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002 | LOST IN THE DREAM.

CAPÍTULO 2:
LOST IN THE DREAM.

Sueño que nunca podré despertar.
Déjame llamarte, incluso si es una fantasía.

— ¡Maemin unni!

El grito eufórico exaltó a Haemin, quien se giró sobre sus talones hacia la puerta del apartamento vecino de un tiro, deteniendo el movimiento de sus manos, el cual había estado realizando como medio para calmar su disimulada inquietud.

Habían pasado ya unos minutos desde que tocó el timbre de sus vecinos, y sin recibir respuesta dio por sentado que, a pesar de las altas horas, no había nadie en casa o quizás todos estaban en un profundo sueño.

Bajo el umbral de la puerta del apartamento ciento trece, una joven chica de cabellos oscuros vistiendo un uniforme escolar, la recibía, con la mano apoyada sobre el picaporte. Su expresión sorprendida se complementaba con ese par de cejas pobladas y mejillas planas, parecidas a las de su hermano, que a la universitaria no le tomó ni un momento reconocer.

— ¡Sunhee! —chilló Haemin, lanzándose hacía el encuentro de su pequeña vecina. La estrechó entre sus brazos, sintiendo la euforia y la emoción de ver a la niña con la que tanto compartió en su infancia, después de mucho tiempo, siendo recibida con el mismo cariño.

Ahora sus alturas eran muy similares, así como su contextura —la misma por la que Haemin siempre había sido llamada como niña al no tener mucha masa muscular—. Pero aún se sentían tan distantes entre sí; ella era muy extravagante, mientras que Lee Sunhee seguía dando esa sensación de inocencia y dulzura que tanto le encantaba.

— ¡Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos! —comentó la menor después de separarse, con una voz más madura de la que Haemin recordaba. Tenía una sonrisa en sus labios y los ojos brillantes —. ¡Nunca pasas a vernos! —le reclamó poniendo un puchero en sus labios. Haemin se rió ante su expresión y pellizcó ligeramente su moflete.

El comentario de Sunhee la hizo sentir culpable, como si la separación de ambas familias fuera debido a sus acciones. Los Lee y las Kae se fueron distanciando lentamente con el paso de los acontecimientos que la marcaron tanto a ella como a la persona que venía buscando. Si bien podrían haber solucionado mucho de los problemas en el pasado, sin embargo, ella era conformista, excesivamente orgullosa, así que no aceptaría ninguno de los errores que había cometido cuando estaba a la edad de su vecina.

—Lo sé, lo sé—Haemin tomó un mechón de su cabello entre sus dedos, admirando lo oscuro y sedoso que éste era, sintiéndose nostálgica—. Estás muy grande... ¿Son catorce ya?

Sunhee negó con la cabeza, sin borra su sonrisa.

—Quince.

Su mandíbula cayó hacía abajo de la sorpresa. No podía creer que su bebé había crecido tanto en su ausencia. Entendía que no había sido unas semanas los que las mantuvo separadas, sino cinco largos años. Pero en ella no surgieron tantos cambios como en su vecina, quien había mudado ya esa piel de niña para convertirse en toda una adolescente.

— ¡Quince! —exclamó, sintiendo una punzada en su corazón—. ¡Debak! ¡Pero si aún eres una niña! Te recuerdo con pañales y muñecas, de este tamaño —Haemin simuló la antigua altura de la chica con su mano derecha, situándola por a la mitad de su abdomen, más cerca de la cadera que de su pecho.

La otra hizo un mohín, cruzándose de brazos.

—Y yo te recuerdo llena de lodo y oliendo a agua salada.

Haemin hizo una mueca al serle recordado sus travesuras de niña y lo mucho que había cambiado. Ahora, siquiera una pequeña mancha de lodo la habría vuelto loca, y hace ya tiempo que se había encargado de ese insoportable olor que en algún momento de su infancia le encantó tanto.

Entrecerró los ojos, moviendo su cabeza ligeramente a la izquierda con una sonrisa.

—Está bien, con eso me ganaste.

Sunhee rió triunfante. Cambió su posición, tomando entre sus manos las de Haemin que estaban un poco frías por la ventilación del pasillo. La arrastró al interior del departamento a su espalda y quitándose con descuido los zapatos mal colocados.

Al tocar la entrada de madera, una suave luz amarilla las recibió, en conjunto con el olor de comida casera que hizo gruñir el estómago de Haemin.  Observó el pequeño corredor de paredes pintadas de un amarillo pálido que conectaba con la sala y todas las demás habitaciones del apartamento, despejado en su mayoría y solo decorado por una serie de marcos clavados en las paredes frente suyo.

