Capítulo Seis
Placer y enojó.
Kim Taehyung.
Cuando me despierto en el hotel tras una noche caliente y lujuriosa, suena mi móvil.
Hablo con Jimin y Jiwoo, unos amigos de infancia cuando vivía en Corea, decido tomarme el día libre. ¡Para eso soy el jefe! Jimin y Jiwoo son, junto con Hoseok y Yoongi, mis mejores amigos.
Quedo con ellos a media mañana y nos vamos a comer a Casa Lucio, un bonito y mítico restaurante que hay que visitar si estás en Corea del Sur, sí o sí.
Tras pedir unas ensaladas con salva de oliva, Jiwoo pregunta dirigiéndose a mí.
—¿Qué tal anoche en el Moroccio?
Doy un trago al excelente vino y respondo:
—Bien.
Jimin sonríe y, mirándome, afirma:
—¿Sigues pensando que los coreanos preguntan demasiado?
Al oír eso, sonrío, sé por qué lo dice, y afirmo:
—Por supuesto, los coreanos son demasiado preguntones y curiosos. Prefiero a los británico. Aquí de todo sacan un chismorreo y, en ocasiones, a pesar de que hablo coreano al igual que ellos, ¡no los entiendo! —Mis amigos ríen, y añado—: El otro día me quedé encerrado en el ascensor con varias personas y una chica me dijo que si se ponía nerviosa podía llegar a echar espumarajos por la boca y convertirse en la niña de El exorcista ¿Lo pueden creer?
Jimin y Jiwoo sueltan una carcajada, y ella añade:
—Pues a mí me encantan los coreanos. Son tan divertidos y extrovertidos que me llenan de vitalidad.
Pienso en la señorita Lee, que sin duda está llena de vitalidad. No obstante, tras el decepcionante desenlace de la noche anterior, me olvido de ella y pregunto:
—¿Algún otro buen sitio por aquí?
Sin necesidad de decir más, todos sabemos de lo que hablamos, y Jimin indica:
—Wonderland.
Jiwoo suspira y, guiñándole el ojo a su marido, matiza:
—Fíjate si le ha gustado ese local que esta noche repetimos.
—Eso es buena señal —afirmo.
—Pero, como el Sensations, ¡ninguno! —declara Jimin.
Durante un buen rato nos deleitamos con los platos que nos sirven. Todo está exquisito, tierno, sabroso, y disfruto junto a mis amigos de una excelente comida.
Al acabar, mientras paseamos por la zona, veo una floristería y compro unas flores para la señorita Morgan.
Hemos pasado una excitante noche y, como soy un caballero, ordeno que se las lleven. Después entramos en un sex-shop. Jiwoo quiere comprarse cierto juguetito, y Jimin y yo la acompañamos.
Como siempre que entro en un sex shop, lo miro todo curioso. Es increíble la cantidad de artilugios que existen para disfrutar del sexo. De pronto, veo algunos objetos que me llaman la atención y los compro. Sé a quién regalárselos.
A continuación, llamo por teléfono al señor Choi, el chófer, y le indico que lleve el paquete a Müller, a la atención de la señorita Lee.
El resto de la tarde lo paso con Jiwoo y Jimin, y a última hora decido hacer una llamada telefónica. Un timbrazo..., dos, y cuando oigo la voz de YoungMin pregunto:
—¿Has abierto el paquete que te he enviado?
Ella no responde. Creo que la he sorprendido.
—Te oigo respirar —insisto—. Contesta.
Finalmente, responde. Me explica que lo ha recibido pero que no quiere aceptar ningún regalo mío.
No obstante, como a mí me da igual lo que ella diga, le pido:
—Por favor, ábrelo.
Consigo convencerla y a través del teléfono oigo cómo rasga el papel y luego su exclamación de asombro. ¡De nuevo la he sorprendido!
—¿Qué es esto? —pregunta en tono de asombro.
