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06 ━━━ Promises to keep.

CAPÍTULO SEIS
promesas que mantener

Frecuentemente decimos «no» y entonces la vida, solo con afán de joder, nos dice «sí». Ya ven que la vida a veces es un asco y actúa con malicia y solo para burlarse de nosotros y de nuestras absurdas decisiones. Tal parecía que el universo estaba en contra de mí, o quizás solo estaba empeñado en hacerme perder los nervios. 




Q U E E N S
Queens Zoo
11:23 a.m.

—... El Zoológico de Queens fue fundado en 1968. Fue cerrado en 1988 y reabierto en 1992 después de un período de cuatro años de una renovación a un costo de dieciséis millones de dólares, que incluyó un rediseño y una reconceptualización del lugar —explicó la profesora Jordan mientras nos dirigíamos hacia el área de los osos—. El zoológico cuenta con setenta y cinco especies y es parte de un sistema integrado de cuatro zoológicos y un acuario gestionado por la Sociedad de Conservación de Vida Silvestre, en colaboración con la Ciudad de Nueva York.

Un chico de cabello negro con puntas verdes miró con el entrecejo fruncido a la profesora.

—¿Quién paga dieciséis millones de dólares para mantener animales en cautiverio y darles mal cuidado?

—Hale Enterprises lo hizo —contestó la profesora sin dejar de caminar.

—Mi abuelo es un fanático de los zoológicos —intervino Logan Hale, justo cuando la conversación giró el foco hacia su descendencia—. Lo visita regularmente, se asegura que los animales estén bien y que los trabajadores reciban un trato justo.

Puse los ojos en blanco.

—Así que tú eres la razón por la que estemos aquí hoy.

—Rogers, hazme el favor y deja de refunfuñar —me instó la profesora, girando el torso completamente hacia mí—. Y guarda ese celular ahora mismo.

Lauren Wells, que estaba más adelante de la profesora, también se volvió a mirarme. Llevaba lentes de sol oscuros, pero estaba segura de que me estaba fulminando con la mirada nada más de ver la fuerza con la que apretaba el mango de la sombrilla fluorescente con la que se cubría del sol.

—Sí, Rogers, ¿crees que por tener padres superhéroes puedes hacer lo que te venga en gana?

Si cruzaba la estancia y le atestaba un empujón que la mandara a volar hacia el área de los osos, ¿los animales se la comerían o solo huirían asustados al percibir la presencia maligna que emanaba de Lauren?

Nada de problemas en este viaje de campo, Vera, lo prometiste. Me limité a ponerle mala cara y meter el celular en el bolsillo de la falda, prestándole atención a la profesora de Jordan cuando comenzó a hablar de los osos al llegar a la orilla del barandal. Ni siquiera estaba haciendo demasiado sol, el clima de abril es templado y no frío como en marzo, pero aún así no amerita cubrirse de los rayos como lo hacía Lauren. Solo estaba exagerando.

Marzo llegó a su fin hace unos días, llevándose con él lo acaecido en mi visión y todo lo que eso acarreó en las Nuevas Instalaciones de los Vengadores en el norte. Todo estaba inusualmente tranquilo, para todo el mundo, lo cual era sospechoso. O quizás yo solo era paranoica, pero no me confiaba. El pico de fatalidades descendió desde la madrugada de la aparición de Harper Volkova y el nacimiento apresurado de Edward Steven Stark. Nadie había estado haciendo nada, se los juro, todo estaba... normal. Después de eso, todo el mundo volvió a concentrarse en sus asuntos y realmente no sucedió nada más. Sabía que Victoria y Steve estaban enfocados en buscar a Crossbones, y que eso les drenaba la mayor parte del tiempo, así como también sabía que los Stark tenían sus propios asuntos con eso de que Harper había decidido quedarse por aquí y con el bebé y todo eso del tío maníaco de Bevs —asunto que no terminaba de entender, pero suponía que ellos lo tenían bajo control.

Ningún incidente relacionado con alguna visión volvió a repetirse, y quizás debería sentirme aliviada de no tener que pasar por eso de nuevo, pero en realmente me sentía vacía. Me daba la sensación de que faltaba algo.

Seguí atendiendo a la escuela con regularidad, no volví a ver a Peter Parker y, por un breve instante, todo estuvo bien. Pero por algún motivo que me costaba alcanzar, todo lo que podía hacer era pensar en qué pasaría cuándo ya no estuviera así. No era un, ¿y si...?, porque algo me decía que de verdad sólo se trataba de una cuestión de tiempo. Pero, de nuevo, tal vez solo se trataba de mi paranoia. Tal vez ya me estaba volviendo loca, cosa que era totalmente plausible.