Entrecerró los ojos para distinguir mejor las fotografías separadas entre ellas por unos escasos centímetros. Percató que, de entre las que más cerca estaban de ella, había una que le resultaba muy familiar y sintió un cosquilleo en sus dedos por ir a verla mejor, pero antes debía despojarse de sus zapatos y de la atención de su pequeña compañerita.

— ¿Y cómo es la universidad? ¿Las chicas se maquillan bonito...? ¿Qué clase de pregunta fue esa? Claro que se maquillan, estudias eso...—balbuceó Sunhee rápidamente con emoción—. ¿Qué tal los chicos? ¿Cómo son? ¿Tienes novio?

Haemin parpadeó, aturdida de ser tomada desprevenida por todas las preguntas. Se quedó parada en el área sin hacer ni un solo movimiento en respuesta. Luego de unos segundos dejó salir una pequeña risa.

— Wow, wow. Okay, relajate conejito — replicó, inclinándose un poco para sacarse las zapatillas de tacón alto— ¿Por qué tantas preguntas?

Sunhee deslizó sus pies dentro de sus pantuflas de color lila. Cruzó los brazos, apoyando su hombre en la pared más cercana.

—Es que la escuela es aburrida.

La mayor levantó la cabeza de golpe, con el ceño fruncido. Abandonó por completo la tarea de desabrochar sus enredadas agüetas, para mirar mejor a la chica. 

— ¡Eso no es cierto! —Exclamó. Enderezó su posición para poder verla a los ojos, poniendo sus manos sobre la cadera—. Es muy divertida si sabes aprovecharla.

Sunhee hizo una mueca y la miró como si hubiera visto un insecto con la trompa de un elefante y el cuello de una jirafa. Parecía verdaderamente sorprendida y espantada de lo que había escuchado salir de su boca, casi tanto como la otra al oírla decir que la escuela no era tan divertida.

Haemin tenía buenos recuerdos de esa etapa, y daría lo que fuese por volver a ellos. Por los menos, a algunos.

—Claro que no, unni. —negó la adolescente, con una mueca de horror ilustrando su rostro. Haemin chasqueó la lengua, enternecida— ¡Son muchas tareas diarias y no dan tiempo ni para respirar! Entre secciones de club, exámenes y profesores pisándote las faldas ¡la vida se nos pasa muy rápido! —exclamó mientras contaba con los dedos quejándose. 

Haemin soltó una carcajada. Los comentarios de su pequeña niña le causaban mucha gracia, era el típico pensamiento que se suele tener a esa edad y no conoces lo que es sufrimiento hasta que llegas a las grandes ligas.

— ¿Qué te imaginas que hago yo en la universidad conejito? Es casi lo mismo—dijo Haemin, cruzándose también de brazos, con una sonrisa burlona en su rostro—. En lo único que tienes razón es que esta edad se pasa volando. Disfrútala —le dio una pequeña palmadita a su hombro, y regresó a la tarea de deshacer los nudos de sus trenzas sus agüetas muy inocentemente.

Con aires de protesta, Sunhee abrió su boca con todas las intenciones de rechistar lo que había dicho antes acerca de la escuela, pero una voz más madura —igual de dulce que la de su hija— la interrumpió.

— ¿Con quién hablas Sunny? —preguntó alguien desde el interior del apartamento.

Haemin se paralizó. Alzó ligeramente la cabeza para ver que Sunhee salió disparada por el pasillo, hasta doblar a la sala de estar. Unos segundos después oyó una serie de murmullos entre ella y su acompañante.

Terminó de sacarse los zapatos, quedando así en un par de medias con estampado de cactus, a las cuales les pasaba ligeramente el frío del suelo. Presionó sus labios en línea, andando con la punta de los dedos de su pie con la intención de pasar desapercibida.

Caminó cuidadosamente por el pasillo, sin despegar la mirada del lugar donde Sunhee había desaparecido. Sucumbió ante la curiosidad, acercándose con cautela a la pared a su derecha y a los retratos familiares que se usaban de decoración.

Sus dedos rozaron la superficie rugosa de la pared, luego de asegurarse que no había nadie observándola, volteó su mirada hacía los cuadros. A la primera, no había dado con el que ella estaba buscando, pero un cosquilleo de nostalgia la recorrió al ver un hermoso retrato de los tres niños de la familia Lee.

