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Capítulo 11

Hola! Espero me hayan extrañado. Lamento hacerlos esperar tanto.  Por el capítulo. Pero.... Ya tengo lista la historia. Ya soy más "profesional" yalogre planear toda la trama.  Ahora solo falta a escribir. Disfrute. 🫶🏼


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El koala parpadeó lentamente, todavía sumido en la bruma del sueño, mientras su visión se aclaraba. Los besos de Jimmy Crystal, cálidos y cargados de intención, despertaron en Moon una mezcla de confusión y alarma. Intentó mantenerse relajado, su mente trabajando a toda velocidad para procesar la situación. Pero trataba de quedarse quieto para no saltar y que algún colmillo se le clavara en el cuello. 

— ¿Jimmy...? —murmuró Moon, su voz rasposa por el sueño, pero con un ligero tono de incredulidad.

Jimmy, atrapado en el momento, continuó, movido por una pasión que él mismo no comprendía del todo. Sin embargo, al escuchar el nombre salir de los labios de Moon, algo pareció romperse en su interior. Su respiración se detuvo por un instante, y la realidad comenzó a asentarse en su mente como un cubo de agua helada.

Se detuvo bruscamente, separándose del pequeño koala y quedándose inmóvil, su mirada fija en Moon con una mezcla de culpa y autodesprecio. 

—¿Qué... qué estoy haciendo? —murmuró Jimmy en un susurro, más para sí mismo que para Moon. Se llevó las manos al rostro, tratando de ocultar su vergüenza. Luego, como si algo en su interior hubiera hecho clic, se levantó de la cama de un salto, alejándose con rapidez.

—Lo siento, Moon... Esto... Esto no debió pasar.—dijo, su voz agitada. Caminó hasta el rincón de la habitación, recogiendo el saco azul que se había quitado con manos temblorosas.

Moon, todavía desconcertado, se sentó en la cama, acomodándose las orejas y observando a Jimmy con cuidado. —¿Qué sucede, Jimmy?.—preguntó con suavidad, intentando no agitar más al lobo. Sabía que era inestable. Pero tampoco lo conocía a fondo y podría ayudar a saber más de el. 

Jimmy evitó su mirada, ajustándose torpemente la camisa mientras hablaba. —No sé en qué estaba pensando. Esto fue un error, ¿de acuerdo? No puedo... no puedo hacer esto. Meterse con un empleado. —soltó, casi en un balbuceo.

El silencio que siguió fue pesado, cargado de emociones que ninguno de los dos sabía cómo manejar. Moon bajó la mirada, tratando de encontrar las palabras adecuadas para calmar al lobo sin hacerle sentir peor.

—Jimmy... Todos cometemos errores, pero lo importante es que te has dado cuenta. No tienes que huir —dijo finalmente, su voz calmada pero firme. Tratando de ser como una especie de psicólogo. Pero si la situación fuera otra, y no dependía del lobo que estaba pagando todo un espectáculo. Estaría ahora con la policía poniendo mil cargos posibles.

Jimmy lo miró por un momento, sus ojos brillando con una mezcla de confusión y arrepentimiento. —Lo siento, Moon... De verdad lo siento. No volverá a pasar.

Con esas palabras, se dirigió apresuradamente hacia la puerta, dejando atrás el cuarto y un aire de incomodidad que tardaría en disiparse. Moon suspiró, pasándose una mano por la frente, tratando de digerir lo ocurrido.

A solas, ambos tendrían que enfrentarse a las emociones que ese encuentro había despertado, cada uno a su manera. Las horas habían transcurrido como un torrente imparable. Moon caminaba de un lado al otro del escenario, sus pequeñas manos dando instrucciones precisas a todos los que trabajaban en el espectáculo. Los técnicos ajustaban luces, el sonido reverberaba en los altavoces, y sus amigos ensayaban con energía en cada rincón del escenario.

Porsha, con su voz poderosa y su espíritu libre, volaba suspendida en un arnés en lo alto del teatro, cantando una nota que parecía llenar cada rincón del estudio. Su interpretación era impecable, pero Moon apenas prestaba atención.

Su mente estaba dividida, un torbellino de pensamientos, y sus ojos, casi involuntariamente, se desviaban hacia un punto específico del estudio. Allí, en un rincón apartado, estaba Jimmy Crystal.

El lobo no estaba mirando el ensayo ni mostrando interés en la escena que se desarrollaba frente a él. Su mirada estaba fija, intensa y cargada de algo indescifrable, sobre Moon.

