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Un paso más

━━━ ELEVEN ━━━



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Por primera vez en su vida, Johanne se sintió insegura. Llevaba tal vez una hora caminando, casi había llegado al campo de batalla cuando escuchó el sonido que desgarró la noche por la mitad. En un momento el bosque estaba tan silencioso como oscuro y al siguiente el cielo se iluminó con un infernal resplandor naranja.

Johanne dio un traspié y estuvo a punto de caer; se agarró al tronco de un árbol para no perder el equilibrio y alzó los ojos, fascinada de poder ver lo que ocurría. La pelea había comenzado, y ella estaba tan cerca, lo que debía ser buena señal.

El hilillo con sangre de su hermano era su señal de rastreo, al igual que su instinto. Estaba tan cerca de su hermano como de Alec, que ahora debía estar en el campo peleando al lado de Magnus e Isabelle.


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━ No haces más que desmayarte ━ dijo Sebastian━. Resulta sumamente fastidioso.

Jace abrió los ojos. Sintió una punzada de dolor en la cabeza. Alzó la mano para tocarse el costado de la cara... y advirtió que ya no tenía las manos atadas a la espalda como anteriormente. Un pedazo de soga colgaba de la muñeca. La mano se apartó de la cara negra: sangre, oscura a la luz de la luna.

Miró a su alrededor. Ya no estaban en la cueva. Yacía sobre blanda tierra y hierba en el suelo del valle, no lejos de la casa de piedra. Podía oír el sonido del agua en el arroyo, a todas luces muy cerca. Nudosas ramas de árboles sobre su cabeza impedían el paso a parte de la luz de la luna, pero de todos modos había bastante iluminación.

━ Levántate ━ ordenó Sebastian━. Tienes cinco segundos antes de que te mate donde estás.

Jace se levantó tan despacio como consideró que podía sin que pareciera deliberado. Todavía estaba un poco aturdido. Intentando recuperar el equilibrio, clavó los tacones de las botas en la blanda tierra, procurando darse un poco de estabilidad.

━ ¿Por qué me has traído aquí fuera?

━ Por dos motivos ━ respondió el otro━. Uno, porque me ha divertido dejarte sin sentido. Dos, porque no sería bueno para ninguno de nosotros que cayera sangre en el suelo de esa caverna. Confía en mí. Y tengo intención de derramar gran cantidad de tu sangre.

Jace se palpó el cinturón, y se le cayó el alma a los pies. O bien se había caído gran parte de las armas mientras Sebastian lo arrastraba por los túneles, o, lo que era más probable, Sebastian las había tirado. Todo lo que le quedaba era una daga. Era un cuchillo corto..., demasiado corto, que no era rival para la espada que sostenía su rival.

━ Eso no es gran cosa como arma ━ Sebastian sonrió burlón, blanco bajo la oscuridad iluminada por la luna.

Por un momento, ante ese gesto y su postura, Jace logró ver a Johanne, era ilógico ahora que lo notaba. Eran muy similares ahora que Sebastian tenía su cabello blanco, que le sentaba mejor a su palidez. Tal vez estaba alucinando por el terrible golpe que Sebastian le había brindado para noquearlo.

━ No puedo pelear con esto ━ sentenció Jace, intentando sonar tan trémulo y nervioso como pudo.

━ Qué lástima━ Sebastian se acercó más a él, sonriendo.

Sostenía la espada sin apretar, con teatral indiferencia, mientras las puntas de los dedos tamborileaban un suave ritmo en la empuñadura. Si alguna vez iba a existir una oportunidad para él, se dijo Jace, probablemente era ésa. Echó el brazo atrás y golpeó a Sebastian con todas sus fuerzas en la cara.

Crujió un hueso bajo sus nudillos. El golpe derribó a Sebastian al suelo. Resbaló hacia atrás sobre la tierra y la espada escapó de su mano. Jace la atrapó a la vez que corría al frente, y al cabo de un segundo estaba de pie junto a Sebastian, contemplándolo, espada en mano.

La nariz de Sebastian sangraba; la sangre dibujaba un trazo escarlata sobre su rostro. Alzó la mano y apartó a un lado el cuello de la chaqueta para dejar al descubierto la garganta.