En medio de la foto había un chiquillo de cabellos liso con la cara sucia de tierra y al que le faltaba uno de los dientes frontales, pero que aun así sonreía con todas las anchuras que un ser tan puro e inocente como él podía. Bajo sus brazos se encontraban las caritas de sus pequeñas hermanas, que para ese entonces una apenas habría dejado de usar pañales y la otra ya empezaba a ser esa pequeña alma calladita que hoy era.

No puede evitar sonreír, sintiendo como los cálidos recuerdos la invadían de nuevo con la presencia de esas tres personitas que llenaron su vida de tantas risas y travesuras, como las de llevar a la hija del medio de los Lee, con ellos a su bote cuando ni siquiera era capaz de caminar. O cuando la pequeña Sunhee se escabulló dentro de una de sus maletas sin que Haemin ni su hermano lo notaran.

Le costó un momento despegar sus ojos del hermoso retrato, pero cuando lo fijó en el que le seguía su sonrisa se paralizó.

Ahí estaba ella, y a la vez no lo estaba.

Haemin había cambiado mucho desde que vivía en Seúl, pero aquel paisaje que se extendía por encima de las dos cabecillas era su hogar. El mar abierto que se perdía en la lejanía con el cielo y que la hizo añorar el olor que la recibió cada mañana durante sus primeros doce años de vida.

Esa era la Haemin que estaba en esa foto. 

A pesar de que su presencia era indiscutiblemente el foco de aquel recuerdo, en medio el mismo niño que había visto tan solo unos pasos a la derecha, ahora tenía la cara bien limpia y pasaba su brazo por los hombros de la pequeña versión de Haemin, de cabello oscuro y mejillas sonrojadas. Ambos sonriendo a la cámara con ese brillo de picardía que siempre se encendía cuando se encontraban.

Quiso tomar el marco del retrato, por simple gusto de mantener contacto con algo, pero un ruido fuerte en el interior del departamento la alarmó y como reflejo se apartó de golpe.

— ¿Haemin?

Volvió su cara rápidamente hacía quien la llamaba, con esa expresión de culpabilidad que tanto le costaba ocultar cuando sentía que había sido agarrada haciendo algo malo, como curiosear.

La señora Lee Moonsun estaba parada en el otro extremo del pasillo, vestida con un sencillo conjunto verde oscuro, cubierto por un delantal amarillo desteñido y el cabello recogido en un moño sobre la punta de su cabeza. En sus manos sujetaba un trapo de cocina, mientras pestañeaba asombrada de ver quién la visitaba.

El semblante de Haemin cambió drásticamente, cuando reconoció el rostro de su tan querida vecina corrió como toda una niña chiquita al encuentro de sus brazos.

— ¡Mamá Lee! —exclamó abrazada a la mujer, quien había sido tomada por sorpresa ante ese acto de tanto cariño.

La mujer se rio y palmeó su espalda con el mismo aprecio que recibía.

—Oh, mi pequeña Haemin —susurró con dulzura. Tomó de los hombros a la chica, alejándola de sus brazos para poder contemplarla mejor. Sus ojos escanearon todo su ser, desde las ridículas medias hasta el maquillaje bien trabajado de su rostro joven— Mira cuánto has crecido. Te has vuelto una chica completamente apta para ser una Miss —soltó una risita cuando tomó un mechón de color fantasía entre sus dedos—. Y ese cabello, extravagante sin duda.

Haemin se sonrojó ligeramente, siendo por primera vez consciente de qué tan llamativo era su exterior.

No se había sentido así ante nadie más, pero repentinamente se ahogaba en el sentimiento de ser muy chiquita ahora que esos ojos tan maternales la observaban al igual que lo hicieron cuando era más chiquita y más amable. 

— ¿Te gusta? —se aventuró a preguntar, enderezando la espalda para ocultar un poco su vergüenza.

—Me encanta. Solo a alguien como a tú le luciría un cabello así.

Haemin sonrió en respuesta, alagada.

Mamá Lee volvió a apretujarla maternalmente en sus brazos, dejando que por sobre su hombre Haemin observará la cabeza de la curiosa Sunhee asomada por la pared con una sonrisa.

—No te imaginas cuanto te extrañamos, niña ingrata.

Haemin asintió. 

—Yo también las eché mucho de menos —se separó, tomando las manos de la señora entre las suyas—. Disculpa por no pasar a saludar, estuve ocupada.

La mujer bufó con aire de burla. Miró la diferencia entre su piel y la de Haemin, quién aún era muy joven y que siempre había sido muy cuidadosa con sus manos para que estas dejaran una buena impresión, como su apariencia en general.

