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Capítulo Dieciséis

Kim Taehyung.
Sensaciones nuevas pt2.

La reunión se alarga más de la cuenta y, cuando regresamos al hotel, no estoy de humor.

Hay cosas que mi padre hizo que yo he de cambiar. Tras bajar de la limusina, pregunto con amabilidad:

—Señorita Lee, ¿le apetece cenar con Amanda y conmigo?

Espero que acepte. La llamo así para que Amanda no sepa lo que hay entre
nosotros, pero ella, sorprendiéndome, responde:

—Muchas gracias por la invitación, señor Kim, pero tengo otros planes.

¿Otros planes?

«¿Qué es eso de que tienes otros planes, y con quién?»

Ofendido por su desplante, asiento sin decir nada y ella se marcha. Luego quedo
con Amanda más tarde en el hall del hotel para ir a cenar.

Subo a mi suite y pienso en acercarme a la de YoungMin, pero al final no lo hago. No pienso implorarle que cene conmigo.

¡Que me implore ella a mí!

Si hay algo que me sobran son mujeres y, si ella no quiere acompañarme, lo hará
Amanda, que se muere por eso y por meterse posteriormente en mi cama. Sin embargo, la cena se me hace agónica.

Amanda me cansa y, por primera vez, en lo último que pienso es en llevarla a mi habitación. Así pues, una vez que terminamos de cenar, aprovechó que recibo un mensaje de mi madre pidiéndome que la llame y me quito de encima a Amanda indicándole que tengo que encontrarme con alguien.

Cuando ella se marcha algo contrariada, voy a la habitación de YoungMin. Llamo, espero, pero al ver que no abre usó una copia de la tarjeta que tengo en mi poder para poder entrar en la suite. Como era de suponer, no está, y maldigo.

Durante unos minutos aguardó allí, pero por último, malhumorado, salgo de la habitación y me dirijo a recepción. Desde allí la veré llegar.

Espero..., espero, espero y me desespero.

Finalmente llamó al chófer que tenemos contratado y decido dar una vuelta por Cheju en una limusina blanca.

Tras el paseo, cuando regreso al hotel, sin bajar de la limusina, llamó a la
habitación de Min, pero ella no lo coge. Llamó a su móvil y sigue sin responder.

Pero ¿dónde demonios está?

Estoy pensando en ello cuando un taxi se detiene frente a la puerta del hotel y la veo
bajar de él. Como siempre, está preciosa, con un vestido blanco corto y unas sandalias de tacón.

—¡Lee Youngmin! —la llamo.

Ella se para, se vuelve y, cuando nuestras miradas se encuentran, le hago saber
desde el interior de la limusina que no estoy muy contento.

Le pregunto dónde ha estado y me recuerda que le he dado a escoger entre cenar o no con Amanda y conmigo. Maldigo, tiene razón.

¿Acaso se lo tendría que haber ordenado?

Molesto, abro la puerta de la limusina y la invitó a entrar. Ella lo hace.

Le pido al chofer que arranque y Min y yo comenzamos a discutir. Como dice esa
canción que tanto le gusta, si yo digo blanco, ella dice negro, hasta que, tras saber que llevo horas esperándola, se relaja y dice:

—Taehyung..., lo siento.

Pero yo estoy ofuscado, enfadado, y replicó:

—No lo sientas. Procura comportarte como un adulto. No creo pedir tanto.

De nuevo cruzamos distintas opiniones. Discutir con ella es fácil, y comprendo que discutir conmigo también lo es, así que pregunto para zanjar la cuestión:

—¿Ahora llevas bragas o tanga?

Ella me mira. Creo que no ha sido buena idea preguntarle eso.

—Y ¿qué te debe de importar a ti lo que llevó? —réplica, y luego exclama mirándome—:
¡Por el amor de Dios, ¿estamos discutiendo y tú me preguntas si llevo bragas o tanga?!

Asiento. Intento sonreír para que relaje ese carácter que tiene, y parece que
mi sonrisa lo consigue.

Me entero de que ha estado cenando con una amiga suya llamada Minsun y mi
expresión se suaviza. Nos miramos. Nos deseamos y, ahora, consciente de que no se va a tomar a mal lo que digo, murmuró:

—Dame tus bragas.

YoungMin sigue algo recelosa, pero al final se las quita y me las da. Me las meto en el bolsillo del pantalón y, mirándole los pechos, murmuró:

—Veo que no llevas sujetador.

Sonríe. La hago sentarse frente a mí en la limusina y, acariciándole los muslos con
deseo, susurro:

—Me encanta tu suavidad.

Satisfecho de verla predispuesta, le subo el vestido hasta que divisó su tentador y
depilado monte de Venus y le separó las piernas.