Sonrío. He comprado dos vibradores. Uno pequeño y discreto y otro de un pintalabios más grande. Me habría encantado poder ver su cara al descubrirlos.
—Dijiste que estabas dispuesta a todo —replico.
Ella duda, pone excusas, y yo insisto:
—Te gustarán, pequeña, te lo aseguro. Uno es para casa y otro para que lo lleves en el bolso y lo puedas utilizar en cualquier lugar y en cualquier momento. Estaré en tu casa a las seis. Te enseñaré para qué sirven.
Como esperaba, ella se niega rápidamente. No quiere que vaya, pero a mí no se me resiste ninguna mujer, y le repito que estaré en su casa a las seis.
Deseo verla y enseñarle algo más sobre sexo. Esa mujer a la que me gusta llamar pequeña es curiosa, y algo me dice que le encantará aprender.
....
Una vez que me despido de Jiwoo y de Jimin, me voy al hotel para darme una ducha. No estoy acostumbrado al calor pegajoso de Corea y, cuando salgo del baño, el móvil me avisa de que tengo un mensaje. Me apresuro a cogerlo, y leo:
«Anoche te eché de menos en el Sensations. »
Al ver quién lo manda, maldigo. Me molesta recibir mensajes de Lia. ¡Me fastidia! No sé cómo decirle que se olvide de mí, pero, como no quiero pensar más en ello, me visto y, tras avisar a mi chófer, éste me recoge en la puerta del hotel.
En el camino pienso en comprar algo de beber que le guste a YoungMin, y el chófer para en una tienda de conveniencia. Allí, compro una botella de Moët Chandon rosado.
¡Nunca falla!
Regreso al coche y en media hora llego frente a su casa. Miro el reloj: las seis en punto, y llamo a la puerta.
—¿Quién es?
—YoungMin. Soy Taehyung —y, pasados unos segundos, insisto—: ¿Me abres?
Oigo el ruido de la puerta, al abrirse y, tras despedirme con un gesto del señor Choi, me meto en el jardín dispuesto a divertirme.
Una vez que llego frente a su puerta, llamo. No abre, por lo que vuelvo a llamar. Pero ¿qué hace?... Espero con paciencia mientras imagino que debe de estar terminando de ponerse un sexi y delicado conjunto de lencería fina para mí.
Pero pasan los segundos y, confuso por su tardanza para abrir la puerta, frunzo el ceño justo en el momento en que finalmente abre. De lencería fina, nada de nada, y al verla alterada, le pregunto:
—¿Estabas corriendo?
Ella no responde. La miro..., la miro y la miro.
La diferencia que encuentro entre ella y las mujeres con las que suelo estar es que, mientras las demás se mueren por agradarme, por estar hermosas y sensuales, esta chica es natural, tan natural que hasta lleva puestas unas zapatillas de Bob Esponja, y sin poder remediarlo me mofo con acidez:
—Me encantan tus zapatillas.
Dicho esto, entro en su casa y miro a mi alrededor.
No es muy grande, pero sí bonita y colorida. YoungMin tiene buen gusto para la decoración. Me sorprendo cuando veo que un gato viene hacia mí.
¿Un animal en casa?
No me gustan mucho los animales, y menos que vivan en las casas. Ellos y yo no solemos conectar.
No obstante, sin saber por qué, me agacho, lo toco, y el gato parece agradecer mi deferencia. Bajo la atenta mirada de YoungMin, sigo acariciando al animal. Si eso hace que ella se acueste conmigo, lo acariciaré cuanto haga falta. Cuando me canso, le entrego la botella con la etiqueta rosa que he traído y digo con autoridad:
—Toma, preciosa. Ábrela, ponla en una cubitera con bastante hielo y coge dos copas.
