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Capítulo Nueve

Entrando poco a poco al juego.
Kim Taehyung.

Un buen rato después, paramos frente al hotel Villa Magna y un aparcacoches viene a llevarse el vehículo.

De la mano, llegamos en el ascensor a la última planta, a la suite royal y, al entrar, observo cómo ella mira a su alrededor encantada. Está claro que no está acostumbrada al lujo. Sin detenerla, permito que camine por la suite, cuando, al ver que se compone de dos habitaciones y un salón, pregunta:

-¿Por qué utilizas una suite doble?

Es observadora y, sin duda, también preguntona.

-Porque en una habitación juego y en la otra duermo -respondo.

Veo que asiente sin preguntar con quién más juego. En ese instante llaman a la puerta, un camarero entra y le indico:

-Tráiganos fresas, chocolate y un buen champán francés. Lo dejo a su elección.

Cuando el hombre se marcha, YougMin abre las puertas de la terraza y sale. La sigo y, mientras la abrazo, ella murmura:

-Taehyung, ¿puedo preguntarte algo?

Su continua curiosidad llama poderosamente mi atención, y asiento:

-¿Por qué vas tan deprisa?

La miro, suspiro y le hago saber que si voy deprisa es porque, tratándose de ella, no quiero perderme nada, y acabo preguntándole si lleva el vibrador que le regalé en el bolso. Pero no, no lo lleva. La reprendo con la mirada mientras meto una mano en el interior de sus vaqueros, de sus bragas, y tras introducir mi dedo en esa hendidura cálida y húmeda que tanto me gusta, lo saco y después murmuro, acercándolo a su boca:

-Quiero que sepas cómo sabes. Quiero que entiendas por qué estoy loco por volver a devorarte.

Con una sensualidad que me deja sin respiración, YougMin se introduce mi dedo en la boca y lo chupa, lo paladea al tiempo que me mira a los ojos, y yo siento su maravillosa excitación.

¡Increíble!

Minutos después, vuelven a llamar a la puerta. Voy a abrir y el mismo camarero de antes entra con un carrito de cristal. Tras descorchar el champán, sirve dos copas y luego se va. Yoora sigue en la terraza. La miro. La observo. Está exquisita y tentadora, y decido dar un paso más y mandar un mensaje a mi amiga Jiwoo. Si quiere venir ella sola sin Jimin, estaré encantado de incluirla en mi juego. Después, cojo una copa, salgo a la terraza, se la paso a YougMin y brindamos.

Durante un buen rato nos besamos, tentándonos, hasta que el deseo me puede, y exijo:

-Pasemos al dormitorio.

Al entrar, la enorme cama king size nos llama a gritos invitándonos a utilizarla.

Consciente de cuánto le gusta a ella la música, me dirijo al equipo que hay allí y pongo algo relajante. YougMin me mira y yo, sentándome en la cama con mi copa, pregunto:

-¿Estás preparada para jugar, pequeña?

Ella me mira -¡Dios, cómo me mira!-, y luego asiente con gusto.

Está tranquila y segura, por lo que me levanto, abro un cajón y saco varios pañuelos negros de seda, una cámara de vídeo y unos guantes. Sus ojos me siguen, está tan expectante como yo, y, acercándome a ella, poso la mano en su redondo trasero y murmuro:

-Tienes un culito precioso. Estoy deseando poseerlo.

Nada más decir eso, soy consciente de su reacción. Tiene miedo. Sin lugar a dudas, nunca ha practicado sexo anal y, para tranquilizarla y hacerle saber que no soy un animal, susurro:

-Tranquila, pequeña. Hoy no penetraré tu bonito trasero. Me excita saber que seré el primero, pero quiero hacerte disfrutar y, cuando lo hagamos, será poco a poco y estimulándote para que sientas placer, no dolor. Confía en mí.

Ella me mira y asiente haciéndome saber que se fía de mí. Entonces, enseñándole la cámara, indico:

-Hoy jugaremos con los sentidos. Pondré esta cámara sobre ese mueble para grabarlo todo. Así, luego podremos ver juntos lo ocurrido, ¿te parece?