El koala sintió el peso de esa mirada antes de siquiera voltear, como si la intensidad de Jimmy lo hubiera tocado primero. Cuando sus ojos finalmente se encontraron, el tiempo pareció detenerse. Moon, con su profesionalidad habitual, levantó una mano en un gesto casual de saludo, intentando mantener la calma y la cordialidad.

Jimmy, sin embargo, reaccionó de manera abrupta. Al notar que había sido descubierto, apartó la mirada rápidamente y se dio la vuelta, su postura rígida y tensa, como si intentara huir de lo que acababa de suceder.

Moon permaneció inmóvil por un instante, con su mano todavía alzada en el aire, un atisbo de desconcierto pasando por su rostro. Pero no dejó que el momento lo distrajera por mucho tiempo. Bajó la mano lentamente y volvió a centrarse en sus tareas, aunque en el fondo, una pequeña parte de su mente seguía preguntándose qué estaba pasando por la cabeza de Jimmy Crystal.

Mientras tanto, Jimmy, de espaldas al escenario, cerró los ojos por un momento, exhalando un suspiro pesado. No podía negar la tormenta de emociones que lo atravesaba, pero tampoco sabía cómo enfrentarlas.

El ensayo continuó, el espectáculo avanzaba, pero entre los acordes de la música y las voces de los artistas, una tensión invisible parecía haberse colado en el aire, un puente frágil que conectaba al koala y al lobo desde la distancia. Porsha aterrizó suavemente, deslizándose fuera del arnés con la misma energía despreocupada que siempre la caracterizaba. Se acercó a Moon, sacudiéndose las manos como si eso ayudara a eliminar el cansancio, aunque realmente no parecía tenerlo.

—¡Moon! —dijo animada—. Estaba pensando... ¿y si en mi escena hacemos que salgan fuegos artificiales mientras canto? ¡O mejor! Que los planetas giren más rápido, como si fuera un tornado espacial. ¡Sería épico!

Moon, que estaba revisando unas notas en su libreta, levantó la vista con una sonrisa amable pero cansada. —No, Porsha. Los planetas tienen que girar lentamente, para que todo el público pueda apreciar la escena. Y los fuegos artificiales... bueno, ya tenemos luces sincronizadas con tu canción. Eso es suficiente.

Porsha hizo un puchero exagerado por un momento, pero luego simplemente encogió los hombros. —Está bien, jefe. Tú sabes lo que haces.

De repente, su rostro se iluminó con una expresión traviesa. —¡Ah, pero eso no es todo lo que tengo que decirte! —Se inclinó hacia él como si estuviera compartiendo el secreto más grande del mundo—. Mientras estaba en el aire, vi algo. Bueno, alguien.

Moon arqueó una ceja, curioso pero también un poco preocupado por lo que pudiera salir de la boca de Porsha. —¿Qué viste?

—¡A Jhonny y Ryan! —susurró, aunque claramente quería que todos la escucharan—. Estaban detrás de uno de los planetas. Y déjame decirte... ¡muy cariñosos! —Le lanzó una mirada cómplice, dejando claro lo que implicaba "cariñosos".

Moon no pudo evitar soltar una risa breve y nerviosa, intentando no imaginar demasiado. —Porsha, ellos... bueno, tienen derecho a su privacidad, ¿sabes?

Pero Porsha ya estaba soltando carcajadas, sin preocuparse por la discreción. Y justo en ese momento, Jhonny pasó caminando por el escenario, con Ryan no muy lejos. Porsha, sin contenerse ni un poco, alzó los brazos en el aire y gritó a todo pulmón:

—¡VIVAN LOS GAYS!

El eco de su voz resonó en el teatro, y todos los presentes se detuvieron por un momento, mirándose entre sí. Jhonny, rojo como un tomate, intentó fingir que no había oído nada mientras Ryan contenía una sonrisa divertida.

Moon se llevó una mano a la frente, suspirando profundamente pero sin poder ocultar del todo la risa que pugnaba por salir. —Porsha, por favor...

—¡Es la verdad! —replicó ella, con una sonrisa traviesa y orgullosa. —¿No podemos celebrar el amor, Moon?

El koala negó con la cabeza, pero su sonrisa finalmente se dejó ver. —Sigamos ensayando, Porsha. ¿Te parece?

Y ella, con la misma energía de siempre, asintió y volvió a su puesto, aunque todavía se reía para sí misma mientras tarareaba la melodía de su canción.Moon estaba revisando unos apuntes junto a las luces del escenario cuando sintió una presencia a su lado. Antes de que pudiera reaccionar, una voz grave lo sorprendió.