Ella desaparece con gesto serio. Intuyo que mis órdenes no le gustan, pero no dice nada. Sin hacer ruido, la sigo, llego a la cocina y, cuando ella está leyendo la etiqueta rosa de la botella, digo, pasando una mano por su cintura:
—Dijiste que te gustaba la fresa. En el aroma de ese champán predomina el aroma de fresas silvestres. Te gustará.
Ella no me mira.
¿Por qué?
Ansioso porque sus ojos y los míos conecten, hago que se dé la vuelta.
Ella queda con la espalda apoyada contra el frigorífico y, complacido, hago algo que me he dado cuenta de que le gusta, y es acercar mi lengua a su labio superior. Sin embargo, cuando cree que le voy a pasar la lengua por el labio inferior, el deseo me puede y la beso. Joderrr..., ¡me gusta besarla!
Ella no rechista. Se deja, le agrada, y, con ganas de continuar descubriendo cosas de ella, pregunto:
—¿Dónde está lo que te he regalado hoy?
Ella me lo señala y, sin soltarla, camino hasta donde está.
Al ver que no ha retirado los embalajes de ninguno de los dos regalos, la suelto con frialdad, los rompo y, una vez que los juguetitos quedan liberados, la miro y cuchicheo, viendo curiosidad en sus ojos:
—Coge el champán y las copas.
Camino de nuevo hacia la cocina. Allí, meto los artilugios bajo el grifo para lavarlos, después los seco y, mirándola, la cojo de la mano y digo, mientras soy consciente de mi impaciencia:
—Llévame a tu habitación.
De la mano, me lleva hasta una puerta; la abre y frente a nosotros aparece un dormitorio excesivamente colorido. Pero ¿por qué tiene que tener todo tanto color? Sin embargo mi impaciencia va en aumento y me olvido de los colores. No veo el instante de disfrutar de ella, por lo que, sentándome en la cama, susurro:
—Desnúdate.
Mis ojos y los suyos se encuentran, y de pronto veo en ellos algo que no me gusta y la oigo decir:
—No.
Sin dar crédito, repito:
—Desnúdate.
Ella vuelve a decir que no con la cabeza. ¿Por qué se niega a mi petición?
Su mirada retadora me subleva.
Ninguna mujer me niega nunca el sexo. Y, sin ganas de rogar, porque no lo necesito, me levanto y hablo:
—Perfecto, señorita Lee.
A partir de ese instante nos sumimos en una absurda discusión y, al cabo, la oigo decir:
—Cuando esté dispuesto a comportarse como un hombre y no como un ser todopoderoso al que no se le puede negar nada, quizá lo llame.
La miro boquiabierto.
¿Rogar yo? ¿Llamarme ella a mí? Pero ¿quién se ha creído esta mujer que es para hablarme así?
Cabreado, miro hacia la puerta. Me dispongo a irme, cuando de pronto noto su mano sobre la mía y, sin saber por qué, la acerco a mí y la beso. ¡Me encanta comerle la boca! Es deliciosa... Le succiono los labios con deleite, con gusto. Ella comienza a quitarse ropa y, al verlo, no soy capaz de moverme.
Pero ¿qué me pasa? ¿Por qué me siento hasta azorado?
Una vez que se queda en ropa interior, noto que esta mujer me atrae más de lo que quiero reconocer, y cuando le quito el sujetador y me meto su rosado pezón en la boca, algo en mí se rompe en mil pedazos y murmuro:
—Eres preciosa.
Luego la tumbo sobre la cama y la observo. La caliento para lo que va a venir mientras tengo claro que he de comportarme. Esta mujer no está acostumbrada a lo que a mí me gusta y quiero agradarle.
Sus mejillas están rojas, encendidas, y sus ojos brillantes y excitados, y más cuando le separo las piernas poco a poco para dejarla ante mí, expuesta y vulnerable.
Consciente de mi poder ante las mujeres, clavo mi mirada en ella al tiempo que me quito la camisa y le hago saber que en este instante soy yo quien manda.