—No es que me importe en absoluto —alargó Lauren, parándose a mi lado. Ambas estábamos en la baranda de área de los osos; ella bajó su innecesaria sombrilla, se sacó los lentes de sol y me miró con los ojos azules curiosos, a lo que yo le devolví la mirada confusa—, ¿pero estás bien, estorbo? Estás más pálida que de costumbre, no me dices nada hiriente y estoy segura de que desaprobaste historia, y esa es la única materia que has aprobado desde... siempre.

Vaya, ¿acaso la diferencia era tan notable que hasta la mismísima Lauren se había dado cuenta? De nuevo sucedía lo mismo: yo no comprendía qué pasaba conmigo o el motivo por el que me sentía de esa manera tan extraña.

Bajé la vista hacia mis manos.

—No estoy de humor, Lauren —musité en voz baja.

—¿Seguiste yendo con el doctor Lifton? —ignoró mi respuesta por completo—. Eres un dolor en el trasero, Clare, pero te ves terrible. ¿No crees que deberías buscar ayuda?

Alcé los ojos para encontrarme con los suyos. Tenía el pelo rubio perfectamente acomodado y su rostro, por primera vez, no mostraba ninguna señal de suficiencia. Eso era raro.

—Estoy bien —mascullé, levemente irritada—. Además, ¿por qué te importa siquiera? Mejor para ti si me ahogo con mi propia saliva y muero.

—Muy buena pregunta —susurró ella, pero me pareció que se lo decía más a sí misma que a mí. Fruncí el ceño, ¿de qué demonios iba todo esto? Abrí la boca para decir algo más, pero me interrumpieron.

—¿Cómo estás, mon chérie? —Logan Hale me tomó ambas manos y las apretó delicadamente con las suyas. Más rápido de lo que pude advertir, las soltó, mi mano izquierda la posicionó contra el lugar de su pecho donde latía su corazón y con la otra me tomó de la cintura, juntando nuestras frentes y mirándome fijamente a los ojos—. Mi vida, digo, Lauren, tiene razón. Te veo decaída desde hace tiempo, ¿está todo bien? ¿Requieres mi ayuda en algo? Te prometo que cuando nos casemos solo serás inmensamente feliz.

Yo vivía rodeada de puro loco, de eso no cabía lugar a dudas. Estiré la cabeza hacia atrás para separarme un poco de la suya; la cercanía me ponía incómoda.

—¿Y a ti quién te dijo que nos vamos a casar?

—Está escrito en las piedras del destino, mon chérie —contestó con una sonrisa.

—Ay, por favor —Lauren resopló—. Incluso Vera tiene mejores gustos. Te vi decirle lo mismo a Julia Chang hace como media hora y, por supuesto, también me lo dijiste a mí esta mañana.

Logan me soltó en ese momento.

—Ya te lo digo por hábito, mi vida. Guardo respeto a las mujeres comprometidas, sé que estás en una bonita relación con el chico de Midtown.

—¡No es ninguna relación, Logan! —chilló Lauren, y dio un respingo hacia atrás con cara de susto. Si se hubiera tratado de unos dibujos animados, seguro que habríamos visto cómo la cara se le ponía roja o se le desencajaba la barbilla ante la impresión.

Brevemente recordé que, cuando sucedió lo del museo hace un mes, Lauren estaba siendo cortejada por un muchacho del colegio que hacia el recorrido con nosotros. Era Midtown, a dónde también asistía Peter Parker, y si mi memoria no me fallaba, el chico se había presentado como Flash Thompson. Se me escapó un sonido similar a una risa monótona, porque solo lo había visto durante un lapso de dos minutos y estaba segura de que era de lo más irritante.

Logan me pasó un brazo por los hombros. Ya se le había hecho costumbre.

—Que no te dé pena —la animó—. ¿No te vino a buscar la semana pasada en un Porsche? Me saludó y comparamos relojes, sus camisas son Polo, como las mías. Tiene buen gusto, si me lo permites decir. Podríamos ir los cuatro en una cita doble, ¿a poco no crees que se trata de una magnífica idea?

Le di un codazo en las costillas al castaño.

—Sácate.

—¿¡Por qué te gusta el amor rudo, mon chérie!? Esa sí me dolió. No son maneras de tratar a tu futuro esposo.