—Es muy molesta, ¿no crees? Siempre está viendo esas series de chicos enamorados —murmuró Jimmy Crystal, su tono seco pero con una pizca de fastidio.

El koala dio un pequeño salto, casi dejando caer su libreta. Se giró rápidamente, encontrándose con el imponente lobo a su lado. —¡Jimmy! Por favor, no te acerques así. Casi me da un infarto.

Jimmy esbozó una sonrisa que era más un destello fugaz de satisfacción antes de volver a su habitual expresión seria. —No puedo evitarlo. Ella siempre está gritando cosas fuera de lugar. Me pregunto de dónde saca tanta energía.

Moon trató de disimular su incomodidad ajustándose el chaleco. —Bueno, Porsha tiene un... estilo único, digamos. Pero no creo que haya hecho daño.

Jimmy bufó suavemente, cruzándose de brazos. —A veces pienso que se la pasa viendo esas series románticas solo para encontrar cosas que gritar. ¿No te parece raro que siempre esté tan... entusiasmada con esas historias?

Moon soltó una pequeña risa, relajándose un poco. —Tal vez, pero eso es parte de su encanto. Además, creo que es su manera de celebrar a quienes tienen el valor de ser ellos mismos.

El lobo se quedó en silencio por un momento, mirando fijamente al koala con una expresión que parecía debatirse entre el escepticismo y algo más profundo. Finalmente, asintió con un ligero encogimiento de hombros. —Supongo que tienes razón... como siempre.

Moon alzó una ceja, divertido. —¿Eso fue un cumplido, Jimmy?

Jimmy lo miró por un instante, su mandíbula tensa, antes de girarse para irse. —No te acostumbres —dijo por encima del hombro, aunque el tono de su voz era menos frío de lo habitual.

Moon lo observó marcharse, dejando escapar un suspiro mientras volvía a sus notas, aunque una pequeña sonrisa se dibujaba en sus labios.

Jimmy se detuvo a medio camino, girándose nuevamente hacia Moon con una mirada seria, casi intimidante.

—Moon, quiero hablar contigo. En privado. En tu oficina, cuando tengas un momento —dijo, su tono bajo pero firme, dejando claro que no era una petición casual.

Moon parpadeó, algo desconcertado por la repentina solicitud. —¿Eh? Pero yo no tengo oficina.

Jimmy negó con la cabeza, cruzándose de brazos. —No. Bueno, ven a la mía entonces pero pronto. Tú dime cuándo puedes.

Antes de que Moon pudiera responder, un grito desde el aire interrumpió el momento.

—¡Oh, oh, escuchen esto! —gritó Porsha, todavía suspendida en el arnés mientras giraba en el aire con total despreocupación—. ¡Acabo de pensar en algo increíble! ¿Qué tal si hacemos un musical de koalas y lobos que se enamoran? ¡Sería tan lindo! ¡Y el lobo podría cantar una balada superdramática!

Moon suspiró, llevándose una mano a la frente, mientras Jimmy apretaba los labios en un gesto de exasperación evidente.

—¡Dios santo! —murmuró Jimmy, casi para sí mismo, antes de girarse finalmente y marcharse del escenario.

Moon se quedó inmóvil, la duda revoloteando en su mente. ¿Qué querría hablar Jimmy con él en privado? Su semblante se llenó de preocupación mientras intentaba concentrarse de nuevo en las notas de su libreta.

De repente, una voz a su espalda lo hizo saltar por segunda vez en el día.

—¡Moon!

—¡AH! —gritó el koala, dando un pequeño brinco y casi tirando su libreta nuevamente. Al girarse, vio a Rosita mirándolo con una expresión mezcla de disculpa y preocupación.

—Perdón, no quise asustarte —dijo Rosita rápidamente, aunque no pudo evitar reír un poco por la reacción exagerada de su amigo. —Solo quería decirte que ya ajustamos las luces del tercer acto, como pediste.

Moon exhaló profundamente, llevándose una mano al pecho. —Gracias, Rosita. Pero por favor, hoy todos parecen haberse puesto de acuerdo para asustarme.

Rosita sonrió con complicidad, inclinándose ligeramente hacia él. —Bueno, ¿qué te tiene tan distraído? Pareces perdido en tus pensamientos.¿Es la fiebre verdad?. Vuelve a la cama.