━ Adelante ━ animó, en un tono burlón━. Mátame ya.

Jace vaciló. No quería vacilar, pero ahí estaba: esa molesta renuncia a matar a nadie que yaciera indefenso en el suelo frente a él. Jace recordó a Valentine provocándolo, allá en Renwick, retando a su hijo a matarlo, y Jace no había podido hacerlo. Pero Sebastian era un asesino. Había matado a Max y a Hodge.

Alzó la espada.

Y Sebastian se levantó disparado del suelo más rápido que la vista. Pareció volar en el aire, efectuando un elegante salto mortal hacia atrás y aterrizando con gracia sobre la hierba apenas a treinta centímetros de distancia. Al hacerlo, lanzó una patada y golpeó la mano de Jace. La patada lanzó la espada por los aires, Sebastian la atrapó al vuelo, riendo, y lanzó un mandoble con ella, blandiéndola en dirección al corazón de Jace. Éste saltó atrás y la hoja hendió el aire justo en frente de él, haciendo un corte en la parte delantera de la camiseta. Jace sintió un dolor punzante y percibió como la sangre manaba de un tajo poco profundo sobre el pecho.

Sebastian rio por lo bajo mientras avanzaba hacia Jace, quien retrocedió, sacando a tientas la insuficiente daga del cinturón mientras lo hacía. Miró a su alrededor, confiando desesperadamente en que hubiese algo que pudiera usar como arma: un palo largo, cualquier cosa. No había nada a su alrededor salvo la hierba, el río que discurría a poca distancia, y los árboles en lo alto, extendiendo las gruesas ramas por encima de su cabeza como una red verde. De improviso recordó las vigas de la sala de entrenamiento en las que tantas veces había practicado. Sebastian no era el único capaz de saltar.

Sebastian volvió a lanzar un mandoble hacia él, pero Jace ya había saltado... Se encontraba en el aire. La rama más baja estaba a unos seis metros de altura; la agarró, columpiándose hacia arriba y sobre ella. Arrodillándose sobre la rama, vio a Sebastian girar en redondo en el suelo y mirar hacia arriba. Jace arrojó la daga y oyó gritar a Sebastian. Jadeante, se irguió...

Y Sebastian estaba de improviso sobre la rama junto a él. Su pálido rostro estaba enrojecido por la ira; el brazo que usaba para empuñar la espada chorreaba sangre. Se le había caído la espada, evidentemente, sobre la hierba, aunque eso simplemente los ponía en igualdad de condiciones, se dijo Jace, ya que su daga también había desaparecido. Vio con cierta satisfacción que por primera vez Sebastian parecía enojado..., enojado y sorprendido, como si una mascota a la que había considerado mansa le hubiera mordido.

━ Ha sido divertido ━ hablo por fin━. Pero ahora se ha acabado.

Se abalanzó sobre Jace, agarrándolo por la cintura y derribándolo fuera de la rama. Cayendo seis metros por los aires cogidos el uno al otro, arañándose... y se golpearon violentamente contra el suelo, con tal fuerza que Jace vio estrellas tras los ojos. Se lanzó a por el brazo herido de Sebastian y le clavó los dedos; Sebastian chilló y golpeó a Jace en la cara con el dorso de la mano. La boca del muchacho se llenó de sangre salada; se atragantó con ella mientras rodaban juntos por la tierra, asestándose puñetazos el uno al otro. Sintió el repentino shock de un frío gélido; había rodado por la suave pendiente al interior del río y yacían medio dentro, medio fuera del agua.

Sebastian lanzó un grito ahogado y Jace aprovechó la oportunidad para agarrar la garganta de su adversario y cerrar las manos a su alrededor, apretando. Sebastian dio boqueadas, agarrando la muñeca derecha de Jace con su mano y tirando de ella hacia atrás, con fuerza suficiente para partirle los huesos. Jace se oyó chillar como si estuviera lejos, y Sebastian sacó partido de la ventaja, retorciendo la muñeca rota sin piedad hasta que Jace lo soltó y cayó hacia atrás en el frío y aguado lodo, con el brazo aullando de dolor.