Sonrió y levantó la mirada con los ojos entrecerrados, acusadoramente.

— ¡Puras excusas! —exclamó, asustando a Haemin por su cambio de tono. Soltó sus manos y tocó su mandíbula con cariño—. Una chica bella como tú debe de tener mucha gente que haga cosas por ti para no estar ocupada.

El comentario le causó tanta gracia que no puedo evitar soltar una carcajada en respuesta.

—Ojalá fuera así—respondió entre risas.

Moonsun negó con la cabeza, mientras la miraba ahogarse en una risa.

Entonces se fijó también en los retratos a su lado, los mismos que la recibían cada día. Sonrió nostálgica ante todas esos bebés que había cargado y la risa de Haemin le dio un estremecimiento enorme. Sus niños ya no eran niños, y ella empezaba perder años con tanta rapidez que temía no volver a cargar a un nene entre sus brazos.

Pero la labor de ser madre no terminaría hasta que cada uno de sus bebés estuviera en las manos que quien de verdad los merecían, y eso implicaba incluso a la chica parada frente suyo.

Haemin dejó de reír y volvió a fijarse en su vecina.

— ¿Qué te trae por aquí? —interrogó la mujer con voz ronca, intentando ocultar sus ligeras ganas de llorar— ¿Sabes qué? No me lo cuentes ahora, esto amerita un té —señaló con un dedo a la chica y le hizo un gesto para que la siguiera mientras caminaba en dirección a la sala—. No te quedes ahí, pasa.

Haemin siguió el paso de la mujer, llegando así a una sala muy parecida a la de su departamento.

El hogar Lee tenía un ambiente muy cálido, aunque un poco desordenado por culpa de las dos adolescentes que ahí vivían. Pero no había cambiado mucho desde la última vez que ella estuvo ahí.

Tan pronto como terminó de salir del pasillo, a su izquierda se abrió una cocina de considerable tamaño, atestada de platos y utensilios de cocina sucios, con una abertura en la pared amarillo pálido que hacía el papel de mesón y se unía con el resto del apartamento. Unos pasos más al frente se extendía la sala, en donde había una mesa rectangular y unos metros más a la derecha se encontraba un sofá café delante a un televisor apagado.

La única presenten en el apartamento —obviando a Moonsun que se había dirigido a la cocina— era Sunhee, quien parecía muy fastidiada mientras levantaba todos los platos restantes de su cena. Haemin supuso que había sido obligada a hacerlo a regañadientes, porque no podía esperarse haciéndolo por su cuenta.

Haemin sonrió para sí y mientras que mamá Lee iba a la cocina a hervir el agua en una olla, ella dejó en un mueble cercano la cartera que colgaba de su hombro y acudió al rescate de la niña, sumándose a la tarea de llevar los trastos sucios al lavaplatos.

—Gracias —susurró Sunhee con una risita, para que su madre no se percatara de que no era la única realizando su deber.

Ambas limpiaron la mesa de todos los restos de la cena, riendo de vez en cuando de lo que la otra decía, hasta que habían acabado. Sunhee se escabulló al interior de una de las habitaciones principales, no sin antes despedirse de Haemin con una sacudida de mano. 

Sin nada que hacer, Haemin se encaminó a la cocina, encontrando así a la señora Moonsun moviéndose entre el espacio con tazas y cucharas de aquí para allá, pendiente de que el agua estuviera hirviendo y buscando las estúpidas cajas de té que su esposo se empeñaba en mover de lugar.

La chica soltó una pequeña risita, deteniendo a su vecina y tomando el par de tazas de cerámica de entre sus manos. Las posicionó en la ahora recogida mesa y procuró ayudar en todo lo que hacía falta, ya que se sentía responsable de todas las molestias que la señora Lee se estaba tomando. Lo minino que podía hacer era ser de utilidad.

Había que ver que Haemin no podía ser como era siempre frente a esa mujer. No cuando ella había hecho tanto por ella en el pasado, y su lado más dulce salía cuando conversaban. Ocultar sus nervios, todos sus sentimientos iba a ser muy difícil mientras estuviera bajo ese techo.

— ¿Y cómo está tu madre? —interrogó Moonsun desde la cocina, mientras ella ordenaba el pequeño frasco de azúcar y las cucharas. La pregunta la tomó desprevenida. Depositó los cubiertos sobre la madre y se enderezó.

Se tomó un momento para recordar a su madre, a quien llevaba un buen tiempo sin ver gracias a sus constantes viajes, dejándola sola a ella y a su gato en un gran apartamento para cuatro personas.