Moon negó con la cabeza, intentando quitarle importancia. —No. No es…nada. Solo... muchas cosas que manejar al mismo tiempo.

Rosita alzó una ceja, claramente no convencida, pero decidió no presionar. —Si necesitas ayuda, solo dilo.

Con una sonrisa amable, Moon asintió. —Lo tendré en cuenta, Rosita. Gracias.

Mientras ella se alejaba, Moon no pudo evitar echar una última mirada hacia donde Jimmy había desaparecido. La duda seguía pesando en su mente, aunque sabía que eventualmente tendría que enfrentarse a lo que el lobo quería decirle. Moon dejó escapar un profundo suspiro, tratando de calmar la marea de pensamientos que lo invadía. Mientras ajustaba sus notas, algo llamó su atención con el rabillo del ojo.

Jhonny estaba en una esquina del escenario, conversando animadamente con Ryan. Aunque no podía escuchar lo que decían, era evidente que ambos estaban disfrutando de la charla. Se reían a carcajadas mientras Jhonny señalaba hacia el gran planeta que representaba a Saturno, suspendido en el aire como parte del decorado.

Moon no pudo evitar esbozar una leve sonrisa al verlos tan relajados, pero ese momento fue rápidamente interrumpido por un rugido grave y autoritario que resonó en todo el teatro.

—¡Ustedes dos! —gritó Jimmy Crystal, apareciendo desde las sombras con su típica postura imponente—. ¡Ni se les ocurra ir a Saturno!

El lobo apuntó con una garra hacia el planeta, su mirada fulminante dejando claro que no estaba dispuesto a tolerar ninguna travesura. Jhonny y Ryan, visiblemente alarmados, se miraron por un instante antes de salir corriendo en dirección opuesta, intentando disimular entre risas nerviosas.

Moon apenas pudo contener la risa al verlos desaparecer detrás de las cortinas, mientras Jimmy bufaba y murmuraba algo para sí mismo antes de girarse y marcharse.

El koala negó con la cabeza, volviendo a sus apuntes, aunque no pudo evitar preguntarse si algún día todo este caos dejaría de parecerle tan... peculiarmente entrañable.

El ensayo había terminado, y poco a poco todos comenzaban a guardar los equipos y decorados. Los técnicos recogían las luces, los actores organizaban sus guiones y vestuarios, y el teatro iba quedando cada vez más silencioso.

Cerca del escenario, Rosita, Jhonny, Meena y Ash esperaban a Moon, charlando animadamente sobre qué restaurante elegir para cenar. Al verlo acercarse, Rosita fue la primera en hablar.

—¡Ahí estás, Moon! ¿Vienes con nosotros? Estamos pensando en ir al lugar de siempre.

Moon esbozó una sonrisa, pero esta vez no era tan animada como de costumbre. —No puedo, chicos. Ustedes adelántense. Tengo algo pendiente que resolver primero.

Jhonny arqueó una ceja, notando cierta seriedad en la voz de su amigo. —¿Estás seguro? Podríamos esperarte.

—No, no, de verdad. Vayan ustedes. Prometo que los alcanzo más tarde —insistió Moon, agitando una mano para tranquilizarlos.

Aunque parecía un poco dudosa, Rosita finalmente asintió. —Está bien, pero no te tardes demasiado, ¿eh?

—Te guardaremos un lugar —añadió Ash con una sonrisa.

Con un último intercambio de despedidas, sus amigos se marcharon, dejándolo solo en el ahora casi vacío teatro.

Moon respiró hondo, ajustándose el chaleco mientras se dirigía hacia el pasillo que llevaba al ascensor. Cada paso resonaba en el silencio, y su mente no dejaba de preguntarse qué quería Jimmy decirle con tanta urgencia.

Al llegar al ascensor, presionó el botón y esperó en silencio. El sonido de las puertas abriéndose lo sacó de sus pensamientos, y se metió en la cabina, observando cómo las puertas se cerraban frente a él.

El viaje hacia la oficina de Jimmy Crystal se sintió eterno, aunque apenas duró unos segundos. Moon ajustó nuevamente su chaleco, intentando calmar el leve nerviosismo que sentía. Esto será rápido, pensó para sí mismo, aunque no estaba tan seguro.

Moon llegó al final del pasillo y se detuvo frente a las puertas de la oficina de Jimmy Crystal. Allí estaba Jerry, el asistente del lobo, tecleando frenéticamente en su computadora, con la mirada fija en la pantalla como si el mundo dependiera de lo que estuviera haciendo.