—¿Ah, sí? —alcé una ceja—. ¿Quieres ir a decirle a mi papá que te quieres casar conmigo? Se supone que tienes que pedir mi mano, ¿no?

Con un movimiento bastante lento y precavido, Logan me fue soltando y alejándose de manera gradual hacia la izquierda. Se rascó la nuca y le echó un vistazo apresurado a los alrededores.

—Tu papá no está por aquí, ¿cierto?

—Cobarde —se mofó Lauren.

—Yo lo llamo respeto por mi vida —se defendió el de piel tostada, acomodándose la corbata del uniforme.

Recorrí el sitio con los ojos, ignorando momentáneamente las estupideces de Logan y Lauren. La profesora Jordan se había detenido a hablar con uno de los trabajadores del zoológico y el resto de la clase se había dispersado por todos lados, ya no quedaba ninguno cerca de ella.

Se me escapó un suspiro.

—Iré por algo de comer al otro lado de la calle —avisé, dándome la vuelta y empezando a caminar lejos de ahí.

—Voy contigo —anunció Logan—. Muero de hambre.

Lauren bufó.

—No me dejen aquí, yo también voy.

Empezamos a caminar hasta la salida del zoológico de Queens y cruzamos la calle para dirigirnos hacia un pequeño y pintoresco café que estaba del otro lado. Nada más a esa distancia, el embriagante aroma a pan inundó mis fosas nasales e hizo que mi estómago rugiera. Últimamente me moría de hambre cada cierto tiempo, y no tenía ni idea de a dónde se dirigía todo lo que ingería pero empezaba a creer que no tenía llenadero.

Queens no era ni la mitad de lo concurrido que era Manhattan y eso se respiraba en el aire. Aún habían personas azaradas yendo de aquí para allá sin prestar atención a lo que los rodeaba, pero en su mayoría las calles eran despejadas. Los locales eran más pequeños y las personas mucho más amigables. Resultaba increíble saber que los dos sitios eran dos caras de una misma ciudad, pues incluso parecían dos planetas completamente diferentes que no se relacionaban en nada.

Cruzamos la calle sin problemas, pues no habían autos pasando por ahí. El inconveniente vino del otro lado.

—¿Qué vamos a...

—¡Alto! —exclamaron detrás de nosotros.

Logan venía en medio de nosotras, así que él fue el primero en voltear. La cara se le puso tan blanca como un papel, y aunque tardó un par de segundos en reaccionar, cuando lo hizo sus ojos se movieron rápidamente hasta donde yo me encontraba. Hizo una expresión de horror que me tomó desprevenida y entonces lo sentí.

Sentí la presión de algo duro contra mi costado, y también sentí un brazo enredarse alrededor de mi cuello, atrayéndome de manera brusca contra un torso. Cuando caí en cuenta de lo que estaba pasando, a Lauren también la tenían sostenida de la misma manera en la que lo hacían conmigo.

—Dános el dinero, niño —siseó el hombre que me sostenía en dirección a Logan, que había quedado en el medio. El pobre se quedó petrificado de miedo, lo que hizo que el asaltante se exaltara—. ¡Ahora, niño, ahora mismo! —afianzó la presión del arma contra mi costado.

El hombre que sostenían a Lauren también se enfadó.

—Si no nos das el dinero le volaremos los sesos a la rubia —amenazó.

Bueno, pero, maldita sea. ¿Es que acaso yo no podía salir en ningún viaje de campo sin que algo así sucediera? ¿Qué demonios le pasaba al universo conmigo?

Logan aún estaba estático cuando Lauren gritó:

—¡Dale el maldito dinero, Hale!

—Hazle caso, niño —siseó el hombre que la sostenía—. Apresura esos movimientos.

—Aguarda, Bob —lo interrumpió el que me estaba reteniendo—. Mírale el uniforme. Estos niños valen una fortuna, hay que llevarlos con nosotros.

Mierda. Lauren sacudió la cabeza de manera rápida y entrecortada, intentando zafarse del agarre del robusto hombre, pero este lo único que hizo fue zarandearla con demasiada fuerza. Traté de mantener la calma y la cabeza fría, pues sabía de primera mano que perder los estribos no era lo más recomendable en una situación de este calibre. Además, no era la primera vez que me apuntaban con un arma. Pero las otras veces siempre llegaba Victoria o Steve, recitó una vocecita de forma maliciosa en mi cabeza. Apreté los dientes, intentado mantener concentrada mi atención. Pero qué irónico e inútil resultaba mi recién desarrollado don para prevenir algunas cosas, ¿por qué no me avisó de esto?

