien en peligro?

Apresuro el paso, dejando atrás a Ava y perdiéndola de vista en una de las sinuosidades del bosque. Cruzo roble a la derecha, álamo a la izquierda, atravieso sendero entre dos abedules... Sé a la perfección cuáles son sus coordenadas del día, al igual que la del resto de mi varklan, como es natural.

Tras otros pocos minutos de carrera, llego al fin a mi destino. Freno en seco, echándole un vistazo atento a mi alrededor.

Nada. 

No veo nada. Solo una cesta llena de frutas y kilómetros de arboleda.

A menos que sea un Kludde y se esté invisibilizando, en cuyo caso solo nos queda gritar a pulmón hasta que llegase un adulto de mayor rango y rezar por nuestras vidas.

Ramas crujen a mis espaldas. Percibo a alguien más apareciendo detrás de mí, pero, gracias a mi olfato, sé que solo es Ava... además de por sus respiraciones entrecortadas; las cuales, ahora que tenía mis sentidos alerta, se oían como el motor de un tractor en marcha.

Me acerco a ella lentamente, recogiendo palos del suelo. Mi herramienta estrella. Estos trozos de madera pueden servir para todo, desde hacer mapas en la tierra y alcanzar frutos de los árboles hasta avivar fuegos... O contra criaturas malignas, como es el caso.

Los desenvaino frente a mí como si fueran la espada de Aravorn y yo su dueño, creando con mi cuerpo una barrera de protección contra cualquier ser faérico apoderado por espíritus del malAunque bien sé que, en una batalla yo versus Kludde, las apuestas decantarían en mi contra.

—¡Aquí!— Ava lleva mi atención hacia uno de los arbustos, y yo inmediatamente me pongo en posición de guardia.

Ella se agacha frente a las zarzas y mete las manos en ellas, sacando de entre las mismas una peligrosa, amenazante y mortífera...

Fresa.

¿Es una broma?

Suelto una carcajada, mofándome de mí mismo. ¡Claro que no había ninguna emergencia! Sólo era yo, necesitado de una aventura, armando el número.

—¡Tachán!— exclama con ilusión, acercándola más a mi rostro. —¡Mira lo que conseguí!

Era una fresa silvestre, del tamaño de un durazno, muy vistosa y muy roja. Lo cual es poco propio de esta época donde el monopolio del cultivo lo tienen las uvas, las grosellas y las moras. Apenas crecen fresas o frambuesas. Y, si lo hacen, puedo asegurar que no son de este tamaño.

Pero eso no era lo más extraño. Cuando inclinó la fruta pude verlo: 

Drivkraft

Centilitros y centilitros de drivkraft recorriendo toda su anatomía, desde el tallo hasta las semillas.

—Impresionante.— murmuro. La giro con cuidado para verlo desde varias perspectivas, y vuelvo a girarla de nuevo. Nunca había visto nada brillar en un tono tan dorado, a parte del propio Sinne. Debía de haber crecido justo encima de una de sus raíces. Era increíble.

—Es para ti.— me la acerca al pecho y yo río en incredulidad.

—¿Qué estás diciendo?

—Es para ti.— insiste, entusiasmada. —Te lo regalo.

—¿Qué? No.— susurro, dando un paso hacia atrás. —¿Cuánto drivkraft debe haber ahí dentro?

—Venga, tómalo como un saldo a mi deuda. Así estaremos en paz...— se acerca. —¿Recuerdas?

Se refiere a la última vez que nos encontramos drivkraft, contenido en un arándano que brillaba así como lo está haciendo ahora la fresa que tenemos entre las manos. Aquel día le propuse que nos quedáramos con la fruta en secreto, y ella puso el grito en el cielo, replicando que era nuestro deber reportarlo a las autoridades y que se oponía rotundamente. Pero, al final, el drivkraft acabó atrayéndola lo mismo que a mí y logré convencerla de que se comiera la fruta vigorizante, que nadie se daría cuenta. Sin embargo...

—Sigo sin aceptarlo.— niego con la cabeza, rodeando mis manos entre las suyas y extendiéndolas hacia su pecho en vez del mío. —Eres tú la que empezaste el dressyr, Ava. Si es cuestión de conveniencia, a ti te vendrá mucho mejor que a mí.

—Oh, vamos, Zak, sé que te encantan las fresas.

Y ahí caigo en el error de ojearla. Luce grande, muy grande, fresca, y en forma de globo. Con ese intenso color rojo, las semillas sobresaliendo, y todo ese energético drivkraft recorriéndola... tiene una pinta apetitosa. Y apuesto por que su sabor sería mucho mejor. No, sé que sabría mejor, y no cabe duda de que me haría sentir mejor.

Cielos, estoy salivando.

—A ti también te gustan.— la acuso de vuelta, saliendo de mi trance para mirarla a los ojos.