—Oh, bien, tú sabes—respondió con la voz más neutral que podía, justo a tiempo que la señora Lee salió de la cocina con unos guantes y una tetera de té hirviendo—. Viajando, tal como siempre quiso.

Moonsun rió ligeramente. Le hizo un gesto a Haemin para que se sentara en la mesa, mientras ella servía el té verde con miel dentro de las tazas correspondiente.

Haemin tomó lugar en uno de las sillas y miró como el líquido caía con una sonrisa, respirando el aire caliente que desprendía.

—Tu madre siempre tuvo grandes aspiraciones y ninguna de ellas era vivir tranquila —comentó Moonsun, quien podía tener mayores recuerdos de su madre que la misma Haemin—. No le gustaba la idea de trabajar. O ser ama de casa —río—. La recuerdo tal cual incluso antes de tu llegada.

La chica asintió con ña cabeza.

Su vecina tenía razón: Choi Hyewoo, su madre, no era una mujer muy fácil de disciplinar. Si se le antojaba hacer algo, pues lo haría y nadie ni nada la detendrían. No le gustaba permanecer en un solo lugar por mucho tiempo y Haemin la había visto pasar de muchos empleos que desempeñaba con excelencia, pero que con los días o meses le aburrían.

Durante varios años Haemin se había cansado de llamarle la atención por su actitud tan irresponsable, haciendo verla a ella como la figura más comprometida bajo su techo. A sus ojos, pasó de ser una madre a ser una amiga con unos cuantos años de diferencia.

—Sí, ella era más del tipo de llegar tarde por la noche para ser reñida.

Moonsun asintió, dejando la tetera sobre la mesa y deslizándose dentro de un puesto frente a Haemin.

—Reñida por tu padre, lo recuerdo —informó con voz dulce, mientras se iba a muchos años atrás cuando aún vivían en Jeju. Apoyó los codos sobre la mesa, señaló a la chica—. Cuando tú eras pequeña, se podía escuchar por toda la zona los gritos de tu padre, y las risas de tu madre. Él la regañaba, pero ella solo se reía. Eran de lo más cómico.

Haemin se obligó a si misma a sonreír lo más convincente que fuera posible, y ocultó su mirada concentrándose en los dedos que sostenían la taza.

Le encantaba que su vecina le hablara de esos momentos felices que habían compartido, sobre todo aquellos que ella no recordaba con vividez, pero también eran un recordatorio de lo sola que vivía su vida ahora.

—Sí, lo era—murmuró.

Moonsun apretó los labios, dedicándole una mirada larga al rostro de la chica, quien guardaba tantos rasgos de su padre.

—Cada día te pareces más a él.

Haemin levantó la cabeza, con una pequeña sonrisa. Respondió de forma cortés:

—Es un honor oír eso.

La conversación de su madre terminó ahí para bien.

Ambas habían conocido a la misma mujer, pero tenían ideas de ellas muy distintas entre sí.

Volvieron a concentrarse en sus bebidas. La señora Lee tomó el frasco de azúcar, primero echando una cucharada a su propio té con rapidez. Le hizo un movimiento con la cabeza a Haemin para que moviera un poco su taza hacía adelante, y ella obedeció.

— ¿Cuántas cucharadas de azúcar? —consultó, recargando el utensilio del polvo brillante para verterlo dentro del té de la joven.

—Tres por favor.

La cara de Moonsun se volvió una mueca y le dirigió una mirada desaprobatoria a Haemin.

—Eso es mucha azúcar niña —alegó—. Le pondré dos.

Su respuesta hizo reír a la chica. Asintió con la cabeza divertida y tomó una cuchara para batir el té.

—Gracias, Má Lee.

Luego de que la bebida estuviera al gusto de ambas, Haemin soltó un suspiro cuando tragó un pequeño sorbo caliente.

— ¿Y cómo está la pequeña Dohee? —quiso saber la señora Lee, sosteniendo aún la taza arriba. Confesó—: Sabrás que no le tengo mucha estima a tu padrastro, pero no puedo ocultar mi amor por esa pequeña lentejita.

Haemin tragó y asintió.

A decir verdad, su sentimiento era similar. No guardaba ningún rencor o desprecio hacía Choi Taehyun, el nuevo marido de su madre —y por consecuencia, su padrastro—, pero lastimosamente ellos nunca conectarom. Más que unas cuantas palabras no habían compartido y Haemin no sentía ninguna sensación de culpabilidad si comentaba que lo mejor que había salido de la unión fue el nacimiento de la pequeña Dohee, su media hermana.