Al notar la presencia de Moon, Jerry levantó la vista por un momento y sonrió con su habitual eficiencia. —Oh, señor Moon, qué puntual. Le avisaré al señor Crystal que ha llegado.

Sin esperar respuesta, Jerry presionó un pequeño botón en su escritorio. Con un suave zumbido, las puertas automáticas de la oficina se deslizaron hacia los lados, dejando al descubierto la imponente estancia de Jimmy Crystal.

Moon avanzó, un poco nervioso, y de inmediato se encontró con un espectáculo caótico pero típicamente Crystal. Dos guardias enormes estaban de pie junto a Jimmy, ambos con gafas oscuras y una postura intimidante. Mientras tanto, Porsha saltaba y gritaba de alegría, agitando un fajo de billetes en las manos.

—¡Gracias, papá! ¡Con esto puedo comprarme TODO lo que quiera! ¡Eres el mejor! —exclamaba con entusiasmo, girando sobre sí misma como si ya estuviera en medio de una tienda de ropa.

Jimmy, sentado detrás de su enorme escritorio, observaba la escena con una mezcla de resignación y paciencia. Al notar la entrada de Moon, levantó una mano para detener a Porsha por un momento.

—Porsha, querida —dijo con voz firme pero suave—, ve con los guardias. Ellos te acompañarán y se asegurarán de que estés bien mientras compras.

Porsha se detuvo a medio salto y miró a su padre con una sonrisa aún más grande. —¡¿De verdad?! ¿Ellos me van a acompañar? ¡Esto será increíble!

Jimmy asintió con un leve gesto hacia los guardias. —Asegúrense de que mi hija esté bien y de que pueda comprar lo que quiera sin inconvenientes.

Los dos guardias intercambiaron miradas rápidas antes de asentir al unísono. —Sí, señor.

Porsha salió casi dando saltos de felicidad, seguida de los guardias que caminaban con pasos firmes detrás de ella. Mientras desaparecían por la puerta, Moon no pudo evitar sonreír ligeramente ante la energía desbordante de la joven Crystal.

Cuando la puerta se cerró, la oficina quedó en un silencio tenso, solo roto por el suave zumbido del aire acondicionado. Jimmy señaló una silla frente a su escritorio.

—Siéntate, Moon. Tenemos que hablar.

Moon caminó con paso medido hasta el imponente escritorio de Jimmy Crystal, sintiendo que cada metro de distancia era un reto en sí mismo. Al llegar, se detuvo frente a la silla que Jimmy le había señalado, solo para darse cuenta de que era demasiado grande para él. Con un suspiro resignado, trepó cuidadosamente y terminó de pie sobre la silla, intentando al menos alcanzar la altura de la conversación.

Jimmy lo observaba desde detrás del enorme escritorio, y por primera vez, Moon notó algo inusual en el rostro del lobo: una mezcla de incomodidad y vergüenza. El habitual aire de autoridad de Crystal parecía haberse diluido, y su mandíbula se tensaba mientras buscaba las palabras adecuadas.

—Moon... —comenzó, con la voz grave pero algo temblorosa—. Lo que pasó en el cuarto... no debe salir de aquí.

El koala lo miró, ladeando ligeramente la cabeza. —¿El cuarto? ¿Te refieres a... anoche?

Jimmy asintió, desviando la mirada hacia un lado por un momento, como si no pudiera enfrentarse directamente a Moon. —Sí. Mira, no sé qué me pasó. No suelo... no suelo ser así. Pero hay algo que tienes que entender.

Moon inclinó ligeramente la cabeza, intentando seguirle el hilo. —¿Entender qué, exactamente?

El lobo tomó aire, visiblemente incómodo. —Soy alguien reprimido. Siempre lo he sido. Desde que era joven. He aprendido a controlar... ciertas cosas. Pero contigo... no pude parar. Fue como si algo en mí se desbordara.

Moon se quedó en silencio por un momento, tratando de procesar lo que Jimmy le estaba diciendo. Las palabras del lobo tenían peso, pero su significado parecía entrelazarse con algo más profundo, algo que Moon no estaba seguro de comprender del todo.

—Jimmy, entiendo lo difícil que puede ser... mantener ciertas cosas dentro —dijo finalmente, con cuidado en sus palabras—. No voy a decirle a nadie. Esto se queda entre nosotros.

Jimmy lo miró, visiblemente aliviado pero aún con cierta tensión en su expresión. —Gracias. No quiero que mi reputación... bueno, ya sabes cómo es esto.

