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Capítulo Cinco

Mala cita.
Kim Taehyung

Esa tarde, tras pasar por el hotel Daemyung Resort Vivaldi Park y hablar seriamente por teléfono con mi sobrino DaeHyun sobre su comportamiento, me doy una ducha. Tengo una cena con una interesante mujer en un sitio que me han mostrado Rosé, y quiero pasarlo bien.

A la hora indicada, Choi, el chófer, me recoge en el hotel en un BMW color granate y me lleva a casa de la señorita Lee, en un barrio obrero que nada tiene que ver con mi zona residencial de Seul.

Al llegar, el coche para en doble fila y yo bajo de él para acercarme a su puerta. Espero que no me la juegue y esté preparada.

Miro mi reloj: las nueve en punto. Me gusta la puntualidad.

Llamo al porte utomático y digo cuando oigo su voz:

—Señorita Lee,  la estoy esperando. Baje.

A continuación, me encamino de vuelta al BMW a esperar. Me noto impaciente y eso me sorprende, y cuando la veo aparecer vestida con un sencillo vestido rojo, me acerco a ella, le doy un casto beso en la mejilla e indico con galantería:

—Está usted muy guapa.

Ella no responde. Abro la puerta del coche y entra.

Una vez en su interior, me doy cuenta de que no está muy comunicativa, y yo no suelo ser un gran conversador con las mujeres. Mi trato con ellas es para lo que es y poco más. Al final, consigo que hable, aunque más que hablar parece que discutimos, hasta que poco a poco vuelve a ser la chica del ascensor que conocí, y dice:

—Por favor..., llámeme YoungMin. Dejemos los formalismos para el horario de oficina. Vale, usted es mi jefe y yo le debo un respeto por ello, pero me incomoda cenar con alguien que continuamente se dirige a mí por mi apellido.

Me hace gracia oír eso. En ocasiones, ceno con mujeres que no sé ni cómo se llaman porque de ellas sólo me interesa su cuerpo.

—Me parece perfecto —digo al fin—, siempre y cuando usted me llame Taehyung a mí.

Asiente. Me tiende la mano y, con una bonita sonrisa, indica:

—De acuerdo, Taehyung, encantada de conocerte.

—Lo mismo digo, YoungMin.

Ambos sonreímos.

Parece ser que hemos llegado a un entendimiento cuando el coche se detiene y, segundos después, choi nos abre la puerta. Con seguridad, me apeo del vehículo, le ofrezco la mano a YoungMin y ella baja.

Levanto la vista y leo Moroccio. Así se llama el restaurante.

Una vez en su interior, el maître, que me conoce del último día que estuve aquí con mis amigos, me saluda. Es amable conmigo, soy consciente de que mira a YoungMin con curiosidad, y, tras apartar una cortina, nos lleva hasta un lujoso reservado iluminado con velas, con un bonito sillón y una coqueta mesa redonda con dos sillas.

Cuando nos deja solos retiro una de las sillas con galantería y ella se sienta mientras soy consciente de cómo lo observa todo a su alrededor con curiosidad. Me comenta que ha pasado mil veces frente a ese restaurante pero que es la primera vez que entra, y eso me hace gracia. Creo que la voy a sorprender.

Con seguridad, toco entonces un botón verde que hay en un lateral de la mesa y de inmediato aparece un camarero con un excelente vino.

Una vez que nos sirve a los dos y se marcha, invito a YoungMin a probarlo, pero al ver su cara de circunstancias le pregunto y finalmente descubro que no le gusta el vino y que se muere por una Coca-Cola bien fría.

La miro boquiabierto.

¿Prefiere una Coca-Cola a un excelente vino? Sin duda, esta mujer no tiene paladar.

No obstante, dispuesto a ampliar sus gustos, la invito a probarlo. Ella finalmente accede y, mirándome, dice:

—Está rico. Mejor de lo que pensaba.

Asiento. Me alegra oír eso y, deseoso de agradarle, pregunto:

—¿Te pido la Coca-Cola?

Ella niega con la cabeza y entonces la cortina se abre de nuevo y aparecen dos camareros con varios platos.

Durante un buen rato disfrutamos del placer que nos ofrece la comida. Los cocineros del Moroccio son excepcionales, y la compañía de YoungMin es agradable, de cierta forma rara.

—¿Qué es eso? —pregunta ella de pronto.

Miro donde señala y, al ver una luz naranja encendida, indico:

—Algo que quizá te enseñe después del postre.

Ella sonríe, acepta lo que he dicho y continuamos cenando.

Al llegar a los postres, deseoso de estar junto a ella, me levanto, corro mi silla y me siento muy cerca. YoungMin me mira sorprendida y yo, cogiendo una cucharilla, parto un trozo de su tarta, la paso por el helado y exijo:

—Abre la boca.

Ella me mira asombrada y, tras ver lo que le enseño, hace lo que le pido y yo introduzco encantado la delicatessen en su preciosa boca. ¡Mmmm..., excitante! Una vez que traga el bocado, su expresión me hace saber que le gusta.

—¿Está rico? —pregunto. Ella asiente, y yo susurro deseoso—: ¿Puedo probar?

YoungMin vuelve a asentir. No obstante, yo quiero probarla a ella, no el plato, por lo que, acercando mi boca a la suya, chupo su labio superior, después el inferior y, tras un leve mordisquito, mi lengua entra en su sinuosa boca y disfruto de ella y de su ingenuidad.