Me estimula ver su nerviosismo y, cogiendo uno de los juguetitos que le he comprado, me arrodillo entre sus piernas. Me encanta su olor, su sexo es maravilloso, y, observando eso que quiero dentro de mi boca, susurro:
—Cuando un hombre le regala a una mujer un aparatito de éstos es porque le apetece jugar con ella y hacerla vibrar. Desea que se deshaga entre sus manos y disfrutar plenamente de los orgasmos, de su cuerpo y de toda ella. Nunca lo olvides. Esto es un vibrador para tu clítoris. Ahora cierra los ojos y abre las piernas para mí. Te aseguro que tendrás un maravilloso orgasmo.
Ella no se mueve. Tiembla. La siento asustada y, tranquilizándola, susurro:
—YoungMin, ¿confias en mí?
Nos miramos durante unos segundos y ella al final asiente. La beso y, tumbándola, me pierdo entre sus piernas mientras le beso la cara interna de los muslos y la siento vibrar.
A continuación, deseoso, introduzco los dedos en su cálida hendidura. Joderrr..., ¡su calor es exquisito! Y, sin poder esperar un segundo más, coloco la boca sobre su ardorosa humedad y creo que ahora quien se va a desmayar seré yo. Su sabor es delicioso, y su tacto, algo fuera de lo común.
Me gusta...
Me trastorna...
Me sorprende...
Mi boca se mueve sobre su vulva en busca del clítoris y, cuando lo encuentro, lo succiono sin piedad, a la vez que ella se revuelve gustosa entre mis manos y, abriéndose como una flor, jadea sólo para mí.
Exquisita...
Delicada...
Insuperable...
Esta mujer, que no tiene experiencia en la clase de sexo que a mí me provoca, de pronto me está volviendo loco; intento contener las ansias que siento por hacerle mil y una cosas, y cojo uno de los aparatitos que le he regalado y murmuro, colocándoselo sobre el clítoris:
—Pequeña, te gustará.
Y le gusta...
Le apasiona...
Le enloquece...
Y lo mejor de todo es que eso me vuelve loco a mí. Oír sus gemidos, sentir el calor de su cuerpo y su entrega me hacen perder la razón, y disfruto... disfruto y disfruto, mientras juego con el aparatito en su clítoris y ella se agita gustosa entre mis manos y el olor dulzón del sexo se extiende a nuestro alrededor.
Siento cómo mi corazón se acelera al oírla, noto que tiembla y la miro en el momento en que suelta un hondo gemido.
El placer la abrasa y, dispuesto a dárselo todo, apoyo el vibrador en un punto de su clítoris que la excita tanto que YoungMin se arquea para recibir más y más.
Está preciosa, tentadora, y, cuando su boca toma la mía con exigencia, sin saber por qué, murmuro un apasionado:
—Pídeme lo que quieras.
Un beso frenético nos calcina, nos consume, cuando se aprieta contra mi cuerpo y me exige, mirándome a los ojos:
—Necesito tenerte dentro ¡ya!
Su urgencia es la mía. Su deseo es el mío.
Me aclara que toma la píldora, pero, aun así, me pongo un preservativo para evitar problemas y, una vez que coloco sus piernas sobre mis hombros, la hago mía.
¡Dios, qué placer!
YoungMin es tibia, cautivadora, irresistible y, cuando me hundo totalmente en ella y la oigo jadear,
susurro:
—Así, pequeña, así. Ábrete para mí.
Ella balancea las caderas en busca de profundidad. Sus manos me agarran con deseo y su mirada me hace saber que quiere fiereza, y yo, que estoy también deseoso de ello, se la doy.
Uno..., dos..., tres..., nueve... veces entro y salgo de ella con decisión.
El placer es extremo mientras ambos nos dejamos llevar por el momento. Jadeante, me muevo sobro ella con una serie de rápidas embestidas y, cuando baja las piernas de mis hombros, murmuro:
—Mírame, pequeña. Quiero que me mires siempre, ¿entendido?