—Lo mismo digo, lo mismo digo —se encogió de hombros—. Supongo que está bien, con mamá. Tengo algunas fotos suyas, te las mostraré luego.

Los ojos de Moonsun se abrieron con sorpresa.

— ¿En serio? —Haemin movió su cabeza para afirmar—. Que dulzura de tu parte.

Sonrió en respuesta. Tomó otro sorbo de té y apartó un mechón de cabello de su cara, poniéndolo detrás de su oreja.

— ¿Cómo van las niñas en el colegio? —quiso averiguar Haemin, dirigiendo su conversación a otro tema que no fuera ella.

Con la pregunta, una llama se encendió en los ojos de Moonsun, quien dejó la taza sobre la mesa con fuerza y tomó un gran bocado de aire.

—Bueno, esas niñas son toda una guerra distinta―empezó diciendo, pasándose una mano por el cabello oscuro surcado de canas―. Mi querida Moonkyung, siempre con un promedio perfecto y tan centrada ―Al hablar de su hija del medio, los ojos de su madre brillaron, pues mucho orgullo ponía en su chica y lo sacaba a relucir siempre que podía. Con la otra era lo contrario―. Pero ya sabes cómo es Sunhee, esa niña es toda una bomba ―su rostro se ensombreció―. No se cansan de llamarme para comentar todas las tonterías que hace en la escuela: Lee Sunhee hizo aquello, fue para tal, no hizo eso.

Haemin soltó una carcajada. Repentinamente había sentido que era una chica de diecisiete años de nuevo, y más que sentirse identificada con la actitud de Sunhee, pensó en alguien que se parecía mucho más.

—Completamente digna de ser la hermana de Minhyuk, ¿No? ―bromeó.

La señora Lee concordó con ella en un movimiento de cabeza, volviendo a tomar de su taza mientras negaba incrédula.

—Sí, perfectamente. Es innegable que esos dos nacieron de la misma rama ¡Juro que si no tuvieran tantos años de diferencias creería que son gemelos! Ese muchachito sí que se ha encargado de estropearme a esa niña.

―Debe sentirse como vivir en un eterno déja vu ―Haemin miró la taza blanca en sus manos, dándose coraje para hablar de lo que de verdad la había llevado ahí—. Hablando de Minhyuk, ¿Está? Me gustaría hablar con él.

Recibió una mirada sorprendida de la mujer, quien había sido tomado desprevenida por la repentina confesión. Tragó con fuerza el líquido y se limpió los labios con la mano. 

— ¿En serio? ―Haemin asintió decidida― ¡Wow, hoy el día me ha traído muchas bendiciones y sorpresas! —bramó con emoción—. ¿Después de tanto tiempo hablarán?

Haemin hizo todo lo posible por evitar hacer una mueca de incomodidad. Disimuló el impulso moviendo la cabeza hacía un lado y pasando sus uñas por la cerámica de forma desinteresada.

—Me gustaría ―confesó, para luego añadir con rapidez―, si él me lo permite.

Moonsun entrecerró los ojos hacía ella. Apoyó su brazo sobre la mesa y su actitud cambió completamente a plan "instigadora mamá".

— ¿Y puedo saber la razón del por qué? ―curioseó, ganándose una mirada muy similar a la suya de parte de Haemin. Abrió la boca indignada―. No me mires así, soy tu segunda madre. Créeme cuando te digo que incluso llegué a cambiarte pañales.

Después de observarla por un largo rato, Haemin suspiró y dejó también su taza de lado.

—Estoy trabajando en un proyecto, algo académico, y creo que él sería el indicado para ayudarme. Claro, si accede.

La señora Lee siguió mirándola, esperando que continuara y así lo hizo.

Haemin le explicó lo mejor que pudo acerca del proyecto —obviando el hecho que lo hacía por beneficio suyo y que había escogido a su hijo porque sabía que su estilo era espantoso— y le habló acerca de cómo planeaban llevar el proyecto, incluyendo el patrocinio que esperaba recibir cuando hablara de ello con uno de sus profesores más confiados.

La vaga explicación consiguió cautivar a Moonsun e hizo que su emoción porque los dos chicos se reencontraran fuera mayor.

—Tú y tu cabecita siempre haciendo planes descabellados e interesantes —Haemin sonrió complacida, aunque la idea no había sido suya. No del todo, pero igualmente iba a llevarse el crédito delante de la señora—. Y si fuera por mí, te dejaría que fueras por él tan pronto como sea posible, pero ya es tarde y no pienso permitir que andes por esas calles solas a estas horas.