YougMin responde que no le gustan las grabaciones y rápidamente le indico que al primero que no le interesa que se vea nada de ellas, por ser quien soy, es a mí. Al final acepta que grabe y coloco la cámara.

Una vez que he terminado, la incito a tocar los pañuelos.

-Lo que vas a sentir cuando te tenga desnuda en la cama es la misma suavidad que has sentido al tocarlos.

Ella asiente, acaricia mi rostro con la mano y murmura, mirándome:

-Me encantan tus ojos. Tu mirada.

No digo nada. Nunca he sido un romántico, por lo que prosigo:

-Además de taparte los ojos, como sé que confías en mí, te ataré las manos y las sujetaré al cabecero para que no puedas tocarme. -Cuando veo que va a protestar, le pongo un dedo sobre los labios y, con una sonrisa ladeada, susurro-: Es su castigo, señorita Lee, por haber olvidado el vibrador.

Ella sonríe.

¡Dios, qué sonrisa...!

A continuación, me pongo los suaves guantes y la toco, la provoco, la excito. Luego ella se quita la ropa, excepto la interior. Después se acerca a mí; yo apoyo la frente en su estómago y aspiro
profundamente para que el olor de su sexo me invada por completo.

¡Maravilloso...!

Quitándome los guantes, la agarro por la cintura y la siento sobre mí. La ensarto con mi verga -¡qué placer...!- y, cuando paseo la boca por encima de su sujetador con avidez, musito:

-¿Estás preparada para jugar a lo que yo quiero?

Con los ojos cerrados, ella afirma:

-Sí.

Me agrada su respuesta, e insisto, acercándome a su boca:

-¿Para lo que sea?

Sus manos se posan en mi cabeza. Sus dedos se hunden en mi cabello... Mmmm, qué agradable es sentir su tacto.

-A todo -responde-, excepto a... -Sado... -finalizo yo desabrochándole el sujetador para dejar libres sus pechos, que me llevo a la boca gustoso para chuparlos y succionarlos. Sus duros pezones chocan contra mi boca mientras ella, sentada a horcajadas sobre mí, balancea las caderas en busca de placer. - Ofréceme tus pechos.

Me mira descolocada. No me entiende. Ella no sabe lo que es ofrecerse, hasta que, dejándose llevar por su instinto, se agarra los pechos y, con una sensualidad divina, me los acerca a la boca. Sin embargo, cuando voy a mordisqueárselos, los aleja, juega conmigo y, complacido por lo traviesa que es, le doy un dulce azotito en su virginal trasero.

¡Zas!

Las chispas saltan entre los dos y le doy otro azote.

¡Zas!

Me gusta controlar. Me encanta mandar. Me gusta dirigir en el sexo. Entonces ella claudica ante mis azotes y me acerca sus pechos a la boca para que pueda mordisqueárselos. Los disfruto, los gozo, los saboreo, hasta que ordeno:

-Ponte de pie.

En cuanto lo hace, me dejo caer al suelo. Le quito las bragas con puro deleite, poso las manos en sus caderas y hago que flexione las rodillas para que su sexo depilado quede totalmente expuesto para mí.

¡Apetitoso!

Su olor me vuelve loco y, sin necesidad de hablar, ella entiende que quiero su humedad en mi boca, así que se agacha y me la entrega. Se ofrece. Yoora se deja manejar sin problema mientras yo degusto el salado manjar que atesora entre las
piernas y me excito más y más a cada lametazo.

Maravillado y complacido, la aprieto contra mi boca y al mismo tiempo mi inquieta lengua se introduce en ella una y mil veces y succiono su apetitoso e hinchado clítoris en busca de locura y de los jadeos que ella me da. Me asaltan las sensaciones, los estremecimientos y el regocijo cuando, con los dientes, atrapo su jugoso clítoris y tiro de él con cuidado pero decidido.

YougMin grita.
Me clava las uñas en los hombros.
Tiemblo.

El placer que me ocasiona eso me hace temblar como nunca. Pero ¿qué me ocurre?