Ella asiente acalorada, y yo, instigado por un sentimiento desconocido hasta ese momento, me hundo de nuevo en su interior y disfruto. Disfruto como nunca, hasta que siento que ella llega al clímax y, tras un par de embestidas más, también lo hago yo.
Desnudos y desorientados después de ese increíble asalto, respiramos con dificultad. Lo que acaba de ocurrir me ha desconcertado para bien y, rodando hacia un lado para no aplastarla, pregunto:
—¿Todo bien, YoungMin?
Ella asiente y yo tomo aire. Me gusta saber que lo ha pasado bien y que no he sido demasiado brusco.
En un acto reflejo, miro el reloj que llevo en la muñeca y, pensando en Jimin y en Jiwoo, me levanto y me visto mientras ella se mofa porque anoche perdió twice contra mis chicas, en si no me importa mucho, pero me gusta verla haciendo pucheros.
Estamos hablando cuando, de pronto, al advertir que me he vestido, YoungMin pregunta:
—¿Vas a repetir con mi jefa?
La miro sorprendido y, al ver su cara de apuro por lo que ha dicho, me doy cuenta de que ha leído la tarjeta que acompañaba a las flores que le he mandado a la señorita Morgan a la oficina.
—Sabía que eras curiosa —replico—, pero no tanto como para leer las tarjetas que no son para ti.
—Lo que tú pienses me da igual —suelta, mirándome.
Complacido por las vistas que me ofrece desnuda sobre la cama, indico:
—No debería darte igual, pequeña. Soy tu jefe.
Nadie en su sano juicio respondería a lo que he dicho, pero ella, sorprendiéndome, afirma mientras
se levanta, se pone las bragas y sale de la habitación:
—Pues me da igual, seas mi jefe o no.
La observo salir sin dar crédito.
¿He oído bien?
Sorprendido por su desfachatez, la sigo a la cocina, donde nos sumimos en una absurda discusión.
Luego ella me invita a marcharme de su casa, pero yo no le hago caso. Deseo que quede claro que estoy aquí única y exclusivamente por sexo. Soy un hombre seguro de lo que quiero y ella tiene suerte de tenerme. Pero entonces la descerebrada suelta:
—Pero ¡serás creído! ¡Presumido! ¡Vanidoso y pretencioso! ¿Tú quién te crees que eres? ¿El ombligo del mundo y el hombre más irresistible de la Tierra?
Suspicaz, la miro mientras contengo un «¡Por supuesto! ». Pero ¿qué le pasa? ¿Acaso no ha aceptado mi regalo, no ha disfrutado del sexo y lo ha pasado bien conmigo?
Le hago saber que he venido a jugar con su cuerpo, a enseñarle cómo manejar un vibrador, y ella se enfada.
Estalla. Grita.
La observo gesticular, maldecir, farfullar. En eso es como mi madre. Y, cuando acaba toda su retahíla de feas e hirientes palabras, le pregunto con gesto serio:
—¿Quieres que te folle?
Me mira. Me mira de una forma que me desconcierta, pues no sé si me desea o si lo que quiere es partirme la
cabeza en dos.
—YoungMin, responde —insisto.
De pronto, asiente. El morbo del momento es más fuerte que ella y, dispuesto a disfrutar de nuevo de su cuerpo, le doy la vuelta. Vamos hasta un aparador, donde la apoyo y, arrancándole las bragas de un tirón, me pongo un preservativo que saco de mi cartera, me bajo el pantalón y los calzoncillos y, al sentirla temblar, ordeno en su oído:
—Separa las piernas.
Con lujuria, le acaricio el trasero blanquecino y redondo e incluso le doy un par de pequeños azotes que me ponen a mil, hasta que la ansia me puede y, tras colocarme en la entrada de su húmeda vagina, con una fuerte embestida la penetro y ambos gemimos.