La chica pestañeó, confundida y sin entender a qué se refería su vecina.

—¿No está en casa aún? —preguntó, frunciendo el ceño y dirigiendo una mirada poco disimulada a su alrededor.

En ese momento se dio cuenta entonces de algo que no había notado antes: ese apartamento era extremadamente femenino. Y no se refería a que había muchas cosas que alegaran al género, sino que carecía enormemente de pertenencias masculinas —a pesar de que por lo que ella sabía, ahí vivían tanto el señor Lee como Minhyuk—. Pero nada, ni una sola prenda, o material que perteneciera al chico, porque bien recordaba su forma de ser y habría reconocido sus cosas, aún con tantos años separados.

—Probablemente lo esté —habló la señora de nuevo, mientras Haemin seguía con el ceño fruncido y su cabeza daba vueltas—. La cuestión es que ésta no es su casa ahora.

Volteó su rostro de golpe hacía su acompañante y de broma su mandíbula no se salió de su lugar con la sorpresa que se percibió en su rostro. Le tomó un momento responder y, cuando lo hizo, elevó la voz un poco más de lo que le habría gustado.

—¿Se mudó? ¿Lee Minhyuk? ¿El mismo Lee Minhyuk?

Moonsun asintió con amargura.

—Sí, ese mocoso se mudó —miró al techo, soltando un suspiro—. Hace medio año.

— ¿Por qué? —preguntó Haemin con notable ansiedad—. ¿Y a dónde?

—Está en una residencia cerca de la universidad, compartiendo piso —explicó vagamente—. Un día solo llegó con un gran discurso acerca de desplegar las alas, expandir sus horizontes y de lo cansado que llegaba todos los días —hizo un ademán con sus manos y se inclinó hacia adelante—. ¿Quieres que sea sincera? Eran patrañas ¡Tú vienes del mismo lugar y te veo del todo sana! Ese niño solo quería separase de mis brazos y caminar menos.

Haemin no consiguió cómo responder y solo se quedó mirando la taza de té a su lado con sorpresa. Sintió cómo todo su plan de descuadraban y se desmoronaba, como si a su montaña de oro le hubiera caído una lluvia de ácido, y entonces solo le hubiera quedado un enorme charco que no serviría de nada. Se sentía como el charco de la desilusión.

— ¿Sorprendida? —inquirió la mujer. Haemin levantó la mirada. La señora Lee tenía sus ojos fijos en ella con un brillo de inocencia y dulzura, como si estuviera burlándose.

— ¿Eh? —habló atontada. Otro mechón de cabello le había caído para adelante y se lo acomodó de nuevo tras la oreja distraídamente—. Ah, sí, un poco. Me tomó por sorpresa la noticia —soltó una risa algo incomoda y se obligó a pasarse otro buche de té a la boca, para mantener su lengua ocupada.

—No te preocupes, te anotaré su dirección —la mujer puso su mano sobre la suya, intentado tranquilizarla—. Así podrás acudir cuando quieras y te darás cuenta que literalmente vive unas cuantas cuadras de su facultad.

Haemin se río secamente, mientras meneaba su cabeza de arriba a abajo.

—Muchas gracias —balbuceó.

Después de que su largo momento de incomodidad terminara, Haemin se tomó la molestia de torcer la conversación para que no tuvieran que volver a hablar de ella, o de Minhyuk.

Moonsun le contó un poco más de las niñas, narrándole unos cuantos acontecimientos importantes como sus cumpleaños o sus primeras medallas —las cuales Haemin lamentó haberse perdido—. Inevitablemente, el nombre de su hijo varón se coló en muchas historias, pero al menos no con el protagonismo suficiente para ponerla más nerviosa y estresada de lo que ya estaba.

Cuando terminaron de tomar su té, Haemin se ofreció a ayudar con las tazas sucias, pero la señora Moonsun, muy cordialmente, la corrió del departamento insistiendo que debía volver al suyo para lavarse y descansar. La chica no pudo hacer más nada que dejarse ganar, puesto que una madre insistiendo era siempre más dura que una roca.

Antes de salir, la señora Lee agarró una pequeña libreta que había tirada por uno de los muebles y garabateo con rapidez una oración que Haemin supuso que se trataba de una dirección. Arrancó el papel, lo dobló y se lo extendió a la chica, quien lo tomó en sus manos con uno poco de indecisión. No miró que decía dentro y rápidamente lo metió en el bolsillo trasero de su pantalón.