Me detengo un instante, la miro y, sin entender el motivo de mis temblores, exijo:

-Túmbate sobre la cama, YougMin.

Obedece y, al mirarnos, susurro con morbo:

-Abre las piernas para que pueda ver lo que deseo.

Ella lo hace, le tiemblan las piernas a causa de la excitación. Luego, paseando la mano por el interior de sus sedosos muslos, murmuro con un hilo de voz:

-Así, pequeña..., así..., enséñamelo todo.

Ansioso por poseerla, me desnudo y dejo el móvil sobre la cama. Después cojo un pañuelo, me siento a horcajadas sobre ella y, juntándole las manos, se las ato. La beso y luego se las levanto por encima de la cabeza para acabar sujetándoselas a una varilla del cabecero.

Excitado por el juego, cojo el otro pañuelo y se lo coloco alrededor de los ojos. Una vez que la tengo como deseo, goloso, llevo mi boca hasta sus pezones y mis dedos a su tibia humedad. Encantado de tenerla como me gusta, prosigo mi camino y, cuando doy un delicado beso a su bonito monte de Venus, ella abre las piernas.

Las abre para mí sin que yo se lo ordene, y eso me enloquece. Mi boca va en busca de su ya abultado clítoris y ella se retuerce excitada. Se arquea maniatada por mí. En ese instante, mi móvil se ilumina sobre la cama. Al mirar, veo que se trata de Jiwoo. Está en la puerta de la suite y, levantándome con cuidado, le doy un último mordisquito en el monte de Venus a YougMin y voy a subir el volumen del equipo de música.

Sin tiempo que perder, salgo de la habitación desnudo, me dirijo a la puerta y, cuando abro, Jiwoo me mira y, sonriendo, se quita la gabardina negra y cuchichea, mostrándome que va medio desnuda:

-Ya estoy aquí, dispuesta a jugar.

Asiento encantado, la beso en la mejilla y murmuro:

-Vamos, estoy impaciente. Y, recuerda, no hables, sólo disfruta y hazla disfrutar mientras ella cree que soy yo.

Ella asiente con una sonrisa y luego pregunta:

-¿Es alguien especial?

Para mí, especial sólo es mi familia y mis amigos directos, por lo que respondo:

-No. Simplemente es una mujer más.

Jiwoo asiente y no dice nada más. Luego entramos juntos en la habitación. Cuando ve a YougMin en la cama, desnuda y atada, sonríe y se dirige hacia ella divertida.

Jiwoo es una experta jugadora. Ella y su marido, Jimin, son parte del grupo de mis grandes amigos en Estados Unidos, y si hay algo que le gusta a Jiwoo es el clítoris de una mujer. La enloquece jugar con ellos, y yo quiero que enloquezca a YougMin.

Una vez que se sube a la cama, en silencio, se pone los guantes y comienza a recorrerle el cuerpo mientras yo miro y disfruto del espectáculo, y más cuando, como era de esperar, Jiwoo se lanza a la búsqueda de su clítoris. En cuanto lo encuentra, lo mordisquea, lo succiona y YougMin grita. Yo jadeo. ¡Se arquea! Es delicioso ver cómo disfruta, cómo se entrega, y creo que voy a explotar cuando, arrebolada por el placer, busca más y más.

Yoora tiembla, trata de cerrar las piernas, pero Jiwoo no se lo permite. Sin hablar, hace que separe de nuevo los muslos para morderle en esta ocasión los labios menores. YougMin arquea la espalda, gimotea y entonces yo le entrego a Jiwoo un consolador metálico. Mi amiga lo humedece con la boca y, después, mirándome, se lo introduce poco a poco a YougMin en la vagina.

Me muerdo la mano nervioso mientras con la otra me acaricio mi duro pene. Lo que está ocurriendo me excita como nunca, y más cuando Jiwoo empieza a mover el consolador, YougMin gime y ella pasea la
mano que tiene libre por su trasero.