Ella frunce su ceño con una determinación que casi roza el enfado.

—Si no la aceptas, la reportaré.— decreta, con sus brazos en jarra.

Suspiro. «Mira que es terca»

—Vale, hacemos un trato.— meto la mano en mi alforja y saco de ella una porción de cuerda adherida a trozos de tela y abalorios de nácar que había ido consiguiendo de otras varklan vecinas. —Yo acepto el drivkraft si tú aceptas la släkt que hice para ti.

Los älvorn debemos portar siempre tres pulseras. La primera muestra la comunidad älvica a la que pertenecemos y a la cual le debemos nuestra vida: Hastvag. La segunda exhibe nuestra varklan. Y la tercera (släkt) es exclusiva de cada familia; expone de quién eres hijo, padre y hermano. De esta forma, que Ava aceptase llevar nuestra släkt en su muñeca era prácticamente lo mismo que proclamarla parte de mi familia a ojos de todo Hastvag. Porque eso es ella para mí: familia. No importa que no compartiéramos la misma sangre. Ava es mi hermana. Y, como tal, debe portar la misma släkt que yo... 

Observo a Ava con atención, tratando de disuadirla, y advirtiendo en el proceso cómo su cara se pone del color de las fresas. Le da vergüenza. No sé si sería por el qué dirán, por miedo a malentendidos en su varklan, o porque no se cree merecedora de formar parte de nuestra familia; pero ya había rechazado mi släkt la primera vez que se la ofrecí.  Y todo apunta a que hoy lo hará de nuevo.

—No hay forma de que eso ocurra.— se recompone en cuestión de segundos, tosiendo sobre su puño cerrado y enderezando su postura. Tal y como había previsto.

—Entonces te quedas con el drivkraft.— me encojo de hombros para después darme la vuelta.

De espaldas a mí, Ava chasquea la lengua y agarra mi muñeca con celeridad.

Sonrío ladino.

«Ya la tengo»

—¡Espera!— exclama, y yo giro la cabeza para contemplar su gesto de urgencia con mis propios ojos. Sonrío sin poder evitarlo. "Ava" y "apuros" no son dos palabras que suelan ir mezcladas. Nunca. —Agh, vale, tú ganas. Dame la släkt, pero a cambio aceptarás el recipiente sin rechistar.

Al mismo tiempo, los dos tendemos nuestros regalos con una mano y agarramos el objeto ajeno con la otra. 

Una brisa gélida azota nuestras siluetas, los árboles de alrededor bailando junto a ella. Un grupo de alces se quejan al fondo del frío. Y, mientras, la fresa late entre mis palmas del mismo modo en que un corazón lo haría. 

Alterno la mirada entre mis manos inoperantes y aquella especial reliquia, gestada bajo el amparo del Sinne para potenciar unos poderes que no existen. O al menos no en mí. No soy yo quien necesita de su refuerzo. 

Aprieto mis puños con determinación.

—¡Zakeros!— vociferan a lo lejos, y aprovecho que Ava se da la vuelta para escabullir la fresa mágica entre las bayas de su cesta. —¡Aquí estás! Te estábamos buscando.

Reconozco la voz de mi madre. A los pocos segundos aparece frente a mí: sobria, despampanante, fulgente... Y preocupada también, por lo que parece. Su mirada permanece ceñuda y su respiración va descompasada. Su halskedja destila líquido negro. ¿Qué ocurre?

La reverencio con un asentimiento de cabeza, al igual que a quienes la acompañan: Indis, Éowyn, Kordan, e Ilkala. Todos miembros de mi varklan. 

—¿Sucede algo?

—No es nada.— contesta Kordan, pero el semblante de mi madre no dice lo mismo. Con ese tono oscuro cubriéndole el iris, sus ojos apenas parpadeaban, inspeccionando de arriba abajo mi släkt. Y no entiendo por qué. ¿No debería ser el fenómeno la de Ava y no la mía? —Sólo no te encontramos en tu punto de hoy.

Exhalo en alivio, entendiendo la situación. 

Pensaron que me había atacado un elakt y corrieron a por mí, siguiendo mi rastro de olor que les llevó hasta aquí. Esto de la esencia älvica es como ir dejando miguitas de pan allá por donde vas...

—Vine a ayudar a Ava.— le echo un vistazo a la susodicha, o a esa porción neutra que veo de su cara. Me pregunto si se habría preocupado ante la posibilidad de que nos hubiesen cazado adueñándonos del drivkraft y haciendo oídos sordos a las normas de la Cámara.

—No es necesario que sigáis, entonces, ya tenemos suficientes. ¡Buen trabajo!— continúa Kordan, y Ava al escucharlo se agacha para tapar su cesta infractora y afianzarla entre el bíceps y la parte interna del codo. Mientras que la fresa seguía en su interior, tambaleándose con cada sacudida, tan radiante como mis trucos. 

