Ojos Malditos
Amunet al cumplir sus ocho años, comienza a tener un cambio significativo en sus ojos, su madre la revisaba con preocupación todos los días, ya que parecía que la luz de sus ojos se movía por lapsos de tiempo. Behati comenzó a pensar que algo no andaba bien con su hija, pero confió de nuevo en la diosa del viento, preguntándose ¿por qué le haría daño a su niña si ella portaba algo de ella?
La niña por las mañanas iba a la escuela y en las tardes leía libros antiguos sobre el lugar de donde ella nació. Amunet, sabía muy bien que su nacimiento era un milagro, debido a que las parteras estaban dándose por derrotadas al ver que ella nunca salía, pero su madre fue la que intercedió llamando a la diosa del viento que lleva su mismo nombre.
Al pasar el tiempo, notó que su madre comenzaba a estar muy débil y que casi no comía, pero Behati le decía que todo estaba bien y siempre le daba alguna excusa sobre eso.
Una noche, Amunet se encontraba en la sala leyendo un libro, mientras su madre descansaba en el dormitorio, ya eran pasadas las 6 de la tarde y sus ojos ya estaban cansados así que decidió tomarse un descanso mientras veía por la ventana. En el cielo anaranjado por el atardecer, vio que se formó una puerta formada por las propias nubes y que de ahí salió una luz mas brillante que el mismo cielo, la pequeña no paraba de ver asombrada por lo que sus ojos observaban. En un instante, de la puerta, salió un gran animal alado, que la pequeña no tardó en entender que era una gárgola, volaba con una forma magistral y lenta, como si sus alas en vez de volar nadaban en las nubes del cielo anaranjado. La niña se asustó y salió corriendo hacia el dormitorio de su madre, la cual se encontraba despierta tosiendo sangre.
-Mamá!! -grita la pequeña al ver a su madre de esa forma.
-Amunet, necesito que llames al doctor Phillips, nuestro vecino, dile que venga lo mas rápido que pueda. Trata de explicarle lo que esta sucediendo -Amunet asiente y sale del dormitorio corriendo hacia la puerta de la salida, al abrirla se detiene aterrada recordando lo que en el cielo vio y rápidamente observa hacia él pensando si aún se encuentra merodeando, pero ahora el cielo se encontraba oscuro y el sol ya se había ocultado del todo.
El doctor Phillips; un hombre ya mayor, de estatura prominente y de cabellos blancos, con la piel de casi igual color sale del dormitorio, cerrándolo a su paso, al darse la vuelta ve a la pequeña quien lo mira con muchas preguntas, pero él solo le sonríe y se va. Amunet entra al dormitorio donde ve a su madre postrada en la cama, sudorosa y temblando.
-Mamá... -susurra la pequeña, Behati al parecer la escucha y abre lentamente los ojos regalándole una pequeña sonrisa.
-Hija mía... mi regalo... mi mas preciado tesoro...-le dice Behati- Tienes que ser fuerte mi niña, porque lo que pronto va a suceder, va a cambiarte...
-Mamá... ¿que tienes?
-Algo que no tiene cura.
-¿Te vas a morir?
El silencio de Behati hizo que la pequeña estallara en lágrimas. Behati al verla destrozada la abraza como puede arrullándola como aquella vez en que sus pesadillas la atacaban.
-Entra pequeña... -Dice una mujer de tes negra con vestidos negros, en su cabello llevaba un moño rojo y zapatillas del mismo color, abriendo un gran portón que daba a un gran jardín, en donde a lo lejos se veía una mansión un poco dañada por los años.
La mujer con amabilidad se hace a un lado para que la pequeña Amunet entrara. -Aquí te cuidarán y te enseñarán cosas básicas de la vida, eres una pequeña muy inteligente para tu edad y muy madura.
-Señora- dice tímidamente- No quiero estar aquí...
La mujer sonríe dulcemente y se inclina quedando de la misma estatura que Amunet -Lo sé pequeña, pero tu madre fue estricta en comunicarnos a nosotros que te dejáramos aquí, ella no quiere que te preocupes por ella y que sabes que ella...
-Morirá... -dice bajando la mirada suspirando.
-Aquí no vas a estar sola cariño, aquí hay mas niños de tu edad y podrás jugar con ellos hasta que...
-Hola!! -se acerca un hombre de baja estatura, piel blanca y de cabello entrecanos. La mujer se vuelve hacia él para saludarlo. - ¿Esta es la pequeña Amunet?- La mujer asiente- Pues bien! Vengan conmigo.