Medio arrodillado sobre el pecho de Jace, con una rodilla clavándose con fuerza en sus costillas, Sebastian le sonrió burlón. Sus ojos centelleaban blancos y negros desde una máscara de tierra y sangre. Algo brillaba en su mano derecha. La daga de Jace. Debía de haberla recogido del suelo. La punta descansaba directamente sobre el corazón de Jace.

━ Y nos encontramos exactamente donde estábamos hace cinco minutos ━ comentó Sebastian━. Has tenido tu oportunidad, Wayland. ¿Tus últimas palabras?

Jace le miró fijamente; le manaba sangre de la boca y el sudor le escocía en los ojos, y tuvo una sensación de agotamiento total y vacío. ¿Era realmente así como iba a morir?

━ ¿Wayland? ━ murmuró a duras penas━. Sabes que ése no es mi nombre.

━ Tienes tanto derecho a él como lo tienes al nombre de Morgenstern ━ replicó Sebastian, que se inclinó hacia su enemigo apoyando su peso sobre la daga.

La punta perforó la piel de Jace, enviando una ardiente punzada de dolor a través de su cuerpo. El rostro de Sebastian estaba a centímetros de distancia; su voz era un susurro sibilante.

━ ¿Realmente creías que eras hijo de Valentine? ¿Realmente creías que una cosa lloriqueante y patética como tú era digna de ser un Morgenstern, de ser mi hermano? ━ echó los blancos cabellos atrás: estaban lacios por el sudor y el agua del arroyo━. Eres un niño sustituto. Mi padre abrió en canal un cadáver para sacarte y convertirte en uno de sus experimentos. Intentó criarte como a su propio hijo, pero eras demasiado débil para serle de utilidad. No podías ser un guerrero. No eres nada. Inútil. Así que se te quitó de encima entregándote a los Lightwood y esperó que pudieras serle de utilidad más tarde, como señuelo. O como cebo. Él jamás te quiso.

Los ardientes ojos de Jace pestañearon.

━ Entonces tú...

━ Yo soy el hijo de Valentine. Jonathan Christopher Morgenstern. Tú jamás tuviste ningún derecho a ese nombre. Eres un fantasma. Un aspirante.

Sus ojos eran negros y relucían, como dos caparazones de insectos muertos; de improviso Jace oyó la voz de su madre, como en un sueño ━ aunque ella no era su madre━ diciendo: «Jonathan ya no es un bebé. No es ni siquiera humano; es un monstruo».

━ Se trata de ti ━ dijo Jace con voz asfixiada, afirmando su presentimiento━. Eres tu quien tiene la sangre de demonio. No yo. El mellizo verdadero de Johanne.

━ Exacto.

La daga resbaló otro milímetro al interior de la carne de Jace. Sebastian todavía sonreía, pero era un rictus, como el de una calavera.

━ Tú eres el chico ángel. Tuve que oírlo todo respecto a ti. Tú con tu hermosa cara de ángel y tus bonitos modales y tus delicados, tus tan delicados sentimientos. Ni siquiera podías contemplar morir un pájaro sin llorar. No es de extrañar que Valentine se sintiera avergonzado de ti.

━ No ━ Jace olvidó la sangre de su boca, olvidó el dolor━. Es de ti de quien se avergüenza. ¿Crees que no quería llevarte con él al lago porque necesitaba que estuvieses aquí y abrieses la puerta a medianoche? Él sabía que serías incapaz de esperar. No te llevó con él porque le avergüenza presentarse ante el Ángel y mostrarle lo que ha hecho. Enseñarle la criatura que creó. Mostrarte a él ━ alzó la mirada hacia Sebastian; podía sentir una terrible y triunfal piedad llameando en sus propios ojos━. Sabe que no hay nada de humano en ti. Quizás te ama, pero te odia también...

━ ¡Cállate!

Sebastian presionó sobre la daga, retorciendo la empuñadura. Jace se arqueó hacia atrás con un grito, y un dolor insoportable le estalló como un relámpago tras los ojos. «Voy a morir ━ pensó━. Me estoy muriendo. Se acabó». Se preguntó si ya le habría perforado el corazón. No podía moverse, ni podía respirar. Supo entonces lo que debía de sentir una mariposa clavada sobre una cartulina.