Sonrío maquiavélicamente para mis adentros, tirando de su mano (ahora adornada con su nueva pulsera) e instándola a avanzar hacia el resto del varklan.

—Tienes la cara acalorada.— le señala Asiladur a Ava. Asiladur es su padre. —¿No habrás trabajado demasiado duro de nuevo?

La miro. Ella tiene la misma tonalidad rosada de hace unos minutos... sólo que ahora se le añadía esa expresión imperturbable y sumamente rígida que le surgía siempre frente al resto de älvorn, como si necesitase interpretar un papel con los demás. Especialmente con su padre.

Le doy un apretón cariñoso a su mano para después dejarla libre y correr a abrazar a mi madre. 

Ella me cubre los brazos protectoramente. Su ropa huele a hogar.

—Zakeros, atiéndeme.— susurra, bloqueando su voz contra mi cabello. —Nunca, jamás, bajo ningún concepto te quites la släkt. ¿De acuerdo?

Sus palabras salen con extremada lentitud, como si quisiese que el mensaje quedara fijado en mí tal que tinta para tatuar en la piel. 

Me quedo perplejo ante su demanda, pero asiento.

Los demás charlan ajenos a nuestro pequeño intercambio y caminan lejos del sector C. La misma Ava nos adelanta por un lado, mirándome por encima del hombro y agitando la muñeca que porta su nueva pulsera.

—Eres un tonto.—vocaliza, sonriéndome cuando cree que nadie la ve.

«Pues este tonto ha hecho que te quedes tanto con el drivkraft como con la släkt», pienso.

Había empezado ya a anochecer, y las temperaturas bajo cero así lo reflejaban. Una brisa gélida nos sobrepasa la cabeza. Seguía oliendo mucho a invierno... Y no sólo a eso. Iba a haber una tormenta de nieve dentro de tres o cuatro días. Podía olfatearlo en el aire.

Cinco minutos después, entramos en la desnivelada zona de hoja perenne, a lo que frunzo el ceño en desconcierto.

—Madre, ¿adónde nos dirigimos?— murmuro. —Quedan pocos minutos para la reunión del solsticio, y Veynern no está por este camino...

Veynern es el lago más grande de Mörkskog. En los días de celebración, Hastvag tiene por costumbre calentar sus aguas a través del ritual del caldeamiento: Mano en tierra, todos los älvorn se unen alrededor del lago y recitan oraciones para reavivar la energía del Sinne; de forma que él descongela para nosotros el hielo que lo recubre, subiendo su temperatura hasta hacer del lago una enorme sauna. Así, todos los älva y demás criaturas del bosque se unen en este día para darse un baño caliente, cantar, bailar y crear un espacio de compartida paz.

Madre gira la cabeza hacia mí, mirándome con ojos de compasión.

Hay luna llena.— susurra de vuelta. —No podemos celebrarlo hoy.

Inclino la cabeza hacia un lado, preguntándome si es una broma. Pero el que bromea es papá, no ella.

Por primera vez en horas, levanto la vista al cielo en búsqueda del satélite lunar, el cual creaba, en efecto, una completa y perfecta circunferencia.

Mi boca prácticamente cae al suelo.

—¿Qué? Pero si sería mañana.

—¿No lo has percibido?— Niego, sin saber de qué habla. —La velocidad de la Luna ha sido mayor este mes. Es lógico que las fases lunares de diciembre se completarían en un plazo de 27 días.

«Maaaldición»

El problema de la luna llena es que ningún ser faérico puede deambular por el bosque con ella presente. Toda reunión ha de ser erradicada. Y es que, en el tiempo que duren las "noches llenas", los licántropos tienen la necesidad irreprimible de transformarse en lobos y destrozarlo todo a su paso. Y "todo" lo incluye literalmente a todo: casas, animales, valtvässen...

Ahora entiendo adónde estamos yendo: Al refugio, a protegernos de los lobos.

—Seguro que podríamos encontrar la forma de que no nos ataquen.— pienso en voz alta.

—Pues te equivocas. Ya sabes lo que se suele decir, ¿no? "El que se salvó del lobo pardo es porque buscó un buen resguardo, y el que es ejecutado por su especie es aquél que su fuerza y crueldad menosprecie".— recitó con perfecta musicalidad élfica. —Si no nos atacan es precisamente porque tomamos estas medidas.

—Pero-

—No puedes entender a una raza solo habiéndola observado un par de veces, Zakeros.— me mira de forma tajante, y con un cierto brillo de reproche. —Lo cual espero que no se repita. No es prudente que espíes a los lobos como lo haces.

Volteo la cabeza con tal rapidez que casi me desnuco.