Las vistas son excepcionales y, echándome hacia atrás en el asiento, le pido con cierto tono morboso:

—Mantenlas abiertas para mí.

YoungMin se acalora.

Le excita saber que miro eso que tanto deseo y, cuando el coche se detiene, sé que
hemos llegado al Chaining, un lugar en el que yo ya he estado y al que le he pedido al
chófer que nos llevará.

Una vez que bajamos de la limusina, veo que ella se estira el vestido. Se siente
insegura al ir sin bragas, pero no digo nada.

Entramos en el local y, tras apoyar la mano en su redondo trasero, la animo a que continúe caminando hasta la barra.

En cuanto llegamos a ella, digo, mirando a la gente que está a nuestro alrededor:

—Tu mal comportamiento de esta noche conlleva un castigo. Y así otra braga de ti para mi colección.

Sorprendida, ella cuchichea:

—Señor Kim, me gustas mucho, pero como se te ocurra tocarme un pelo de una forma que yo considere ofensiva, te aseguro que lo pagarás.

Sonrío al oír eso. Ella no sabe de qué castigo hablo, y aclaró:

—Pequeña, mis castigos no tienen nada que ver con lo que estás suponiendo. Recuérdalo.

El camarero nos sirve unas copas. Bebemos sedientos y, cuando nos las acabamos,
digo:

—Sígueme.

Cruzamos una puerta y entramos en otra sala del local. El Chaining es un club liberal de Cheju.

Pedimos otras copas en la barra y, a continuación, cojo un taburete e invito a Min a sentarse.

Ella lo hace, y la beso. Adoro su boca y, cuando me retiro, al ver que tiene las
piernas cruzadas, susurro:

—Abre las piernas para mí, Min.

Ella me mira sorprendida y, después, echa un vistazo a su alrededor. Sabe que no lleva bragas y, si hace lo que le pido, no sólo quedará expuesta ante mí. Sin embargo, consciente de mi juego, obedece y al final las separa como le pido.

Sin duda, puede ser una excelente jugadora.

Complacido, posó las manos en sus muslos, acerco mi boca a la suya y murmuró
sobre sus labios:

—Me encantas.

Según digo eso, siento cómo la piel de ella se eriza y, seguidamente, también la mía.

No sé si voy a poder cumplir con el castigo.

Encantado con lo que esta mujer me hace sentir, paseo las manos por la cara interna
de sus suaves muslos y, pegando mi boca a su oreja, susurro:

—Tranquila, pequeña. Estamos en un club de intercambio y aquí todo el mundo ha
venido a lo mismo.

De pronto siento que lo que le he dicho la paraliza.

Eso vuelve a ser algo del todo nuevo para ella y, cuando le giro el taburete, veo que
mira a su alrededor. Varios hombres en la barra nos observan desde que hemos entrado.

YoungMin es golosa, es una bonita y tentadora mujer y yo quiero protegerla, pero al mismo tiempo me excita pensar en ofrecerla.

—Todos están deseando meter la mano bajo tu corto vestido —le susurro al oído—. Sus gestos me demuestran que se mueren por chuparte los pezones, por desnudarte y, si yo los dejo, follarte hasta que te corras. ¿No ves sus caras? Están excitados y desean atrapar tu clítoris entre sus dientes para hacerte chillar de placer.

Mientras digo eso, me pongo duro como una piedra.

Imaginarme jugando, desnudando y ofreciendo a esta mujer a esos tipos me excita como nunca me ha excitado hacerlo con ninguna otra. Y de pronto soy consciente de que quiero controlar todo lo que concierne a YoungMin.

Me sorprendo a mí mismo protegiéndola como nunca lo he hecho con nadie y, al ver
cómo su pecho sube y baja agitado por mis palabras, prosigo excitado:

—Dijiste que querías que te contara todo lo que me gusta, pequeña, y lo que me gusta es esto. El morbo. Estamos en un club privado de sexo donde la gente folla y se deja llevar por sus apetencias. Aquí la gente se desinhibe por completo y sólo piensa en jugar y obtener placer.

YoungMin se mueve. Soy consciente de lo nerviosa que está. Va a rascarse el cuello,
pero se lo impido. Le sopló en él y susurro:

—En lugares como éste, la gente ofrece su cuerpo y su placer a cambio de nada. Hay parejas que hacen intercambio, otras que buscan un tercero para hacer un trío y otras que, simplemente, se unen a una orgía. En este club hay varios ambientes, y ahora estamos en la antesala del juego. Aquí uno decide si quiere jugar o no y, sobre todo, elige con quién hacerlo.

Ella asiente mientras escucha con atención lo que le digo. Luego quiere saber qué hay tras una de las puertas y yo se lo explico.