Intentó hablar, intentó decir su nombre, pero nada salió de su boca salvo más sangre.

Y sin embargo Sebastian pareció leer sus ojos.

━ Clary. Casi lo había olvidado. Estás enamorado de ella, ¿verdad? La vergüenza de sus asquerosos impulsos incestuosos casi debe de haberte matado. Qué mala suerte que no supieses que no es realmente tu hermana. Podrías haber pasado el resto de tu vida con ella, si no fueses tan estúpido━ se inclinó, empujando el cuchillo con más fuerza, arañando hueso con su filo, y le habló a Jace al oído, en una voz tan queda como un susurro━. Ella te amaba también. Ten eso presente mientras mueres.

La oscuridad entró a raudales desde los bordes de la visión de Jace, igual que tinta derramándose sobre una fotografía y tapando la imagen. De pronto no hubo ningún dolor. No sintió nada, ni siquiera el peso de Sebastian sobre él, como si estuviese flotando. El rostro de Sebastian se diluyó sobre él, blanco contra la oscuridad, con la daga en la mano. Algo de un dorado brillante relució en la muñeca de Sebastian, como si llevara un brazalete. Pero no era un brazalete, porque se movía. Sebastian miró en dirección a la mano, sorprendido, a la vez que la daga caía en ella al aflojarse la presión y golpeaba contra el lodo con un sonido audible.

Luego la mano misma, separada de la muñeca, chocó contra el suelo junto al arma. Jace contempló con asombro cómo la mano seccionada de Sebastian rebotaba e iba a detenerse contra un par de botas negras. Las botas iban unidas a un par de delgadas piernas, que se alzaban hasta un torso cubierto por un suéter y un rostro familiar coronado por una cascada de cabellos blancos.

Jace alzó los ojos y vio a Johanne, que tenía la espada empapada en sangre y los ojos clavados en Sebastian, quien contemplaba fijamente el ensangrentado muñón de su muñeca con terrible sorpresa.

Johanne le dedicó una sonrisa lúgubre.

━ Eso ha sido por Max, jodido estúpido.

━ Zorra ━ siseó Sebastian... y se incorporó de un salto al mismo tiempo que la espada de Johanne descendía hacia él a una velocidad increíble.

El muchacho se arrojó a un lado y desapareció. Se escuchó un susurro de hojas; sin duda se había esfumado al interior de los árboles, pensó Jace, aunque sentía demasiado dolor para girar la cabeza y mirar.

━ Si te dejo morir, el idiota sufre más━ admitió mientras se arrodillaba junto a él.

Del bolsillo de su pantalón sacó una estela que brillaba en la mano izquierda. «Johanne», intentó decir. Quería decirle que se marchara, que huyera, que no era rival para su verdadero hermano. Y no había modo de que Sebastian fuese a dejar que algo sin importancia como que le hubiesen rebanado la mano fuera a detenerlo. Pero todo lo que surgió de la boca del muchacho fue una especie de borboteo.

━ Cállate, solo empeoras la situación━ notó la punta de la estela arder sobre la piel del pecho━. No soy médico, pero supongo que vivirás.

El iratze estaba casi terminado; Jace podía sentir ya cómo el dolor se desvanecía. Asintió levemente, intentando decirle: «Gracias».

━ Apuesto que Jonathan ya te dijo la verdad, la misma que le dije a Alexander━ la runa apenas estaba terminada━. Yo no puedo volver, pero tú sí.

Johanne lanzó un grito. Jace intentó agarrarla, pero estaba fuera de su alcance; fue alzada y arrojada a un lado. La espada se le escapó de la mano al igual que la estela. Se puso de rodillas a toda prisa, pero Sebastian estaba ya delante de ella. Los ojos le llameaban furiosos y había una tela ensangrentada alrededor del muñón. Johanne se lanzó a por la espada, pero Sebastian se movió más de prisa. Giró en redondo y le asestó una patada, con fuerza. La bota que cubría su pie la alcanzó en la caja torácica.

A Jace casi le pareció oír cómo las costillas de Johanne se quebraban mientras ésta volaba hacia atrás y aterrizaba desmañadamente de costado. La oyó lanzar un jadeo cuando Sebastian volvió a patearla, esta vez en el vientre, y luego levantó su espada del suelo, blandiéndola en la mano.