Moon asintió lentamente, aunque todavía intentaba asimilar todo lo que acababa de escuchar. Aunque no entendía completamente el conflicto interno del lobo, podía sentir que lo que Jimmy compartía con él era algo real, algo que llevaba cargando por mucho tiempo.

La tensión en la habitación se mantenía, pero el ambiente parecía haber cambiado ligeramente, como si un pequeño puente de entendimiento comenzara a formarse entre ellos.

Moon se cruzó de brazos, mirándolo con curiosidad. Tras unos segundos de silencio, decidió hablar, inclinándose ligeramente hacia el lobo.

—¿Cuánto tiempo llevas sin... ya sabes, alguien en tu vida? —preguntó con cautela, midiendo sus palabras.

Jimmy alzó una ceja, claramente sorprendido por la pregunta. Desvió la mirada hacia un lado, pensando, antes de responder con tono seco.

—Al menos diez años —admitió finalmente—. Este negocio... el espectáculo, manejar todo esto... no deja tiempo para nada más.

Moon lo observó en silencio por un momento, asimilando la respuesta. —Diez años es mucho tiempo.

—Y tú, ¿qué? —preguntó Jimmy de repente, su tono más inquisitivo—. ¿Cuánto llevas?

El koala se encogió de hombros, su tono más relajado. —Aproximadamente unos siete meses. Nada demasiado serio, pero al menos no ha sido una década.

Jimmy lo miró con una expresión completamente neutral, una especie de cara de póker que no dejaba ver si estaba impresionado, envidioso o simplemente indiferente.

Moon lo miró con una leve sonrisa, pero pronto se dio cuenta de que su posición seguía siendo incómoda. Sin pensarlo mucho, subió al escritorio con un ágil salto, colocando sus pies sobre la superficie pulida y mirándolo directamente a los ojos desde su nueva altura.

—Mira, Jimmy —dijo con un tono ligero pero directo—, si estás tan desesperado y esas ansias aún te están comiendo por dentro... podría ayudarte.

Jimmy lo miró, sorprendido por el cambio de tono y el atrevimiento del koala, pero no dijo nada. Simplemente mantuvo su mirada fija en Moon, como si intentara descifrar si estaba bromeando o hablando en serio.

—No estoy diciendo que sea algo permanente —añadió Moon, encogiéndose de hombros—. Pero si necesitas... aliviar un poco esa carga, aquí estoy.

El lobo permaneció en silencio, sus ojos entrecerrados, evaluando al pequeño koala que ahora estaba parado en su escritorio con una mezcla de seguridad y descaro. El aire en la habitación se volvió más denso, lleno de una tensión que ninguno de los dos parecía querer romper todavía. Crystal estaba por cumplir un deseo, que solo la idea ya lo había emocionado la sola idea comenzaba a excitarle. 

Mientras Moon observaba a Jimmy, con la tensión palpable en el aire, sus pensamientos comenzaban a divagar. En un rincón de su mente, una inquietud creció lentamente, como una sombra que no podía evitar que lo distrajera. ¿Qué está haciendo aquí? Pensó, preguntándose si todo esto podría ser una reacción a su propia decepción. Después de todo, su reciente ruptura con su ex novio había dejado cicatrices profundas, y había estado rodeado de un vacío emocional que no sabía cómo llenar.

Tal vez solo estoy buscando consuelo, o quizás solo lo acepté por despecho, reflexionó mientras observaba a Jimmy. Después de todo, su ex había sido infiel durante toda su relación, y la verdad sobre su traición lo había desgarrado por completo. La herida aún estaba fresca, y Moon no podía evitar preguntarse si estaba buscando una distracción más que una verdadera conexión.

En ese instante, Moon levantó la vista hacia Jimmy, quien seguía con su mirada fija, esperando algo. Moon forzó una sonrisa que no era del todo genuina, mientras intentaba ordenar sus pensamientos. ¿Acaso esto es solo un intento de venganza contra lo que hizo mi ex? ¿Un juego de poder para demostrarme que no soy débil, que no me importa lo que sucedió?

El koala sintió el peso de esas preguntas, pero no estaba seguro de qué pensar. Por un momento, la oferta que había hecho a Jimmy no se sentía como algo espontáneo o incluso real, sino como un acto casi impulsivo, algo nacido del dolor y la frustración de haber sido engañado. ¿Es esto lo que realmente quiero? Se preguntó en silencio, aunque las palabras ya estaban en el aire y el destino parecía haberse sellado.








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