Miro la boca de YougMin, esa boca dulce, esos labios aterciopelados, y siento la gran necesidad de besarla. Sin embargo, no debo: si lo hago, ella descubrirá el juego y quiero que dure un poco más.

Jiwoo saca el consolador de su vagina, húmedo por los fluidos, y comienza a pasearlo entonces por su ano. YougMin tiembla tanto como tiemblo yo, y soy plenamente consciente de que deseo ser el primero en profanar ese culito virgen.

Por último le pido el consolador a Jiwoo y ella me lo da mientras yo sigo tocándome. Estoy duro, tieso y dispuesto para YougMin. Jiwoo vuelve a posar entonces la boca en el sexo de aquélla para devorarla con auténtica pasión una última vez, y de pronto Yoora deja escapar un grito de placer y de su vagina salen unos fluidos brillantes que mi amiga chupa con fruición.

Sin hablar, le ordeno a Jiwoo que acabe y se marche. Le doy un beso en los labios y, en cuanto se va, rasgo el envoltorio de un preservativo y murmuró mientras me lo pongo:

-Me encanta tu sabor, pequeña. Abre las piernas para mí.

Obediente, ella, que sigue con los ojos vendados, las separa e, incapaz de esperar un segundo más, encajo mi cuerpo con el suyo y, cuando siento que ambos temblamos por la excitación, musito con un hilo de voz:

-Pídeme lo que quieras.

YougMin jadea. Espero que diga algo, que hable, pero, como no lo hace, insisto:

-Pídeme lo que quieras. Habla o no continuaré.

Agitada por el momento, me exige:

-¡Penétrame!

Al oírla, sonrío. Lo habitual que suelo oír en momentos así es «¡Fóllame!», no «¡Penétrame!». Pero sin duda YougMin no es mujer de utilizar ciertas palabras por lo que los demás puedan pensar de ella. Sin embargo, como no quiero darle vueltas ahora mismo a eso, susurro:

-Perfecto, pequeña... Ahora me toca a mí.

A partir de ese momento, me dejo llevar.

Estoy duro como una piedra, y las ganas que siento de follármela y de hacerla chillar de placer son descomunales. De rodillas sobre la cama, agarro sus caderas y me hundo en ella con fuerza, una vez y otra..., y otra... Sus gritos, sus gemidos y su manera de abrirse a mí me hacen saber que le gusta lo que
hago y, deseoso de más, la embisto como un animal.

No sé cuánto tiempo dura ese asalto, sólo sé que el disfrute es pleno cuando ella, tras un sensual gemido, me hace entender que ha llegado a su punto álgido y, minutos después, agotado, sudoroso pero satisfecho, llego yo.

Una vez que caigo a su lado en la cama, ambos respiramos con dificultad. Aun así, necesitado de su sabor, la beso, le exijo un buen beso y, cuando me doy por satisfecho, le suelto las manos con cuidado y le beso las muñecas. Después, le retiro el pañuelo de los ojos y, cuando nuestras miradas se encuentran, preguntó:

-¿Todo bien, pequeña?

Ella asiente entre asustada, sorprendida y satisfecha por lo ocurrido, y, para permitirle unos minutos a solas, me levanto y voy al baño. Quiero ducharme.

Al entrar en el bonito baño del hotel, observo mi cuerpo en el espejo.

¡Soy muy afortunado!

Después abro el grifo de la ducha y, cuando el agua comienza a salir, cojo un poco de papel higiénico y envuelvo el preservativo que me he quitado. Estoy tirándolo a la papelera cuando la puerta del baño se
abre. Es YougMin, y molesto, le pregunto:

-¿Qué haces aquí?

Ella me mira paralizada y dice:

-Tengo calor y quería ducharme.

Tanta intimidad me incomoda. Quiero mi propio espacio, y en él no entra ella ni nadie.

-¿Te he pedido que te duches conmigo? -gruño.

Según digo eso, siento que me he pasado. No se merece que le hable así y, cuando va a dar media vuelta, agarro su mano y, tras escuchar sus duras palabras, finalmente digo:

-Lo siento, YougMin... Tienes razón. Disculpa mi tono.