Entonces la oigo jadear y, conteniendo mis impulsos, susurro:

—Pequeña..., nunca haré nada que tú no apruebes antes. Pero quiero que sepas que
tu juego es mi juego. Tu placer es el mío, y tú yo somos los únicos dueños de nuestros
cuerpos.

—Qué poético —se mofa acalorada.

Bebo de mi copa. Estoy nervioso.

Cada vez que he ido a un club con alguna mujer, no he necesitado normas. Siempre
hemos sido libres de hacer lo que quisiéramos, pero con YoungMin siento que no es así. Con ella quiero aclarar al menos un par de puntos. Con ella no quiero equívocos, e indico:

—Escucha, Min. Entre nosotros, cuando estemos en lugares como éste o
acompañados de más gente entre cuatro paredes, habrá dos condiciones. La primera:
nuestros besos son sólo para nosotros. ¿Te parece bien?

—Sí.

—Y la segunda es el respeto. Si algo te incomoda o me incomoda a mí, debemos decirlo. Si no quieres que alguien te toque, te penetre o te chupe, debes decirlo, y yo rápidamente lo pararé, y viceversa, ¿de acuerdo?

Ella vuelve a asentir.

Veo el pavor y la curiosidad en sus ojos y, con la seguridad que me da ser quien maneja la situación, pasó la mano por su mojado sexo para excitarla aún más y murmuró:

—Estás empapada..., jugosa..., receptiva. ¿Te excita estar aquí?

—Sí...

Con descaro, pongo su mano sobre mi erección. Quiero que sepa lo duro que estoy por ella y, tras besarla con ardor, susurro:

—Voy a dar la vuelta al taburete para mostrarte a esos hombres. No cierres los muslos y no te bajes el vestido.

Excitado, la giró mientras un extraño sentimiento de propiedad crece en mi interior.

Con deleite, observó cómo esos hombres miran a la mujer que está a mi lado. Percibir a YoungMin como algo mío me pone a cien. Ni Lia ni ninguna otra me ha hecho sentir nunca lo que siento en estos momentos con ella.

Comienzo a acariciar sus muslos y los abro para enseñarles a esos tipos lo que es mío, sólo mío, y que sólo probará quien yo quiera. Mientras pienso eso, me extraño. ¿Desde cuándo tengo este sentimiento de propiedad?

Encendido, introduzco un dedo en su sexo frente a ellos y lo muevo adentro y afuera. YoungMin jadea, se agita, sus muslos se abren aún más y, al sentir cómo tiembla, le preguntó:

—¿Te gusta que te miren?

Ella asiente, e insisto:

—¿Te gustaría que uno o varios de esos tipos y yo nos metiéramos en un reservado contigo y te desnudáramos?

YoungMin jadea y aprieta mi dedo con sus músculos internos.

—Te abriría las piernas y te ofrecería a ellos —prosigo—. Te lamerían y te tocarían mientras yo te sujeto y...

Siento cómo su vagina se contrae por lo que digo y ella imagina. Eso me gusta. Me gusta verla tan receptiva e, incapaz de no hacerlo, la beso.

La beso mientras mi dedo sigue entrando y saliendo de ella y YoungMin disfruta sin importarle que los hombres la miren.

Complacido, me recreo. Meto dos dedos en su interior y los muevo mientras con el rabillo del ojo observo que a esos tipos los excita tanto como a mí. Min se vuelve loca y, cuando creo que voy a explotar si no paro, echando mano de mi fuerza interior, sacó los dedos del lugar donde quiero perderme y digo:

—Mi castigo por tu comportamiento de hoy será que no harás nada de lo que te he propuesto. Nadie te tocará. Yo no te follaré, y ahora mismo nos vamos a ir al hotel. Mañana, si te portas bien, quizá te levante el castigo.

Ella me mira acalorada.

No entiende lo que estoy haciendo, pero es que, por no entender, no me entiendo ni yo.

Sin hablar, le acomodo el vestido, le cierro las piernas, me limpio las manos con unas toallitas de hilo que hay sobre la barra y la invitó a bajarse del taburete.

Una vez que salimos del local, su mirada acusadora me mata, pero no me dejó intimidar.

En silencio, hacemos el camino de regreso al hotel y, cuando llegamos frente a su
habitación, la miro y siseo con frialdad:

—Buenas noches, Min. Que duermas bien.

Cuando entra, cierro la puerta y me apoyó en ella.

Mis fuerzas flaquean.

¡Joder...!

Quiero entrar.
Quiero desnudarla.
Quiero hacerla gritar de pasión.

Pero finalmente me doy la vuelta, regreso a mi habitación y, sacándome mi dura polla, me alivio como puedo o creo que reventaré. 

Necesito poseerla y hacerla completamente mía.

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