Tomó su cartera del lugar en donde la había dejado y ambas fueron a la puerta, aun conversando. Haemin se caló los zapatos vagamente, porque de todas formas se los quitaría a unos cuantos pasos más al frente y pensar en amarrar sus agujetas le causaba una flojera enorme.

—Gracias por recibirme, le agradezco todo. El té estuvo delicioso, sin dudas fue de lo mejor —dijo con voz melosa, elogiando los gustos culinarios de Moonsun.

La mujer sacudió su mano, como quitándole importancia a su comentario con una sonrisa modesta. 

—Sabes que es un placer que estés aquí. Espero que vengas con frecuencia —deseó, palmeando la espalda de la chica al pasar bajo el umbral. Añadió emocionada—: ¡Para la próxima podríamos cenar todos! Tal vez incluso consigamos arrastrar al terco de mi hijo.

Haemin río con el comentario, limitándose a asentir solo para no decir que su hijo posiblemente no querría estar en ningún lugar junto a ella, si antes no hablaban.

—Estaré esperando. Mándele saludos al señor Lee y a sus hijas —dio unos cuantos pasos en retroceso—. La próxima vez espero ver a Moonkyung.

—Le transmitiré tu saludo, cariño. Mándale los míos también a tu familia.

Haemin se acomodó su cartera sobre el hombro y sonrió.

—Lo haré. Tenga una buena noche —se despidió con un movimiento de mano.

—Buenas noches, Haemin.

La señora Lee cerró la puerta.

Entonces ella se quedó varada otra vez en el pasillo, hasta que se volteó para dirigirse a su propio apartamento justo en frente. Colocó la contraseña de la puerta automáticamente y jaló del pestillo para que esta se abriera. Al igual que antes, la recibió una luz cálida al pasar por el umbral, dejando que la puerta se cerrara a sus espaldas.

Ya dentro de su propio apartamento —el cual estaba en su mayoría a oscuras y en sumergido en un silencio escalofriante porque era la única que actualmente residía en él— Haemin soltó un suspiro cansado. Dejó que su cartera cayera al piso y terminó por sacarse los zapatos con fastidio.

Justo cuando iba a pasar para el pasillo, escuchó un suave maullido proveniente de la oscuridad y se quedó estática esperando a ver qué pasaba. Lentamente, un pequeño gatito de color naranja se deslizo por el piso de madera, hasta llegar a los pies de su dueño y refregándose en sus piernas, dándole la bienvenida tras un largo día.

Haemin sonrió. Se arrodilló ahí en la entrada de su apartamento, para acariciar el pelaje de su ya no tan pequeña mascota con cariño.

—Hola bebé ¿cómo ha estado tú día? —murmuró con voz cantarina. El cansancio se apoderó de ella al momento que su gato llegó a sus brazos, dejándose caer de trasero hacía el piso y cruzando las piernas para conseguir una posición más cómoda—. El día de mamá fue raro, muy raro Gene.

Su mascota se subió a su regazo, metiéndose en el hueco entre sus piernas y disfrutando de las caricias de Haemin. Ella río, deleitada por el pelaje y la tranquilidad de su gatito que tanto aprecia—principalmente porque no ocasionaba desastres y sus vecinos no se quejaban nunca de su presencia.

Sintió la obligación de comentarle acerca de su proyecto, como si de verdad fuera su hijo y pudiera responderle.

—Pronto hablaré con Minhyukie, Gene. Deséame suerte —pidió, añadiendo después en voz baja—, así tal vez podremos estar todos juntos de nuevo pronto.

Un momento después se rio de lo que había dicho, porque sonaba descabellado.

¿Quién habría dicho que Lee Minhyuk se mudaría? ¿Que se independizaría primero que ella?

No sabía si sentirse ofendida o sorprendida, pero definitivamente sentía que su plan lo único que hacía era cavar más niveles bajo tierra para ver qué tan profunda podía ser su tumba. A esa parte de sí que era excesivamente egoísta y narcisista, se le ocurrió por un momento pensar que el chico se había mudado por cosa de ella, para alejarse.

Pero eso no era posible, no en su mundo.

¡Finalmente pude actualizar este capítulo! Lo tenía listo desde el mes pasado, pero le hago como dos secciones de corrección antes de subirlo (sumándole también la revisión que hace marines) y por eso pasan como cinco semanas sin nada sdfgh.

¿Qué les parece el capítulo? Tampoco aparece minhyuk, pero les prometo que para la siguiente ya verán al niño ermitaño y haemin jalándose las greñas yupi sdfghj.

¡Espero que les gustara! Recen para que no tarde otro siglo en publicar el tercer capítulo.

Se despide, ii.

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