Pero mis disculpas no le hacen gracia e intenta escapar, momento en que yo la cojo en volandas y la meto en el interior de la enorme ducha. El agua nos empapa mientras ella forcejea y, excitado, le susurro:

-Date la vuelta.

Furiosa, se niega, pero siento que su enfado ha remitido. Acerco mi boca para besarla pero ella hace algo extraño con el cuello y se aleja de mí.

-¿Qué haces? -pregunto molesto.

YougMin me mira, entorna los ojos y sisea:

-La cobra.

-¿La cobra?

Ella vuelve a asentir. Intuyo que siente mi desconcierto, y aclara:

-En Corea se llama hacer la cobra cuando alguien te va a besar y te retiras.

Vaya..., vaya...

Según eso, esta mujer acaba de hacerme lo que yo llevo haciéndoles toda mi vida a las mujeres.

Entonces, sonriendo, pregunto mientras ella se relaja y rodea mi cintura con las piernas:

-Si te beso, ¿me harás la cobra de nuevo?

Ella y yo en la ducha... Eso es algo nuevo para mí.

YougMin está excitada al tiempo que cabreada, yo duro como una piedra, y, cuando creo que me va a decir alguna lindeza, suelta sorprendiéndome:

-No..., si me follas.

¡Ha dicho follar! ¡Increíble!

A continuación, roja como un tomate, me mira al tiempo que el agua de la ducha cae sobre nuestros cuerpos. Luego parece espabilarse de pronto y, mientras froto mi duro miembro por su sexo, le pregunto con alevosía:

-¿Qué me has pedido, pequeña?

Sin dudarlo, ella insiste:

-¡Fóllame!

Que haya dicho «¡Fóllame!» en vez de «¡Penétrame!» me gusta, me excita, me hace saber que la señorita Lee entra poco a poco en mi juego y, sin preservativo, lo hago, ¡me la follo! Al sentir el tacto sedoso de su piel, mi cuerpo se revoluciona de una manera que me sorprende incluso a mí mismo y me
dejo llevar.

Ella es menuda y yo un tío grande, por lo que puedo sujetarla entre mis brazos mientras hago lo que me pide y ella me llama empotrador entre jadeos. Ambos reímos y nos movemos en busca de nuestro propio placer. Nuestros cuerpos piden más y más, y nuestro instinto animal aflora como las setas cuando llueve.

El sonido de nuestras respiraciones se acelera mientras nos hundimos el uno en el otro con vehemencia y locura.

-Mírame. Si te gustan mis ojos, mírame -exijo.

Ver su bonito rostro y sentir cómo el placer lo consume es un lujo para mí. Me gusta mirarla, me gusta poseerla, y quiero que me mire, que me posea y disfrute tanto como yo.

No obstante, la locura le hace cerrar los ojos, por lo que, dándole un azote en la nalga, hago que los abra de nuevo.

-Mírame -insisto-. Mírame siempre.

Aferrada a mis hombros, esa mujer que me está haciendo perder el control me mira mientras nuestros cuerpos se acoplan. El placer es extremo, es delicioso, es increíble, y, cuando siento que clava las uñas en mi piel, un hondo gemido sale de su boca.

-Sí..., así... -le pido-, córrete para mí.

La señorita Lee me da el gusto y se corre para mí.

Cuando siento que voy a estallar en su interior, a pesar de que sé que toma la píldora, me salgo y, apretándola contra mí, me dejo ir.

Tres minutos después, abro un poco más el grifo del agua fría y, dejándome llevar por el momento, juego con ella bajo la ducha mientras me pregunto desde cuándo soy yo tan juguetón.


Gracias :') ya vamos a hacer 10k y nunca pensé tener mucho apoyo, y en serio gracias por esperar, se los agradezco.

Bueno, tengo tres historias cortas de 15 a 20 capítulos que publicaré, uno es temática omegaverse y el otro juvenil, cual les gustaría que publicará hasta el capitulo cinco ¿?
«Me lo dicen por comentarios»

Cuídense mucho lindas lectoraa.

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