YoungMin no se separa de mí y eso me motiva a seguir, por lo que pongo la mano sobre su rodilla y, lenta y
pausadamente, la voy subiendo hasta llegar a la cara interna de sus muslos.

Es suave. Muy suave. Mi viaje prosigue y llego hasta sus bragas. ¡Qué maravillosa sensación!

Siento el calor que desprende...
Siento su turbación...
Siento su deseo...

Pero he de ser prudente de momento y, separándome de ella, susurro:

—Te desnudaría aquí mismo.

Mis palabras la turban hasta el punto de que ahora es ella quien me besa, y la dejo. Le permito hacerlo, y hasta yo mismo me sorprendo.

¿Desde cuándo beso con tanto gusto?

Con delicia, su cálida lengua se mueve en mi boca y me hace saber lo caliente que está, lo caliente que la he puesto y, excitado, pregunto:

—¿Hasta dónde estás dispuesta a llegar?

Ella me mira, obviamente confundida, y responde:

—Hasta donde lleguemos.

Vaya... me gusta su contestación y, convencido de que ya la tengo donde yo quería, insisto:

—¿Seguro?

Acalorada, responde en un hilo de voz.

—Bueno, el sado no me va.

Divertido por sus palabras, que me hacen saber lo inocente que es en cuanto a sexo se refiere, paso las manos por debajo de sus piernas y, tirando de ella, la siento sobre las mías. La quiero a mi lado, muy cerquita, para lo que deseo enseñarle.

—¿Quieres saber qué significa esa luz naranja?

Ella asiente curiosa y yo, dispuesto a enseñarle un mundo de lujuria que intuyo que ella desconoce, pulso uno de los botones que hay en el lateral de la mesa e instantes después las cortinas que están bajo la luz naranja se recogen para mostrarnos un cristal oscuro que poco a poco se aclara hasta permitirnos ver a dos mujeres practicando sexo sobre una mesa.

Sin quitarle los ojos de encima a YoungMin, observo su gesto de sorpresa y, sin darle tiempo, pulso otro botón y los gemidos de las mujeres comienzan a resonar con fuerza en el reservado.

Durante unos segundos, ambos las contemplamos en silencio, hasta que ella pregunta:

—¿Por qué vemos algo así?

Entre risas, le respondo a la vez que le beso el cuello:

—Todos tenemos nuestra pequeña parte voyeur. El hecho de mirar algo supuestamente prohibido, morboso o excitante nos encanta, nos estimula y nos hace querer más.

La respiración de YoungMin se acelera y, sin darle tregua, aprieto otro botón y las cortinas del lado izquierdo se recogen. A continuación, el cristal se aclara y vemos a dos hombres y una mujer. Ella está tumbada sobre un diván, mientras uno de los hombres le mordisquea los pechos y el otro la penetra.

El corazón de YoungMin se acelera cada vez más. Su inocencia me excita, y la observo al tiempo que me parece oír el latido desbocado de su corazón.

Tutum... Tutum...

Hablamos en susurros.

Sus comentarios me hacen saber que ella tiene sus escarceos sexuales con otros hombres, y me divierto viendo cómo sus ojos y su boca delatan lo sorprendida, nerviosa y excitada que está. Con gran curiosidad, ella observa al trío y yo la observo a ella.

Su presencia, su inquietud y su rubor son lo más excitante que hay para mí en este momento, y de pronto, sorprendiéndome, me pide que nos marchemos.

¿Marcharnos? ¿Por qué? Sólo son las once de la noche.

Intento disuadirla, pero ella insiste, presiona, y al final decido hacerle caso. Si no quiere estar conmigo, ¿por qué voy a estar yo con ella?

Molesto, aprieto los botones y los cristales se oscurecen de nuevo, los gemidos desaparecen y las cortinas vuelven a su lugar inicial.

Esta mujer no está preparada para lo que yo necesito, y no tengo tiempo para enseñarle ni para tonterías; no hay más que hablar.

Antes de salir del Moroccio, hablo con el maître y le indico que guarde mi reservado porque voy a regresar. Una vez que salimos del restaurante, Choi nos espera, y en silencio acompañamos a la señorita Lee a su casa.

En el camino, sin importarme que ella siga a mi lado, llamo a un chica que en si no me acuerde su nombre por teléfono y le pregunto dónde está. Mi noche no acaba ahí. Si YoungMin no quiere sexo, ¡otra lo querrá!

Al llegar a destino, como soy un caballero, la acompaño hasta su puerta. Ella me mira. Sé que se está planteando si invitarme a pasar a su casa o no, pero eso no me interesa. Su aburrido tipo de sexo no es lo que deseo y, cuando llegamos frente a su puerta, deseoso de cumplir mis propios planes, digo:

—Ha sido una cena muy agradable, señorita Lee. Gracias por su compañía.

A continuación, la beso en la mano con frialdad y me voy. Tengo planes y sé que la mujer con la que he quedado me va a hacer gozar. ¡Seguro!

Una hora después, estoy disfrutando en el Moroccio con aquella chica mientras observo cómo una mujer le come los pechos al tiempo que yo la masturbo.


Disculpen si encuentran errores ortográficos, no me dio mucho tiempo de corregir, y perdonen que sea corto, la falta de reyeno me estrés TT.

Como dije en el anterior capítulo (Capítulo Cuatro) estoy algo ocupada, pero actualizaré seguido, dos por día, es una gran oferta :)

Cuidense mucho, esta enfermedad si que esta afectado mucho, ya sea en la salud como económicamente.

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Okno xb

I'm purple 💜 you
–Taesha-ah

Bye

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