Logan titubeó.

—Y-Yo...

Y entonces el brazo que me mantenía sostenida salió volando, pero no precisamente por voluntad propia. Escuché un crujido y un golpe seco, y fue cuando me di cuenta que me hallaba liberada y que el arma que había contra mi costado también había salido volando. Lo mismo sucedió con el asaltante que sostenía a Lauren, pero aquello sucedió tan rápido que apenas capté los movimientos: un segundo nos tenían, y al otro ambos asaltantes estaban detenidos en el suelo por... ¡Telarañas!

—Peter —jadeé de manera ininteligible y empecé a buscarlo con la mirada. Lo encontré en la cima de un poste de luz, pero al mismo tiempo también empezaron a sonar las sirenas de una patrulla de policía.

—¡Oh, Dios! ¿¡Qué demonios fue eso!? —oí gemir a Lauren.

—¿Vera? —me llamó Logan—. ¿Estás... Espera, ¿a dónde vas? ¿Por qué corres? ¡Vera!

Eché a correr en dirección al poste de luz, pero entonces Peter comenzó a balancearse sobre los edificios. Tenía muchísimas ganas de alcanzarlo y hablar con él, agradecerle lo que acababa de hacer y también hacerle un par de preguntas. Estaba segura de que Peter Parker podía darme un consejo con respecto a todo lo que estaba pasando, porque seguro él me entendía mejor que todos los demás —con respecto a todo el tema de cosas extrañas que te suceden a los quince.

Lo perdí de vista una cuadra después. Mascullé una maldición, insatisfecha, y di media vuelta para regresar a la calle del zoológico. Entonces choqué contra alguien.

—Lo siento, no lo vi —me disculpé.

Mis dedos se cerraron cuando levanté la mirada para ver con quién había chocado. Un latigazo se estrelló contra mi columna, haciéndome estremecer, y de pronto me dio la sensación de haberme quedado sin aire. Por alguna razón desconocida comencé a temblar. Lo comprendí cuando me llegó el aroma de la sangre a la nariz y vi un espeso destello oscuro revolotear sobre la cabeza de la persona.

Era el doctor Maurice Lifton, el psicólogo de Barcliff. Era la misma energía que había visto alrededor de Harper hace un mes, pero esta era oscura y tétrica, y en lugar de oler a una dulce lavanda apestaba a sangre. Me dieron muchas ganas de vomitar y se me engarrotaton las articulaciones.

—Vera, ¿qué haces tan lejos del zoológico?

Su voz disparó una alerta en mi cabeza, lo cual fue super raro. La sensación de repele que me generó fue inmediata, y eso no había sucedido en mi pasado encuentro con él, entonces, ¿qué había cambiado? ¿Por qué ahora se sentía distinto? Contuve el aliento para no seguir inhalando ese asqueroso hedor a sangre.

—Yo... —tragué saliva y retrocedí dos pasos lentamente—. Yo estaba buscando a alguien.

El doctor Lifton apretó la mandíbula ligeramente. Sus ojos se pasearon detrás de mí, miró por encima de los lentes transparentes y luego bajó la vista a mí de nuevo. El gesto me generó ansiedad cuando el espeso y negro esplendor aumentó. Huye. Huye. Huye. Pero, ¿por qué?

Me incliné hacia adelante, sobre mis talones, como si quisiera salir corriendo. Juro que mi cuerpo reaccionó de manera completamente involuntaria; yo no tenía ni idea de por qué hacía tales cosas o por qué me encontraba así. Solo pasó.

—Yo no veo a nadie —dijo él con la voz áspera.

—Eso es porque no lo encontré. Voy a regresar con la profesora Jordan.

Deslicé un pie hacia adelante y hacia un lado, dispuesta a seguir de largo pero también a una buena distancia del psicólogo. Sin embargo, mi conato de huida se vio interrumpido cuando este me tomó del brazo y me hizo detener. El simple agarre de sus dedos alrededor del saco del uniforme hizo que una descarga de adrenalina explotara con fuerza en mi sistema. De pronto me sentí muy ansiosa y se me aceleró la respiración.

Abrí la boca.

—No es seguro que andes sola en un lugar que no conoces, Vera —bisbiseó Lifton, escrutándome con los ojos repentinamente oscurecidos.