El hombre las guía por el sendero llegando así hasta las puertas de la mansión.
-Entren aquí, ya adentro busquen a la señorita Brown, ella les ayudará para la suscripción de la pequeña.
-Gracias buen señor- contesta la mujer haciendo lo que él les dijo.
Al entrar unos gritos de niños jugando asustan a Amunet aferrándose a las enaguas de la mujer.
-Calma Amunet... son solo niños.
Han pasado 6 meses, y Amunet desde aquella vez, no supo más de su madre, así que rezó por ella creyendo que Behati había muerto ya. Su madre había dado autorizaciones para que Amunet se le diera en adopción a familias buenas y que la pudieran criar como ella lo hizo en ese tiempo.
Amunet, es una niña muy inteligente, y las encargadas del orfanato la adulaban por eso, aunque a su tan poca edad empezó a conocer el desprecio racial por parte de niños, y mas por sus ojos, ya que a ellos les asustaba.
Muchas parejas que no tenían hijos llegaban a la mansión con la ilusión de encontrar al niño correcto, y las encargadas hablaban de Amunet como la mejor de todos, pero las parejas al conocerla y ver sus ojos tan llenos de misterio se iban de ahí o buscaban otro niño.
-Pequeña Amunet, ¡tienes los ojos más interesantes que he visto en mi vida! - dice George, el esposo de una mujer que no puede tener hijos debido a un accidente. Su pareja siempre había anhelado tener hijos, pero la vida, les dio otra forma de poder tenerlos.
-Gracias... -dice casi inaudible la pequeña
-Pero... -piensa George antes de hablar- Es mucho para nosotros... -George, al decir eso pide disculpas a la encargada y se va junto a su esposa.
Esa noche, Amunet despierta de una pesadilla que la hizo gritar, pero una de las niñas la comenzó a callar poniéndole una almohada en la boca. Amunet empieza a hiperventilarse, la pequeña había leído hace mucho tiempo sobre los ataques de pánico, ahora, estaba viviendo uno, sin poder pedir ayuda, sin su madre, sin nadie...
En el cumpleaños numero 15 de Amunet, un grupo de chicas del orfanato planeó una salida al puente mas cercano de Londres, la vista en ese puente es hermosa y querían que Amunet viera con sus propios ojos el mayor espectáculo en el cielo; el atardecer.
Al llegar, Amunet se sorprende de lo maravilloso que es ese lugar y corre hacia la baranda de uno de los lados del puente viendo hacia abajo, donde el agua pasaba lentamente haciendo como un espejo vivo de la imagen en el cielo, en sus ojos, pequeñas luces comenzaban a moverse, una de las niñas la mira acercándose a ella lo mas que podía para poder ver con más detenimiento el movimiento de esas luces, al observarlas vio que se trataban de estrellas y que al rededor de ellas se encontraban pequeñas galaxias, la niña se asustó y gritó alertando a las demás.
-¿Otra vez asustando fenómeno? – dice una de las niñas acercándose a Amunet amenazadoramente.
-Perdón... no es mi intención asustarte...-contesta dirigiéndose a la niña que se aleja aún más de ella.
-Yo creo que esto es suficiente... -dice otra niña- ya estamos hartas de ti y tus malditos ojos
Sin poderse defender, Amunet es arrojada del puente, cayendo al agua sumergiéndose. Nunca había aprendido nadar, así que aceptó la muerte o lo que pensó que era este fin.
Amunet despierta en una sala que parece un hospital, se incorpora lentamente mirando todo a su alrededor, enfermeras iban y venían y una al percatarse de ella la vuelve a acostar en la cama.
-¿Qué fue lo que me pasó?- pregunta Amunet a la enfermera.
-Casi te ahogas, si no hubiera sido por el que te salvó...
-¿Quién era?
-No lo sé, él te trajo aquí, lo único que recuerdo de él eran sus hermosos ojos dorados.
Al decir eso, la enfermera se fue. Al anochecer, Amunet se levanta sin hacer ruido dirigiéndose al baño, al entrar se encierra en él y comienza a llorar, su vida es una mierda desde que su madre murió, no, desde que vio esa gárgola. Solo ve cosas extrañas, la gente la cataloga como rara por sus ojos... esos ojos... son su mayor perdición, su maldición no son su bendición como decía su madre.
Al calmarse, Amunet agarra una pañoleta que en el baño se encontraba y mirándose al espejo se juró fielmente que nunca mas iba a abrir estos ojos en presencia de nadie. Y así fue.
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