Jace rodó sobre el costado. El iratze casi terminado había ayudado, pero el dolor del pecho todavía era fuerte y sabía, de algún extraño modo, que el hecho de escupir sangre probablemente significaba que tenía un pulmón perforado. No estaba seguro de cuánto tiempo le daba eso. Minutos, probablemente. Escarbó en el suelo para recoger la daga de donde Sebastian la había dejado caer, junto a los espantosos restos de su mano, y se puso en pie tambaleante.

Olía a sangre por todas partes. Pensó en la visión de Magnus, el mundo convertido en sangre, y su resbaladiza mano se cerró con fuerza en el mango de la daga. Dio un paso al frente. Luego otro. Cada paso era como si arrastrara los pies por cemento. Johanne tal vez no era un oponente fuerte, pero era digno de vencer a Sebastian, quien reía mientras la asestaba golpes sobre el cuerpo.

El mundo gritaba a su alrededor como una atracción de feria. «Un paso más», se dijo. Uno más. Sebastian le daba la espalda; estaba concentrado en su hermana, mientras le decía algunas cosas que apenas él entendía.

Probablemente pensaba que Jace ya estaba muerto. Y casi lo estaba. «Un paso», se dijo, pero no podía hacerlo, no podía moverse, no podía obligarse a arrastrar los pies un paso más. Las tinieblas penetraban a raudales por los bordes de su visión..., una negrura más profunda que la oscuridad del sueño. Una negrura que borraría todo lo que había visto jamás y le proporcionaría un descanso que sería absoluto. Pacífico.

El dolor le estremeció la columna vertebral, y advirtió con sorpresa que de algún modo, sin una volición propia, las piernas habían dado el último paso crucial. Sebastian tenía el brazo atrás; Johanne yacía sobre la hierba, hecha un guiñapo, y ya no decía nada... ya no se movía en absoluto.

━ Pequeña zorra ━ decía en aquellos momentos Sebastian━. Debería haberte reclamado cuando tuve la oportunidad antes de que aquel imbécil te pusiera las manos encima...

Y Jace alzó la mano, con la daga en ella, y hundió la hoja en la espalda de Sebastian.

Sebastian se tambaleó. Se volvió despacio y miró a Jace, y éste pensó, con distante horror, que quizás Sebastian realmente no era humano, que no se lo podía matar después de todo, eso afirmaría porque Johanne seguía con vida. El rostro de Sebastian carecía de expresión, la hostilidad había desaparecido de él, y el oscuro fuego también se había marchado de sus ojos. Ya no se parecía a Valentine, en definitiva.

Parecía... asustado.

Abrió la boca, como si tuviese intención de decirle algo a Jace, pero las rodillas se le doblaban ya. Se estrelló contra el suelo; la fuerza de la caída hizo que resbalara por la pendiente y cayera dentro del río. Acabó tumbado sobre la espalda, con sus ojos sin vida clavados en el cielo; el agua fluyó a su alrededor, arrastrando oscuros hilillos de sangre corriente abajo.

«Me enseñó que hay un lugar en la espalda de un hombre donde si hundes un cuchillo, puedes perforarle el corazón y seccionarle la espina dorsal, todo a la vez», había dicho Sebastian. «Imagino que tuvimos el mismo regalo de cumpleaños ese año ━ pensó Jace━, ¿verdad?».

━ Jonathan ━ era Johanne, con el rostro ensangrentado, que luchaba por sentarse en el suelo, pero el dolor de su vientre se lo impedía━. ¡Jonathan!

Intentó volverse hacia ella, intentó decir algo, pero las palabras habían desaparecido. Resbaló hasta quedar de rodillas. Un gran peso le presionaba los hombros, y la tierra lo llamaba: abajo, abajo, abajo. Apenas era consciente de que Johanne gritaba el nombre de su hermano mientras la oscuridad lo engullía.


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Fui considerada en este capítulo con respecto a la madriza, porque iba a ser Alec el madreado, AJAJAJAJAJAJAJAJA, pero ya tengo pensado algo más que cuadra con el siguiente libro, CX

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