—Qué bueno que no está sola —intervino una voz femenina, apareciendo en la esquina de la tienda—. Su abuela está aquí.

Se me abrió más la boca de puro asombro al escuchar el sonido de su voz. El tono cantarín, dulce, agudo, ese idóneo a sus facciones, inundó mi canal auditivo y casi me pongo a gritar a modo de victoria. La cabellera rubia de mi abuela brilló con gracia cuando un rayo de luz se encontró con su cabeza, y me resultó de lo más divertido verla con ropa de este lugar, cosa que no era usual. Casi parecía que hubiera estado aguardando pacientemente este momento.

El doctor Lifton me soltó de una manera tan brusca que pareció como si se hubiera quemado la palma de la mano al tocar agua hirviendo.

Le fruncí el ceño notoriamente y luego me miré el sitio en el que había estado su mano hace un momento. El área se sentía fría.

—Disculpe, señora —murmuró antes de salir disparado fuera de ahí. Althea se concentró en su partida de forma instintiva.

Se me escapó una exhalación aliviada.

No sabía qué demonios había sido eso pero ahora que se había ido me sentía muchísimo más ligera y menos tensa. Ahora solo quedaba la duda más grande de todas: ¿Qué demonios hacia la reina de Olympia en Queens?

La rubia continuó con la mirada perdida en la calle, como si quisiera asegurarse que al doctor no se le ocurriera regresar. Aproveché ese momento de vacío para tratar de recordar cuándo había sido la última vez que la había visto. ¿Habían pasado dos años completos? Porque tenía que haber sido aquella vez, cuando aún estábamos en Washington. El día que mamá estuvo más irritada que nunca y la primera vez que papá conoció a Althea. Ella se veía exactamente igual que siempre, con esa aura divina a su alrededor, sus ojos de color topacio brillando sobre todo lo demás y la sonrisa de suficiencia expandiéndose sobre su rostro. Igual que aquella vez, también hacía uso de la ropa de este lugar, así que intuí que trataba de pasar desapercibida entre el gentío. Pero con esos ojos dorados, ¿quién no se detendría a mirarla? Era una reacción casi automática. Sin darte cuenta te sentías atraído hacia ella y tenías que mirarla, porque se convertía en una necesidad. Emanaba divinidad de un modo que era totalmente visible en el aire. Todo el mundo podía verlo si prestaba la suficiente atención.

Althea viró sus grandes ojos topacio hasta los míos y me sonrió, mostrándome los dientes.

—Pero mira nada más que grande estás —comentó con su voz cantarina—. Verte así hace que me duela más el ultimátum de tu madre. Realmente te extrañé, lunita, ¿no quieres darle un abrazo a tu abuela?

No lo pensé dos veces antes de abalanzarme hacia ella.

—¡Pensé que no te vería jamás! —gimoteé—. Mamá se va a enojar cuando se entere que estuviste aquí —añadí en un murmuro apesadumbrado.

Althea me sobó la espalda con impaciencia.

—Pues entonces que no se entere.

—Es mamá. Siempre se entera.

A mi abuela se le escapó una risa de lo más encantadora, que hasta a mí me dieron ganas de reír. Me sacudí sobre mí misma al separarme, ya se me habían quitado los escalofríos que me generó el doctor hace un momento.

—Tenemos que hablar, Vera —me contó. Llevó una mano hasta mi rostro y lo acarició con dulzura, poniendo un mechón de cabello detrás de mi oreja—. Pero hoy no podrá ser. Tal parece que calculé mal —miró el cielo—. Será mejor que me vaya antes de que llegue.

Arrugué la nariz.

—¿Viene alguien?

—Dos, en realidad. Pero antes de irme, dime, cariño, ¿cómo te sientes? ¿Qué tal fue el primer vistazo?

—No sé por qué no me sorprende que ya lo sepas —musité mientras hacía un mohín—. ¿Me está pasando algo malo? Porque se siente muy mal, y no me gusta que se sienta así. No sé qué hacer. Traté de hablar con mamá pero pasó de mí por completo... No quiero preocupar a nadie, pero no me gusta esta sensación. Y lo del doctor...

Althea asintió.

—Ajá. Tenemos que hablar, Vera, prometo tratar de regresar lo más pronto posible. Pero, mientras tanto, necesito que estés atenta. No hay nada mal contigo, no lo creas de otra forma, solamente no lo entiendes... Pero lo harás. Lo prometo.