Con fuerza, la agarro con las dos manos por la cintura. Esta pequeña, retadora e inexperta mujer me está volviendo loco y, dispuesto a dejarle claro que, aunque piense que soy un egocéntrico y un vanidoso, soy el mejor, me la follo. Me la follo con delicia, placer y gusto, mientras ella jadea y nuestros cuerpos tiemblan.
—¿Más? —pregunto, tras darle otro azote.
Entregada por completo a mi posesión, YoungMin gime:
—Sí..., sí... Quiero más.
Durante unos segundos, le hablo al oído. Le susurro cosas que la vuelven loca. Le pido que me diga qué desea y, cuando ella habla, mi pasión se aviva de tal manera que, con cada embestida, la levanto del suelo, hasta que llega al orgasmo y yo la sigo gustoso.
Atraído por su olor, le beso el cuello con deleite, y entonces ella, con una frialdad que parece la mía, se separa de mí y se aleja sin más.
Acalorado y sediento, la sigo. YoungMin se mete en el baño, cierra la puerta y yo me siento en la cama y, satisfecho, bebo champán fresco con olor a fresas.
Paciente, espero al tiempo que oigo correr el agua de la ducha y pienso si entrar o no. Pero al final decido no hacerlo. Una ducha es algo muy íntimo y personal, y no quiero esa intimidad ni con ella ni con nadie.
Cuando sale, su cara de enfado me sorprende. ¿Otra vez enfadada? Y, sin saber realmente qué hacer, la cojo de la mano y le pregunto:
—¿Quieres que me quede contigo?
Ella se apresura a soltarse y me hace saber que no. Luego, tras cruzar unas palabras subidas de tono, al final siseo:
—¡Ah! Las chicas como tu y su maldito carácter. ¿Por qué serán así?
Según digo esto, siento que su mirada se oscurece.
¡Tentadora!
Su enfado me provoca cierto deleite, pero, como no tengo ganas de discutir, termino de abrocharme el pantalón y digo:
—De acuerdo, pequeña, me iré. Tengo una cita. Pero regresaré mañana a la una. Te invito a comer y, a cambio, tú me enseñarás algo de Seul, ¿te parece?
YoungMin me mira. Levanta el mentón y, sin darme el gusto, replica:
—No. No me parece. Que te enseñe Seul otra. Yo tengo cosas más importantes que hacer que estar contigo de turismo.
La observo molesto. ¿Qué puede haber mejor que yo? Y, sin darle tregua, la acerco a mí, paseo la lengua por su labio superior y afirmo con seguridad:
—Mañana pasaré a buscarte a la una. No se hable más.
Ella resopla. No le gusta que le den órdenes.
Yo espero su negativa, pero, por alguna extraña razón que no consigo comprender, esta vez no dice nada.
A continuación, camino hacia la puerta de entrada tirando de ella y murmuro con mofa:
—Que pases una buena noche, YoungMin. Y, si me echas de menos, ya tienes con qué jugar.
Dicho esto, la beso en la boca con posesión y salgo de la casa decidido.
Una vez en la calle, veo que Choi ya está esperándome y, cuando monto en el coche, pregunta:
—¿Una buena tarde, señor Taehyung?
Al oír eso, asiento con la cabeza y, pensando en esa mujer que me saca de mis casillas, declaro:
—Sí, Choi, una tarde muy entretenida.
Nuevo capítulo y en serio lamento la demora, es que ya estoy a un paso de terminar la secundaria y entrar a la preparatoria, mis calificación han subido y quiero que se mantegan así, en serio, pero eso no quiere decir que me olvide de esta historia. Estoy con unos seis proyectos en borrador y si Dios esta de mi lado quizás las publique aquí o en otra plataforma de lectura:/
Como siempre cuidense y coman bien ᕦ( ͡° ͜ʖ ͡°)ᕤ
Comentario + Estrellita = Dignidad para la escritora:3
Pasa al siguiera capítulo •_•/>
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