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Capítulo Veintiuno

Última cita.
Kim Taehyung

Estar con YoungMin es diferente, divertido, apasionado, enriquecedor.

Ella me hace ver la vida de otro color y yo se lo agradezco porque sé que, cuando regrese a la realidad, todo volverá a ser de un monótono gris.

La madrugada del domingo, me encuentro mal e, intentando no hacer ruido, voy al baño y vomito. Haber pasado de mi enfermedad el día anterior y no haberme tomado la medicación que necesito me ha llevado a este extremo, y cuando Min, alarmada, aparece en el lavabo, le pido que salga y ella me hace caso.

Una vez que mi estómago se calma, salgo del baño y veo que ella me está esperando fuera preocupada.

Caminamos juntos hasta el salón y, cuando me siento, pregunta:

—¿Qué te ocurre?

No me apetece dar explicaciones, así que digo simplemente:

—Algo debió de sentarme mal anoche.

Ella propone hacerme una manzanilla, pero yo, ofuscado y dolorido, siseo:

—Por favor, apaga la luz y vete a dormir.

Al final, mi enfado se hace palpable, me llama gruñón, se va y apaga la luz. Eso es lo que necesito.

El dolor y la angustia van desapareciendo por momentos. Por suerte, comienzo a encontrarme mejor, y cuando ella se despierta por la mañana, en la cama, la saludo con  una sonrisa y ella se alegra de mi mejoría.

Nos levantamos y mi Min se empeña en llevarme a un sitio llamado Gangnamy.

Asiento sin rechistar. Quiero disfrutar de mis últimos momentos con ella porque, una vez que me haya ido, aunque me cueste, no regresaré.

No puedo prometerle lo que ella desea de mí y, aunque no lo dice, por su manera de mirarme sé que desea algo que yo no puedo darle.

No quiero compromisos. No quiero ninguna obligación y, por supuesto, mi objetivo en la vida no es una boda y tener hijos.

¡Eso no va conmigo!

El lugar es una locura. Está lleno de gente, que empuja. Eso me agobia, pero, al ver lo contenta que está Min, soy incapaz de llevarle la contraria y me dejo llevar.

Cuando la veo en un puestecillo mirando unos pendientes de plata, se los compro. Según ella, cuarenta wons es algo caro, pero eso para mí no es nada. A cambio, en otro puesto, ella me compra una camiseta en cuyo pecho se lee: LO MEJOR DE COREA DEL SUR..., TÚ.

Me río al verla. No suelo llevar camisetas con ese tipo de mensajes, pero no puedo rechazarle el regalo y, cuando se empeña en que me cambie la camisa que llevo por la camiseta en medio de la calle, accedo divertido.

Pero ¿qué me está haciendo esta mujer?

Durante el día nos hacemos varias fotos con el móvil y, cuando vemos unas
lamparitas de forma de corazón en color blanco, me encapricho de ellas y las compro. Una será para YoungMin y la otra para mí. Las pondremos en nuestros respectivos dormitorios, en Corea y en New York, y así nos recordarán este bonito fin de semana.

Poco más. Como una pareja más, salimos de aquel agobiante lugar y sufro porque a ella le dan un golpe en el brazo. Me preocupo, pero Min me hace saber que está bien. Al final, consigo convencerla para coger un taxi que nos lleve al Retiro.

Una vez allí, le propongo ir a un restaurante, pero ella prefiere comer unos bocadillos al aire libre.

De nuevo, eso no me parece una buena idea. Donde esté una mesa, un mantel y una silla cómoda para comer, que se quite el comer sentados en el suelo. Aun así, como no quiero llevarle la contraria, accedo y ella compra unas brochetas. Finalmente, nos sentamos en el césped y, mientras comemos al aire libre, me doy cuenta de que su idea era mil veces mejor que la mía, aunque odie las hormiguitas que, subiendo por mi pantalón, buscan su parte del festín.

Cuando terminamos de comer, entre bromas, ella se pinta los labios y le pido que estampe un beso en mi lamparita.

Me encantará tener sus labios en ella. Y, aunque parezca mentira, consigue pintarme los míos para que yo bese la suya.

Estamos riendo cuando me pregunta si una mujer es la causa de que tenga que
regresar a New York con urgencia, y yo lo niego. Ella espera una explicación, pero yo no se la doy. No quiero decirle la verdad. No quiero que sepa que huyo de ella.

Estoy pensando cómo explicárselo cuando ella añade:

—Que sí..., ya me he enterado... Que no soy nadie para preguntar.

Ver su gesto molesto me duele. No quiero hacerle creer algo que nunca será y, al entender que sus sentimientos por mí han llegado más lejos de lo que yo esperaba, digo mirándola:

—Necesito que me prometas que saldrás con tus amigos y lo pasarás bien. Incluso que volverás a quedar con el tipo ese con el que te metiste en los baños de aquel bar y con ese tal EunWoo o Yunjin, los de Cheju. Quiero que lo que ha pasado entre nosotros quede como algo que ocurrió y nada más. No deseo que le des importancia, y...

—Vamos a ver, ¿a qué viene eso ahora? —me corta molesta.

Pero yo insisto en mis palabras. Quiero que ella se sienta libre de hacer lo que
desee, sin pensar en mí, porque conmigo nunca tendrá nada, excepto puro sexo.

Necesito que lo comprenda y, cuando finalmente parece hacerlo y voy a besarla, ella se retira y pregunto, tratando de sonreír:

—¿Me acaba de hacer la cobra, señorita Lee?

Ella asiente y luego protesta.

—¿En este momento te parezco un idiota? —replico.

Min me mira. Me vuelve loco cuando lo hace de esa manera.

—Pues sí —dice—. En el sentido más estricto de la palabra, señor Kim.

Me tumbo sobre el césped a su lado. Ambos miramos las copas de los árboles y cojo su mano. Ella no la retira.

Tengo que marcharme. He de regresar a New York y, por nada del mundo, quiero que ella sufra por mí porque no lo merece.

Cuando suena mi móvil, sé que es el señor Choi, para indicarme que nos espera.

En silencio, nos dirigimos hacia la puerta del Retiro donde he quedado con él. Montamos en el coche y vamos a su casa.

Una vez frente al portal, saco su lamparita de la bolsa, beso los labios más tentadores y bonitos que he visto en mi vida y, retirándole el pelo de la cara, digo:

—Siempre que la mire, me acordaré de ti, pequeña.

YoungMin asiente...
Me mira...

No sé si va a llorar, pero se baja del coche.

Durante unos segundos nos miramos a los ojos y sonreímos. Somos conscientes de que esto es un adiós, y, finalmente, cierro la puerta.

Frialdad. Eso es lo mejor.







Que triste, nuestros protas se separan :(

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