—Te desapareciste bastante tiempo —dije, como quien no quiere la cosa.

En ese momento, un breve lapso en el que su habitual expresión de suficiencia fue reemplazada por una mueca compungida. Apretó los labios en una línea recta y esbozó una pequeña sonrisa mínima, pero esta se sintió vacía, triste. Yo lo noté.

—Lo sé —concedió con pesar—. Tal parece que he dejado que los problemas con tu madre te involucren a ti también. Pero volveré pronto, Vera, espérame. Tenemos cosas que resolver juntas.

Ladeé la cabeza lentamente de un lado a otro.

—¿Se va a seguir sintiendo así de mal? —quise saber.

Ella me tocó la nariz con gracia. Después, se inclinó hacia adelante y me besó la frente con cuidado.

—Se pone mejor. Lo prometo. Adiós, lunita.

—Adiós, abuela.

La abuela no era precisamente una joya de la corona. Tenía tantos problemas con mi mamá que me sorprendía que no hubieran acabado matándose mutuamente aún, pero supongo que no lo hacían porque, por encima de todas esas riñas, se preocupaban la una por la otra. Sabía que la abuela era atolondrada, narcisista, egoísta y también pretenciosa, pero era buena cuando quería. No todo acerca de ella era malo, como mamá se empeñaba en creer. Mi mamá también era muy buena, pero tendía a errar con mucha frecuencia y su propios ideales a veces le impedían ver los errores. Mamá no era todo lo bueno y la abuela no era todo lo malo, pero quizás yo no entendía todo ese trasfondo. Quizás había mucho más de lo que alcanzaba a ver en la superficie.

Suspiré cuando la abuela desapareció. Me había quedado sola.

Salí corriendo porque quería alcanzar a Peter y hablar con él, preguntarle algunas cosas, pero no lo había conseguido. Sin embargo, eso no significaba que no lo haría más. A ver si mañana me echaba una pasada por la escuela Midtown, de la misma manera en la que él me había esperado la última vez. Algo me decía que, tal vez, Peter podría comprender lo que estaba sucediendo conmigo.

Un par de minutos después entendí el motivo de la ida apresurada de la abuela, cuando un auto de ventanas negras se estacionó en la calle.

—Parece que el tomate se escapó del huerto —murmuró Natasha Romanoff con esa voz de terciopelo que ella sola se gastaba, con ambas manos en el volante del auto y una sonrisa socarrona tironeando en las comisuras de sus labios—. ¿No estás muy lejos del zoológico?

Dejé caer los brazos a cada lado de mi cuerpo. Di una zancada hacia adelante ante la mirada curiosa de Sam Wilson en el asiento del copiloto.

—Ya saben lo que pasó y por eso vinieron. Ahórrense las preguntas, estoy bien. Solo estoy cansada, quiero ir a casa.

—¿Quieres que nos encarguemos de algo? —me preguntó Sam, con el entrecejo fruncido.

Yo negué con la cabeza.

—Solo quiero ir a casa —repetí en un susurro, abriendo la puerta trasera del auto y lanzándome en su interior.

Eso era lo que más quería hacer en ese momento. Ir a casa, tomar una ducha, olvidar por completo que tenía que asistir a clases el día siguiente y que prácticamente me estaba fugando del viaje de campo. También quería dormir mucho. En la mañana me preocuparía por hablar con Peter, por ver cómo estaba la estabilidad mental de Logan y Lauren después del intento de asalto, y también sopesaría sobre la visita de mi abuela.

Pero eso sería en la mañana. Si es que podía, claro está.






NOTA ORIGINAL, 2018
***

N/A: ¡Capítulo movido! Ya volvió Althea, ¿la extrañaron? 😂🤭🤫 Also también llegó Peter a salvar a la zanahoria, pero no se quedó, mmmm, ¿por qué no se quedó? 🤔

Día dos de la #SemanaMoondust yo creo que sí vamos a poder terminar el acto uno estos días aaaaa 🥳🥳🥳 pero no hay que celebrar antes de tiempo laksksks vamos poco a poco mis amores

Oficialmente les puedo decir que el siguiente capítulo ya trae los eventos de Civil War, soooooo get readyyyyy

Bueno, hoy no tengo mucho que decirles. Nos leemos muy pronto corazones 🤘

ENCUESTA DEL DÍA: ¿Qué opinas del doctor Lifton? 🔥

Peters virtuales para todas 🖤


Ashly se despide xx

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