—¿C-Cómo sabe eso, madre?

Ella niega ante mi reacción, sonriendo de lado con socarronería. 

—Tienes que aprender a no ser tan extremadamente fácil de leer. Casi podría entenderte sin mirarte el cuello.— un jadeo de sorpresa escapa de mi garganta y ella devuelve la mirada al horizonte, dando por acabado el diálogo.

Pero yo seguía sin considerarlo justo. A los licántropos siempre se les enfoca como seres fríos y despiadados, con los que es imposible mantener una conversación que no acabe en gruñidos y mordidas. Y no digo que sea buena idea salir en su búsqueda bajo luna llena, porque no lo es. No obstante, hay mucha leyenda en cuanto a su actitud los 27 días restantes. Tendría que haber una manera de negociar con ellos en vez de renegar su existencia y montar todo este espectáculo para evitarlos.

—Es solo que... No entiendo por qué tanto secretismo. No son tan desalmados como dicen.

—Eres igual que tu padre.— suspira.

—No trate de desviar el tema, madre.

Ella se ríe de mi ocurrencia, sacudiendo la cabeza por segunda vez.

—Por cierto, ¿dónde está papá?— añado.

—Más adelante.— señala con la cabeza el paisaje que tenemos enfrente. En algún momento del cual no tomé conciencia, habíamos llegado a lo alto de la colina.

Las vistas desde aquí arriba son francamente increíbles. Todo el reino de Mörkskog puede contemplarse de una forma tan global que es posible discernir su comienzo de su fin, las fronteras que les separa de otras tierras, y hasta su distancia con respecto al cielo. Quizá por eso no se sentía real, sino como una especie de maqueta de barro plantada en medio de la nada. Todo luce tan diminuto, y nosotros tan grandes...

En el sendero que nos enfila colina abajo, se puede apreciar al resto de varklans migrando junto a nosotros. Más y más älvorn se alejan con rapidez para trasladarse al refugio, como hormigas obreras saliendo masivamente de la tierra en búsqueda de alimento. ¿Cuál de todos los puntos sería mi padre?

Miro más allá, lejos. 

A la zona humana. 

Prohibida.

Normalmente desde aquí no podía apreciarse apenas nada de ella, pero en este momento de traslación del planeta, sí se podía. Y es que, cada año de esta época, los humanos llenan Grymbyn de cientos de luces de colores que construyen extrañas figuras y que casi parecen señales buscando atraernos peligrosamente hacia allí.

Papá dice que es porque celebran una fiesta... Algo así como nuestro solsticio de invierno, pero más duradero y rocambolesco.

"Navidad", así lo llaman.

¿Sería igual de bonito visto desde dentro? ¿Cómo serían aquellas luces de cerca? 

Llevaba bastante tiempo queriendo saciar esa curiosidad. Conocer esas tierras que pocos se han atrevido a explorar, que están tan cerca y tan lejos de mí, que brillan con luz propia... 

Pero sabía que mi deseo no me sería permitido ni en un millón de años. De hecho, no podía imaginarme algo más atrevido e insolente que pudiera salir por los labios de un älva. Eso es una enorme e inquisitiva bandera roja aquí en Hastvag. Casi una sentencia de muerte.

Por eso, era mi secreto.

Y, por eso, en lugar de aquellas palabras, salieron otras por mi boca.

—¿Los lobos no se verán atraídos por las llamas de colores?— Y cuando dije "lobos" me refería a mí mismo.

Observo a madre de soslayo, la cual enfrenta mis ojos más rápido que la corriente de agua en una cascada. E igual de rápido se redirigieron conmigo hasta el distrito humano, perdiendo la suya allí. 

«¿Era algo tan malo sentirme de esta manera?»

¿Por qué parece abrirse el cielo cada vez que les nombro?

—No tienes de qué preocuparte.— pliega su entrecejo, ajena a esta lucha interna que se producía en mí y que mucho me temo que seguiría preocupándome a pesar de que se me instara a no hacerlo. —Los lobos son seres de instinto. Por ningún motivo saldrían del bosque.

Trato de mirarla a los ojos, pero ella sigue perdida en las luces y sombras del pueblo de Grymbyn.

Por mi parte, no podía dejar de centrifugar el mensaje de esa última frase; la cual se había formulado con tal aplomo, tal seguridad, que creaba un eco imposible para estas colinas.

«¿Y si es precisamente su instinto lo que les insta a explorar tierras humanas?», me cuestiono.

Devuelvo la mirada a Grymbyn, notando de nuevo ese ímpetu desbordante en el pecho. Sintiendo la misma atracción que ayer, y que antes de ayer, y que el día anterior a ése.

«¿Acaso lo que siento yo no es fruto del instinto?»

«¿Qué es, entonces?»

«¿Qué es?»


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